─── Capítulo 35. Pas de Deux
Los hermanos Blanche se detuvieron delante de una juguetería. Los juguetes mecanizados elaborados con madera y pintados con colores vibrantes se movían al ritmo de una dulce melodía que transmitía alegría y calidez. En el escaparate, encontraron diferentes muñecos, entre los cuales distinguieron soldaditos, princesas, troles, cisnes y caballeros.
El mayor de los hermanos limpió el hielo del cristal con la manga de su abrigo, permitiéndoles ver con más claridad. De pronto, la puerta de la tienda se abrió. Un hombre alto, rubio y vestido con un abrigo largo color púrpura les sonrió.
—¡Eyra, Tobías! ¡Feliz Navidad!
—¡Feliz Navidad, tío Hänsel! —saludaron los hermanos al unísono.
—Vamos a casa a armar el árbol de Navidad —dijo el castaño.
—¿Por qué no vienes con nosotros, tío Hänsel? —sugirió la chica con su mejor sonrisa.
—¡Te ayudaré a llevar los regalos! —Se ofreció Toby, pues era bien sabido que Hänsel era conocido por fabricar juguetes únicos, hermosos y artísticos por Navidad.
—¡Eres muy amable, Tobías! —dijo el mayor, sacudiéndole el cabello al chico—, pero debo hacer algo primero, para mi sobrino.
—¡No sabía que tuvieras un sobrino! —expresó Eyra, metiendo ambas manos enguantadas a los bolsillos de su abrigo azul—. ¿Cuántos años tiene?
—¿Lo conoceremos?
—¿Es tu sobrino de verdad o te llama "tío" como nosotros?
El mayor se rio ante las preguntas de los hermanos.
—Sí, es de verdad mi sobrino y espero que lo conozcan pronto —aclaró entre risas—. Ahora será mejor que se vayan, no querrán hacer esperar a su mamá y a su papá.
Los hermanos asintieron y emprendieron el camino a casa,
—¡Adiós, tío Hänsel! —dijeron al unísono, despidiéndose del adulto.
Hänsel los miró sin borrar esa sonrisa de su rostro. Aquel par de hermanos de 16 años eran inseparables y siempre estaban muy atentos al cuidado del jardín de rosas que habían montado en uno de los balcones de su casa.
Una vez que los niños se perdieron entre el camino nevado, bajó el brazo y murmuró para sí:
—Bien, James, mi niño, esta es la noche. —Poco después entró a la tienda, cerrando la puerta tras de sí.
Mientras tanto, los hermanos Blanche habían acordado una carrera hasta su casa, ambos hacían trampa con tal de ganar al otro, tomaron diversos atajos y, aunque el mayor parecía tomar la ventaja, al final fue la chica quien lo venció.
Al llegar, fueron recibidos por su madre, Gretell. Tan pronto como entraron, se dirigieron al gran salón y ayudaron a decorar el árbol navideño, donde nana Domzalski se encontraba jugando con una pequeña comadreja blanca. Un par de horas después, los dos hermanos fueron a sus habitaciones a cambiarse de ropa para recibir a los invitados de sus padres.
La fiesta navideña ya era una tradición en la familia Blanche. Eyra, se puso un vestido azul y su hermano un traje verde. La fiesta pronto dio inicio y entre ella y su hermano decidieron abrir los regalos.
Se acercaron al gran árbol del centro de la sala, el cual estaba cargado de multitud de manzanas doradas y plateadas, y en todas las ramas, pendían caramelos de colores y toda clase de golosinas.
Pronto tomaron los regalos que tenían sus nombres y los abrieron, para Tobías, había una caja de soldados de plomo, para Eyra, un cascanueces de ojos azules.
La comadreja blanca se escabulló en la fiesta y caminó hasta la chica rubia, se sentó en su regazo y la ayudó a abrir el resto de los regalos.
Los adultos disfrutaban del baile, al son de un vals navideño, pronto, la gran puerta del salón principal se abrió, revelando un show de magia, donde las luces centelleantes abrieron paso a un hombre rubio cubierto en una amplia capa morada. Junto a él, llevaba un castillo de juguete mecanizado, las torres y techos asemejaban un diseño ruso y los colores pastel y decorados de caramelo simulaban un pastel de jengibre. En sus interiores, los soldados, cisnes, caballeros y doncellas bailaban al ritmo de la melodía que emergía del interior del juguete.
—¡Tío Hänsel! —exclamó Eyra acudiendo junto al juguetero.
—¡Tío Hänsel! ¿Puedo entrar al castillo? —preguntó Tobías.
El mayor indicó que eso era imposible y que además una tontería pretender entrar a un castillo que apenas tenía 50 centímetros de alto. Tobías lo admitió al cabo de un rato.
—Una obra artística así no está hecha para niños incapaces de comprenderla, de modo que voy a envolver de nuevo mi castillo —dijo el tío Hänsel malhumorado por las absurdas peticiones del castaño.
Eyra, por su parte, se sentó junto al árbol y contempló el cascanueces. Su torso era demasiado grande y largo, no concordaba con sus cortas y finas piernecillas y tenía una cabeza excesivamente grande. Su vestimenta mejoraba bastante la apariencia, pues dejaba a la vista a un hombre refinado. Llevaba una bellísima chaqueta azul brillante, con cordones blancos y pantalones negros al igual que las botas, las cuales parecían estar pintadas a las piernas.
—¿Cómo funciona? —preguntó levantando el cascanueces.
Peter Blanche tomó el cascanueces, al levantarle el abrigo de madera, el hombrecillo de madera abrió una boca grandísima dejando ver dos filas de dientecillos muy blancos y puntiagudos. Con la orden de su padre, Eyra introdujo una nuez y, ¡crac!, al momento el hombrecito la abrió. Las cáscaras cayeron al suelo.
Eyra, emocionada, siguió introduciendo nueces en la boca del muñeco, eligiendo siempre las más pequeñas. Sin embargo, Tobías se lo pidió y comenzó a jugar con él, metiéndole las nueces más grandes y duras que pudo encontrar en el recipiente. De repente, de la boca del cascanueces cayeron tres dientes y la mandíbula inferior quedó suelta.
—¡Vaya! —dijo Tobías—. Ni siquiera tiene una dentadura adecuada.
Eyra le arrebató el cascanueces, llorando.
—¿Qué le hiciste a mi querido cascanueces? ¡Mira como lo heriste!
—Como sea —añadió el mayor encogiéndose de hombros.
Eyra comenzó a llorar y envolvió al cascanueces en su pañuelo. Recogió los dientes caídos y vendó la mandíbula con uno de los lazos de su vestido. Acunó al cascanueces y salió del salón a la habitación contigua, donde le presentó a todas sus muñecas y juguetes. Ahí sobre una de las mesas, descansaba el castillo del tío Hänsel.
—¡Ay, mi querido cascanueces! —dijo en voz baja—. No te enfades porque mi hermano Toby te ha hecho daño. Es buen chico, te lo prometo. Además, voy a ocuparme de ti y a cuidarte hasta que vuelvas a estar totalmente sano y contento. El tío Hänsel te curará tus dientes y volverás a ser tan guapo.
Apenas dijo esas palabras, le pareció ver una dulce sonrisa en su rostro de madera. Ella negó con la cabeza y solo se recostó en el diván con el cascanueces a su lado.
Mirando el techo, le contó historias donde el príncipe siempre salvaba a su princesa con un beso de amor verdadero. Poco a poco se fue quedando dormida, aunque no dejaba de escuchar voces que la incomodaron.
—Eyra, ¡despierta por favor!
—No olvides quién eres.
—Duerme, olvídate de todo, mi pequeña hermana...
—¡Venga arriba, despertad! ¡Vamos a la batalla! ¡Hay que luchar esta misma noche! ¡Arriba!
Esa orden la despertó al tiempo en que unas pequeñas campanillas tintineaban en armonía. Se levantó del diván y vio en el armario una extraña iluminación y movimiento. Sus muñecas corrían de un lado a otro, dando golpes con sus pequeños brazos.
—¡Mis queridos vasallos, amigos y hermanos! ¿Queréis apoyarme en esta lucha?
Escuchó gritar al cascanueces, quien blandía una pequeña espada. Sus seguidores, quienes eran los soldados de Tobías, gritaron con fuerza y se unieron al entusiasmado cascanueces, quien brincó del diván hacia el suelo.
Nada más saltar, chillidos se escucharon en todo el salón. Debajo de la mesa y los muebles, salieron en filas, una multitud de ratones, armados con espadas y, sobre ellos, sobresalía un repugnante ratón con corona.
La chica se abrazó las piernas, sin apartar la vista de la batalla que se estaba llevando a cabo bajo sus pies.
Juguetes y ratones se enfrentaban, lanzándose canicas, balas de madera o peleando entre ellos con sus espadas. El cascanueces se enfrentaba valientemente al rey de los ratones, aunque al poco tiempo perdió la espada. El rey de los ratones golpeó los pies del cascanueces y lo amenazó con su espada.
—¡Cascanueces! —exclamó Eyra entre sollozos. Sin pensarlo mucho, se quitó el zapato izquierdo y lo lanzó con fuerza al rey.
—¡Ay mi cola! —decía el ratón con corona.
La chica se levantó del diván y cargó al cascanueces.
—¡Cascanueces! —decía—. ¿Estás bien cascanueces?
—Necesito una espada —respondió el muñeco, agotado.
Eyra buscó con la mirada la espada, corrió hasta ella y la recogió, entregándola a su dueño.
Mientras tanto, los ratones liberaban a su rey, este avanzó hacia ella y de pronto, el cascanueces dio un salto hacia el suelo.
—Ten cuidado, cascanueces.
—Descuide señorita Eyra —dijo el cascanueces con una reverencia.
La batalla entre el rey de los ratones y el cascanueces se reanudó. Los ojos del rey brillaban en chispas rojas, llenos de ira. Ambos chocaban espadas, corriendo y saltando de un lugar al otro del salón, pronto, el rey ratón acorraló al cascanueces en el árbol navideño familiar.
Ambos escalaban, el cascanueces tratando de escapar, columpiándose entre las ramas y los decorados, mientras el ratón persiguiéndolo con espada a mano. Al momento en que los dos llegaron a la punta, el rey de los ratones dio un golpe con espada. El cascanueces levantó su espada y la punta se clavó en el cuerpo del ratón.
Un grito se escuchó y todos los juguetes y demás ratones se paralizaron al ver al rey de los ratones tocar el suelo.
—¡Cascanueces! —exclamó Eyra corriendo hacia él—. ¡Estaba muy preocupada!
El cascanueces tiró la espada ensangrentada.
—Herido yace el traidor rey de los ratones —dijo el cascanueces—. Mi demoiselle, no rehúse aceptar el signo de la victoria de la mano de su caballero fiel, y sometido a usted hasta la muerte —añadió extendiéndole la corona del rey de los ratones, misma que ella aceptó gustosa—. Una vez vencido mi enemigo, ¿podrías seguirme unos cuantos pasos hasta el castillo?
Eyra miró alrededor, y con una mirada triste se negó.
—Me encantaría, pero no puedo —dijo comparando su estatura con la del castillo.
Apenas pronunció esas palabras, sintió como fue encogiéndose lentamente.
—¿Qué me está pasando? —murmuró.
—¡Vamos, Eyra! Llévame al castillo mientras puedas —pidió el cascanueces.
Ella asintió y tomó entre sus manos al cascanueces y lo subió a la mesa, donde se encontraba el castillo del tío Hänsel. Antes de volverse más pequeña, se sujetó a la mesa, siendo ayudada a subir por el cascanueces.
Juntos caminaron al interior del castillo, cuando una luz cegó sus ojos. Súbitamente, se encontraron en un prado de delicioso aroma a coco.
—Nos encontramos en el prado de caramelo —dijo el cascanueces.
—¡Es muy bonito! —exclamó entusiasmada.
Siguió al cascanueces por el prado hasta que llegaron a un río de leche de almendras, donde subieron a una barca en forma de cisne que los condujo hacia el Castillo de Mazapán que se alzaba en lo alto de una colina.
Atravesaron el Bosque de la Navidad, que mostraba todos los árboles que la familia Blanche había tenido, decorados con distintos adornos de colores.
Eyra estaba tan absorta en todo el camino que apenas se dio cuenta que había llegado al Castillo de Mazapán. En aquel momento, se oyó una música suave y agradable y las puertas del castillo se abrieron, por ellas salieron doce pajes que llevaban confituras y en sus manos.
Todos abrazaron al cascanueces y los condujeron hacia un salón, cuyas paredes estaban hechas de brillantes cristales de colores, donde fueron recibidos por una multitud de muñecas y doncellas de caramelo y jengibre.
El cascanueces parecía muy emocionado y presentó a la chica como su salvadora e hija de una venerable Reina. La hermosa melodía resonaba en el salón, sumiéndose en una ensoñación donde se imaginaba bailando con su príncipe azul.
De pronto, entre uno de los decorados de caramelo, dos rosas brotaron, una blanca y otra roja.
—¿Rosas? —murmuró acercándose a ellas—. Rojo, blanco... blanco, rojo...
—Eyra...
El cascanueces se acercó, la tomó de la mano y se arrodilló ante ella.
—Eyra, quédate, sé mi princesa.
Ella parpadeó.
—Cascanueces..., esto es como un sueño maravilloso y... —Lágrimas se acumularon en sus ojos y la palabra "sueño" se repitió en su cabeza, haciendo eco.
—¿Entonces te quedarás?
Los presentes vitorearon, pero ella bajó la mirada.
—Me gustaría, pero...
—Pero ¿qué?
—Siento que hay algo que estoy olvidando. Algo que es importante. Cascanueces, no puedo quedarme.
Las palabras de Eyra pronto provocaron que el Castillo de Mazapán comenzara a desmoronarse. Los presentes de caramelo y jengibre desaparecieron uno a uno. Tomó al cascanueces de la mano y añadió:
—¿No comprendes? Debo regresar a casa... mi hermano Ruslan me necesita... ¡Ruslan! —gritó.
El cascanueces cayó de rodillas, volviendo a ser un muñeco inanimado, mientras el castillo caía sobre ella. Eyra corrió hasta la salida, tropezándose con el rosal. La rosa blanca cayó sobre su regazo y la tomó, sus lágrimas cayeron sobre la flor y sollozó el nombre de su hermano.
—Ruslan...
Eyra despertó acostada sobre el diván. Su madre entró a despertarla, parecía preocupada.
—¡Feliz Navidad, mi niña! —dijo la mujer.
Eyra buscó en su regazo el muñeco cascanueces, pero no lo encontró en ningún lugar, en cambio, dos rosas aparecieron cerca de ella.
—¿Has visto mi cascanueces, madre? —preguntó tomando las rosas.
Gretell negó. Poco después, por la puerta apareció su hermano Tobías.
—¡Eyra! ¡El tío Hänsel está aquí! —dijo su hermano feliz—. Siento mucho haber roto el cascanueces —agregó, apenado por el incidente de la noche anterior.
—¿Lo has visto? —preguntó, pero negó.
—Lo buscaré —dijo saliendo del salón.
Eyra y su madre salieron juntas a recibir al tío Hänsel, quien no había llegado solo, sino en compañía de un muchacho.
—¡Hänsel! —habló Gretell—. ¡Me alegra mucho que hayas podido venir! ¿Es tu sobrino?
El mayor asintió, luego se acercó a la hija del matrimonio Blanche y le dijo:
—Eyra, te presento a mi sobrino, James.
El chico caminó hacia ella. Su rostro le resultó familiar y aquellos ojos azules resplandecían cual lucero.
—Hola, Eyra —pronunció el muchacho, haciendo una reverencia.
Ella enmudeció.
—¿Cascanueces?
—Es hora de despertar, Eyra —dijo James—. Esto no es real, despierta.
Jim Lake y Eyra Blanche despertaron al mismo tiempo de un sueño que parecía tan real. El chico se encontraba acostado sobre la cama de Eyra, mientras ella yacía en una celda junto a su comadreja enjaulada en oro y diamantes.
—Veo que al fin despertaste —dijo Hänsel—. ¿Cómo rompieron el hechizo?
—No lo sé, solo me di cuenta de que estaba soñando cuando ella recordó a su hermano —confesó el chico—. Todo fue tan real.
—Ese es el efecto del hechizo del sueño eterno —dijo Hänsel dándole una taza de té que él bebió agradecido—. Rompiste la conexión, pero me preocupa que ella se vuelva a dormir.
Jim hizo una mueca de asco al beber el contenido de la taza.
—Es el antídoto; así no preocuparás a tu madre.
—¿Cuánto tiempo estuve aquí?
Hänsel se llevó una mano a la barbilla.
—Todo el día.
El chico caso escupe la bebida cuando lo escuchó.
—Si ella es la hechizada, ¿por qué me afectó a mí también?
Hänsel solo sonrió.
—¿Has escuchado la leyenda del hilo rojo? —Jim asintió—. Saca tus propias conclusiones, James.
El se sonrojó al pensar en que, de alguna forma, tanto Eyra como él estaban destinados a estar juntos.
—Por cierto, prepara tus cosas —dijo el mayor—. Tomaremos un vuelo a Finlandia mañana a primera hora.
—¿Tomaremos? ¿Qué hay de mi madre?
—Puedes traer al gordito también y con respecto a tu madre, ya lo arreglé todo. ¿Quieres salvarla no?
—Sí.
—Entonces no hay tiempo que perder. El Invierno está muy cerca.
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