Fictober Día 2: Destello.

Era una fría noche de invierno en la que el joven Arthur Kirkland murió, tenía apenas 23 años cuando la muerte lo recibió en su manto; sin embargo no fue capaz de cruzar el camino al más allá. Su muerte inesperada no fue aceptada por el británico, no podía creer que su existencia se había esfumado perdido en una casa que no era su hogar en su amada Inglaterra, no podía creer que la vida se le había escapado como agua entre las manos, por eso su fantasma quedó atado a la casa, una casa que le traía infinidad de recuerdos mientras se hundía en la oscuridad del lugar.

Estaba solo, envuelto en la frialdad de la muerte y la oscuridad de la mansión. El día que murió su servidumbre cerró las puertas y ventanas de la casa, lo envolvieron en la soledad y la oscuridad antes de que la última puerta fuera cerrada llevándose todo rastro de luz y lo que fue su humanidad.

Se dedicó años a rondar por la casa, mientras sentía un vacío donde ahora su muerto corazón ya no estaba, cada día no podía evitar tocar su pecho imaginando el palpitar que una vez inundó su pecho con miles de sentimientos y algunos que le hubiera gustado experimentar, como el latir violento de un corazón enamorado o la euforia cuando ríes como loco por una mala broma, emociones que nunca pudo experimentar y ahora añora al menos tener un recuerdo que le hiciera imaginar un latido en medio del vacío y silencio eterno.

Un día mientras flotaba fingiendo estar sentado en el gran recibidor de la casa un destello de luz apareció en la puerta, al principio creyó que hasta los fantasmas podían enloquecer, aunque para él su cordura lo había abandonado desde hace mucho tiempo, intentó alcanzar la luz poco a poco, estirando la mano lentamente y con algo de temor.

Cuando al fin alcanzó la luz por un instante, esta se volvió más y más brillante y aunque no lo necesitara cubrió sus ojos y ante él las puertas principales fueron abiertas en par en par eliminando la oscuridad en la que el inglés siempre vivía.

Una silueta apareció cubriendo la luz, era la figura de un chico alto lleno de seguridad a pesar de solo tener una mochila en el hombro y una escoba en la mano, Arthur lo miró con el ceño fruncido por la entrada tan estrepitosa, pero aun así rodeo con curiosidad el cuerpo del joven cuando este ingresó en la casa, lo analizo de pies a cabeza deteniéndose varias veces en su sonrisa, la miró durante un instante

"bum, bum"

Llevó las manos a su pecho asustado, sabía que no había nada en su pecho sin embargo el sonido fue completamente real en sus oídos.

Ya no se sentía solo, no desde el primer día que a pesar de todo el chico durmió en el recibidor usando solo su mochila de almohada y unos periódicos de sábanas, algo en el fantasma se removió por su nuevo inquilino desde ese instante, por eso no se preocupó en asustarlo y que dejará su hogar, algo en el fondo de él no quiso perder el destello que encontró y sobre todo no quería volver a probar la soledad y la oscuridad.

Durante días se dedicó a mirar al intruso, cada día el chico volvía con las ropas llenas de polvo, con la cara llena de suciedad y con un gesto cansado, pero en cuanto entraba a la casa tomaba una pañoleta envolviendola en su boca y se dedicaba a sacudir la casa y repararla a detalle, él solo revoloteaba a su alrededor, observando con detalle todo lo que Alfred hacía, como limpiaba con detalle la casa, arreglaba las tuberías y se disponía a restaurar esa vieja y abandonada casa y eso hacía a Arthur sonreír al volver a ver su casa tomando vida no solo por la luz natural que ahora siempre era bienvenida, más bien era el destello de la sonrisa de ese americano lo que lo hacía feliz.

Conforme los meses pasaba su antigua casa pasaba a volverse una belleza, el americano siempre le ponía empeño aunque llegará cansado de su empleo de medio tiempo en una constructora, pero lo que más le había agradado es que gracias a Alfred podía volver a disfrutar de una de las cosas que más amó durante su vida: su jardín.

Ese norteamericano se ganó su inexistente corazón con el arreglo que le dio a su decadente jardín, cada vez que observaba al chiquillo esforzarse quitando la maleza, arreglando la tierra y reviviendo las plantas, no podía evitar sonreír con eterna gratitud y llevar su mano a su pecho que si aún latiera ahora mismo no dejaría de retumbar en sus oídos.

Cada día había algo nuevo en la casa y una satisfacción crecía al ver como poco a poco Alfred convertía el lugar en un hogar, los muebles llegaban poco a poco, la primera vez que el chico durmió en una cama él no pudo evitar mirarlo con ternura y lo cubrió cada vez que la manta caía al suelo, también cuando el menor se sentaba a ver películas no podía evitar quedarse a su lado en el sofá inclusive en más de una ocasión descanso su cabeza en el cuello el otro mirando con curiosidad la película.

Una vez mientras se acurrucaba en el cuerpo del chico, en su mente cruzó el pensamiento de tomar su mano, la vio ahí extendida y con miedo de que el chico detectara su presencia lo hizo, lo miró buscando alguna reacción pero este seguía comiendo palomitas con la otra mano, sonrió y se dejó cerrar sus ojos disfrutando del ficticio latido de su corazón

Mientras en americano cayó dormido, el británico lo observó con ternura y sonrió susurrando una palabra importante para él.

—Gracias, Alfred—sonrió aún más al ver la luz iluminar la habitación, no era la luz natural, era aquella que le llamaba a irse, a volver a nacer. —Gracias por volverte un destello de luz en mi vida — El fantasma se agachó para depositar un tierno beso en la mejilla del chico vivo —Gracias por devolverme mi humanidad y por mostrarme la luz. Espero poder volverte a ver, mi querido americano.

Lo que Arthur nunca supo es que Alfred si percibía su presencia, tal vez no podía verlo, pero sabía que alguien lo acompañaba siempre, las veces que el frío estuvo a su lado en el sofá o en la cama. Arthur nunca supo que un chispa del brillo del joven jones murió después de la fría sensación en su mejilla y la llegada de la soledad a su hogar.

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