─── Capítulo 7. Los hermanos Blanche


El discurso de Jim Lake tomó por sorpresa a la mayoría de los presentes. Tras bambalinas, Eyra Blanche no apartaba la mirada de Lyudmila Edevane, quien, a su vez, mantenía una batalla visual con el profesor que los miraba desde las puertas del gimnasio.

En cuanto las audiciones terminaron, los tres amigos se reunieron. Ella les dijo que se quedaría un rato más, acompañando a Clara y que los vería después para hacer la tarea. Normalmente se reunían en las tardes para pasarse los apuntes o explicarse mutuamente los temas que no entendían, así había sido desde primer grado.

Eyra tomó asiento en una de las sillas vacías mientras veía a Lyudmila ir tras el profesor Strickler. Esa chica le parecía en cierto modo curiosa e interesante. A su vez, se preguntó a dónde había ido el muchacho del albergue, pues, tras haber terminado las audiciones, se marchó.

Sacó su teléfono y conectó los auriculares. Seleccionó la playlist que Jim había creado para ella y se dejó llevar por la música. Unbreakable de KEiiNO sonó, tan pronto como escuchó los primeros acordes, cantó:

I was born in the Winter

When the day was dark as the night

Pale blue lips of the morning

'Cause the darkness follow the light

Found a northern boy in the summer

When he told me not to be shy

I kissed him down by the river

And I left him down there to die

De su mochila salió la pequeña Silbrig quien, a escondidas se posó sobre su regazo. Por instinto, su dueña la acarició, aún sumida en la canción que ella había bautizado como "su himno".

—¡Adivina adivinador! —exclamó Clara Nuñez, asustándola en su momento favorito de la canción—. ¿Quién será tu Romeo?

Eyra se quitó los auriculares y llevándose una mano a la barbilla, respondió:

—¿Eli?

—No.

—¿Logan?

—No.

—¿Julian?

—No.

—¿Matthew?

—No.

—¿Tú?

Clara rio.

—¡Jim!

Eyra casi se atraganta con su propia saliva.

—¿Es una broma verdad? Espera, ¿cómo que mi Romeo? ¿Soy Julieta?

La latina sonrió.

—¡De nada! —dijo sintiéndose orgullosa. Al parecer había conseguido los protagónicos para su amiga y el "mejor amigo"—. ¿No es asombroso? ¡Por fin habrá beso Jeyra!

—¡Claro que no es asombroso! Audicionamos por accidente... bueno, él —respondió rascándose la nuca—. Ni siquiera conoce a Shakespeare, es más, no creo que tenga tiempo para ir a los ensayos y... ¿Jeyra?

—¡La combinación de sus nombres! ¿Sabes lo difícil que fue encontrarlo? Mary hizo una lista y...

De un momento a otro, Eyra dejó de escucharla, pues por el rabillo del ojo alcanzó a ver a cierto chico castaño.

—Oye, ¿sabes algo sobre el chico con el que la señorita Janeth habla? —preguntó contemplando al muchacho.

Silbrig lo notó y miró a su dueña, para luego posarse en las piernas de la latina.

—Es un chico del orfanato de Arcadia. La señorita Janeth le da permiso de venir a pintar aquí en el taller de teatro. Es un artista, pero nunca he hablado con él —dijo acariciando a la pequeña comadreja blanca—. No me digas que Jeyra ya no será real.

La susodicha se ruborizó.

—¡Ya te dije que Jim...!

—"Es mi mejor amigo, no está enamorado de mí, no nos gustamos de esa manera, bla bla bla..." —Clara se burló de su amiga—. No sé si estás ciega o solo te haces la que no se da cuenta.

—Lo segundo. Pero lo que me importa ahora es descubrir quién es el artista.

La rubia vio cómo el chico le entregaba a la señorita Janeth una llave y después se despidió de ella con un abrazo. La profesora se limpió una lágrima y salió, llamando a todos sus estudiantes para irse.

—¿No vienes? —preguntó la latina.

Eyra negó.

—Me gustaría hablar con él. ¿Sabes? Lo conocí el día en que me caí de la cuerda. Quisiera hablarle, por lo menos saber su nombre —dijo Blanche tomando a su comadreja.

—Entonces, buena suerte con eso. Pero me tienes que contar sobre "lo segundo".

La chica asintió.

Todos se marcharon, excepto Eyra y Silbrig.

La rubia se llevó la mochila al hombro, sacó su espejo del abrigo y lo utilizó para arreglarse el cabello.

Silbrig la miraba desconcertada.

—¿Qué? No quiero asustarlo con mi cabello enmarañado —murmuró.

Las dos caminaron hasta bambalinas, donde encontraron un caballete oculto con una tela.

Eyra miró a todos lados en busca del chico, pero al no estar, supuso que a lo mejor había ido al baño. Estaba por marcharse, pero la curiosidad mató al gato y se detuvo frente al caballete, descubriendo la pintura que ocultaba celosamente de los ojos curiosos.

Silbrig, que estaba de pie sobre el hombro izquierdo de su dueña, se cayó. Eyra, por su parte sonrió al ver la pintura al óleo que la retrataba. La pintura estaba terminada y en la esquina inferior derecha, estaba firmada con solo una R.

Escuchó pasos y se escondió detrás de un telón. Silbrig silbaba, por lo que le tapó el hocico y se asomó un poco. Ahí estaba el muchacho del orfanato, contemplando su creación.

El chico se sintió observado y se giró, buscando al par de intrusas que lo vigilaban, pero Eyra alcanzó a ocultarse muy bien.

—Bien niño, ¿ya empacaste?

Una voz masculina se escuchó en el recinto teatral. Eyra y Silbrig se miraron confundidas. Pareciera que la comadreja le preguntaba a su dueña si conocía a la otra persona, la chica se encogió de hombros y recorrió un poco la cortina, de forma que esta no revelara su presencia, pero lo suficiente para permitirles observar.

—De hecho, no tengo mucho —respondió el chico—. Esto es lo único que llevaré. —El muchacho tomó el retrato y lo enrolló.

—Sí, sí. Claro, como sea, espera un segundo, solo reviso algo. —Esa segunda voz era aguda, como si se tratara de una especie de criatura pequeña.

Eyra se asomó un poco más y visualizó a un pequeño oso blanco de pie junto al muchacho, que estaba hincado frente al animal. El oso llevaba entre sus patas un frasco de cristal azulado, y lo agitaba como si esperara que un genio saliera de ahí, listo para conceder tres deseos.

—¿Qué sucede? —decía el oso agitando el frasco, caminó un poco más y se acercó hasta el escondite de la joven Blanche. El frasco se iluminó en un azul eléctrico—. ¿Espera, eres hijo único?

Eyra y Silbrig se miraron entre sí.

—No, tengo una hermana menor —respondió el chico, aquello captó la atención de la rubia.

—¡Ay, increíble!, dices que ahora tengo que comenzar a buscar a la hija del maestro Blanche —reprochó el animal.

—¿Conociste a mi padre?

—¿Al maestro Blanche? ¡Si por supuesto! Además, déjame decirte que tenemos un conocido...

Eyra sacó de su bolsillo el espejo de oro y leyó el grabado de la parte posterior: Blanche.

El recuerdo de su hermano aquella noche se volvió tan vívido, cada imagen pasó por su mente en cuestión de segundos.

—¿Qué tal si acordamos decir que tu hermana murió junto con tus padres?

—¡Pero si estoy viva! —gritó poniéndose de pie, sin pensar nada, revelando su escondite.

—¡Eyra!, ¿qué haces aquí?

Un nudo se formó en su garganta al escuchar su nombre provenir de aquel muchacho. Él era su hermano, su querido hermano mayor. Aquel que creía muerto, quien la salvó esa noche en donde se separaron de sus padres.

—¿Ruslan? —pronunció su nombre conteniendo las ganas de llorar.

Por fin lo tenía enfrente. Podría abrazarlo e intentar recuperar el tiempo perdido. Por fin volverían a ser todo un grupo de amigos. No imaginaba las caras de Jim y Toby cuando se enterasen que su hermano estaba vivo. ¡Y el tío Hänsel! Podría ser adoptado por él y regresar a casa, con su familia.

Silbrig avanzó hacia el oso, este parecía temer a la criatura que lo olfateaba y trataba de mantener el frasco luminoso alejado del suelo.

Eyra se inclinó para tomar a Silbrig, pero en el momento en que se acercó el oso blanco miró su reflejo en el espejo. En él, se vio como un joven apuesto de cabello castaño y ojos marrones.

Pronto, un resplandor platinado arrojó al oso, quien en el momento en que tocó el suelo, tomó forma humana.

—¡Es un cambiaformas! —gritó Eyra, apuntando al humano.

El frasco luminoso se rompió en miles de pedazos y un viento gélido se formó en segundos. Un torbellino de copos de nieve los rodeó. Eyra guardó su espejo en el bolsillo y tomó a Silbrig para meterla en el interior de su abrigo.

Los hermanos intentaron alcanzarse, extendieron sus manos con dificultad, tratando de abrazarse, pero el viento era tan fuerte que intentaba separarlos.

—¡No lo hagas! —exclamó el muchacho cambiante tomando del otro brazo a Ruslan, sus ojos tenían un aterrador brillo azulado—. ¡Pasé once años buscándote!

Los tres fueron arrastrados por el torbellino de nieve que escapó por una de las puertas del gimnasio. El viento en sus rostros era muy fuerte, que apenas podían mantener los ojos abiertos.

Eyra se aferró a los pies del oso cambiaformas y este se agarró de los pies del mayor de los hermanos. Los tres se elevaron a varios metros del suelo y volaron por Arcadia a una velocidad increíble.

—¡Suelta a mi hermana! —gritó Ruslan.

—¿De qué hablas? ¡Ella es la que me está sujetando! —respondió el cambiaformas tratando de liberar sus pies— ¡Suéltame niña!

—¡No puedo soltarte! ¡Estamos muy lejos del suelo!

—¡Eyra, no lo sueltes!

—¡No lo haré, no voy a perderte de nuevo!

El cambiaformas pataleaba, tratando de soltarse del agarre de la chica.

—¡Demasiado tarde! ¡Yo lo encontré primero! ¡Es mío! —decía el cambiaformas victorioso.

Silbrig salió del abrigo de Eyra y subió por su cuerpo hasta llegar a la cara del intruso.

—¿Qué crees que haces rata blanca? —gritó el cambiaformas—. ¡Aléjate de mi cara!

Silbrig comenzó a morderle la nariz al cambiaformas de cabello castaño. Él, al no poder liberarse de la comadreja, soltó los pies de Ruslan, haciendo que todos cayeran al vacío, a excepción del mayor de los hermanos.

—¡EYRA!

Con el grito desesperado de su hermano se dio cuenta que otra vez lo había perdido.

—¡RUSLAN!

Eyra apenas podía ver como el suelo se acercaba rápidamente. En el aire, alcanzó a tomar a Silbrig y abrazarla. Cerró los ojos, con total resignación. Su hora había llegado y a la velocidad con la que caían se le dificultaba respirar.

Los ojos del cambiaformas se tornaron marrones, el aterrador brillo azulado en ellos había desaparecido. Parpadeó un par de veces antes de reaccionar por completo, puso las manos frente a si y un aura azul frenó un poco la caída, pero el fin era inevitable.

Antes de tocar el suelo, ambos fueron atrapados por un trol de pelaje verde que reconoció al instante.

—¡Hay que actuar rápido! —exclamó Blinky—. ¡Abre el portal!

Lo último que Eyra vio antes de quedar inconsciente fue la entrada a Mercadotroll... Justo como esa vez.



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