capítulo veintidós.

A la mañana siguiente, Felix se encontró con su malhumorado padre dirigiéndole miradas molestas a Jiho y a Hana que, por invitación de Felix y Nayeon, estaban quedándose en la casa. El desayuno parecía un campo de guerra con enemigos en cada extremo. Nayeon parecía querer menguar la tensión del ambiente hablando sobre la fiesta de la noche pasada, pero ni eso lograba cambiar el mal semblante de Sungjae.

― ¿Cuánto tiempo se quedarán? ―quiso saber Sungjae, aunque su pregunta salió con la rudeza de una bala impulsada por el fuego de un cañón de guerra.

― Un tiempo..., probablemente regresaremos a Suiza junto con Felix.

― Entonces, ¿ahora pretendes quitarme a mi hijo?

Jiho enarcó la ceja, curioso, y con la misma dureza de su hijo, respondió:

― No fui yo quien lo envió allí. Además, es decisión de él, no mía.

― Pero algo debiste hacer para que quisiera quedarse.

― Él me permitió ser lo que yo quería, un bailarín, algo que aquí tú no me hubieses permitido.

― Me equivoqué al enviarte ahí ―masculló―. Te has ablandado con los años, papá.

― No recuerdo haber sido tan estricto contigo.

― Conmigo no, pero con mi madre sí.

Hana se mordió los labios, nervioso y preocupado. Jiho no era un hombre de mucha paciencia cuando de una agresión a su familia se trataba, mucho menos cuando era su propio hijo quien agredía a Hana. Por eso se fueron, para que ella no sufriese por los desplantes de Sungjae ni sufriera su crueldad.

― Ella fue demasiado permisiva contigo y yo no estuve de acuerdo con su forma de criarte.

― ¿Y por eso la dejaste?, ¿para poder acostarte con alguien más?

Jiho advirtió esa pelea. Era obvio que a su regreso acarrearía fuertes discusiones sobre asuntos sin resolver en el pasado, no por su culpa, claro, era más bien por la negligencia de Sungjae. Incluso Hana lo intentó varias veces, en algunas recibió más de los insultos que merecía.

― Papá, no seas grosero con él.

― Tú no sabes lo que esa mujer ha hecho.

― Ese mujer te dio la vida ―masculló de golpe, importándole poco el shock que pudiera sufrir su padre.

― Mi madre no es una prostituta.

― No insultes a Hana ―refunfuñó Jiho―. Hana es tu madre. Soojin no pudo tener hijos y fue su idea contratar un vientre de alquiler... Conocí a Hana cuando ella estaba en una situación económica muy inestable. Soojin lo escogió, dijo que era un buena chica.

― Y tu empezaste a acostarte con ella.

― Yo me enamoré de ella cuando estaba embarazada de ti. Tu madre lo supo y me odió por eso, pero no pude hacer mucho. Intenté olvidarme de Hana y no lo logré. Incluso después de que tu naciste yo seguía enamorado de ella.

― Ella me vendió ―rugió―. Soy un vulgar producto para él.

― Hana nunca aceptó el dinero, pidió a cambio poderte ver periódicamente. Tu madre se opuso, pero yo conseguí que se vieran. No creo que lo recuerdes, eso sucedió cuando tú eras un niño.

― ¿Después sólo quiso olvidarse de mí?

― Quise volver a verte, pero Soojin me lo impidió. Ella me demandó por incumplir un contrato, supuestamente, y estuvieron a punto de enviarme a la cárcel por sus acusaciones. Jiho logró que ella retirara la demanda, pero tuve que irme de Corea.

Sungjae torció los labios. Su corazón latía frenético, casi demasiado cerca de un ataque. Él solo conocía lo que le había dicho su madre. Soojin le inculcó un profundo odio hacia su padre cuando el cumplió diecisiete años. En aquella época, Jiho y Soojin tuvieron muchos problemas, grandes peleas que lastimaron a Sungjae. Cuando ellos se separaron, tres años después, su madre le reveló su versión de la historia. Dijo que Jiho no los amaba y que por ello los abandonó para irse con alguien más. Sungjae creyó en esas palabras. Y cuando su padre volvió, un año más tarde, pidiendo la custodia de Sungjae, Soojin intentó llevarse a Sungjae lejos. La mujer estaba enloquecida de rabia y de dolor. Jiho no la culpaba, pero esperaba que se comportara como una mujer madura, no como una niña. Jiho logró tener la patria potestad de Sungjae cuando Soojin fue internada en un psiquiátrico, pero Sungjae ya era un adulto ante la ley y no esperó poco para marcharse del lado de su padre y empezar su propia vida.

― Yo amo a tu madre..., y nunca quise lastimar a tu Soojin. Lo lamento.

Sungjae no quiso responderle, y a penas pudo sostenerle la mirada a esa persona que decía ser su madre.

― Váyanse ―masculló, luego de un tiempo.

― Papá ―rugió Felix―, ya basta. ¿Piensas juzgarlo otra vez?

― Es algo que no entiendes.

― Claro que no entiendo tu postura. Pero si no piensas cambiar de opinión, entonces yo tampoco lo haré. Si resuelves esto de corazón, me quedaré, pero si seguirás negándolo, ya no volveré.

La advertencia hizo temblar a Sungjae, casi demasiado como a Nayeon. La esposa de Lee estaba francamente aterrada de perder a su hijo por la terquedad de su marido. Ya se alejó de la familia Lee cuando se casaron debido al repudio de Sungjae hacia sus padres. Recuerda que por la negligencia de Sungjae, Jiho y Hana no se casaron tempranamente. Tuvieron que esperar mucho tiempo, luego de que Felix incluso naciera. Después ellos se fueron y mantuvieron una parca comunicación.

― Regresaré en la noche ―dijo y salió de la casa. Él mismo tenía un problema con el cual lidiar.

La puerta se cerró tras el muchacho y la sala volvió a sumirse en un silencio espantoso. Hana temió acercarse a su hijo, pero lo intentó. Sus piernas temblorosas caminaron tres pasos hasta el hombre que mantenía el rostro apartado, estiró los brazos y alcanzó los hombros de Sungjae en un suave apretón.

― Intenté muchas veces hablar contigo. Te busqué, te envié cartas, intenté llamarte y envié muchos mensajes, pero todo fue en vano. Rechazaste mis cartas y mensajes, no quisiste recibir mis llamadas y me echaste de tu casa cuando vine a visitarte.

― Humillaste a Hana esa vez y por eso me la llevé lejos de ti. Me dolió dejarte tanto como a ella, pero la lastimabas..., quizás no fue la mejor solución.

― Sungjae, por favor ―dijo Nayeon, tomándolo de la mano, aquella que tan tensa parecía a punto de quebrarse―. Ya no te distancies de ellos, o te quedarás solo.

―... Bebé, por favor, perdóname ―le pidió Hana, acariciando el rostro de Sungjae.

―... No sé si ahora puedo llamarte madre, pero voy a intentarlo ―le prometió bajo una vaga sonrisa.

Felix condujo por las calles de Seúl, el sol de medio día era intenso tal como el tráfico irritante. Se sentía demasiado ansioso como para soportar la espera. Los semáforos en rojo de la ciudad parecían burlarse de él haciendo su camino aún más largo. No importaba la ruta o si trataba de evitar el tránsito, siempre parecía que no era su día de suerte. Luego de una hora, poco más o menos, llegó al barrio donde hace cinco años solía vivir Bang Chan. Fue al edificio y pregunto por el boxeador, pero el encargado le dijo que el hombre se hubo mudado desde hace ya varios años. Felix se encontró más desesperado que antes. Entonces llamó a Jeongin.

― Dame su dirección ―pidió de golpe, saltándose el saludo y la cordialidad.

― Así que fuiste a buscarlo ahí ―se mofó el joven.

― Jeongin, hurry up.

― Anota.

No tenía dónde anotar, lastimosamente, pero confiaba en que su memoria no le fallara ahora. Escuchó con cuidado la dirección y las indicaciones que le dio Jeongin para llegar. Reconoció la zona residencial bastante exclusiva y algo alejada del centro de Seúl. Condujo aprensionado, casi demasiado rápido hasta llegar a la pintoresca casa con un jardín frontal y trasero. Grande y de color blanco y negro. Tenía un par de árboles alrededor y, según alcanzó a ver, un montón de juegos de niños en el patio. Se acercó y llamó a la puerta. Escuchó unos pasos acercarse y un gran bullicio, entonces abrieron y lo recibió un niño pequeño, de no más de seis años y tras de él venía Bang Chan.

― ¿Felix?

― Hola, Bang Chan.

― ¿Qué haces aquí?

― Necesitamos hablar ―mencionó, viendo al pequeño que se ocultaba tras las piernas del boxeador. Le pareció tierno y una copia perfecta de Bang Chan.

꒰୨ 🍻 ୧꒱

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