6. City Lights
Cansado de repetir cada año la misma rutina con mi familia, decidí hacer este fin de año totalmente diferente.
Mientras mis padres suben a su habitación para alistarse, yo corro a hurtadillas hasta nuestra cocina y tomo varios gajitos de uvas, un par de copas de vidrio y una botella de vino blanco, que se, no les hará falta. Los invitados de mamá y papá siempre suelen traerles de regalo botellas de vino para agradecerles por haberlos invitado a la cena de fin de año.
De los veintiún años que he vivido con ellos, recuerdo que solamente uno fue distinto. En esa ocasión viajamos casi por media hora a un mirador que se encuentra en una ciudad vecina, solo para esperar el año nuevo. Desde ahí vimos como los fuegos artificiales explotaban sobre la ciudad, iluminando las pequeñas casas con sus luces coloridas.
Ese bonito recuerdo siempre está en mi mente y siempre quise recrearlo, o tener uno nuevo que pudiera superarlo.
Sin embargo, ellos nunca se han animado a volver a hacer algo así.
—¿Qué haces, Gee? —escucho la voz de mi hermano a mis espaldas y casi dejo caer la canasta que tenía en mis manos, en donde estaba guardando todas las cosas.
—No digas nada, Mikey, por favor —le pido apenas me giro a verlo.
—¿Te irás? —me pregunta con gesto serio después de ver lo que yo tenía entre mis manos.
—Volveré después de medianoche, te lo prometo.
Mi hermano, tres años menor que yo, me miró con duda pero terminó asintiendo. Se acercó a mí y me dio un abrazo. Pareciera que fue ayer que compartí mi primera nochebuena y el año nuevo con un pequeño bebé que no tenía idea que los regalos eran suyos y que las luces en el cielo eran para darle la bienvenida a un nuevo ciclo de vida.
A veces me molesta lo melancólico que puedo llegar a ser. No lo hago a propósito, los recuerdos simplemente vienen a mis pensamientos y no puedo hacer más que disfrutarlos, aunque sea con lágrimas corriendo por mis mejillas; prometo que son de felicidad.
Despeino con cariño el cabello de Mikey y él aprieta mis mejillas. No podemos comentar nada más porque el timbre nos interrumpe y el cálido momento se rompe.
—Sal por la puerta de atrás, yo voy a cubrirte.
—Gracias, Mikes. Te amo mucho.
—Yo también. Ahora vete, tu noviecito no va a esperarte toda la vida.
Siento que mis mejillas se ponen calientes y muy probablemente estén enrojecidas, asiento torpe y corro escaleras arriba para tomar mi chaqueta, el celular y las llaves de casa. Creo que es lo único que necesito. Al pasar por el pasillo siento el perfume de mi mamá y sé que no falta mucho para que salga, considerando que sus invitados ya han comenzado a llegar.
Me doy prisa para bajar y pasar por debajo de las escaleras para que los señores Cavill no me miren. Llego a la cocina, tomo mi canasta y camino hasta llegar a la puerta. Giro el pomo y por fin estoy seguro en el jardín trasero.
Volteo a ver hacia mi casa, llena de luces por doquier y sonrío. Los amo con todo mi corazón pero hay muchas cosas que quiero hacer a mi manera.
Me deslizo con cuidado alrededor de mi jardín hasta alcanzar el jardín vecino. Una de las perritas llega corriendo hasta mí y me mueve la colita en saludo, le sobo la cabeza y continuo mi camino hasta verlo sentado en el suelo, con su espalda apoyada al tronco de un árbol a un lado del garaje.
Alza su mirada y sus ojos brillan más cuando me miran. Si es verdad lo que dicen de que los ojos son las ventanas del alma, entonces estoy seguro que él es mi alma gemela y a través de ese brillo puro me lo demuestra. Le sonrío y me apresuro a su encuentro, él se levanta y me espera con sus brazos abiertos.
—Te extrañé mucho, bebé —dice después de dejar un corto beso sobre mis labios.
—Yo también. Esas cinco horas sin verte fueron muy dolorosas.
Él se ríe, con esas carcajadas tan contagiosas que tiene y me hace reír a mi también. Me estruja un poco más entre sus brazos y luego toma mi mano libre y me lleva consigo hasta salir a la calle.
—Te tengo una mala noticia, Gee —dice con pesar. Yo lo miro, esperando a que continúe—. No pude conseguir el auto, mis papás se fueron a casa de mis abuelos y se lo llevaron.
—Oh, cariño. No te preocupes —le digo pero sé que mi rostro no miente. Tenía muchas ganas de ir con él a un lugar bonito, pero el mirador está muy lejos para ir caminando. La desilusión se plasma en mis facciones.
Bajo la mirada y Frank alza mi rostro al tomarme por el mentón. Se muerde el labio y prensa entre sus dientes su arete de plata.
—Tengo una solución, bebé. Conozco otro lugar al que podemos ir caminando y lo vas a amar, mucho.
Lo miro con un puchero en mis labios pero termino asintiendo y lanzándome contra él para darle un pequeño beso. Nos separamos y Frank toma la canasta de mi mano, con su mano libre me rodea la cintura y yo lo abrazo por los hombros. Así juntos comenzamos a andar, tomando la calle contraria para evitar pasar enfrente de mi casa.
Mis padres se oponen a mi amistad con Frankie, ya que ellos no se llevan bien con sus papás por un antiguo y ridículo problema que mis padres exageraron. Al contrario de Donald y Donna, Linda y Cheech me quieren mucho y por supuesto saben que soy el novio de Frankie. Ellos más que nadie nos apoyan y nos alientan a seguir juntos.
El camino se hace corto entre pláticas, risas y besos. Vimos a través de las ventanas de las casas escenas familiares muy bonitas y las suaves ráfagas de viento nos incitaron a caminar más abrazados, aferrados con más fuerza.
Tan solo faltaban veinte minutos para la media noche cuando estuvimos de frente a la imponente catedral que está en el centro de nuestra ciudad. La vi por unos instantes y luego me separé del abrazo de Frankie, le miré confundido porque la verdad, no imagino cómo podremos disfrutar de un cálido e inolvidable momento en este lugar.
—Confía en mí —dice tomando mi mano nuevamente.
Frankie jala de mí y comienza a correr hasta que llegamos a los escalones traseros que nos llevan hasta la cúpula de la catedral. Subimos los escalones de dos en dos, riendo y sin soltarnos de las manos, resbalé un par de veces pero mi novio me sostenía con fuerza y me ayudaba a incorporarme y seguir.
Llegamos sin aliento pero llenos de alegría. Son todos estos momentos al lado de Frank los que me hacen sentirme completo y querido, porque a él no le da pena hacer ninguna locura junto a mi, simplemente hacemos lo que nos hace sentir bien y lo disfrutamos, al igual que también hemos experimentado momentos de seriedad y tristeza, reafirmando que lo sentimos es algo verdadero.
Mientras recupero el aliento, Frankie se adelanta a paso rápido y le seguí. Me quedo pasmado cuando él se detiene a la par de una manta que estaba colocada sobre la blanca superficie de la cúpula. Mi novio me sonríe y me tiende su mano para atraerme hacia él, acepto su gesto y cubro mi boca para evitar sollozar cuando me acerco hasta él y veo el escenario frente a nosotros.
Desde aquí arriba las casas se miran muy pequeñas al igual que los árboles y los autos, las luces de colores parpadean y brillan con intensidad mientras que el cielo, alumbrado con sus propias centellas, nos cubre bajo su manto oscuro. Esto, en definitiva, es muchísimo más grande de lo que yo había imaginado como bienvenida al año nuevo.
Después de admirar a nuestro alrededor nos dimos prisa para acomodarnos sobre la manta, ya no falta mucho para que fuesen las doce. Serví el vino en las copas y repartí las uvas en cantidades iguales.
—Espera, bebé, la mejor parte ya viene —dijo Frankie mientras tomamos las primeras uvas.
Una campanada fuerte resonó debajo de nosotros y recordé que el campanario estaba a unos pocos metros de distancia. Me llené de mucha más emoción pues nunca había experimentado algo como esto, siempre escuchábamos las campanadas a lo lejos y entre todo el bullicio de los invitados de mis padres hablando por toda la casa.
—Deseo para este año nuevo que sigamos juntos en las buenas... —le digo tomando la primera uva y llevándola a los labios de Frank.
—En las malas —dice él, dándome otra jugosa uva a mi—. Incluso en las peores...
—Siempre juntos.
Para finalizar nuestra promesa, tomamos nuestras copas y enlazamos nuestros brazos. Nos reímos por la torpeza inicial ya que no podíamos llevar la copa a nuestros labios pero con un poco de cercanía y concentración lo logramos.
—Te amo mucho, Gee —confiesa Frankie mirándome a los ojos y uniendo su frente con la mía mientras la décima campanada resuena fuerte debajo de nosotros.
Las lágrimas llegan a mis ojos de inmediato, mi corazón se hunde en la calidez de su confesión. Es la primera vez que me lo dice y yo no puedo estar menos feliz de ser correspondido en este amor tan grande que siento por él.
—Yo también te amo muchísimo —confieso con mi voz un poco rota, por la felicidad que hay en mi.
Frankie acaricia la punta de mi nariz con la suya hasta hacerme sonreír, con los ojos brillantes le miro y recibo un pequeño beso sobre mis labios.
—Mi deseo para año nuevo es que empecemos una vida juntos —dice con la onceava campanada como testigo—. ¿Me permites ser tu compañero de aventuras y vivir la vida a tu lado?
Dicen que la doceava campanada es la más importante pues ella es la que cumple el deseo más profundo y sincero del corazón, y yo elijo creo en eso.
Bebo un corto trago de mi copa para evitar llorar y con los fuegos artificiales como testigos del amor mágico que fluye dentro de mí corazón le grito al mundo que quiero vivir un vida de ensueño junto a quien creo, es el amor de mi vida.
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