23. FELIX FELICIS

El desolado pasillo que llevaba a las mazmorras nunca le había parecido tan corto a Gerard como ese día. Él había sido el primero de los chicos de Slytherin en abandonar su habitación y emprender la marcha hacia el gran comedor.

No había podido dormir la noche anterior, primero, empacando las cosas que llevaría en su maleta, y segundo, pensando en lo emocionante que iba a ser compartir las fiestas navideñas con la familia de su novio.

En los tres años que Gerard llevaba estudiando en Hogwarts este era el primero en el cual abandonaba la institución para disfrutar la calidez de un hogar. Durante su primer año, él no había querido regresar a su casa; después de la muerte de su hermana menor, vivir con Donna Way se había convertido en un calvario. Ella era una poderosa legeremente que había sido fuerte y se había hecho cargo de sus dos hijos cuando su esposo la abandonó. Pero, cuando la viruela de dragón se apoderó de su pequeña hija y no hubo poción que la salvara, ella se perdió dentro de su propia mente y Gerard había vivido un calvario dentro de lo que consideraba su hogar. Su salvación había llegado cuando un jueves por la mañana, una lechuza había llegado a su pórtico y había dejado para él aquella carta.

Para el segundo año, Gerard ya tenía sus amistades más afianzadas y había encontrado el amor junto a aquel chico que había conocido en el viaje en tren el año anterior. Por todos los rumores que se escuchaban en el castillo, Gerard en verdad pensó que una amistad entre un Slytherin y un Gryffindor no se podía dar, pero compartiendo tiempo con él, tan dulce y cariñoso, supo que esos rumores no eran ciertos.

Esa navidad su mamá había querido que él volviera y estuvo a punto de subir al tren y regresar a casa, pero no pudo. Los recuerdos de todo lo que ella le había hecho sufrir, incluso en las vacaciones de fin de curso, no le permitieron abandonar el confort que había encontrado dentro de Hogwarts.

Sin embargo, gracias a aquella decisión le llevó a tener el más hermoso de los años. Mientras estaba en el gran comedor disfrutando de los villancicos con otro grupo de chicos, su mejor amigo había entrado corriendo por aquel largo pasillo y sin importante que su uniforme escarlata constrastara con el suyo verde, se acercó hasta su mesa y lo invitó a ir a la torre de astronomía.

Gerard había aceptado ir con él. Se tomaron de las manos y se fueron corriendo. Reían sin parar, en especial cuando las escaleras se movieron de lugar y les hicieron el recorrido más largo. No obstante, cuando estuvieron en la entrada de la torre, Gerard preguntó algo que había llamado mucho su atención y no había tenido tiempo de aclarar.

—Frankie... ¿Qué haces aquí? Se supone que ibas a pasar navidad con tus padres.

—Oh... hubo un cambio de planes, Gee —musitó mientras se mordía los labios—. No quería que pasaras la navidad sólo, así que bajé del tren y volví hacia acá.

—Frankie —dijo con cariño y lo envolvió entre sus brazos.

Después de aquel emotivo momento, Frank confesó que tenía una sorpresa para Gerard. Le cubrió los ojos y lo ayudó a entrar. Ahí en la cúspide de la torre había preparado una linda escena para él. Luces de guirnalda en el techo, una manta y almohadones, bocadillos de los favoritos de Gerard y cerveza de mantequilla.

Gerard no encontraba palabras para agradecerle aquel gesto tan bonito pero Frank se negó y le dijo que faltaba lo mejor. Antes de tomar asiento al lado de Gerard, Frank se quitó el abrigo de Gryffindor y se quedó con su suéter navideño, era tejido en múltiples colores y tenía en el centro lo que Gerard reconoció como el logo que Frank se había inventado. Una cruz bizantina invertida y dos pequeñas serpientes.

—Lo sé, es un horrible suéter navideño —dijo interrumpiendo los pensamientos de Gerard, se había quedado pensando sin apartar su mirada de la lana—. Pero mi mamá los hace para nosotros, no puedo negarme a usarlos...

—No pienso que sea un horrible suéter...

—Sé que lo son.

—Digamos que son un poco feos pero nosotros encontramos la belleza en eso.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto, Frank. Nunca te mentiría.

Y después de aquello habían venido abrazos, sonrisas y más pláticas. Hasta que finalmente, Frank estuvo listo para la mejor parte de esa noche. La verdadera sorpresa para Gerard. Al castaño no le importaba nada, sentía que valía la pena arriesgarlo todo por él, porque lo que sentía dentro de su pecho le pedía a gritos que fuese confesado.

—Gee —dijo llamando su atención. Tomó su mano entre las suyas—. No hay manera que pueda decir esto y que suene de otra forma...

—Me estás asustando —dijo con una sonrisa de dientes pequeños.

—Me gustas tanto —susurró—. ¿Te gustaría ser mi novio?

Aquellas palabras fueron todo lo que Gerard necesitó para sentir su corazón reconstruido, de una mejor y sana manera. Había llorado y abrazado tanto a Frank, diciéndole lo mucho que lo quería y confesando que también le gustaba. Su respuesta fue un sí lleno de besos.

Desde aquel día ya casi pasaba un año. Un año en el que habían aprendido a quererse mucho más, dándose apoyo incondicional y sabiendo sobrellevar cada tropiezo que se les presentaba. Y Frank cumpliendo una promesa importante que había hecho esa noche, nunca más lo dejaría estar solo. Eran jóvenes e inexpertos, si, pero la magia que les unía les dictaba que tenían un largo futuro juntos y debían cuidar de el.

Por esa razón, Gerard iba corriendo hacia la entrada del castillo donde Frank lo estaba esperando. Ya estaba nevando y los villancicos sonaban con tranquilidad a través de las altas paredes del castillo. Vio a Frank junto al árbol a mitad del gran salón y sonrió amplio, tenía su maleta a la par, una enorme caja de regalo en sus manos pero Gerard podía divisar la colorida lana del suéter que estaba usando debajo de su túnica.

Cuando llegó hasta él, lo abrazó por los hombros y dejó un suave beso en la comisura de sus labios. Frank correspondió y se acurrucó en su pecho mientras hablaba.

—No sabes lo mucho que deseaba que este día llegara. Mis papás están vueltos locos esperando tu llegada.

—Y yo estoy loco de nervios, anoche no pude dormir.

—Ay, Gee. Te prometo que será una navidad increíble.

—Lo sé, Frankie. Con solo el hecho de que estés conmigo, todo es mejor.

Frank depositó un beso en su cuello, en la parte que la bufanda a rayas no cubría y se separó de él sonriendo.

—Mamá decidió adelantar la navidad, para ti, amor —dijo y alzó un poco más la caja envuelta en papel de regalo—. Dijo que espera que te guste.

Gerard abrió sus ojos y recibió la caja contento. Se sentó junto al árbol y comenzó a rasgar el papel. Era una caja y dentro de ella había un suéter tejido con lana de colores roja, gris y verde. Se sentía suave y cuando Gerard la abrazó estaba cálida. Sintió sus ojos aguarse un poco, habían pasado un par de años en los que no recibía ningún regalo de navidad.

Frank se arrodilló a su lado y lo abrazó con suavidad, dejando un beso sobre su cabello.

—¿Te gusta? —preguntó.

—Mucho, bebé.

—Lee lo que dice —pidió.

Gerard lo desdobló y lo extendió. No podía definir la felicidad y nostalgia que sintió al ver la "F" en el centro del tejido en color negro, pero sus lágrimas cobraron más fuerza cuando Frank lo mostró que su suéter tenía una "G".

Sorbiendo las lágrimas traviesas y con una sonrisa llena de felicidad, Gerard se colocó su nuevo suéter navideño. Después besó a su novio y le agradeció el regalo.

—Ahora ambos estamos usando horribles suéters navideños... —musitó.

Frank estuvo de acuerdo, comprendiendo a lo que se refería Gerard. Solo ellos podían entender la belleza que tenían.

Tomados de la mano salieron del castillo, la nieve les mojó el cabello mientras una taza de chocolate caliente les esperaba en un cálido hogar al sur de Inglaterra.

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