─── Capítulo 10. Ensayo


Eyra Blanche estaba preocupada. El viernes no había podido acompañar a sus amigos a su primer día de entrenamiento, sin embargo, se enteró de lo ocurrido gracias a Tobías; el único problema era que todavía no había conseguido contactar a Jim.

Con autorización de Vendel, Myrddin fue a vivir a la casa Blanche, Eyra quería mantenerlo bien vigilado, por lo que al mago le dieron a elegir entre dos opciones: estar acompañado de Silbrig o vivir en Mercadotroll en las mazmorras. Eligió la primera por ser la menos fría y colgante de las opciones; pero no le resultó muy bien, pues, cuando intentó escapar, la pequeña comadreja le mordió la nariz, la barbilla e incluso las manos. Fueron las marcas de colmillos lo que le hicieron retractarse de sus continuos intentos. Eso y los trucos y personalidad de Hänsel Schubert, lo que le parecieron interesante.

En cuanto a su mejor amigo, tuvo intenciones de ir a visitarlo, pero la única vez que trató de ir, fue golpeada en la cara con el amuleto de la luz. Lo recogió y guardó en su bolsillo, aunque en realidad quería lanzarlo de vuelta a su dueño, esperanzada a que lo golpeara de la misma manera.

Eyra jugaba con el amuleto entre las manos, y se preguntó qué habría pasado si la hubiera elegido a ella. Cerró los ojos y se dejó llevar por el aroma a mantequilla que inundaba su casa.

Hänsel preparaba galletas, Silbrig perseguía un pájaro y Myrddin estaba sentado en el techo, mientras Eyra descansaba en su balcón, contemplando el horizonte, que resultaba ser una de las vistas de la casa Lake.

«¿Y si lo lanzo? ¿Me cobrará la ventana?», se preguntó.

Tomó asiento en un pequeño taburete y sacó el espejo de su padre; su reflejo en él lucía preocupado y triste. El moretón en su frente no ayudaba a mejorar su aspecto. Guardó el espejo y usó su celular para realizar una llamada que no fue atendida, intentó un par de veces más, pero el resultado siguió siendo el mismo.

¿Tan malo había sido su primer día?

—Creí que estarías más emocionada por la obra.

La chica de cabellera rubia se levantó de su asiento, se acercó a Hänsel que llevaba en manos una charola con galletas y leche chocolatada. No lo había escuchado entrar.

—Lo estoy, solo... me preocupa Jim —respondió mostrando el amuleto—. ¿Así o más evidente que renunció?

—¿Por lo de Draal?

Ella asintió.

Después de lo ocurrido el jueves en la noche, Eyra le contó todo a su tío, incluyendo el asunto de su hermano y la participación de Myrddin.

—Ni siquiera atiende mis llamadas —agregó dejando caer la cara entre las manos—. ¡Él siempre me contesta el teléfono!

Hänsel dejó la charola sobre el escritorio y se sentó a su lado.

—Ya se le pasará —dijo posando una mano sobre el hombro de su sobrina—. ¿Quieres galletas? Están ricas.

La chica sonrió. Tomó una de las galletas y las disfrutó como si nunca en su vida hubiese comido una.

—¿Y qué harás con Ruslan?

Eyra se encogió de hombros.

—Es obvio, iré a rescatarlo —respondió.

—¿A dónde?

—No lo sé, pero Myrddin me va a ayudar a encontrar ese Palacio o si no... —Alzó un puño—. Silbrig lo golpeará de nuevo.

Hänsel no pudo evitar reír.

—Nadie ha podido encontrar ese Palacio, princesa —murmuró para el desconcierto de su sobrina.

—Pero yo lo haré, Jim lo prometió, además ahora es el cazatroles... bueno, primero le devolveré el amuleto, y con Myrddin como guía, ¡salvaremos a mi hermano!

El entusiasmo de la joven Blanche era contagioso, más no para Hänsel, quien, por su expresión, no parecía del todo convencido.

—Pero si quieres salvarlo hay que derrotar a la Reina de la Nieve —añadió Schubert.

Los ánimos de Blanche se desvanecieron.

—Y olvidaste ese detalle —afirmó arqueando una ceja.

—¡No! Bueno un poquito... tal vez no pensé en eso, pero en mi defensa..., no nada. —Se cruzó de brazos—. ¿Cómo vencerla? ¿La lanzo a un horno y que se derrita como mantequilla?

—¿Enserio? ¿No puedes pensar algo mejor?

—No puedo pensar cuando sé que Jim está triste. Y si él está triste, yo estoy triste.

—¿Estás segura de que no te gusta? —preguntó Hänsel dándole un sorbo a su leche.

Eyra se ruborizó.

—Pues me gustan sus ojos —respondió encogiéndose de hombros.

Hänsel se rio.

El gran día había llegado, pero aún no había podido hablar con sus amigos. Hänsel la llevó a la escuela, lo que no le permitió esperar a los chicos y, aunque compartía horario con el joven de ojos azules, este se había mantenido distante, sentándose bastante alejado de ella.

Por un momento pensó que se trataba de la vergüenza que sentía al saber que había sido derrotado en la pelea con Draal, pero luego consideró que quizá no quería actuar en la obra con ella.

En los casilleros se encontró con Tobías, a quien acorraló.

—Hey, Tobes ¿sabes si Jim está enojado conmigo? —preguntó.

El de frenos se sorprendió ante la pregunta.

—No que yo sepa.

Ella frunció los labios.

—¿Entonces por qué no quiere verme ni en pintura?

—No tengo idea, pero ¿con quién te peleaste? —dijo apuntándole la frente con el dedo.

—Digamos que un OVNI me golpeó —resopló sacando el objeto mágico de su mochila—. Te lo encargo, ¿no?

Tobías se alejó.

—Oh, no, no, no. Dáselo tú.

—Pero...

Antes de que pudiera responder, Clara Nuñez se acercó a ellos para llevarse a rastras a su protagonista. Como pudo, Eyra metió el amuleto al bolsillo de su falda.

—¡No puedes llegar tarde al primer ensayo! ¡Todos están esperando! —dijo la latina un poco molesta—. ¿Qué te pasó en la frente? ¡Sabes qué, no importa, luego me dices! ¡Vamos!

Cuando menos se enteró, Eyra estaba parada en el escenario con libreto en mano y recibiendo indicaciones de Nuñez, quien lucía nerviosa y a la vez entusiasmada por la obra.

—¡Ah, señor Lake! ¡Al fin llega! —exclamó la señorita Janeth.

Eyra sentía desfallecer y de reojo vio a su compañero tomar el libreto que Clara le entregaba. Fingió leer las páginas y repasó mentalmente los diálogos.

Aunque intentara concentrarse en la obra, no dejaba de imaginar un interrogatorio en un cuarto tenebroso y con una sola linterna, mientras jugaba a la policía mala.

Romeo y Julieta —habló la maestra captando la atención de sus dos actores principales—, dos jóvenes enamorados (cuyas familias se odian) probarán que su amor es más poderoso que la muerte misma —entonó con teatralidad.

Eyra se sonrojó. No se imaginaba como Julieta con Jim a su lado en el rol de Montesco. Era... extraño.

Poco a poco, se fue acercando a su mejor amigo, dando pequeños pasos laterales hacia la derecha. La señorita Janeth recitaba un importante monólogo acerca del amor entre los infantes de Verona, mientras Clara Nuñez observaba por encima del libreto cada movimiento de su amiga.

—¿Estás bien? —susurró provocando el sobresalto en el chico.

—Algo nervioso. Yo... no soy actor —respondió rascándose la nuca—, y tengo pánico escénico.

—Claro, "señor discurso del héroe". No te preocupes, lo harás bien, solo mírame a los ojos si te sientes nervioso —concluyó regalándole una tierna sonrisa al azabache.

—¿Y si tu mirada me pone más nervioso?

—Entonces te devolveré este golpe —añadió llevándose un dedo a la frente.

—¿Pero qué...?

—Digamos que estoy tan salada que, por alguna razón, me llovieron amuletos mágicos —sonrió.

Eyra regresó a su lugar en el escenario bajo la atenta mirada de Clara. La rubia solo se encogió de hombros y atendió las indicaciones de la profesora.

—¡Muy bien! —exclamó la señorita Janeth—. ¡Escuchen! Necesito química en el escenario, Romeo y Julieta se enamoran a primera vista, quiero ver ¡amor, pasión, drama! Señorita Blanche, esas expresiones no son de amor, pero ya irá mejorando.

Eyra parecía asustada para la diversión de Clara.

—¿Qué tanto amor quiere, señorita? —preguntó Blanche—. ¿Quiere que mire a Romeo como si nunca lo volviera a ver o como si mi estabilidad emocional dependiera de su presencia?

—Las dos cosas.

«¿Para qué hablé?», pensó.

Los dos protagonistas intercambiaron miradas y Eyra, como si no tuviera opción se encogió de hombros y dijo:

—Haré la mejor actuación de mi vida, pero si Jim se enamora de mí, me deslindaré de toda responsabilidad. Bajo advertencia...

—No hay engaño —completó el azabache.

—Tú si sabes, Jim, tú si sabes.

—Eso fue muy... raro —dijo la chica una vez bajó del escenario.

—¿Raro como incómodo? —preguntó Jim un tanto avergonzado.

—Raro como... "le estoy diciendo versos de amor a mi mejor amigo y tengo que fingir que no lo conozco para que sea lo menos raro del mundo".

—No te funcionó —rio recordando como se ponía más roja que un tomate.

—Ya lo sé, eso me convierte en la peor actriz del mundo. ¡Y por alguna razón siento deseos de matar a Clara!

—Si te hace sentir mejor, yo creo que estuviste bien.

—No tienes que mentir, creo que sería más fácil si Clara fuera Julieta.

—O si yo no fuera Romeo, ¿querrás decir?

Eyra se sobresaltó.

—Na, tú actúas muy bien, aquí el problema soy yo, pero lo resolveré.

—¿Estás segura?

Ella asintió.

Los dos fueron hasta sus mochilas, guardaron sus respectivos libretos y Eyra sacó el amuleto con intención de regresarlo a su legítimo dueño.

—Toma, se te cayó en mi cara —pronunció la chica devolviéndole el objeto mágico—. ¿Qué es lo que te preocupa tanto?

—No lo sé, tal vez... ¿morir a los quince?

Eyra se rascó la nuca.

—Creo que a todos nos preocupa morir, tal vez no el hecho de morir en sí, sino la forma en la que lo haremos —dijo tomando asiento en las gradas, su amigo se sentó a su lado—. No tienes por qué hacerlo solo, yo te ayudaré en todo momento, solo no renuncies sin intentarlo.

Jim tomó el amuleto.

—¿Y si te pasa algo... o a Tobes?

Eyra sonrió.

—No pasará, te lo prometo, los tres hasta el final —dijo levantando el meñique—. ¡Vamos! Es la más sagrada de las promesas. Y bien sabes que yo nunca falto a mi palabra.

Jim sonrió, levantó el meñique, sellando así la promesa.

Los dos amigos tomaron rumbos separados, Eyra necesitaba urgentemente ir al baño y Jim se reunió con Toby en los casilleros. Al salir, la chica se tropezó con Myrddin Emrys quien llevaba sobre su hombro a Silbrig.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó bastante molesta por el atrevimiento del mago.

—¿Querías mantenerme vigilado no? —respondió burlón—. Es más, acabo de inscribirme y ahora seré tu compañero favorito —dijo abrazándola por encima del hombro.

Eyra rio como tonta al percibir el perfume masculino, pero reaccionó al identificar el "aroma a hombre guapo".

—¿Estás usando el perfume de mi tío?

—Solo un poco —respondió encogiéndose de hombros—. Lake y Domzalski usan esas fragancias, ¿por qué yo no?

Eyra negó.

—¡Ellos usan desodorante de "de adolescente atractivo" no perfume "de hombre guapo"!

Myrddin arqueó una ceja.

—¿Cómo huele un adolescente atractivo? —preguntó.

Eyra se sonrojó. Se pasó un mechón por detrás de la oreja y desvió la mirada.

—Hay aromas que son hipnotizantes, no sé cómo describirlo, pero, para una chica es fácil reconocerlos. Por ejemplo, Jim huele muy bien y Toby huele a una mezcla entre abuelita y hot cakes.

Myrddin la miraba como si estuviera frente a una loca.

—Eres un tanto extraña, ¿segura que tus hormonas no se están alborotando?

—Mmm no, creo que no.

—¿De acuerdo? —canturreó—. ¿No me mostrarás la escuela? Digo, soy nuevo aquí.

La chica rodó los ojos y más a fuerza que con ganas, guio al mago por la escuela. Le mostró los salones, la biblioteca, los baños, el gimnasio y los laboratorios. Y, aunque estaba tranquila, se incomodó al notar que las chicas no apartaban los ojos de Myrddin.

—¿Y cómo dices que te llamas? —preguntó Eyra—. Porque llamarte Merlín no lo creo apropiado.

—Myrddin Emrys —respondió encogiéndose de hombros—. No tengo por qué ocultarme.

Eyra se golpeó la frente con la mano.

—¿Pero si alguien se entera? ¿Qué crees que les vas a decir?

—¡Por favor! Estás más paranoica que antes...

La chica se detuvo al escuchar esas palabras.

—¿A qué te refieres? ¿Ya nos conocíamos?

El mago titubeó, levantó la vista y exclamó emocionado al leer el cartel de la obra escolar.

—¿Puedo ser Romeo?

—¡Myrddin! —gritó la chica.

El mago caminó hasta los casilleros donde varios compañeros se juntaban en un grito victorioso. Eyra le dio alcance solo para encontrar una escena un tanto peculiar: Steve yacía inconsciente en el suelo mientras los demás vitoreaban a Jim.

—Ya se te está haciendo costumbre golpear a la gente, ¿no crees Jimbo? —dijo la chica cruzándose de brazos.

El cazatroles palideció al ver a su mejor amiga de pie frente a él, conel ceño fruncido, aunque no supo qué le incomodó más, si la chica o lapresencia de cierto mago.


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