EPÍLOGO PRIMERO - CUATRO AÑOS DESPUÉS
Cuando Valiant me prometió noches de películas y chocolate caliente, no mentía.
Nuestra vida en Italia fue suficientemente buena hasta que decidimos que era hora de volver a Illea.
Maya se había tratado con una medicina experimental que le mantenía su sangre limpia por más tiempo que las transfusiones, lo que mejoraba su calidad de vida y devolvía a su piel un color mucho más bonito y no tan blanquecino.
Lamentablemente su estimación de vida seguía siendo mortal, ya que tarde o temprano su corazón no soportaría tanto esfuerzo por mantener la sangre limpia. Pero sí le prometía una mejor calidad, más energía y mejor situación física por mucho más tiempo.
Regresamos a Illea cuatro años después. Nicoletta nos ayudó a estabilizarnos el primer año, Marco Antonio entendió perfectamente mi renuncia a embajadora y se alegró mucho al saber que Gulietta tomaría mi lugar. No esperaba que ella fuera a meterse en política, porque la menor de los Volutto solo quería dedicarse a la danza. Pero al parecer en Illea ejercía ambos, lo que nos abrió las puertas para regresar y que Valiant pudiera ingresar a un buen teatro.
La cosa sucedió así:
Durante nuestra vida en Italia con Valiant nos dedicamos a buscar un objetivo para nuestra vida. Ambos éramos artistas de cuna, lo que nos ayudó a reforzar nuestros talentos en las escuelas más prestigiosas del Tratado de los Alpes. Él consiguió roles protagónicos en varios musicales mientras yo me dediqué, sin buscarlo, a la enseñanza de música. No me había percatado de cuánto me gustaba enseñar. Siempre vi mi talento como algo a lo que sacarle dinero para sobrevivir, pero en Italia descubrí que el talento se pagaba mejor si lo traspasabas de una persona a otra.
No necesitaba nada más.
En Italia vivíamos en un departamento pequeño pero bien mantenido —y algo lujoso—, que pertenecía a Bianca, la hermana mayor de Nicoletta.
No pagábamos arriendo pero debíamos mantenerlo bien cuidado. Por suerte nunca tuvimos ningún problema.
Los inviernos eran más fríos que en Illea. La nieve cubría la ciudad de tal forma que no se podía salir. Se decía que antiguamente aquella zona era mucho más calurosa, pero con los cambios que había tenido el planeta, además de las guerras que estropearon el ecosistema, el clima era tan ambiguo como en Ángeles.
Desde el primer día aquel departamento se sintió como un hogar. Y no era por lo acogedor. Era porque nosotros lo hacíamos así. Contaba las horas para volver a casa del trabajo. Era una ansiedad asombrosa. Me reía sola todo el día, recordando chistes, sonrisas y sensaciones.
Había algo en nuestra vida que hacía todo más acogedor. Jamás creí que viviría algo tan bonito. Valiant no solo era mi novio, era más que eso. Era un amigo, podía confiarle mi vida y sabría que siempre estaría todo bien; era mi confidente, no había nada que no supiera de mí, y me daba la seguridad de poder hablarle sobre mis miedos e inseguridades sin temer ser juzgada; era mi maestro, había aprendido muchísimo de él, sobre coraje, valor, integridad y sobretodo resilencia; y además... éramos amantes. Había aprendido a descubrir un lado de mí que ni siquiera sabía que existía. De solo pensarlo sentía que un animal dormido despertaba abruptamente esperando a ser alimentado.
Había muchas cosas que nos definían. Aún recordaba cuando recién habíamos arribado a Italia y cómo fue que nuestra relación se fue afiatando a través de detalles tan únicos como sorprendentes.
El departamento estaba en un quinto nivel y era el último del edificio, con una bella azotea. Una chimenea decoraba el centro de la sala principal y el humo escapaba por una torre que salía del techo.
Al inicio no teníamos muchos muebles, solo nos preocupábamos porque Maya estuviera cómoda. Le Habíamos armado una habitación con todas las comodidades posibles para su tratamiento en casa.
En esos momentos estábamos recién adaptándonos, así que no nos preocupamos mucho por nuestras propias comodidades, razón por la que como aún no teníamos habitación solíamos dormir frente a la chimenea en invierno, en el suelo o sobre un sofá. Con el tiempo aquel rincón se transformó en algo nuestro.
Pero todo comenzó de un modo diferente.
Nos habíamos prometido tomar las cosas con calma. Conocernos mejor, ver si la vida efectivamente nos llevaba por buen camino. Y maravillosamente así fue.
En Valiant encontré a alguien que me hacía reír día y noche. Tenía un humor liviano, siempre me sacaba alguna risa. Pero además, me encantaba con su comportamiento. Siempre humilde, siempre modesto. Sin darse cuenta de todo su potencial como ser humano. A pesar de que yo se lo decía todo el tiempo, él solo me lo agradecía con un beso y con detalles que estaban intrínsecos en cada una de las palabras que me prometió aquel día en la bienvenida de Philippo.
Las noches frente a la chimenea se habían convertido en películas y chocolate caliente. Era como un ritual de todas las semanas. Tenía que haber por lo menos un día que fuera así, en aquel rincón.
Ya llevábamos casi cuatro años viviendo en Italia, y aunque en esos momentos ya teníamos habitación propia, la noche frente a la chimenea siempre me ponía ansiosa. Porque era nuestro momento, nuestro lugar. El espacio donde podíamos pasar toda la noche conversando, contándonos sucesos del día, hablando de acontecimientos importantes, leyendo cartas de nuestros amigos, haciendo regalos, contando chistes y a veces incluso discutiendo, en buenos términos claro, intentando solucionar algún problema. El amor no siempre era pasivo, ambos teníamos carácter y eso era algo que me gustaba, me hacía sentir más humana y más compenetrada con él. No éramos dos malvaviscos, éramos humanos. Una pareja común con pros y contras.
Fue una de esas noches, cuando aún no teníamos habitación, que nos instalamos ante la chimenea mientras afuera caía una nevada que tenía los vidrios de las ventanas bañadas en escarcha.
La chimenea apenas conseguía mantenerse encendida porque el hielo caía por ella, pero por suerte logramos que el calor alcanzara mayor fuerza para calentar aquel espacio. Maya tenía calefacción propia, y no queríamos desperdiciar energía eléctrica más de la necesaria, solo con ella.
Las cuentas salían caras.
En ese entonces ya llevábamos alrededor de un año viviendo juntos. Aprendiendo del otro. Pero jamás atravesamos ninguna línea de forma íntima. Al menos hasta no estar listos, o hasta no saber si realmente nuestra relación estaba realmente consolidada.
Sin embargo, yo ya me había dado cuenta de eso mucho antes, solo que me daba miedo confirmarlo.
Esa noche en particular, lo descubrimos. Arropados bajo las mantas, mirando el fuego bailar lentamente ante nuestros ojos.
Durante una semana él había asistido a varias audiciones para un personaje en una obra antigua llamada "Hamlet". Las jornadas eran agotadoras y no tenía cómo saber si sería elegido o no. Esa noche llegó con una sonrisa satisfecha, pero cansada. Había ganado la audición. Recordaba haberle saltado encima junto con Maya. Celebramos con pizzas y muchos dulces. Maya ya se había adjudicado la primera fila para ver a su hermano brillar en una de las compañías de teatro más prestigiosas, no solo de Italia, sino que de todo el Tratado de los Alpes, y por ende, de Europa.
Incluso Nicoletta envió sus "enhorabuena".
Fue esa noche que todo cambió. Desde hacía mucho que sabía que no podía vivir mi vida sin él, pero ese día sellamos nuestra relación con fuego. Y fue cuando descubrí aquel animal dormido que no tenía la menor idea que existía dentro de mí.
Ante la chimenea, bebiendo nuestro chocolate en plena madrugada arropados bajos las mantas, comprendí que no necesitaba nada más para ser feliz. Después de reír y de sostener un silencio apacible por largo rato, un beso en mi mejilla me erizó la piel. Entonces giré la cara lo besé. Y de ese beso descubrí que había cosas que escapaban de mis límites. Porque Valiant... a diferencia de mí, era un poco más experimentado. Más... intenso. Así que decidí que era hora de dejar atrás los miedos. Llevábamos un año juntos. Un año poniéndole límites a algo a lo que ya no le quería poner freno. Así que me dejé llevar. Y dejé que se despertara el animal en mí.
Y me encantaba.
Me volvía loca.
Me enamoraba.
Es noche terminamos sobre el suelo de la sala, ante la chimenea, besándonos hasta el amanecer, enredados en la manta, explotando de amor.
Y descubrí que sí. Que él era lo que quería por el resto de mi vida.
...
De eso habían pasado cuatro años. Cuatro años en los que finalmente retornábamos a Illea para volver a vivir como ciudadanos comunes luego de que Maxon y Gulietta hubieran cambiado el orden de las cosas. La corona de Illea y la de Italia habían transformado al país en un lugar que ni en mis más locos sueños podría haber imaginado.
Ambos se habían casado hacía dos años. Regresamos solo para la boda, pero no podíamos quedarnos debido a las presentaciones de Valiant, que andaba de gira por Europa con un musical que nos llenaba el buzón del departamento con correos de fanáticas locas por él.
Aquello lo avergonzaba e incomodaba, a mí me causaba gracia y con Maya nos dedicábamos a leerle con burla cada una de las misivas mientras él se ponía rojo de la vergüenza.
Aquella boda real se transformó en un hito histórico. La alianza Illea-Italia era algo que forjaba una paz más allá de los límites fronterizos. De Maxon sabía por cartas y por Nicoletta. Lo último que había escuchado de ellos es que al año de casados Gullieta había tenido un hijo, Tedric.
Ansiaba poder volver para conocer al pequeño que en ese momento tendría recién cumplidos dos años, al igual que Kile, el hijo de mi amiga Marlee, que tenía tres años, y además ya iba por su segunda hija.
Gracias a Gulietta, que solía ser una talentosa bailarina reconocida, —y gracias a que Valiant también se había ganado un renombre en el espectáculo—, llegando a Illea tendría trabajo que hacer. Finalmente protagonizaría la obra que fue su sueño de juventud, cuando su madre, Christine, aún vivía: protagonizar el Fantasma de la Opera.
De solo pensar en el ajetreo de esa primera semana comenzaba a cansarme. Visitas, bienvenidas, instalarnos en nuestra casa —porque sí, habíamos conseguido comprar una casa dentro de Weverly—, y el estreno de la obra. Todo eso junto me obligaba a regular la respiración. Serían demasiadas emociones juntas.
...
La llegada a Illea fue un golpe de realidad. Pero en el buen sentido.
Todo estaba diferente, las personas estaban diferentes. Se respiraba un aire pacífico. El Aeropuerto de Weverly estaba repleto. Aunque era una zona de tráfico aéreo recurrente, jamás había presenciado tanto movimiento.
Cuando quisimos averiguar qué sucedía, un oficial, amablemente, nos explicó que se habían abierto las fronteras gracias a un nuevo tratado firmado por el rey —Maxon—, que le devolvía a sus ciudadanos la libertad de poder vivir donde les plazca. Las demás naciones estuvieron de acuerdo, así que se abrieron las puertas para todos quienes quisieran salir de Illea a buscar otras oportunidades o a conocer otras culturas.
Aunque creí que aquella cantidad de personas era lo más incómodo para poder salir del aeropuerto, había olvidado que Valiant era conocido. Así que nos tardamos más de lo necesario cuando lo acorralaron un grupo de fans.
Él, amable como siempre, respondió con sonrisas aunque notablemente incómodo. Por suerte logramos finalmente alejarnos y llegar hasta el taxi que nos llevaría a casa.
Casa. Nuestra casa. Un lugar que habíamos logrado pagar con nuestros propios ingresos ganados en Italia. Jamás creí que algo así sucedería.
La primera semana sabía que sería un poco ajetreada, no podría disfrutar de decorar, pintar y arreglar cada espacio a nuestro antojo, principalmente porque mi madre y hermanos andaban en la ciudad. Después de tanto tiempo solo queríamos vernos.
La casa en Lakedon la habían ampliado y estaban arrendando habitaciones a estudiantes, de los cuáles uno de ellos era novio de May.
Mamá quería a Valiant a su manera, de vez en cuando sacaba a relucir el haber rechazado tantas oportunidades importantes —yo sabía que más que ser embajadora mamá odiaba la idea de que no me hubiese convertido en reina—, siempre hablaba pestes de Gulietta, aunque ella era adorable e increíblemente elegante y hermosa. El porte de bailarina y reina le sentaba de maravilla.
Más de una vez criticó nuestra casa y el hecho de que Valiant pasara tantas noches ensayando, como si con eso quisiera decir que no se preocupaba por mí y por Maya. En algún momento mi paciencia colapsó y tuve que pedirle que se mantuviera callada cuando hablara de mi pareja, del hombre de mi vida, alguien que eventualmente podría transformarse en mi esposo.
Recordaba haber arrojado esas palabras sin pensar. Y solo ahí me había dado cuenta que era algo que realmente deseaba. Tal vez el vivir sin un compromiso tácito era lo que me ponía tan ansiosa todo el tiempo. El miedo a perderlo. El miedo a perder aquella vida perfecta, que no ostentaba lujos pero tenía todo lo que yo siempre había soñado. Vivir sin su sonrisa, sin sus bromas tontas, sin escucharlo ensayar las canciones a media noche —que por cierto me sacaba más de un suspiro—, cuando creía que no lo estaba mirando, no verlo bromear con Maya, intentando hacer cada día mejor que el anterior...
Cuando mi madre se marchó, esa noche me abracé a mí misma. Había prometido que dejaría que la vida hiciera lo suyo, pero esperaba que por lo menos acabara bien para los dos.
Entonces, resultó que las cosas se suscitaron demasiado rápido.
El día del estreno de la obra asistimos junto con Maya y nos sentamos en los mejores palcos de uno de los teatros más grandes del país. Las escaleras de mármol, las alfombras rojas, los tapices bordados con hilos de oro, las lámparas de lágrimas gigantes que colgaban del techo.
Se veía antiguo, lujoso, pero antiguo. La elegancia del palacio era un poco más moderna. Ese teatro no solo contaba historias sino que era en sí mismo parte de ella.
Cuando la obra comenzó jamás me sentí tan emocionada y orgullosa. La puesta en escena, los efectos especiales, y Valiant, en medio de todo. Vestido con aquella máscara blanca que cubría la mitad de su cara, como la noche que nos besamos por primera vez. La capa negra le cubría igualmente la mitad del cuerpo, para ocultar que el personaje estaba también dañado por un lado. El traje antiguo, su prestancia en el escenario, su voz...
Estaba ensimismada. Internamente me recordaba con orgullo que ese hombre sobre el escenario era mío. Mi hombre, mi novio, mi pareja. Mi corazón no podía estar más hinchado de amor y orgullo como en aquel momento.
Su voz llenaba el escenario con tanto poder que el público se mantenía en silencio. Se me erizaba la piel de tan solo escucharlo empoderarse del personaje. Ya, al final, cuando luchaba contra el antagonista por la chica, vistiendo la camisa rasgada y dejando la máscara caer mostrando el maquillaje que le había deformado el rostro, emití un grito. Valiant tenía un talento innato. Lo había visto en el escenario cientos de veces, pero aquella vez me metí tanto en su piel que quise llorar. Solo él podía interpretar con aquella emoción, con aquella pasión.
Para cuando el telón cayó, el público ovacionó de pie. Con Maya nos tomamos de la mano gritando su nombre y llorando de emoción.
Necesitaba verlo.
Así que con los permisos especiales que nos había proporcionado corrimos a verlo a bambalinas. Los actores celebraban con champaña y confeti. Cuando nos vio ya se había cambiado el traje y quitado las prótesis que le habían puesto en la cara.
Maya corrió hacia él, abrazándolo con fuerza. Valiant la elevó por los aires. Estaba pletórico.
Cuando me vio, fue mi turno de correr hasta él. Lo besé hasta que quedé sin oxigeno. Maya se quejó.
—¡Ay! No hagan eso en público —se quejó tapándose los ojos—. Voy a tener pesadillas.
—Siempre dices lo mismo y nunca te he escuchado tenerlas —rió él. Maya estaba entrando en una etapa de la adolescencia en la que todo le parecía extremo si se trataba de nosotros. Cuando nos poníamos en plan romántico corría a encerrarse a su habitación y ponía la música de su equipo a todo volumen—. Si prefieres puedes ir al salón, habrá una cena especial para el elenco, los reporteros y la familia.
—¡Además quieres engordarme y alejarme de aquí para que hagan sus cochinadas! —se quejó poniendo las manos en sus caderas. Él la abrazó y le dio un sonoro beso en la mejilla
—Y yo que mandé a pedir especialmente esos rabioles que te gustaron tanto en Italia.
Maya lo miró de reojo.
—¿Es en serio?
—¡Claro! Siempre pienso en ti.
Maya miró hacia un costado por donde él elenco estaba saliendo. Sonrió de costado.
—Tu compañero era lindo —observó descaradamente al actor que había encarnado al otro protagonista. Un chico moreno y alto.
—Es Calton, te lo presentaré después si quieres —le guiñó un ojo. Ella se sonrojó.
—¡Ay! No estoy tan desesperada —dijo dándole un golpe en el brazo—. Pero si lo pones así... —volvió a mirar por donde el elenco se había ido y asintió—. Está bien, los dejaré solos, ¡pero no demoren! O mi imaginación me obligará a tener pesadillas.
—¿Quieres dejar de imaginar cosas? —exclamó visiblemente sonrojado, yo me reí—¡Dios, eres mi hermana! ¡No deberías imaginarte nada que me involucre!
—Si fueran más disimulados no estaría tan traumada —le sacó la lengua y yo apreté los labios aguantando una carcajada. Aunque por dentro me moría de la vergüenza. Maya era una adolescente, era obvio que para ella todo lo que sucedía entre su hermano y yo no era ni secreto, ni intimo.
—Ya, vete de aquí —le pidió divertido fingiendo darle una patada en el trasero, ella lo esquivó.
—¿Viste que estás ansioso? ¡Diablos Val, guarda tus hormonas para cuando yo no esté!
—¡Lárgate! —Rió empujándola hasta la puerta por donde se habían ido los actores.
—¡Ya, me voy! ¡Pero deja de ser tan obvio! —picó ella riéndose mientras él la empujaba al otro lado de la puerta.
—¡Deja de molestar! —exclamó él con las mejillas rojas. Ella asomó la cabeza por la puerta una vez más ante de que él la cerrara con fuerza.
—Confío en ti Mer —me advirtió divertida—. Aguántense hasta llegar a la casa por lo menos.
—¡Ya, vete! —rió él totalmente sonrojado, cerrando la puerta. Yo estallé finalmente en una carcajada. Él se volteó y me vio agobiado—. ¿En qué momento se volvió tan... tan...?
—Tiene dieciséis años, déjala ser —dije secándome las lágrimas de risa.
Comenzó a reírse y yo me contagié nuevamente. Nos miramos después de un rato de silencio. Nos sonreímos y entonces corrimos y nos volvimos a besar. Cuando chocamos contra los ganchos donde estaban colgados los vestuarios nos detuvimos.
—Voy a empezar acreer que Maya tiene razón —reí mientras me besaba el cuello.
—Qué piense lo que quiera —jadeó volviendo a mi boca. Entonces, lo detuve. No porque quisiera, por supuesto. Tuve que respirar hondo cuando aquella sensación me volvió a invadir. Me miró preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado—. ¿Te hice algo? — Reí y luego comencé a llorar. Sin motivo alguno. Su preocupación se acrecentó—. No, no lo estás. ¿Qué ocurre? ¿Te hice daño? ¿Te sientes mal? ¿Te sucedió algo?
Lo miré fijamente y me invadió el miedo. Valiant acababa de vivir su sueño y estaba recién comenzando. Me comencé a sentir realmente mal. Me llevé una mano al pecho para acompasar la respiración, aquella sensación era horrible.
—¿Mer? Amor, ¿qué ocurre? Me estás preocupando, en serio —me tomó por las mejillas. Cerré los ojos con fuerza y volví a respirar para apaciguar aquella molestia. Cuando me sentí un poco mejor, los abrí.
—Tienes que saber algo —susurré, realmente estaba aterrada, aunque no había razón para estarlo. Sus manos bajaron a mis hombros.
—Hicimos una promesa hace cuatro años, ¿recuerdas? Lo que sea que nos pase lo conversaremos. ¿Hay algo que te molesta? ¿Te molestó que besara a Kim en el escenario? —especuló. Recordé la escena, pero nunca me había molestado aquello.No era celosa. Nunca lo había sido. Confiaba en él, sobre el escenario solo hacia su trabajo. Negué con la cabeza.
—Sabes que eso no me molesta —me sequé las lágrimas. Seguía llorando.
—¿Entonces qué pasa? —susurró—. Me estás asustando.
Reí, era tan tonto tener miedo. Confiaba en lo nuestro. Aunque no tenía nombre,era algo solo de nosotros. Respiré tan hondo como me lo permitieron mis pulmones, entonces lo tomé por las mejillas.
—Es algo que no sabía cómo decirte porque tenía miedo de arruinar este sueño que estás viviendo, pero creo que estoy siendo una tonta —reí bajito, el parpadeó confundido. Alcé la mirada casi avergonzada, entonces, tomé sus manos y las bajé hasta mi estómago—. No sabía cómo decírtelo y tampoco había encontrado el momento correcto —me miró impactado. Jamás lo vi abrir tanto sus ojos como en aquel momento—. Dentro de siete meses tendremos un visitante...permanente.
Entonces fue su turno de emocionarse. Las lágrimas comenzaron a caer sin siquiera parpadear.
—¿Q-Qué? —balbuceó—. No... dime que no es broma.
—No es broma —reí entre lágrimas moviendo la cabeza. Juntó su frente con la mía y empezó a reír con nerviosismo.
—No puedo creerlo, es...es —me miró con fuerza y subió sus manos a mi cara nuevamente. No me dio tiempo de reaccionar cuando me besó con fuerza. Me agarró por el pelo debajo de la nuca y profundizó el beso hasta que tuve que alejarlo para poder respirar—. Te amo... te amo, te amo como un loco —susurró desesperado contra mis labios—. Gracias, gracias por esto... es...Dios —rió con lágrimas de emoción—. ¡Eres lo más hermoso que me ha sucedido en la vida!
Mi corazón se tranquilizó al oír aquellas palabras, el miedo era absurdo. Me mantuve muy cerca de él, sintiendo su respiración al borde de mis labios.
—Tenía miedo de contarte esto justo ahora que estás teniendo éxito —confesé. Me miró entre enojado y con ternura.
—¿Cómo crees? —me regañó acariciando mis mejillas con sus pulgares—. Las tonterías que piensas. Nada que venga de ti será un obstáculo. Y esto que estamos viviendo —una de sus manos bajó hasta mi barriga—, es algo que no cambiaría ni por un millón de teatros.
—Pero te necesitaré en casa —susurré acongojada. Me besó con suavidad.
—Es mi deber como padre estar presente para ese bebé, el teatro da esas opciones, podría hasta traerlo a los ensayos —me miró fijamente—. Jamás te dejaré sola porque estamos juntos en esto.
Volví a llorar y me alejé para abanicarme las lágrimas con la mano.
—Malditas hormonas —reí—. Lloro por todo.
—Ahora entiendo esas ganas de comer helado con hamburguesas a media noche—bromeó recordando las últimas semanas. Nos reímos suavemente y nos mantuvimos en silencio, él apretó los labios—. Lamento no haberme dado cuanta, ¿te has sentido muy mal?
—No tanto, algo de nauseas matutinas y algunos aromas me molestan. He sabido ocultarlo de ti y de Maya, aunque ha sido difícil —confesé—. Dios, tu hermana se pondrá loca cuando lo sepa.
—May y Gerad también —acotó—. Al menos ya tenemos niñeros —dijo alzando los hombros mientras reía.
—Mi madre... no sé cómo lo tomará—me llevé las manos a la cara, volviendo asentir terror. Debió haber sido una mueca muy notoria porque él lo entendió al instante.
—Tu madre querrá un compromiso —dijo con calma. Me sonrojé sin saber por qué.
—Pero no tenemos que hacerlo —dije rápidamente—. Podemos seguir viviendo nuestra vida como hasta ahora.
Alzó una ceja mientras se alejaba un poco. De entre toda la ropa colgada en el perchero sacó algo del bolsillo de una chaqueta.
—Oh... es una lástima—dijo con fingida tristeza—. Y yo que pensaba proponerte matrimonio esta noche —dijo apoyando una rodilla en el suelo, levantando un pequeño anillo plateado entre sus dedos. Alzó un hombro con aire casual—. Pero si no quieres...
—¿Es en serio? —susurré volviendo a emocionarme. Él me sonrió desde el suelo.
—Estaba buscando el momento apropiado. Pensaba hacerlo esta noche después de la cena con el elenco. Pero creo que cualquier momento es perfecto, y después de tan hermosa noticia...
—Sí —dije entonces sin siquiera dudarlo. Su sonrisa se amplió—. Sí, ¡mil veces sí!
Se puso de pie y colocó el anillo en mi dedo. Era finito, una pequeña piedra brillante de color azul destellaba con la iluminación de las bambalinas.
—Perfecto —susurró cuando el anillo estuvo colocado. Ni siquiera alcanzamos a mirarnos cuando ya nos estábamos besando de nuevo. Me alzó por el aire y me giró en aquel pequeño espacio. Pasé a llevar un colgante para ropa con los pies.
—¡Sabía que esto iba a pasar! —se quejó Maya apareciendo por la puerta—. No los puedo dejar solos cinco minutos y ya están causando un desastre con sus...
—¡Nos vamos a casar! —exclamé cuando Valiant me dejó en el piso, mostrándole el anillo en el dedo. Maya abrió la boca, impactada.
—¿Qué?
—Y serás tía —dijo Valiant como si hablara del clima—. No sé, por si te interesa.
Su impresión fue tal que con su grito me llegaron a doler los oídos. Corrió hacia nosotros y le saltó a Valiant encima arrojándolo al suelo.
—¿Piensas dejar a ese bebé sin padre? —se quejó él sin aire desde el suelo.
—¡No puedo creerlo! —gritó hiperventilada—. ¡Es, es...!
Y volvió a gritar. Cerré un ojo por lo agudo del sonido.
Volvió a abrazarlo, después me abrazó a mí. Después se puso a hablarle a mi barriga que aún no se notaba, y después dijo algo sobre dejarnos de molestar con lo de las "hormonas" para darle más sobrinos en el futuro.
En esos momentos sopesé las posibilidades que ella podría tener de conocer a aquel bebé que estaba esperando y eventualmente a los que vendrían, si es que teníamos más.
Sabía que Valiant pensaba lo mismo, y aunque ninguno lo expresó en voz alta, sabíamos que desde aquel momento teníamos que involucrar a Maya en absolutamente todo, porque nunca se sabía cuándo sería su último día.
Los tres nos abrazamos, lloramos y reímos. Después fuimos a celebrar con el resto de los actores
—Valiant seguía siendo el protagonista, no podía hacerlos esperar—, mientras que en nuestro fuero interno celebrábamos por nuestra propia felicidad.
Nadie sabía lo que depararía el futuro más allá de aquellos próximos meses que se avecinaban. Y la verdad era que tal y cómo lo estábamos viviendo, haríamos todo un paso a la vez. Sin proyectarnos. Pensar en el futuro solo traía miedos e inseguridades. Ese día me prometí a mí misma vivir el presente. Disfrutarlo.
Y compartirlo con quienes amaba, porque nunca se sabía qué pasaría mañana. Y hasta ese momento, me seguía sintiendo la mujer más feliz el mundo. Y eso,quería disfrutarlo sin importarme el mañana.
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