─── Capítulo 19. El rompecabezas

En los gélidos parajes del Norte, detrás de las amuralladas paredes de hielo, Ruslan se encontraba pintando los toques finales de un dibujo solicitado por su anfitriona.

La Reina de la Nieve mantenía su mirada fija sobre él. Vigilando cada uno de sus movimientos y con esos ojos faltos de calidez, analizaba el calor del corazón de su inocente invitado.

Aunque Ruslan sabía que no era un invitado común, él prefería llamarse... prisionero, como se sentía en realidad.

¿Qué estaría haciendo su hermana? ¿Lo extrañaría? ¿Estaría en peligro? ¿Lo pensaría?

Se sentía culpable por haber revelado el nombre de su pequeña hermana a la Reina de la Nieve, la mujer de la que la mayoría trataba de escapar. Solo esperaba que su indiscreción no la hubiera puesto en peligro; pero ¿qué iba a saber él?

De vez en cuando, la Reina se iba y la escuchaba hablando con alguien sobre Eyra. Temía que la Reina hubiera enviado a alguien para raptarla o hacerle algún daño. No soportaría saber que por su culpa y responsabilidad, su hermana corriera peligro.

Tan pronto como levantó el pincel tras el último trazo, el lienzo flotó hasta la presencia de la Reina de la Nieve. Aquella pintura, realizada con colores fríos y distintas tonalidades de azul no parecía ser agrado de la hermosa hechicera. Ese retrato, la mostraba tal y como él la veía: una bruja.

—Bueno, por lo que puedo ver... no pareces tener un talento de verdad —dijo la Reina.

Con su pálida mano, hizo un ademán que congeló el lienzo. El papel se volvió rígido y solo entonces, se quebró en miles de pedazos cristalizados.

Ruslan se cubrió la cara, evitando que alguno de los cristales le hiciera daño alguno

La hermosa mujer se puso de pie y sosteniendo con firmeza su cetro, dio un solo golpe al piso resplandeciente. Grietas resplandecientes se abrieron paso hasta el muchacho de cabello castaño, el frío se apoderó de su cuerpo, recorriendo cada parte de él hasta llegar a su corazón.

Ruslan cayó de rodillas, llevándose una mano al pecho, su rostro palideció y sus párpados se oscurecieron. El muchacho cerró los ojos al tiempo en que su cuerpo temblaba. Llevó ambas manos a su boca y sopló aire cálido, en un intento por mantenerlas calientes; frotó un poco y se abrazó a sí mismo.

Al abrir los ojos, se encontró ante los pies de la Reina, su blanco vestido ondeaba sin siquiera haber viento. Un brocado plateado decoraba la falda. Alzó la mirada, encontrándose frente a frente con esos ojos gélidos que no mostraban emoción alguna.

—¿Tienes frío, Ruslan? —pronunció la hechicera, extendiendo una mano que el chico aceptó—. ¿Sientes frío? —volvió a preguntar, esta vez depositando un beso en su frente.

Ruslan se estremeció.

—Su beso es muy frío, tan frío que duele —respondió todavía encogiéndose aún más.

La mujer esbozó una débil sonrisa que a Ruslan le pareció muy hermosa. Él parpadeó un par de veces, dándose cuenta de que poco a poco, la visión que tenía de la Reina iba cambiando, hasta verla completamente diferente.

Le pareció ver a una hermosa princesa de cabello castaño y brillantes ojos marrones; con labios de cereza y una mirada amorosa.

—No voy a besarte más —dijo esa bellísima princesa.

Ruslan entristeció.

—Pronto no sentirás frío y olvidarás todo en esta vida —dijo la princesa, su voz igualaba a la más hermosa melodía que sus oídos hubiesen escuchado—. Solo gozarás destruyendo personas, es lo mejor sobre todas las cosas, así soy yo. Tu corazón pronto será tan duro como los diamantes, no conocerás el júbilo, pero tampoco conocerás la tristeza, no sentirás nada. Serás como yo, sin felicidad, ni tristeza. No te importará nada ni nadie, con esto estarás contento.

Él quería decir algo, pero de sus labios no brotó sonido alguno. Los brazos de la princesa lo rodearon y con un movimiento de su cetro, el enorme salón brilló. Una circunferencia plateada abrió paso a una base de hielo compuesta por varias piezas de cristal que formaban montones de un metro de altura.

—¿Qué es...? —murmuró, aunque no pudo completar su frase.

—Sé de buena fuente que adoras los rompecabezas.

Y, como si estuviera en una ensoñación, Ruslan caminó lentamente hacia los montones de cristal. Eran piezas transparentes que pertenecían a un rompecabezas, uno de miles de piezas.

—Así es Su Majestad —respondió tomando entre sus manos una de las piezas.

La perfección con la que estaba cortada lo deslumbró. No había visto un rompecabezas en años; el último lo había armado con... con...

Ruslan negó, no recordaba a la persona con la que había armado ese último rompecabezas. Se rascó la cabeza y se forzó a recordar, más esa imagen permanecía borrosa, en colores amarillos y azules. Aunque no importaba ya. No sabía a quién extrañaba y tampoco recordaba el nombre cuya inicial era E.

Volvió a negar con la cabeza y tomó otra pieza, la estudió, analizó la forma y la unió con la primera pieza que tenía en la mano izquierda. Al encajar a la perfección, estas resplandecieron y se incrustaron en la base circular que rodeaba la sala del trono.

El brillo del rompecabezas lo hipnotizó, provocando el deseo de continuar con la tarea de armarlo. Así que, hincándose, comenzó a rebuscar entre las piezas todas aquellas que encajaran y sonreía cuando lo conseguía.

Se tardará toda una eternidad en resolver el rompecabezas —escuchó murmurar a la princesa a su lado, pero le restó importancia.

Solo quería armar ese rompecabezas, un reto que estaba dispuesto a cumplir.



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