A Sucrette le gustaba una canción; esa amarga canción sobre un payaso que hacía reír a los demás mientras él mismo sentía tristeza. Y no había ninguna canción con la que se sintiera tan identificada.

Ella era el tipo de chica imposible de odiar, siempre tan simpática y graciosa, con dulces risas a cada momento y curiosas bromas que todos adoraban. Consagrada al propósito de hacer feliz a los demás.

Aunque ella misma no lo fuera. Sus noches se tiñeran de soledad y sentimientos de inutilidad; de lágrimas y lamentos silenciosos sobre la almohada. 

La triste canción, la vida de un payaso.