─── Capítulo 8. La voz que me llama


Lyudmila "Mila" Edevane no era una chica ordinaria, al menos no en lo que el término "ordinario" se refería. Desde los 5 años, había quedado al cuidado de un poderoso hechicero, tras la desafortunada muerte de sus padres, Matthew y Esmeralda Edevane, en manos de un poderoso enemigo que, hasta el día de hoy seguía muy de cerca sus pasos.

Viajar por todo el mundo se convirtió en su estilo de vida. No duraban ni 3 meses en el mismo lugar ya que, a donde sea que fueran, siempre los encontraban. Nunca vio su rostro y tampoco conocía su figura, solo sabía que era invencible.

Se refugiaron en Europa, Asia, África, América y Oceanía..., yendo de un lado a otro al azar, usando las probabilidades que los dados les marcaban, ni siquiera cambiar sus identidades funcionaba, siempre, siempre los encontraban y emboscaban.

Y, aunque hubiera pasado once años escapando, nunca supo por qué la buscaba a ella en especial. Leonid Nóvak —su maestro y protector— sólo era un obstáculo para llegar hasta ella y temía que algún día le arrebataran la vida.

Hasta hace pocos meses llegaron de Moscú a Arcadia Oaks, con la esperanza de vivir un poco más entre las sombras, al margen de todo. Ella conocía todo sobre ese pueblo, sus rarezas, sus habitantes subterráneos y magia. Y por una vez en tanto tiempo, se sintió tranquila.

Aunque tranquilidad no era sinónimo de descuido, pues cada noche iba al bosque a entrenar y sus habilidades con el arco no fueron pasadas por alto cuando optó por entrar al equipo, solo para seguir practicando su puntería.

Por su talento nato, era admirada por el entrenador Lawrence, quien lloraba cada que ella lograba dar en el blanco (incluso con los ojos vendados). Según él, llegarían a las finales en el campeonato y todo gracias a ella.

Y, aunque Arcadia parecía tranquila, pronto se dio cuenta que el peligro asechaba incluso a la luz del día, en la escuela. Desde el primer momento se dio cuenta del intruso que se hacía llamar "profesor", pero no era la única, pues él también era astuto y mantenían un pacto silencioso de no intervenir en sus planes.

Las indicaciones de Leonid Nóvak eran claras: "No te acerques a Strickler". Pero Mila era necia, hizo todo lo contrario y cada que podía, metía la nariz en donde no la llamaban, al punto en que conocía el plan de Strickler, salvo que se sentía impotente por no poder hacer algo para impedirlo, ya que su maestro, Leonid, le exigía mantenerse al margen.

Mientras menos llamara la atención, más probabilidades de tener una vida normal tendría.

Aquella mañana tras su entrenamiento matutino, Mila y Leonid —su maestro y protector—, acudieron a los canales solo para encontrar el destrozado cuerpo del anterior cazatroles.

En su afán por querer ayudar, ella tomó el amuleto mágico, más fue reprendida cuando su maestro le asestó un golpe en las manos con su báculo.

—No lo toques.

—Deberíamos regresarlo —replicó solo para recibir una negativa.

A regañadientes dejó el amuleto justo donde estaba y ambos se marcharon de ahí.

Luego de aceptar la sugerencia de Leonid de involucrarse más en las actividades escolares, ella optó por ayudar en los decorados de la obra escolar, aprovechando que los horarios del taller de teatro compaginaban con sus prácticas de arquería.

Llegar a las audiciones y formar parte de la producción de la obra quizás la ayudaría a entablar nuevas amistades. Clara Nuñez había sido muy amable con ella cuando le explicó lo que debían hacer. Tras escuchar a varios compañeros recitar líneas y líneas de Shakespeare, llegó el momento en que quería irse de ahí. No habían pasado ni 30 minutos, pues los interesados eran pocos y ahora debían recortar un poco la obra y repartir a los personajes secundarios entre los pocos miembros del elenco.

Cuando Eli Pepperjack terminó su audición para Romeo Montesco y al ver que era el último, se decantaron por elegirlo, aunque todavía les faltaba Julieta Capuleto.

—Esperemos un poco más —sugirió Clara Nuñez—. Tengo en mente a la Julieta ideal.

—Está bien, señorita Nuñez —dijo la maestra, aunque en dado caso que nadie más se presentara, Clara tendría el rol principal.

No tuvieron que esperar demasiado pues pronto llegaron 3 estudiantes más. Mila casi se cae de la silla al reconocer la armadura que traía puesta uno de ellos. Recorrió con la mirada al muchacho hasta que posó sus ojos en su pecho, ahí donde lucía el amuleto que días atrás había recogido.

Mientras la chica que se hacía llamar Eyra realizaba su audición, Mila y Clara subieron al escenario, quedándose alado de los chicos que sabía, eran muy amigos.

—Encontró un amuleto mágico que lo aparece. —Fueron las palabras del castaño regordete de ojos verdes.

Mila comprendió todo, aunque para Nuñez había sido solo un chiste, pues, ¿quién imaginaría que un objeto podría hacer eso?

—Con que un amuleto mágico que lo aparece —repitió Mila para sí.

El castaño trató de reparar su error, sin embargo, ella no era tonta y sabía a la perfección a lo que se refería.

—No soy ingenua, Domzalski —dijo antes de regresar a su asiento.

Esto sí que era una sorpresa muy interesante. En cuanto saliera de la escuela tendría que avisarle a su maestro. Aunque la presencia de alguien más la perturbó. Buscó con la mirada a aquel a quien consideraba un intruso, encontrándolo por fin en la puerta. Alto, de tez bronceada y buen porte, se encontraba el profesor de Historia Universal: Walter Stricklander.

Tanto profesor como alumna intercambiaron miradas, una más amenazante que la otra. No necesitaron de palabras para comprender que ambos tenían en la mira al portador del amuleto.

En cuanto el chico, de nombre James Lake Jr. terminó su audición, ella salió disparada detrás del profesor Strickler, más no le dio alcance, pareciera que este se esfumó en aire. Cansada de estar sentada y deseosa de seguir en movimiento, ella fue a la cancha de futbol donde se dispuso a practicar un poco. Cogió su arco y el carcaj, preparó las dianas y empezó a disparar las flechas.

Ni treinta minutos pasaron cuando un gélido viento erizó la piel de su cuello. La flecha atravesó el centro de la diana en el momento en que una nube de hielo y neblina pasó por encima de su cabeza.

Mila levantó la mirada, ahí volando por arriba de la escuela, descubrió la nube que alguna vez vio en su infancia.

Frunció los labios y corrió hacia el gimnasio, lugar de donde había escapado esa extraña nube gélida mortífera. Ahí, solo descubrió hielo y el escenario congelado. Respiró hondo y tomó una de sus flechas, cerró los ojos y apuntó la flecha hacia el escenario. La punta de la flecha se iluminó de rosado y disparó. En cuanto tocó el escenario, un haz de luz rosado brilló, creando una pequeña onda expansiva que cubrió por completo cada parte congelada del gimnasio, la flecha se desvaneció lentamente. En cuanto esta hubo desaparecido, todo volvió a la normalidad, como si nada hubiera sucedido.

Tomó el teléfono de su bolsillo y antes de enlazar la llamada con su maestro, un portal de sombras se abrió frente a ella. De él salió Leonid Nóvak, quien no solo era un gran maestro hechicero, sino también poseedor de un talento natural con la sombrimancia. Ese talento que tantas veces les salvó la vida en el pasado.

—¿Estás bien? —preguntó Leonid—. No dudé en venir a buscarte cuando lo vi.

—¿Ese era el Viento del Norte? —preguntó la chica de cabellos ébano.

Leonid asintió.

—No quiero imaginar quién fue el pobre desgraciado que ha sido secuestrado—respondió el hechicero—. Pero de lo que estoy seguro, es que no éramos los únicos hechiceros en Arcadia. ¿Alguna idea de quién pudo ser?

Ella negó.

—No conozco a nadie más que a Hisirdoux.

Leonid se llevó una mano a la barbilla.

Ninguno de los tenía idea alguna de quien pudo haber sido la víctima del Viento del Norte.

—Pero —añadió—, ya sé quién tiene el amuleto.

Sorprendido ante tal declaración, Leonid le hizo prometer una cosa: vigilar al muchacho y protegerlo hasta que haya concluido su entrenamiento.

—¿Y por qué yo? —Se quejó la chica.

Leonid puso los ojos en blanco.

—Porque ese es tu deber, además, considéralo parte de entrenamiento.

Mila resopló indignada; no era niñera de nadie, pero admitía que, de todas las personas en la preparatoria, ella era la única con el poder suficiente para mantener a salvo a ese chico tan débil.

Sus poderes mágicos emergieron cuando tenía 7 años, desde entonces ha estado bajo la estricta tutela y guía de Leonid. Rápidamente aprendió a controlarlos y canalizarlos a través de las flechas y su arco. Si bien tenía sus armas, solía usar también el arco que la escuela le proporcionaba, después de todo, no importaba el objeto ni su procedencia, mientras pudiera canalizar su energía mágica a través de ellos.

Su magia era de luz y también poseía talento para la curación. La segunda era considerada peligrosa porque requería de sacrificio y voluntad para contener la enfermedad o las maldiciones; en su vida había utilizado sus poderes curativos, porque en sueños una voz le decía "que aún no era el momento".

Leonid abrió un portal y la llevó consigo a través de él. Tomar ese atajo siempre terminaba debilitándola y se preguntaba si era por la magia oscura que representaba. Ambos salieron en el puente oeste de Arcadia. Ella se preguntó por qué de todos los lugares que había para entrenar, terminó ahí.

—Abajo —señaló el hechicero.

Ella se asomó por el puente, alcanzando a ver a un grupo de troles y adolescentes entrando por ese portal, siendo perseguidos por un enorme trol al que reconocieron de inmediato.

—Él ya me tiene cansada —dijo Mila apuntándolo con una de sus flechas.

Aunque el ataque iba dirigido al trol, la flecha pasó rozando por su cabeza. Al verse amenazado, el trol se giró y con ese par de ojos furiosos, se acercó a ellos para atacar.

—Atacar por la espalda es de cobardes, Mila —dijo Leonid poniéndose frente a ella, tratando de protegerla.

—¡A todo le encuentras un, pero! —Se quejó al tiempo en que Leonid entablaba una pelea cuerpo a cuerpo con ese trol.

Mila se quedó de pie observando la pelea. Leonid esquivaba los ataques con maestría y se defendía utilizando su báculo retráctil, se deslizaba por debajo de los pies del trol y lo burlaba utilizando los portales de sombras.

Ella negó con la cabeza, sacó una flecha de su carcaj y apuntó al trol. Quería acabar con él de una vez, una sola flecha y adiós.

«Tú no naciste para matar, sino para curar», escuchó una voz femenina en su mente.

Mila renegó y tensó la cuerda del arco, pero esa voz repitió la misma frase una y otra vez.

Su cuerpo dejó de responder y solo entonces bajó el arco.

—¡Maldito cobarde! —gritó Leonid limpiándose con el dorso de la mano, la sangre de su labio.

La joven arquera regresó a su realidad cuando vio que el trol escapaba a toda velocidad, Leonid a su vez lo maldecía una y otra vez. Miró a la chica que aún seguía de pie, con el arco y flecha en sus manos, mirando hacia donde el trol se había ido.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué no disparaste? —recriminó el hechicero.

—Yo... no lo sé —respondió guardando la flecha en su carcaj—. Ella me habló otra vez.

Las cejas de Leonid se alzaron y su piel se tornó pálida.

—Entonces... sí eres tú —murmuró el hechicero sin apartar la mirada de Mila.


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