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Aquella figura masculina saliendo del pasillo, hizo que los mayores se levantarán al instante.

-- ¿Puedo ver a mi hijo? -- inquirió nerviosa la señora, aferrándose aún al brazo de su esposo.

El doctor cabizbajo, se limitó a responder por su parte. El dar esas noticias, aunque era parte de su trabajo, no le gustaba en absoluto.

Desesperado por su actitud, Park padre arrebató de un movimiento rápido, la planilla ajena.
No fue nada personal, simplemente perdió toda paciencia.

-- ¿Amnesia? -- dijo tras leer la primer hoja. Esa palabra, desconocida, por alguna razón la repudiaba.

-- Pérdida de memoria -- musitó el menor.

La pareja, se miró uno al otro confundidos. No querían creer o siquiera pensar, que su único pequeño, los había olvidado.

Tras preguntar por su habitación y abrir la puerta 13, caminaron lentamente hacia Jimin.
Quien, poseía varios cables estaban es sus brazos, la máquina a su derecha marcaba los latidos y rodeando su cabeza, estaba una venda.

-- Mimi, no nos olvides -- suplicó su madre. Tocando mientras, temblorosa y a su vez, levemente, el cabello ajeno.

A comparación de Park, ellos tenían heridas menores. Es decir, de esas que se curan con el pasar de los días.
Tras ver sus manos temblorosas, la inevitable nostalgia invadirla, recordó entonces, cuando lo acurrucaba para dormir, le cocinaba su comida favorita y lo ayudaba con su tarea.

-- Aún está bajo los efectos de la anestesia -- comentó en voz alta el hombre, intentando inútilmente, calmar a la mujer.

Pese a tener conocimiento de los cuidados, no había motivos para que el pelinegro sufriera, tenía toda una vida por delante. Un sueño que cumplir, una carrera que seguir y hasta un novio a quien, iba a ver pero, no podía.

El único sonido que invadía el ambiente, era el de sus reparaciones y la máquina de los latidos.
Típica melodía de película dramática, ahora en la realidad.

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