22. A love-christmas miracle
Definitivamente ese era uno de los peores trabajos que había tenido. Había trabajado en una cafetería, en una librería, en el cine, y ninguno de esos trabajos había sido tan malo como en el que se encontraba en ese momento. Nada era tan malo como tener que disfrazarte de un jodido duende, con orejas y todo, y ordenar una y otra vez la fila que hacían los niños para tomarse una foto con Santa porque no podían mantenerse quietos y ordenados.
"Esta es la razón por la cual no me convertí en profesor", gruñó en su cabeza cuando un niño de unos cinco años hacía una pataleta porque su mamá no le había dejado comer los bastones de caramelo que traía en una de sus bolsas de compras.
Sinceramente, los gritos de los niños lo tenían con dolor de cabeza desde hacía un par de días, así que estaba jodidamente agradecido de que por fin esa noche se terminaría su tortura. Era 24 de diciembre, Nochebuena, y el centro comercial cerraría dentro de un par de horas, por lo que solo debía respirar profundo y recurrir a la poca paciencia que le quedaba para poder terminar su última jornada. Lo único que le había ayudado a cumplir con su labor había sido la promesa de unas vacaciones con su novio en una cabaña en Los Berkshires.
Solo pensar en eso lo hacía sonreír.
Su novio se había ofrecido a pagar por el viaje, ya que llevaba dos años trabajando de forma estable, pero él no quería que todos los gastos corrieran por su parte, por lo que había tomado el primer trabajo temporal del que lo habían llamado. Estaba en su último año de universidad, así que esperaba que ese también fuera el último trabajo de mierda que se veía forzado a aceptar.
Ni siquiera le gustaba la navidad, de todas formas.
El móvil le vibró en el estúpido pantalón café que llevaba puesto y aprovechó que un niño se estaba tomando fotos con Santa para revisarlo.
"Estimado Sr. Iero,
Le informamos que el pedido realizado en nuestra página se encuentra con retraso, razón por la que no llegará hasta dentro de la próxima semana.
Lamentamos los inconvenientes que esto le podría provocar, por lo que le ofrecemos un 10% de descuento en su próxima compra".
Sintió un hormigueo en su nuca y maldijo por lo bajo. ¿Qué mierda se suponía que haría ahora? Había tenido la esperanza de que la jodida figurita a escala de «La Estrella de la Muerte» llegara ese día, pero sabía que no tendría que haber confiado en la maldita página de Amazon.
Lo peor de todo es que ni siquiera tenía un plan B.
"Hey, ¿a qué hora sales? ¿Quieres que pase por ti?", le había escrito Gerard y eso solo ayudó a que se sintiera el peor novio del mundo.
"No te preocupes, babe, tomaré el autobús", había respondido mordiéndose el labio inferior con preocupación.
—Disculpa —escuchó la voz de una mujer que se había parado frente a él, invadiendo su espacio personal—. Creo que ese chico lleva más de diez minutos con Santa... ya es turno de otro niño.
Entonces Frank tuvo que volver a su trabajo, pero sin dejar de pensar en qué mierda haría. No podía llegar a la cena de Navidad en casa de los padres de su novio sin un regalo para él, ¿qué tan mal se vería eso?
Mierda.
—Johnny —llamó al tipo disfrazado de Santa con el que había estado trabajando durante todo el mes de diciembre—. ¿A qué hora nos podemos largar?
—¿Estás jodiendo? Tenemos que quedarnos hasta que cierre el centro comercial.
—Necesito irme antes.
—¿Cuánto antes?
—Antes de que cierren las tiendas.
—¿Regalo de última hora? Eso es una mierda, amigo.
—No fue mi culpa, ¿sí? —respondió fastidiado—. ¿Podemos? —Johnny lo pensó durante un par de segundos.
—Sí, a la mierda, cerramos en media hora.
Sonrió en agradecimiento y corrió hasta el final de la fila para cerrarla y así asegurarse de que nadie más malgastara su tiempo tomándose una foto con Santa.
Los treinta minutos siguientes fueron los más largos de su vida, porque mientras preparaba a los chicos para conocer a Santa, su cabeza solo podía pensar en qué podría encontrar en el centro comercial que pudiera regalarle a Gerard.
Mierda, sí o sí tendría que visitar cada jodida tienda para ver si encontraba algo que gritara el nombre de su novio y que, además, fuera digno de él.
—Y ese fue el último —dijo Johnny levantándose del sillón—. Ve por ese regalo, Frank —dijo quitándose el gorro y la barba—. Yo puedo quedarme a ordenar.
—Realmente eres Santa —se burló quitándose el gorro para buscar su mochila y la enorme bolsa en la que tenía los regalos de sus suegros y su cuñado.
—Vete antes de que me arrepienta.
Frank soltó una carcajada y salió de allí a paso rápido, rogando por un jodido milagro de navidad. Sacó su móvil del bolsillo para saber con cuánto tiempo contaba y la presión solo aumentó cuando se dio cuenta de que tenía una hora para llevar a cabo su hazaña.
Pero lo haría. Por Gerard.
Mierda, haría cualquier cosa por él.
Frank había conocido a Gerard hacía un par de años en Nueva York, en la fiesta de cumpleaños de un chico de la universidad. Jamás iba a olvidar el segundo exacto en que sus ojos lo habían encontrado, porque, oh mierda, Gerard era el chico más bonito que Frank había visto en su vida. Llevaba una boina negra que coronaba un cabello igual de oscuro que le acariciaba los hombros por sobre la chaqueta del mismo tono. Los únicos destellos de color que había podido ver en él habían sido sus ojos, verdes, brillantes, enmarcados por un leve color rojizo que no sabía si era natural o algún tipo de maquillaje. De todas formas, no le había importado, solo sabía que se había sentido embelesado por la imagen de ese chico a unos metros de distancia.
Les había preguntado a algunos de sus amigos por él, para saber si era prudente hacer algún movimiento, pero todo lo que obtenía eran respuestas vagas, como si nadie de los presentes lo conociera de verdad. Por supuesto que eso solo había animado a su alma inquisidora y, a pesar de que había jugueteado con algunas chicas, toda la noche tuvo a Gerard en su radar.
Y gracias al cielo lo había hecho.
Eran cerca de las 2 de la mañana y había estado fumando un cigarrillo solo fuera de la casa, en las escaleras de la entrada, mirando a algunos chicos conversando en el pasto del antejardín, cuando un pequeño forcejeo le llamó la atención. Entonces, había escuchado la risa nerviosa de Gerard seguida de muchos "no, en serio" que inmediatamente encendieron sus alarmas. A su lado, un tipo alto y delgado le tenía tomado de la muñeca e intentaba tirar de él con dirección a la calle.
No había tenido que pensarlo dos veces.
—Hey, baby, ¿todo bien? —preguntó acercándose a los dos con el cigarrillo entre los labios. Ambos lo miraron con curiosidad—. Soy Frank, su novio —dijo mientras se posicionaba a un lado de Gerard para tomarlo por la cintura con cuidado, rogando al cielo que Gerard comprendiera lo que estaba haciendo.
—No te había visto con él antes —contestó el tipo.
—Solo fui un rato al baño —respondió sin darle mucha importancia y volvió su atención hacia Gerard—. Entonces, ¿todo bien?
—S-sí —contestó aún sorprendido—. ¿Puedes llevarme adentro? No me siento bien.
Entonces, Frank asintió y caminaron juntos hacia el interior de la casa. En algún punto del trayecto, Gerard le había tomado de la mano para conducirlo hasta el baño. Al llegar, Frank lo iba a soltar, pero el pelinegro no se lo permitió y lo hizo entrar junto a él.
Frank no sabía qué hacer o qué decir, no tenía ningún plan, por lo que solo se dedicó a mirar cómo el chico frente a él se quitaba la boina para luego mojar sus manos con abundante agua y pasarlas por su rostro y cabello.
—Estoy demasiado ebrio —dijo con una sonrisa tonta mirándose al espejo mientras las gotas de agua acariciaban sus mejillas.
—Sí, deberías tener cuidado.
—¿Por qué? —preguntó volteándose para quedar frente a Frank, pero con sus manos hacia atrás apoyadas en el lavamanos.
Frank sonrió.
—Eres un chico bonito —señaló mirándolo a los ojos—. Y ahí afuera hay un montón de imbéciles que querrían llevarte a casa.
Entonces, Gerard sonrió.
—Por suerte eso no será posible —habló acercándose a Frank—. Esta noche tengo novio.
—Estás ebrio —dijo poniendo una de sus manos en el pecho de Gerard para alejarlo de él.
—Todavía puedo consentir —aseguró—. No quería irme con ese tipo. Tú, por otro lado...
—Acabas de conocerme.
—Sí, eso... eso no es totalmente correcto —Gerard se mordió el labio inferior—. Te he visto antes. Muchas veces. Tienes una banda, ¿no? ¿Pencey Prep?
—¿Cómo...?
—También soy fan de The Catcher in the Rye —rio suavemente—, y también soy de Jersey —aclaró—, así que sí, te conozco, Frank.
—¿Cómo es que nunca te había visto?
—Quizá solo no habías prestado la suficiente atención.
Frank se quedó sin palabras y simplemente se dejó envolver en el contacto que Gerard había intencionado unos segundos antes. Sus labios eran suaves, jodidamente suaves, y delicados, gentiles, exactamente como un primer beso debía ser. Los brazos de Gerard descansaban sobre sus hombros, por lo que, en respuesta, Frank lo tomó por la cintura y, en cuanto lo hizo, las manos del pelinegro comenzaron a jugar con el cabello de su nuca, acariciándolo con la misma suavidad con la que sus labios lo besaban.
En ese segundo, Frank se había dado cuenta de que estaba perdido.
Gerard era tan guapo, tan jodidamente sexy, inteligente, talentoso y un largo etcétera, mientras que él, en ese momento, era solo un pésimo novio desesperado por encontrar un regalo para el chico de sus sueños. ¿Qué podía darle? ¿Un cómic de Grant Morrison? ¿Un álbum de los Pumpinks? ¿Un nuevo set para dibujar? Oh, mierda, todo eso sonaba a regalo de último minuto y realmente, realmente, no quería verse tan mal frente a su novio y toda su familia.
Estaba comenzando a rendirse cuando la vio. La había olvidado completamente. Gerard había hablado de ella durante horas hacía un par de días cuando uno de los tantos blogs de artes que seguía había publicado el trabajo de una artista emergente llamada Annie Montgomerie. Se sintió aún más estúpido al darse cuenta de que la chica llevaba allí una semana con una pequeña exposición de su trabajo en uno de los pasillos del centro comercial. ¿Cómo no lo había notado antes? ¿Gerard no lo sabía? Por supuesto que no, si lo hubiera sabido ya hubiese ido en busca de esa muñequita que tanto le había fascinado en las fotografías de internet.
"Tiene unos ojos muy dulces. Es como si me hablara, ¿sabes? Como si quisiera contar su historia".
Y en ese momento, no había nada que lo pudiera hacer más feliz que leer la historia que Gerard tenía que contar sobre ella.
Con la muñequita entre sus manos corrió por los pasillos. Maldijo una y otra vez por haberle prestado su auto a su hermana para que viajara a visitar a su novio durante la navidad, porque ahora se encontraba con su estúpida mochila al hombro, una bolsa llena de regalos en una mano y una muñequita en la otra esperando el autobús en la parada. Notó algunos ojos sobre él y supuso que se debía a su atuendo, después de todo, ni siquiera había tenido tiempo de cambiarse, pero a esas alturas no le importaba nada más que llegar a casa de Gerard y pasar la navidad con él.
Cuando por fin llegó el autobús, subió y alcanzó un asiento en el fondo. Se sentó y suspiró, mientras veía por la ventana cómo la densa nieve caía sobre el pavimento y el jardín de las casas. Se acomodó en el asiento escondiendo parte de su rostro en la estúpida bufanda de rayas verdes y rojas mientras avanzaba por las calles de Jersey, recordando algunos escenarios en los que él y Gerard habían compartido algunos besos poco discretos y algo más que eso.
Dios, siempre se avergonzaba cuando pasaba por afuera de ese local de comida rápida y recordaba aquella vez en que la policía casi los había atrapado teniendo sexo en el auto de Gerard.
—No podemos hacer nada hoy, baby, lo siento —había dicho Gerard mordiéndose el labio inferior mientras manejaba a casa de sus padres.
—¿Por qué no? Puedo hacer todo el trabajo —respondió él posando su mano en la pierna de su novio, presionando con firmeza.
—Mierda, Frank...
—Vamos, no nos hemos visto hace semanas —en ese instante Frank se había quitado el cinturón de seguridad para poder acercarse al cuello de su novio y darle una lamida húmeda y caliente—. Yo sé que quieres...
—Por supuesto que quiero, pero... —Un gruñido había escapado de los labios de Gerard—. Mierda, encontraré un lugar para aparcar.
Frank había sonreído con maldad mientras su mano seguía moviéndose por la entrepierna de su novio donde su sexo ya comenzaba a endurecerse.
Finalmente, Gerard había aparcado en un estacionamiento vacío fuera de un local de comida que ya había cerrado y Frank no había tardado ni dos segundos en terminar de bajar el cierre de su pantalón para comenzar a tocarlo.
—Tú serás mi muerte, Frank —había susurrado Gerard mientras sus dedos se enredaban en el cabello castaño y ondulado de su novio, guiando su boca sobre su miembro.
—Te daré una pequeña muerte, Gee.
Entonces, Frank había besado y lamido toda la extensión del pene de Gerard, mientras sus manos lo tomaban con firmeza por la base. Dios... sabía tan bien, se sentía tan bien tenerlo en su boca que de verdad no hubiera podido esperar más tiempo para tomarlo.
—Sí, así... oh, Frankie...
Los gemidos de su novio sonaban deliciosos y podía sentir cómo sus propios pantalones comenzaban a incomodarle debido a la sensación de Gerard en su boca y la intensidad con la que movía sus caderas, haciendo que su sexo chocara con el fondo de su garganta.
—Voy a...
Gerard ni siquiera había podido finalizar esa oración cuando había terminado en la boca de Frank, quien simplemente había tomado todo para luego alejarse y sonreír con satisfacción.
Apenas habían alcanzado a recuperar sus alientos cuando las alarmas de un auto de policía a unos metros de distancia los habían obligado a recomponerse de golpe.
Frank sonrió mientras su mente volvía a la realidad al notar que se encontraba cerca de la casa de su novio.
Al fin.
—Lo siento, lo siento por llegar tarde —dijo sosteniendo a la muñeca tras su espalda en cuanto Gerard abrió la puerta—, pero tu regalo no llegó a tiempo y tuve que correr por el centro comercial para no llegar con las manos vacías, porque quería conseguir algo, no podía simplemente llegar sin nada.
Gerard solo lo miraba con ojos curiosos mientras las palabras se atropellaban por salir de su boca, hasta que finalmente sonrió, pero, en lugar de besarlo o decirle que todo estaba bien, pasó ambas manos por sobre sus hombros. Solo cuando Frank sintió que su novio jaló de sus orejas, se dio cuenta del espectáculo que había montado.
—No me digas que... —Cerró sus ojos debido a la vergüenza.
—¿Qué corriste por todo el centro comercial y tomaste el autobús usando orejas de duende? Porque es exactamente lo que hiciste, cariño.
—Oh mierda —esa había sido la razón por la que había recibido tantas miradas mientras esperaba el autobús. Mierda, realmente.
—Esta es una de las cosas más adorables que he visto —Gerard dejó un beso en su nariz.
—¿Nunca había llegado un duende a golpear tu puerta? —bromeó y Gerard rio, haciendo resonar esa melodía tan suave que a Frank tanto le gustaba.
—Tonto —dijo con una sonrisa—. Ven, te ayudo con eso.
—Esto es para tu familia —señaló cediéndole bolsa de regalos mientras entraban a la casa.
—No tenías que traer algo para todos, Frankie.
—Está hecho —sentenció.
—Y supongo que lo que sostienes escondido en tu espalda es mi regalo, ¿no? —preguntó Gerard levantando una ceja. Frank asintió.
—No pude envolverlo y sé que es técnicamente para mañana, pero... creo que puedo darte un regalo de última hora por adelantado, ¿verdad?
—Me encantaría. He sido un buen chico este año —afirmó en tono coqueto.
—Oh, has sido el mejor —Sonrió Frank acercándose un par de pasos—. Cierra tus ojos.
Gerard lo hizo y estiró sus manos para recibir el regalo. En cuanto Frank le pasó la muñequita, él abrió los ojos y, oh, dios, Frank pensó que la sonrisa de Gerard podría haber iluminado el mundo entero.
—¡Rosie! —exclamó estrechándola entre sus brazos y Frank sonrió ante la adorable reacción. Por supuesto que ya la había nombrado—. ¿Cómo...? ¿Qué...?
—Digamos que es un milagro de navidad. O que tuve mucha, mucha, suerte —dijo con orgullo—. ¿Te gustó?
—Es el mejor regalo que he recibido en mi vida —Gerard dejó a la muñequita sobre el sillón y se acercó a su novio para tomarlo por la cintura—. Gracias.
—Lo mereces.
—Eres el mejor novio del mundo —Frank sonrió, aunque no sabía si se merecía esas palabras—. Quizá yo también podría darte un regalo de último minuto —dijo esbozando una oscura sonrisa.
—¿Sí? ¿He sido un buen chico? —Gerard asintió—. Supongo que tendré un gran regalo de navidad entonces, ¿verdad? —Su novio buscó su cuello para besarlo y susurrar sobre él.
—Oh, Frankie, no tienes idea.
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