Día 2: Medusa
Medusa.
La que alguna vez fue una mujer hermosa, condenada al exilio eterno a causa de la pasión de un dios, condenada por el crimen de alguien más. Para algunos un castigo de una diosa que se sintió asqueada por lo que la mujer sufrió a manos de Poseidón, otros pensaban que era un regalo de los dioses el que ningún otro hombre pudiera hacerle daño, pero acaso se pensó en lo que ella quería, en lo que ella anhelaba olvidar.
La maldición de Medusa.
No sabía cuál había sido su pecado en alguna de sus vidas para que su alma fuese condenada cuando decidió reencarnar, es más, no sabía cómo aquellos jueces le habían dejado volver al mundo de los mortales, hubiera preferido mil veces los campos de castigo del inframundo que aquel cruel destino.
Tal vez los dioses culpables de su injusticia le han mantenido vivo. Habían dejado que las serpientes se volvieran sus protectoras en aquella cueva donde simplemente está desde que tiene memoria, no sabe a qué edad fue abandonado bajo aquellas estalactitas que se volvieron su forma de cielo, un cielo que sólo podía conocer ante el velo nocturno. Jamás podría conocer el cielo azul del que solo ha escuchado por cuentos de un molesto fantasma que conocía su existencia en aquel tétrico lugar, además de ser de las pocas criaturas que no sucumbían ante su maldición: Convertir a las criaturas en piedra.
Todo aquel ser que mirara sus tóxicos ojos estaba condenado al mismo destino, dejar su vida mortal para convertirse en su última imagen de terror tallada en el frío mármol. Era un peligro y lo descubrió en su inocente búsqueda de conocer el mundo más allá de aquel oscuro agujero.
Convirtió en una estatua un hombre, un cazador que seguramente buscaba dañar a alguna criatura indefensa del bosque, tal vez pensando que en esa cueva encontraría un oso se topó con él y antes de siquiera poderle dirigir la palabra el mortal yacía convertido en el duro material con una expresión de incredulidad, aterrado huyó de vuelta al fondo de la cueva llorando al descubrir el motivo por el cuál había sido abandonado en aquel lugar.
Pasó los años tratándose de ocultarse, convirtiendo en un espectro más de la noche, una sombra nueva en aquella cueva, un lugar frío al que se vio obligado a llamar hogar, un hogar vacío con fogatas que solo en ilusiones podría pensar que eran el sol, con criaturas temerosas de la luz que lo acompañaban donde las serpientes eran las únicas que lo escuchaban y entre siseos le contaban historias de alrededor.
Un día algo cambió. Mientras descansaba en la piel de un oso que consiguió de un caza recompensas que atrevido intento capturarlo algo perturbo su paz, el sonido de unos pasos le hicieron levantarse con violencia acomodando mejor su simple chitón a la par que preparaba un arco con flechas para utilizar ante aquellos escurridizos que pasándose de listos buscaban huir de su mirada y tomar su cabeza como recompensa, tal como la historia de la Gorgona que tenía su misma maldición.
Caminó a paso lento y escurridizo por el lugar que conocía tan bien, apagando el fuego que había en las antorchas buscando con ello dejar sin visibilidad a aquellos aventureros suicidas que buscaban enfrentarlo, sin embargo no detectó que hubiera un cambio en el andar del sujeto, cosa que lo hizo sentir intrigado.
Con ayuda de los pasillos naturales se dedicó a buscar al intruso y observar sus movimientos escurridizos, mando algunas serpientes a asustarlo colocándose de forma amenazadora frente al chico que había entrado, sin embargo este solo mantuvo una de sus manos a los muros de la cueva y siguió andando sin inmutarse.
Cansado e intrigado comenzó a avanzar directamente hacia el muchacho dejando sus pasos sonar y siendo capaz con sus ojos adaptados a la oscuridad de identificar al sujeto, miró con curiosidad sus ropas sencillas, las sandalias gastadas con pies llenos de loco, el cabello rubio y al fin sus ojos encontrándose.
Decir que se le escapó un jadeo cuando notó que el chico no se convertía en pueda sería poco, casi fue un grito seseante el que salió de sus labios, solo en ese momento notó como el chico se tensaba y tomaba con firmeza el bastón que sostenía en la mano libre del tacto de la cueva.
— ¿Hay alguien ahí? — Escuchó la voz del chico haciendo que la serpiente enroscada en su cuello se alterara ante el desacostumbrado tono agudo y lenguaje humano, al que solo estaba acostumbrado proveniente del fantasma que hace un tiempo se había ido de viaje. — ¡Puedo defenderme!
Una pequeña risa semejante al siseo salió de sus labios, tomó el arco y lo tensó colocando una flecha y apuntando directamente al rostro del intruso dispuesto a acabar con su vida pero cuando se acercó notó el color de los ojos del chico, azul, el color que debía ser el cielo despejado, el color que aquel fantasma le describió y trato de hacer que lo conociera mezclando pinturas que había hecho con frutos.
Soltó el arco y se acercó al extraño aun cuando podía sentir su nerviosismo, se acercó con las manos extendidas y tomó el rostro del rubio observándolo detenidamente, la serpiente en su cuello también se acercó curiosa, sacando su lengua haciendo que quedara muy cerca de la nariz del extraño que pareció tensarse aún más que cuando sus rostro fue apresado.
—Entras a mi casa y me amenazas. —Hablo con una chispa de gracia mientras arrastraba la lengua y ese ligero silbido seseante se mantenía muy a pesar de tratar de cuidar su manera de hablar. —Intruso.
Pudo percibir como el chico levantaba sus manos hacia las que lo sostenían buscando el tacto, quiso apartarse temeroso de que notara las ligeras escamas que partes de su piel tenían, unas escamas verdosas que temía que su primer contacto detectara y huyera despavorido de ahí o tuviera que matarlo.
—¿Eres peligroso? Tienes muchas cicatrices. –Mordió su lengua y se alejó del extraño debía recordar que debía proteger su hogar, los humanos eran los monstruos. —Qué más da... Ya fui abandonado a mi suerte, lo mejor sería que muera. — Esas palabras le hicieron alborotar, la serpiente en su cuello se acomodó aún más en su lugar y escuchó como las que estaban en el suelo movían sus cascabeles y hacían sonidos de molestia, con un silbido fino las tranquilizo y tomó la mano del invasor jalándolo al interior de la cueva.
—Mi hogar...Quédate. —Dejó al extraño en la piel donde antes estuvo sentado y le lanzó una manzana en las piernas. —Come. —Le dijo y se dejó caer en un pedazo de tela sintiendo inmediatamente como los ofidios se acomodaban a su alrededor cuidándolo como siempre.
Una historia un tanto extraña de un humano que llegó a conocer al heredero de la maldición de Medusa, un chico ciego abandonado para morir a mano de los lobos que terminó en la guarida de una criatura condenada a vivir en la soledad absoluta más allá de animales y espíritus, sin embargo tal vez alguna deidad de la justicia había decidido que era hora de recibir una chispa de luz en su corazón...
Tal vez nunca fue realmente abandonado, solo debía llegar el momento perfecto
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