─── Capítulo 22. Celos e ira... una mala combinación
—No entendí ni una palabra de lo que dijiste —dijo Eyra tomándole una foto a la vespa de la exhibición—, pero está bonita.
Si bien no contaba con dinero, y tampoco sabía de motocicletas, le gustaba escuchar a sus amigos de hablar de otras cosas que no fueran problemas, troles ni tareas.
—¿Pueden imaginarme en el camino sobre eso? —preguntó Jim, emocionado—. Con el viento sacudiendo mi cabello...
—Yendo hacia el horizonte, en el atardecer mientras Toby y yo vamos en un carrito a tu lado —añadió Eyra, imaginando al trío de paseo en las carreteras, con lentes de sol, chaquetas a juego y cascos.
Jim la miró, ella se rascó la nuca y dijo apenada:
—Ah, te imaginaste solo, ¿cierto?
—Algo así —respondió un poco sonrojado.
Ella arqueó una ceja, aunque seguía imaginándose junto a sus amigos sobre esa vespa.
—¿Qué posibilidad hay de que te la regalen? —preguntó Toby.
—Solo un poco menores a que me gane la lotería y la compre yo mismo —respondió.
—¿Cuánto tienes ahorrado? —dijo la chica.
—Solo $328 dólares y 32 centavos. Para cuando tenga suficiente, se conducirán solas.
Eyra frunció los labios y volvió la vista a la vespa. Tal vez no sabía nada de motocicletas, pero de colores sí y el rojo lo consideraba demasiado llamativo para Jim, tal vez algo más discreto como azul o negro se vería muy bien y hasta elegante.
—¡Goblin! —gritó Jim. Eyra se sobresaltó, al darse cuenta, sus amigos ya se habían alejado de ella.
—¡Esperen! Y... me dejaron sola... —suspiró.
Caminó un poco tratando de darles alcance, pero los perdió de vista tan pronto como dio vuelta en la esquina. Resopló, frunció el ceño y se dispuso a crear un monólogo digno de una madre furiosa, ¿por qué si habían salido juntos, la abandonaron? Pensó que en parte fue su culpa por caminar en lugar de correr, pero ella no correría a menos que su vida dependiera de ello.
Dicho y hecho.
Caminó un rato hasta GDT Arcane Books, ahí se encontraban Myrddin y Douxie revisando los estantes. Ella le llegó al castaño por detrás y le picó las costillas, haciendo que este dejara caer el libro que detuvo con ayuda de la magia.
—¿Estás loca? —preguntó furioso.
—No, solo estoy aburrida —respondió.
—Y aquí está la chica de la que hablábamos —saludó Douxie.
Eyra arqueó una ceja y dejó en claro que no preguntaría nada, después de todo, ya se estaba acostumbrando a que conspiraran en su contra, solo esperaba que no fueran cosas malas.
Detrás de ellos, pasó un gato negro siendo perseguido por la comadreja blanca. La pequeña aventura de los animales pasó desapercibida por los magos y la chica.
—¿Siempre está tan solo aquí Doux? —preguntó.
—Solo cuando el cartel de "Cerrado" está en la puerta —dijo apuntando con un dedo el letrero en el cristal.
Ella se dio un golpe en la frente por torpe.
—Puedes elegir el libro que quieras, la casa invita —dijo Douxie con una amplia sonrisa.
Eyra se sonrojó. Iba a responder cuando Myrddin la tomó de los hombros y la condujo por el pasillo.
—Sí, busca algún romance meloso de esos que les gustan a las chicas.
Eyra clavó los pies en el piso, dio media vuelta y confrontó al mago.
—¡Iré a buscar un libro, pero no será ningún romance! —dijo cruzándose de brazos.
—Entonces busca algo de terror, ¡no sé!
Ella rodó los ojos y se marchó, golpeándolo con sus trenzas al momento de dar una vuelta.
La chica caminó por entre los pasillos, pasó por el estante de las novelas de romance, las de drama, de terror y libros de autoayuda, Matemáticas, Historia, Ciencias Biológicas. No encontraba ningún título que le llamara la atención. Siguió buscando en la sección de fantasía y en Ciencia Ficción, hasta que mejor desistió, no quería saber nada más de criaturas fuera de este mundo.
Casi se rendía hasta que fue a la sección de misterio, ahí un título le llamó la atención: Rebecca.
«"Anoche soñé que volvía a Manderley..."
Así comienzan los recuerdos de la segunda señora De Winter, que la transportan de nuevo a la aislada y gris mansión situada en la húmeda y ventosa costa de Cornualles. Con un marido al que apenas conoce, la joven esposa llega a este inmenso predio para ser inexorablemente ahogada por la fantasmal presencia de la primera señora De Winter, la hermosa Rebeca, muerta pero nunca olvidada.»
«Esto sí que es interesante», pensó una vez que terminó de leer la sinopsis.
Tomó el libro y se dirigió con los magos, para avisarles de su triunfo, pero la conversación de ambos encendió su espinita curiosa.
—Aquí están los planos. ¿Pero estás seguro de que es ella? —preguntó Douxie.
—No, es su fantasma, ¿quién más podría ser? —respondió Myrddin con sarcasmo.
Se escondió detrás del estante, a una distancia considerable. Se sentó de espaldas y abrió el libro que sostenía en sus manos, fingiendo leer mientras escuchaba la conversación de los dos magos.
—A ver, Myrd, supongamos que es ella —dijo Douxie rindiéndose—. ¿No crees que intentará matarla por lo que le hizo a Jim?
Escuchó a Myrddin suspirar. Eyra se estremeció al escuchar la mención de su mejor amigo. Muchas cosas pasaron por su cabeza, no podía atar los hilos. ¿En qué momento le pasó algo malo a Jim? ¿De quién estaban hablando? ¿A quién matarían?
Admitió que ella también tomaría represalias si lastimaban a sus seres queridos.
—Con mayor razón es mi deber protegerla, se lo prometí a mi tío.
Eyra estornudó y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
—¡Wow, cuánto polvo hay aquí! —exclamó limpiándose la nariz con el antebrazo.
Se levantó de su asiento y caminó hacia los magos, le mostró el libro a Douxie fingiendo no haber escuchado nada.
—Rebecca es romance —dijo Myrddin encogiéndose de hombros.
—No, lo encontré en la sección de misterio —replicó ella con algo de molestia en su voz.
—Ya lo leí, tiene romance.
Ella frunció el ceño, asintió y con el libro en mano se despidió de los dos magos, repitiendo por segunda vez que no había escuchado la conversación. Ninguno de los dos creyó las palabras de la adolescente por lo que solo la observaron marcharse de ahí, agitada y nerviosa.
Eyra escapó de ahí. Apenas y podía creer las palabras que intercambiaron los magos. ¿Qué estaría planeando Myrddin? Caminaba con paso veloz, porque como ya se ha mencionado, ella solo correría en caso de que su vida corriera peligro, menos no.
Dio vuelta en la esquina, chocando con la persona que venía del otro lado de la calle. Ella cayó al suelo al tiempo en que el libro que llevaba en la mano salió volando. Se sobó la frente y profirió un jadeo.
—¿Estás bien?
La rubia levantó la mirada. De pie se encontraban sus amigos, Jim le extendió una mano que ella aceptó, la ayudó a ponerse de pie. Toby recogió el libro y leyó el título.
—¿Fuiste a comprar un libro? —preguntó el castaño.
Ella se encogió de hombros.
—En realidad, Tobes, ustedes me abandonaron vilmente en medio de la calle, me cansé de buscarlos, así que fui a la librería —respondió con indiferencia, tomando el libro—. ¿A dónde fueron?
—Pues... —dijeron los chicos al mismo tiempo.
La mañana siguiente no fue mejor que las anteriores. Eyra fue despertada por un chorro de agua en la cara. Asustada se levantó solo para encontrarse a Myrddin sosteniendo una botella.
Ella se enfureció y le arrojó la almohada en la cara. A los quince minutos, ya se encontraban desayunando; si no fuera por Hänsel Schubert quien estaba sentado en medio de ellos, seguramente ya habrían armado una batalla campal con la fruta y los hot cakes.
El tío les entregó sus almuerzos y como siempre, le dejó las sobras al mago, demostrando así quien era la consentida ante sus ojos.
—Solo te aprovechas de su ignorancia —dijo el mago muy molesto.
—Es mi princesa, ¿qué esperabas? —replicó Hänsel encogiéndose de hombros—. Ahora váyanse o llegarán tarde a la escuela.
Durante el camino, Myrddin trató de justificar su acción como "venganza por picarle las costillas". Ella se mantenía erguida y orgullosa, si algo aprendió de Mary Wang fue no parecer derrotada ante un chico, debía dejar que le rogara su perdón y luego rechazarlo. O quizás entendió mal, pero su dignidad, ante todo.
—¿Y ya no vas con tus amigos a la escuela? —preguntó el mago cambiando de tema, después de todo, no conseguiría nada si seguía insistiendo en su venganza bien planificada.
—Se la pasan entrenando y hablando de cambiantes... —respondió.
El mago arqueó una ceja, se veía un poco nervioso pero despreocupado a la vez. Sacó un chocolate de su bolsillo y se lo ofreció a su acompañante. Ella lo aceptó y le dio un mordisco.
—¿Cambiantes en Arcadia? —cuestionó el mago—. Eso explica por qué me golpeaste con esa herradura, eh, que lo recuerdo muy bien.
—Tobes sospecha que el profesor Strickler podría ser uno, pero no lo creo... aunque... —guardó silencio.
Por primera vez después de tantas semanas, recordó algo que había visto el día en que encontraron el amuleto. Ese día en el salón de clases, el reflejo de Strickler había cambiado en su espejo. Al principio creyó que había sido por la luz, pero ahora todo comenzaba a cobrar sentido.
—No creo que esté tan equivocado —murmuró.
Myrddin se ahogó con su saliva.
—Strickler puede ser todo, ¿pero un cambiante? ¿Qué te hace creer eso?
Ella lo pensó muy bien antes de poder responder a esa pregunta. No estaba muy segura pero la sospecha ya había sido puesta sobre la mesa.
—Vi su reflejo en mi espejo —respondió—. ¿Recuerdas? Este espejo muestra lo que tus ojos no pueden ver —añadió mostrando el espejo que guardaba celosamente dentro de su bolsillo—. Si pudiera hacer que Strickler se mirara en él, tal vez...
—Creo que estás imaginando cosas. Tus amigos te están volviendo más paranoica de lo que ya estabas. Te aconsejo concentrarte en tus propios asuntos y dejar que todo lo demás fluya.
—Puede que tengas razón...
Al llegar a la escuela, ella se topó con sus amigos. Ella se despidió de Myrddin y se acercó a los chicos, los saludó, no sin antes percatarse del peluche de conejo que llevaba Jim en la mano.
A Eyra le pareció ya haber visto ese muñeco antes... tratando de recordar, por fin dio con la dueña.
—¿Qué haces con el conejito de Clara? —preguntó apuntando el peluche con un dedo.
—¿Estás segura de que es suyo? —preguntó Toby arqueando una ceja.
Ella asintió.
—Sí, ¿no me digan que ese es el peluche que encontraron ayer?
—¿Tú tienes a Suzie Siestas?
Los tres se sobresaltaron al escuchar a Clara junto a ellos. Tras asegurar que el peluche pertenecía a la latina y luego de una pequeña discusión entre Clara Nuñez y Mary Wang sobre cuidar al pequeño Enrique, Jim se ofreció a cuidar del bebé.
Saber que posiblemente alguien le haría daño a su amigo, la puso tan nerviosa que no pudo evitar ofrecerse como niñera.
—¡Son los mejores! —exclamó Nuñez emocionada—. Lleguen a mi casa a las siete, no antes.
La chica resopló de alivio. Ahora el problema: nunca había cambiado un pañal.
Treinta minutos antes de las 7, Jim Lake tocó el timbre de la casa Schubert. Quien abrió no fue nadie más que el tío Hänsel, con su mirada seria y pose elegante, intimidó al muchacho.
—James —pronunció el mayor con un tono frío y calculador—, al fin decidiste enfrentarme.
El azabache tragó saliva.
Los labios de Hänsel se curvaron, y en segundos, su mirada cambió a una sonrisa.
—¡Bienvenido, hijo!
—Ah, gracias, señor... —respondió tembloroso.
Hänsel metió su mano en el bolsillo interior de su saco, poco después le mostró un sobre que tenía escrito el nombre de su sobrina.
—Creo que tenemos una conversación pendiente —añadió el mayor.
Jim Lake palideció, la presión se le bajó y por poco cae desmayado en la entrada de la casa.
—Oh, pero eso era para...
—Mi princesa, sí, lo sé, la leí toda —dijo enfatizando la última palabra.
—¿Toda?
—To-da.
Hänsel apuntó al muchacho con la carta.
—Más te vale no lastimar a mi pequeña o si no...
—¿O si no...?
El mayor dejó al aire la amenaza, miró al chico y luego soltó la carcajada. Aquello confundió bastante al adolescente.
—¡Era broma! —exclamó Hänsel sin parar de reír—. ¡Debiste ver tu cara!
Una sonrisa nerviosa delató al azabache, Hänsel no pudo evitar confesarle que, si bien su actitud había sido una broma, todo lo demás era enserio.
—Tienes mi permiso, solo que este no es el mejor momento para noviazgos. Como sabes, tiene un hermano que fue secuestrado, ella y Myrddin están tratando de encontrar la manera viajar al Norte y vencer a la Reina de la Nieve, además... está enamorada platónicamente de un superhéroe con disfraz de gato.
—Eso lo sé, señor, pero —dijo el chico sin mirar a los ojos al adulto, en cuánto procesó bien las palabras, alzó la vista y continuó—; ¿se va a ir con Myrddin?
—¡Pero claro! Esos dos han salido mucho, seguro planean como irse de viaje. Y si quiere salvar a Ruslan, la tiene que enfrentar, ¿no te lo dijo?
El silencio del joven Lake le dio la respuesta que necesitaba. Eyra no le había contado nada sobre sus planes.
—¡Pero, déjalo pasar, tío! —La voz de la chica lo molestó un poco.
Él le prometió que iría con ella a rescatar a su hermano y ahora descubría que ella pensaba irse con alguien más. No sabía qué decir al respecto y tampoco cómo definir ese sentimiento que comenzaba a molestarlo.
Eyra terminó de ver el tutorial para cambiar un pañal. Sonrió al sostener el bebé con el que practicaba. Fue todo un desafío y un logro para ella.
Faltaban todavía quince minutos para que su amigo pasara por ella, así que aprovechó el tiempo para envolver su regalo de cumpleaños. Estaba todo listo, si bien esa fecha era la que menos le gustaba, por ciertos sucesos traumáticos vividos hace once años, no podía faltar un regalo que por lo menos lo animara.
Llamaron a su puerta. Myrddin Emrys pasó con un trozo de pergamino enrollado.
—¿Estás ocupada?
—Algo, ¿por?
—Tengo noticias sobre tu hermano.
Eyra dejó de hacer todo para prestarle atención al mago. La esperanza brilló en sus ojos y eso lo conmovió.
—Aquí tengo un mapa —dijo rascándose la nuca—. Tuve que hacer un par de tratos para conseguirlo.
Eyra tomó el pergamino y lo extendió sobre el escritorio.
Dibujados se encontraban un par de lugares que reconoció gracias al relato de Vendel. En la esquina inferior izquierda, estaba la Torre de las Rosas, en el centro, las Cuevas de Omana y hasta la esquina superior derecha se encontraba el Muro de Hielo.
—¿Más allá de ese muro está el Palacio de la Reina? —preguntó.
El mago asintió.
—El Muro de Hielo solo aparece en la víspera de la primera tormenta de invierno. No podemos ir antes, aunque quiera, enserio lo lamento.
—Gracias Myrddin. Esto significa mucho para mí —dijo—. ¿Qué tan peligroso es?
—Para empezar, el primer problema es no caer en el hechizo de las rosas. Después de eso, todo será sencillo hasta que tengamos que atravesar el Muro. Y posiblemente moriremos congelados en el camino.
Esas palabras en lugar de confortarla, solo la hicieron sentir peor.
Estuvo a punto de confesarle a Myrddin que escuchó parte de su conversación con Douxie, pero prefirió no hacerlo. Después de todo... no sabía de quién hablaban, pero sí que algo malo le ocurriría a su mejor amigo.
—Iré después de la obra —sentenció la chica.
—¿No iremos los cuatro?
Ella negó.
—No, solo yo. Ya perdí a mis padres y a mi hermano. No soportaría ver morir a mis amigos y tampoco los pondré en un peligro innecesario. Tengo que ir yo.
Aunque esas palabras enternecieron al mago, no pudo evitar ponerse en su contra.
—De acuerdo, Lake y Domzalski ya tienen sus propios problemas. Y juré protegerte, así que no, no irás sola. Iremos tú y yo al Norte.
El timbre de la casa sonó. Eyra miró el reloj, Jim ya había llegado a recogerla.
—Suerte cuidando a ese bebé —dijo el mago soltando una carcajada.
Eyra arqueó una ceja, no le estaba entendiendo y hasta llegó a sospechar que posiblemente él estaba involucrado en algo oscuro, pero entonces, el mago sostuvo el muñeco con el pañal y solo entonces comprendió.
—Por cierto, los bebés varones se convierten en fuentes, así que ten cuidado cuando le cambies el pañal —agregó.
Eyra negó, tratando de borrar esa imagen mental de su cabeza. Tomó su bolso, espejo y teléfono y salió, no sin antes, regresar sobre sus pasos y hacerle una advertencia al mago: «¡Sal de mi habitación!».
Bajó las escaleras, encontrándose a su tío y a su mejor amigo platicando en la puerta, eso le pareció curioso, ya que Hänsel nunca los hacía esperar afuera.
—¡Pero, déjalo pasar, tío! —exclamó atrayendo la atención de ambos.
Por un momento pareció ver el enojo en la mirada de su amigo.
Ella se acercó a ambos y se despidió del mayor.
Los dos chicos hicieron tiempo caminando hasta la casa Nuñez y aunque ella iba contándole cómo cambiar un pañal y preparar el biberón, el chico no profería palabra alguna.
—¿Cuándo ibas a decirme que te irás con él? —preguntó el azabache muy molesto.
La pregunta la tomó por sorpresa.
Ella detuvo su andar y lo miró confundida.
—¿A dónde y con quién? —preguntó, aunque temía la respuesta.
—Se supone que iríamos juntos. ¡Me he esforzado mucho entrenando para poder protegerte! ¡Y ahora me entero de que piensas ir con un tipo que apenas conoces y del cual no me fío!
—Wow, no creí que te importara tanto como... para que te molestaras así.
—Pues ya ves que sí —respondió entrecruzándose de brazos—, y no estoy molesto, estoy furioso.
—Es que... es un viaje muy peligroso, ¡solo quiero protegerte! —La voz de Eyra se quebró en cuanto lo dijo. Tomó aire y continuó, ahora, con un nudo en la garganta—. Ya perdí a mis padres, no sé si mi hermano sigue vivo yo..., no quiero perderte a ti también —confesó.
El azabache resopló. Él quería reprocharle algo más, pero simplemente no pudo, no cuando ella le dio la espalda y se encaminó hasta la casa de Clara. Ahora se sintió culpable cuando la vio secándose las lágrimas; pero la culpa y el enojo no estaban balanceados y el segundo pesaba más que el primero.
Por su parte, Eyra se preguntaba cómo es que se enteró. Nunca habían discutido, pero siempre hay una primera vez para todo. Trató de calmarse, pero el sentimiento de haber hecho mal las cosas, le estrujó el corazón al grado de hacerla llorar. Clara no podía verla así, haría muchas preguntas, por lo que limpió sus lágrimas y se abanicó el rostro con las manos.
Tal vez las cosas mejorarían... tal vez no esa noche. Pues, cuando Clara los dejó a solas, el chico trató por todos los medios de tocar al bebé con la herradura mientras ella corría por toda la casa con Enrique en sus brazos. El actuar de ambos provocó que la tensión entre ellos incrementara pues, aunque parecían tranquilos, comenzaban a enojarse uno con el otro.
Y el azabache no estaba nada contento con ella, no solo por haberle omitido información, sino por no haber tenido la confianza de contarle sobre lo que sea que le estuviera ocultando. Se supone siempre se contaban todo..., hasta que él llegó.
Tal vez Toby tenía razón cuando le dijo que lo estaban desplazando; recordó entonces la sesión de estudio con Clara, cuando ella mencionó la química que Myrddin y Eyra tenían en el escenario. Y luego, la noticia de Hänsel fue la gota que derramó el vaso.
Aquella distracción bastó para que Eyra pudiera burlarlo. Logrando encerrarse en una de las habitaciones de la planta alta.
—¡Eyra abre la puerta! —gritó el chico al otro lado.
—¡No, es sólo un bebé! —respondió.
—Si abrieras la puerta podría demostrártelo, ¡pero eres tan necia!
—¡Tú lo eres más!
Cuando la chica ya no escuchó nada, salió de la habitación, pero fue emboscada. Jim le arrebató al bebé de los brazos y la empujó al interior de la habitación, encerrándola bajo llave.
Eyra golpeaba la puerta, exigiendo que la dejara salir, pero lo único que recibió por respuesta eran los gritos de Jim buscando al bebé y diciendo que había perdido el detectamanadas.
La chica, enfurecida, abrió la ventana de la habitación y saltó por el tejado, al tocar el suelo, se lastimó el tobillo. Maldijo entre dientes, pero después lo solucionaría. Llamó a la puerta, como si se tratara de alguien más y en cuanto Jim abrió, ella entró.
—¿Tú no estabas arriba? —preguntó.
—¿Dónde está Enrique? —confrontó bastante enojada, entre el dolor causado por una mala caída, la pelea que tuvieron antes y el hecho de lidiar con un bebé y la paranoia de su amigo; comenzaba a perder la paciencia.
—Lo perdí.
—¿Cómo que lo perdiste?
—Si me hubieras dejado hacer mi trabajo, nada de esto habría pasado —dijo el azabache a punto de perder los estribos.
—¿Ahora es mi culpa? ¡Jim, es un bebé! ¿Cómo va a ser un cambiante? ¡Ves cosas donde no las hay!
—¡Sí ya me di cuenta! ¡Muchas gracias por recordármelo!
Eyra trataba de mantener la calma, pero desde que llegaron, solo se la pasaban peleando y gritándose. No quería eso, siempre han sido amigos. Pero ahora lo comprendía, ¡toda esa discusión empezó por una sola persona! Pero él no tenía nada que ver a menos que...
—¿Estás celoso de Myrddin Emrys? —preguntó.
Esa pregunta lo hizo enfurecer más.
—¿Por qué lo estaría? ¡No es como que pases más tiempo con él que conmigo... o que sea más alto o tenga poderes mágicos o no sé, qué esté viviendo en tu casa!
—¡Sí lo estás! —canturreó—. ¡Estás celoso!
—¡No lo estoy!
—¡Entonces dime por qué estás enojado conmigo!
—¡Por qué tu no confías en mí!
El llanto de Enrique los interrumpió. Ambos miraron el techo. El sonido provenía de arriba.
Ella resopló.
—Por lo que veo, tú tampoco confías en mí. ¿Cómo puedes pensar cosas que...? ¡Agh! ¡Voy por Enrique!
El chico la tomó del brazo, ella se quejó, tratando de zafarse, pero el agarre se hacía más fuerte.
—No me gusta gritar, no quiero estar enojado, mucho menos contigo —dijo al fin, aflojando su agarre—. Y sí, tienes razón, en todo, ¡como siempre! Estoy viendo cosas donde no las hay.
—¿Ves? Enrique es un bebé, no un cambiante, ahora hay que calmarnos, calmarlo y cuidarlo y aquí nada pasó.
—No me refiero a Enrique —confesó.
—¿Entonces?
El llanto del bebé aumentaba y la chica comenzaba a desesperarse.
—¿Sabes qué? Creo que mejor deberías irte, no quiero decir cosas que puedan lastimarte —añadió el azabache abriendo la puerta.
Ella sintió como si la hubieran golpeado en el estómago. Jamás imaginó que su mejor amigo dijera esas cosas, pero no lo culpaba, estaba enojado y cuando las emociones están fuera de control se hacen y dicen cosas de las que después se arrepienten.
Resopló y aceptó con resignación la petición de Jim.
—Por lo que entiendo, no quieres verme ni en pintura, vale. Pero quiero que sepas, estás siendo muy injusto conmigo. —Se dirigió a la puerta a la par que el dolor en su tobillo aumentaba—. Y yo también puedo ser muy injusta.
Cerró la puerta y caminó hasta su casa. Tomó su teléfono y realizó una llamada a su amiga. Le dijo que sufrió un accidente, se cayó de la escalera y va hacia la clínica porque se lastimó el tobillo, pero que Enrique no estaba solo.
Clara se preocupó por ella, pero Eyra insistió en que todo estaba bien y que se divirtiera.
—¿Estás segura?
—Sí. Nos vemos mañana.
Cuando por fin llegó a casa, se encontró a Myrddin viendo la segunda película de Shrek. Hänsel había salido a comprar leche, y como no había nadie más, se soltó a llorar.
—¿Qué pasó? —preguntó Myrddin preocupado.
El mago se acercó a ella, dejando su película en el olvido.
—Solo me lastimé el tobillo, ¿puedes llevarme con la doctora Lake? Ella siempre ha curado mis heridas.
Myrddin la cargo entre sus brazos e hizo lo que ella le pidió. Sin embargo, algo muy dentro de él sabía que ella no estaba llorando por una lesión.
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