Medusa

—Mancillaste un templo sagrado, la sentencia por tu pecado es la soledad eterna. Quién vea tus ojos, quedará maldito.

Esas fueron las palabras de los tres dioses cuando lo maldijeron. Ese fue castigo por mancillar en un acto carnal junto a su maestro el templo del Dios Osiris.  

Pero no lo había deseado, Yugi realmente no quería ni deseaba mancillar el templo del gran Dios del cielo, Osiris, ¡Si él estaba entrenándose para ser uno de sus sacerdotes! Para eso debía mantenerse puro y casto en todo momento. Por eso había corrido cuando su maestro intentó sobrepasarse con él, buscó refugio en el hogar de su dios, y en su ruego por ayuda al gobernante de los cielos… su maestro lo alcanzó.

Ahora debía vivir en la soledad de aquella ruina, sólo rogando el perdón divino y que nadie viniera; igual que debió desearlo aquel ser mítico llamado Medusa. Pero igual que su leyenda, alguien corrió el rumor de que existía un hermoso joven, con mayor encanto y belleza que la misma princesa, viviendo en una caverna en absoluta soledad; no faltó el curioso, ingenuo o idiota que fuera a comprobar aquello…

El joven maldito cuyos ojos de un brillante y extraño color violeta había hecho de los alrededores de su hogar un hermoso jardín de estatuas, incluso el joven príncipe de su antiguo hogar, Seto Kaiba, estaba entre las pobres víctimas convertidas en piedra.

Tal vez el mayor dolor en Yugi no era la soledad, tal vez era la eterna expresión de amor y cariño grabada por siempre en el rostro de su príncipe.

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