3. Nada es lo que parece
Frank realmente no quería estar ahí. Renunciar tampoco era una opción. Así que allí se quedó: recargado en una columna del quinto piso. Bebiendo vino barato, mientras observaba al resto de sus compañeros disfrutar de la fiesta de navidad de la empresa. Para él no había gran diferencia con un día cotidiano. Las mismas caras con mejores atuendos. Una mesa con bocadillos. Algunos adornos navideños decoraban los cubículos. Y los jefes sonriéndole a todo el mundo cuando normalmente los miraban con desdén.
Lo único positivo de esa fiesta era la comida y bebida gratis, además de que entre el resto de los invitados se encontraba Tucker, su gran amigo. Este le sonrió desde el otro lado de la sala mientras hablaba con otros hombres, Frank alzó un poco su vaso como señal de brindis a la distancia. Su amigo dio un trago al vaso que llevaba y le hizo otra seña a Frank para que se acercara. Frank negó con la cabeza y bajó la mirada a su reloj. En un par de horas harían el intercambio de regalos y ya podría irse sin sentirse un aguafiestas.
Fue en ese momento, cuando observó la mesa llena de regalos junto a la puerta del ascensor, que esta se cerró detrás de un recién llegado. Frank alzó ambas cejas al verlo, primero reparó en que jamás lo había visto, luego miró su rostro y algo se estremeció dentro de él. No podía negar que el recién llegado, era guapo. Tenía unas facciones perfectas, el cabello que le llegaba a la altura de los labios y los ojos más lindos que había visto. Frank se relamió los labios mientras lo observaba disimuladamente, allí parado en la entrada, buscando a alguien con la mirada, con un paquete entre las manos.
Se decidió a ir a hablar con él, así que vació su vaso de un trago y se dispuso a caminar directamente hacia él. Con la idea de ayudarlo porque al parecer no conocía a nadie y tal vez, coquetear un poco. Estaba seguro y tenía las palabras en la punta de la lengua cuando en su camino se cruzó una mujer para abrazar al recién llegado a la vez que exclamaba:
—¡Llegaste, corazón!
La seguridad y confianza de Frank se desplomó por completo, retrocedió hacia la mesa de bocadillos buscando más vino. Miró de reojo a la pareja, la mujer lo llevaba del brazo hacia el grupo reunido cerca de la ventana donde se encontraban algunos de los jefes, es decir, las personas que le caían mal a Frank. No era nada personal, pero detestaba la falsedad que emanaba esa gente y el desprecio que tenían hacia otros empleados de menor rango. Era un poco decepcionante ver al guapo extraño entre ellos, pero Frank ya estaba acostumbrado a meterse con quien no le convenía.
—¿Ya viste algo interesante? —preguntó Tucker tomando un bocadillo. Frank rodó los ojos porque odiaba que lo conociera tan bien—. ¿Qué? —dijo fingiendo confusión.
—¿Los conoces?
—¿Por qué lo haría?
—No lo sé, será porque te encanta hablar con todo el mundo.
Frank estaba en lo correcto, si no estaba al tanto de algo en la empresa solo bastaba con preguntarle a Tucker. Él lo sabía todo con lujos de detalles y no sabía cómo pero jamás era mentira.
—No hablo con todo el mundo —se encogió de hombros—. Solo con las personas correctas.
—Entonces sabes quién es él— afirmó Frank.
—Se llama Gerard, está en el área de soporte técnico, entró a la empresa hace unos meses por su amiga.
—¿Amiga? — preguntó confundido y los observó.
La mujer de cabello negro tenía agarrada la mano de Gerard con los dedos entrelazados y Frank estaba seguro que los vio besarse.
—Hacen todo lo posible por verse como una pareja —señaló Tucker mirándolos sin disimulo—. ¿No es extraño? Tal vez me equivoco, pero me parece forzado y no es la primera vez que los veo.
Frank no dijo nada al respecto. Se los quedó mirando, como ella hablaba con alguien mientras quien la acompañaba parecía aburrido con la conversación. En un momento las miradas de ambos se encontraron y la cara de Frank se volvió roja cuando Gerard le sonrió. Volteó y escondió sus coloreadas mejillas detrás del vaso de plástico. Gerard continuó mirándolo con una coqueta sonrisa en su rostro, ni siquiera notó que Tucker era el espectador de la situación.
Durante el transcurso de la noche, las miradas siguieron y el alcohol comenzó a subirse a las cabezas de todos. Frank comenzó a seguirle el paso a Tucker y comenzó a hablar con sus colegas, intentando ignorar las miradas de Gerard para no ilusionarse.
Cuando faltaba menos de una hora para la medianoche, Frank se miró en el espejo del baño y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Estaba tan ebrio. De todas formas, aún no tenía el valor para cruzar al otro extremo de la sala y hablar con Gerard. Porque en toda la noche no se había separado de su "novia". Solo eso necesitaba, un momento, los dos a solas y comprobar que las miraditas eran reales. Se levantó las mangas y mojó su cara con agua fría buscando aligerar la borrachera.
—Bonitos tatuajes —oyó a sus espaldas y miró a través del espejo.
Gerard lo miraba con una sonrisa extraña producto del alcohol en su cuerpo. Frank agachó la cabeza mordiéndose el labio cuando volteó, agradeciéndole al universo por escucharlo.
—Gracias —se secó las manos en los jeans.
—¿Qué dice? —preguntó con mucha curiosidad.
Sin el menor pudor se acercó y tomó sus manos para leer el tatuaje que llevaba en la primera falange de cada dedo. A Frank se le cortó el aire en ese instante, las manos de Gerard estaban calientes a comparación de las suyas y tenerlo tan cerca era mejor de lo que imaginaba.
—¿Halloween? —agregó.
—Es mi celebración favorita —apartó las manos para sostenerse del lavamanos—. Es una estupidez, lo sé, es que...
—También la mía —lo interrumpió, soltó una risita y se acomodó a un lado de Frank—. Es el único momento en que los raros nos sentimos cómodos —reflexionó con la mirada baja.
Frank no descifró si fue el comentario profundo o por cómo arrastraba las palabras, pero notó enseguida que Gerard estaba tan pasado de copas como él.
—No pareces raro —señaló Frank, entonces Gerard lo miró a los ojos.
—No me conoces.
—Es cierto. Soy Frank —le tendió una mano—. Trabajo en ventas.
—Gerard —le estrechó la mano y Frank la apretó con firmeza, lo que le dio una corriente eléctrica a Gerard haciéndolo sonrojar.
—¿No tienes tatuajes? —preguntó mirándolo de pies a cabeza.
—No. Me encantan, pero le tengo terror a las agujas.
—Eso es solo un detalle. Hay otras técnicas —notó que Gerard llevaba un bolígrafo en el bolsillo de la camisa—. Mira —tomó el bolígrafo, luego la mano de Gerard y dibujó una carita feliz—. Ya tienes uno.
Ambos rieron por lo ridículo o lo sencillo que era, no sabían, solo sabían que disfrutaban de la compañía del otro.
—Mi turno —dijo Gerard robándole el bolígrafo y se acercó más a él. Miró sus antebrazos y su cuello, pero no vio ni un hueco donde dibujar—. ¿Tienes todo el cuerpo tatuado?
—Casi todo el cuerpo.
Lo primero que se cruzó en la ebria cabeza de Gerard fue si tendría tatuado el pene.
—Casi —repitió Frank como adivinando sus pensamientos—. Aquí está bien —señaló debajo de su sien.
Entonces Gerard comenzó a dibujar, su concentración lo llevó a acercarse más. Chocando su torso con el brazo de Frank. Inundando su oído con su aliento. Frank se relamió los labios y cerró los ojos.
—Listo —se apartó un paso—. ¿Te gusta?
—¿Un muérdago? —miró su reflejo y no logró entender por qué aquel dibujo.
—¡Feliz navidad! —celebró Gerard y tomando la cabeza de Frank le estampó un sonoro beso sobre el dibujo.
Luego de besarlo rio, rio a carcajadas por el alcohol y la cara de sorpresa de Frank. Rio por haber tenido el valor de quitarse un poco las ganas que traía desde que lo vio. Frank siguió estático, tomándose la mejilla besada. Gerard al ver que no decía ni hacía nada imaginó lo peor ¿Frank era hetero? No llegó a analizar la pregunta que en ese momento Frank lo tomó por debajo de las orejas y lo besó en los labios. Entonces Gerard lo abrazó y cuando la lengua de Frank comenzó a explorar su boca, él metió las manos bajo su camisa. Frank lo acorraló entre su cuerpo y el lavamanos, bajó las manos y cuando estaba a punto de desprender el tercer botón de la camisa de Gerard, la puerta se abrió. Gerard apartó a Frank de un empujón y ambos miraron a la entrada. Tucker los miró a ambos una milésima de segundo y se tapó la cara con las manos.
—Solo venía por Frank —balbuceó—. Está por comenzar el intercambio de regalos.
—Disculpen —murmuró Gerard y cerró la puerta al salir con el rostro rojo de pena.
Tucker se destapó la cara y se acercó a Frank dudando de si debía preguntar al respecto.
—¡¿No sabes golpear?! —exclamó Frank furioso.
—Es un baño público, Frank. ¿Quién carajos golpea la puerta de un baño público?
—¡Okay! Tú ganas —respiró hondo—. Por suerte fuiste tú.
—Me debes una —notó el dibujo en la sien de Frank—. ¿Eso es un muérdago?
—Vamos por nuestros obsequios —respondió para desviar el tema y arrastró a Tucker fuera del baño.
Todos los invitados se reunieron alrededor de la mesa llena de paquetes. La entrega fue al azar y lo más curioso fue que ese año todos los invitados solo sabían el apellido de la persona a quien debían hacerle un obsequio. El objetivo era que no se asumiera el género de nadie.
—Este es para... —Una de las mujeres leyó la tarjeta—. Way.
Frank se sobresaltó porque se trataba de su regalo. No lo había pensado mucho, ni siquiera sospechaba quién podría llevar ese apellido tan particular. Si se trataba de algún jefe moriría de risa por su cara de vergüenza cuando lo abriera. Buscó una buena ubicación para ver quien se acercó a la mesa y el corazón se le detuvo cuando vio a Gerard rasgando el papel que cubría la caja rectangular.
—Vaya —exclamó Gerard sonriendo.
—¿Qué es? —preguntó la mujer que le entregó el obsequio.
Gerard tomó su regalo y lo mostró a los demás con gracia. Era una botella de lubricante bastante grande. Varias risas se oyeron entre los presentes y Frank solo quería que en ese momento el suelo se lo tragara.
—Muchas gracias —dijo Gerard y leyó la tarjeta—, ¿Iero?
Miró alrededor, varios invitados miraron a sus lados intentando dar con Frank, pero él no quería lidiar con eso. Se escabulló entre sus compañeros hasta las escaleras, poco le importó las miradas de algunos que estaba seguro pensaban que era un cobarde. Se sentía ridículo por lo que había hecho. Debió averiguar quién era el tal Way y buscar un regalo que de verdad le gustara.
Ahora llevaba un rato sentado en las escaleras, fumando un cigarrillo, lamentando el obsequio, pensando la forma de disculparse. Estaba tan ensimismado que no escuchó los pasos en los escalones.
—Hey, ¿tienes otro? —Frank levantó la vista y allí estaba Gerard detrás de él, haciéndole una seña dando a entender que se refería al cigarrillo—. Gracias —dijo luego de llevarse el cigarrillo a los labios.
—Cómo...
—Tu amigo, Tucker.
—Disculpa el regalo, te daré otro —se apresuró a decir volviendo al tema.
—¿Qué tiene de malo? —sacó la botella del bolsillo de su pantalón y la observó—. Jamás probé este, pero es una buena marca —comentó como si nada.
Frank rió y negó con la cabeza, Gerard le parecía tan jodidamente amable y ocurrente que le parecía un chiste del destino que se presentara a ese punto en su vida, en la peor fiesta del año.
—No es necesario que finjas que te gustó. Dime que quieres de verdad y yo te lo daré. Solo no pidas un auto o unas vacaciones en una isla desierta.
—¿Lo dices en serio? —se sentó a su lado en los escalones. Frank asintió con seguridad—. Quiero que pruebes esto —levantó la botella a la altura de su cara—... Conmigo —el corazón de Frank se detuvo—. Ahora.
—Pe... pero... p-pero... Gerard —le dio rabia no poder hablar correctamente. Exhaló—. ¿Tú no tienes novia? —no quería faltarle el respeto a la mujer, aunque no la conociera.
—¿Lindsey? ¿Mi novia? —se echó a reír—. Somos amigos, actuamos así para hacerla quedar bien con los jefes —rodó los ojos—. No hay nadie que me interese de esa manera —miró los labios de Frank—. Hasta ahora —volvió su atención por la botella y le dio la última pitada al cigarrillo—. Entonces... ¿Me darás lo que quiero?
De nuevo Frank dejó las palabras a un lado y se limitó a que sus acciones hablaran por él. Tomó a Gerard del mentón y lo besó. Bajó la mano y uno a uno fue desabotonando su camisa. Luego comenzó a acariciar uno de sus muslos por encima del pantalón, desde la rodilla hasta la ingle. Gerard lo tomó por la camisa y lo acercó más a él. Había algo en la pasión de sus besos que le hacía saber que le daría todo lo que pidiera. Cuando Frank pasó a besarle el cuello Gerard lo apartó y tomándolo de las manos lo llevó escaleras abajo.
Sacó un pequeño manojo de llaves y abrió la puerta del piso donde trabajaba cada día. Todo estaba en penumbra por las luces que entraban a través de los ventanales del frente del edificio. Frank se dejó llevar hasta uno de los cubículos más ordenados y con decenas de dibujos pegados. Supo de inmediato que aquel era su espacio. Gerard lo abrazó por la cintura a la vez que lo besaba y lo llevó hasta el escritorio donde lo acorraló. Entonces mordió el labio de Frank y pasó a lamer y besar su cuello mientras le quitaba la camisa y desabrochaba sus jeans.
—Alguien podría vernos —jadeó Frank.
—No vendrán si no nos oyen —se arrodilló frente a Frank y en su bajada aprovechó para llevar al suelo los jeans y el calzoncillo.
Miró el miembro duro frente a él y tragó saliva. Observó un momento los ojos de Frank y volvió a la entrepierna. Dura, con la punta rosada rodeada por los tatuajes de sus muslos, pero sin una gota de tinta encima. Lo tomó con una mano y comenzó a masajear la punta con la lengua. Frank debió morderse el puño para ahogar los gemidos. Sus pensamientos daban vueltas y vueltas, así como Gerard movía su lengua. Luego se esfumaban cuando sentía que se lo llevaba entero a la boca y lo soltaba. Una y otra vez, sin necesidad de usar las manos. Frank tomó a Gerard por la cabeza marcándole el ritmo que quería. Necesitaba más, más rápido, más duro. Gerard levantó la mirada, sus ojos brillaban y Frank casi a punto de acabar en su boca lo soltó ya que las piernas le temblaban demasiado para seguir de pie.
Entonces Gerard se apartó, volvió a pararse y volteó a Frank dejándolo de espaldas.
—Dios —gruñó Frank.
Amagó a agarrarse el miembro hinchado, pero Gerard tomó sus manos y con firmeza las dejó sobre el escritorio.
—No será así —susurró en su oído y se oyó como bajaba la cremallera de su pantalón—. Sabes lo que quiero.
En ese instante sintió el miembro de Gerard frotarse contra sus glúteos.
—Dime, Frank —habló contra su oído y siguió frotándose—. ¿Lo quieres? —besó el lóbulo de su oreja.
—Sí —gimió.
—¿Ahora? —cambió el miembro por los dedos llenos de lubricante, preparando la entrada de Frank.
—Mjum —arañó el escritorio.
—Dilo —jadeó.
—Ahora —se recargó en sus codos cuando sintió un dedo dentro de sí.
Gerard lo tomó por la cadera con una mano y masajeó con sus dedos haciéndolo retorcer de placer hasta que la dureza de su propio miembro le dio una deliciosa punzada de dolor. Estaba listo. Fue distinto a como Frank lo imaginó, creyó que sería algo rápido, pero Gerard se tomó todo el tiempo necesario. Primero fueron suaves embestidas hasta que los movimientos de Frank le dejaron saber que quería más. Apretó sus caderas, el escritorio comenzó a mecerse al ritmo de ambos, cayeron papeles y lápices y el lugar se llenó de sus gemidos. Una, dos, tres, Frank contaba para recordar cada pequeño detalle, hace tiempo nadie lo llenaba tan bien y adivinaba justo cómo lo quería. Pero algo le faltaba, algo insignificante que lo hiciera explotar y Gerard adivinó, dándole una sonora nalgada que lo hizo desplomarse sobre el escritorio y sentir como su pene se vaciaba.
Apenas podía moverse, se concentró en el silencio que ahora reinaba a su alrededor, el sudor sobre su rostro, el líquido caliente que bajaba por su pierna izquierda y que Gerard limpió con unos pañuelos de papel de abajo hacia arriba con cuidado. Entonces Frank se concentró en los movimientos de Gerard. En cada pequeño ruido que hacía a sus espaldas. Como se acomodó el pantalón para después ayudarlo a vestirse. Luego lo ayudó a sentarse y le dio la espalda unos segundos para acomodar el escritorio. Sonrió al ver las pequeñas marcas que dejó Frank con sus uñas y la mancha húmeda sobre el piso alfombrado. Guardó el fantástico obsequió de Frank en uno de los cajones y volteó a verlo, como estaba echado en la silla completamente satisfecho.
—¿Puedes caminar? —preguntó con una sonrisa.
—No estoy seguro. —Frank miró sus piernas y solo las movió de un lado a otro sintiendo un hormigueo—. Eres increíble —miró a Gerard fascinado y este se sonrojó—. ¿Dónde estuviste toda mi vida?
—No lo sé —se encogió de hombros—. Pero puedes encontrarme aquí de lunes a viernes.
Aquellas simples palabras quedaron grabadas en la cabeza y el corazón de Frank.
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