Desvelo.
Día 27. Alma de Oro y un colado del Lienzo Perdido.
Cerró el libro que estaba leyendo y se quitó las gafas de lectura considerando sí debía encender una nueva vela o finalmente se retiraba a descansar. Miró la hora en su reloj de pared y vio que pasaban de las tres de la mañana.
Degel, lanzó un sonoro suspiro. Sabía que el desvelo le cobraría factura durante el día, pero no había podido evitarlo, el libro que le había regalado Kardia, era realmente interesante. Algo que no pasaba a menudo, pues los libros que solía regalarle su amigo, terminaban en algún rincón profundo de su biblioteca.
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Observó con pesar los relámpagos que iluminaban el cielo nocturno. Las espesas nubes ocultaban la luz de la luna, su fiel compañera, en esas noches de desvelo.
Hilda de Polaris, lanzó un sonoro suspiro y apretó sus manos en el pecho, recordando los ojos verdes del caballero que le había robado el corazón.
—Aioros —pronunció en un quedo murmullo a la solitaria noche.
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—Dicen que los desvelos suelen estar asociados con el amor.
Lyfia, que estaba sentada sobre una fría roca, observando el firmamento con mirada ausente, se volvió hacia Frodi, quien se sentó a su lado.
—Algo hay de eso —respondió la joven con una tenue sonrisa.
—¿Pesando en tu caballero de oro? —preguntó ocultando bien sus sentimientos. Lyfia negó.
—En ti —aseguró antes de depositar un suave beso en la mejilla de un sorprendido Frodi.
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¡Gracias por leer!
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