Día 8. Sempiterno.
—Arthur ¿Qué es Sempiterno? —El americano preguntó curioso desde su posición acostada en el sofá con su cabeza sobre el regazo de su pareja.
El inglés sonrió con paciencia bajando su libro favorito, cerrándolo delicadamente en el proceso mientras lo dejaba en el reposabrazos y sus manos se dirigían a acariciar las hebras doradas del chico un año menor.
—Algo que durará siempre, que perdurará hasta el fin. —Alfred solo pudo quedarse mirando a ese chico que era su adoración, aquel que con tenerlo cerca cualquier lugar se volvía su paraíso personal. El ver esos ojos hacia que se sintiera como estar en un paraje lleno de una suave hierba de vivaz color verde, el cabello salvaje rubio le recordaba el sol y esa risa que era tan fresca como una brisa de primavera.
—¿Cómo qué? —Más que no entender la respuesta, esperaba su pequeño espectáculo por venir, aquel que nacía cuando Arthur cerraba los ojos y una sonrisa amable se posaba en sus labios, el roce se volvía tranquilo y cuando las joyas de sus ojos volvían a la luz parecía que aquel chico tuviera siglos de experiencia.
—La vida, mi querido Alfred. —Un escalofrío le recorrió con esas palabras y la paciencia que aquel que juraba algún día sería su esposo demostraba.
—Pero con la muerte la vida termina, Arthur. — El mencionado podría decir que amaba cuando esos ojos azules brillaban con duda, amaba como ese chico siempre parecía vivaz y con deseos de comerse el mundo, de conocerlo todo, de descubrir cada rincón del universo. —Sin embargo, conociéndote me encantaría escuchar porque mencionas a la vida.
—No me refería a la vida terrenal, Al. Es la vida espiritual, el alma, el destino. —Las manos que acariciaban los cabellos rubios pasaron en una caricia dulce hacia las mejillas del estadounidense. —Cierra los ojos y escucha atentamente, amor. —Solamente en la soledad de ese rincón, cuando el ambiente es tan profundo y su mente y corazón se conecta con el chico que ama se permite llamarlo como lo que es: "su amor"
—Imagina un árbol. Un árbol tan viejo como el tiempo mismo, la semilla de la naturaleza, el lazo de unión de la existencia humana. En ese árbol hay miles de hojas distintas; algunas más arrugadas o lisas, otras largas o cortas. Muchos estilos de hojas para un árbol que no tiene ni un solo fruto. —Ambos rubios suspiraron tomando un tiempo para concentrarse en la respiración del otro. —Sin embargo por cada hoja existe un par, esa hojas se separan del árbol de dos en dos, bailan al viento en sincronía pero jamás nacen del mismo punto.
El isleño abrió los ojos para ver al imperativo chico de América, admirar como con esa paz podría incluso verse más joven, pero de una extraña forma también más maduro.
—Una hoja del Norte cae junto con una del Sur, una del Este cae junto con la del Oeste. —Vio como los ojos azules se abrieron de golpe, sabía que el otro preguntaría por lo cual solo le sonrió dándole una pequeña palmada en la frente callándolo al instante. —Es así porque aunque sean hojas iguales, son distintos. Polos opuestos con elementos que se atraen, que hace que bailen al viento por caminos distintos hasta que se entrelazan en una danza y hacia el mismo camino.
Hizo la seña de que iba a pararse por lo que su pareja comenzó a levantarse con algo de queja cosa que le hizo reír de sobre manera, sobre todo al saber que lo que iba a hacer le iba a quitar el mal humor a su idiota novio. Con una sonrisa coqueta bailando en sus labios tomó rápidamente las manos del extranjero atrayéndolo a su cuerpo, y aprovechando la confusión, puso una de sus manos en la cintura ajena comenzando a dirigir un baile contando los pasos para que Jones pudiera seguirlo.
—Giran y giran al viento sin saber que un día chocaran con una hoja que se ve tan igual pero es distinta, y esas diferencias las harán unirse en sincronía. Inician un camino al separarse de sus inicios, pero no hay caída al suelo, hay veces que el viento es débil y parece que caerán pero no es así, otras donde obstáculos parecen entorpecer la danza sin embargo tras muchos enredos y giros vuelven a liberarse al viento sin separarse —El americano giro sobre su eje gracias al fino movimiento de su pareja. —Esas hojas son las almas, Alfred. Las almas gemelas que nacen, y una y otra vez bailan al ritmo no solo de una vida, de muchas. Inician un viaje que cuando crees que terminará es en realidad un descanso en la espera de un nuevo aire.
Las manos más claras tomaron las bronceadas deteniendo el baile para que esas partes de su cuerpo se tocaran como si fuera la primera vez, reconociéndose por tal vez cientos de veces, pero cuando el azul y el verde se unieron en una mezcla llamada amor se dieron cuenta que como la historia contaba ellos eran un par de hojas que se había visto más de millones de veces, más que estrellas en el cielo y granos de arena en la tierra.
—Tú y yo somos sempiternos. —Las frentes de ambos se unieron, las manos se apresaron con ternura y el tierno calor de sus alientos se mezcló en armonía. —Tuvimos un inició, pero si me lo permites jamás tendernos un final, mi amor.
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