17. Navidad a distancia

Es la mañana del 24 de diciembre y yo estoy atrapado en un cuarto de hotel en Nevada, completamente solo.

Mi celular está conectado al cargador, son las nueve. Es a esta hora que Gerard me pidió empezar nuestra videollamada, pero aún no me atrevo. Me asusta llorar en cuanto los vea a él y a nuestras niñas; no quiero mostrarles lo triste que estoy por estar lejos de ellos.

He estado de gira con mi banda durante dos meses. A pesar de disfrutar mi trabajo, me he sentido melancólico por haberme perdido de estar con mi familia durante nuestras festividades más sagradas; Halloween y Navidad. Siempre preparamos nuestros disfraces de Halloween desde septiembre y, una vez que llega octubre, decoramos nuestra casa entera con motivo “Spooky”, para luego, el primer día de noviembre, poner las decoraciones navideñas; es algo que nos tomamos muy en serio.

Durante este último mes, he anhelado compartir con ellos nuestras tradiciones especiales, como ayudar a las niñas a escribir sus cartas para Santa Claus, decorar todos juntos el árbol de Navidad, jugar en la nieve, tomar chocolate caliente y más.

Me ha hecho tanta falta la calidez de mi hogar que, el día de ayer, tras terminar nuestro último concierto, fui el hombre más feliz del mundo ante la idea de estar en casa para Nochebuena. Las gemelas me dijeron que le pidieron a Santa que yo regrese pronto a casa, por lo que estaba dichoso de poder cumplir ese deseo, a la vez que me invadían las ansias por verlas y llenarlas de mimos. Asimismo, mi corazón se aceleraba al imaginar cómo se sentiría volver a tener a mi esposo entre mis brazos y besarlo bajo el muérdago.

Me sentía ilusionado al saber que, si bien me perdí de mucho al estar lejos durante semanas, podría estar a tiempo para nuestras tradiciones del 24 de diciembre; hornear galletas, preparar la cena navideña junto a Gee y, en la noche, esperar a Santa con las niñas. Ellas tienen siete años, por lo que les encanta quedarse despiertas esperando a Santa Claus, así que cada año, mi esposo y yo inventamos una manera diferente de distraerlas para poner los regalos bajo el árbol y hacerlas creer que el barbudo bajó por la chimenea y se fue tan rápido como vino. 

No obstante, todas mis ilusiones se vieron destrozadas anoche, pues cuando me estaba preparando para tomar un vuelo a casa, vi en las noticias que todas las vías aéreas y terrestres hacia la Costa Este del país están cerradas debido a las fuertes nevadas y vendavales. Aún no se sabe cuándo volverán a abrir las vías, pero se presume que será el 26 o 27 de diciembre si mejora la condición climática.   

Estaba tan triste y frustrado, que estallé en lágrimas cuando llamé a mi esposo para contarle la situación y lo primero que dijo apenas atendió el celular, fue cómo él y las niñas no podían esperar para verme. El llanto me quemaba la garganta mientras le explicaba cómo mi corazón se rompió al saber que no podré estar con ellos; le dije que esta podría ser la más amarga Navidad.

Esperaba que él también se frustrara por lo sucedido. Sin embargo, en lugar de lamentarse como yo, se propuso buscar una solución al problema, por lo que se le ocurrió la idea de llevar a cabo nuestras tradiciones navideñas por videollamada, pues, aunque no sea lo mismo, podemos poner de nuestra parte para que sea igual de especial.

Me sorprendió su optimismo, aunque no me sentía contagiado por él, ya que Gerard va a tener que hacerse cargo de todas nuestras tradiciones él solo, mientras yo solo seré el desabrido espectador. Incluso pregunté cómo va a poner los regalos en el árbol sin que las gemelas se den cuenta, si yo no voy a estar presente para ayudarlo. Pero él mantuvo la calma y me dijo que, esta vez, escondió los regalos cerca del árbol, en el armario detrás de las escaleras; agregó que las gemelas han entrado allí varias veces para buscar sus trineos de nieve y no se han dado cuenta de que están allí. Asimismo, me dio consuelo diciéndome que, incluso en videollamada, lo puedo ayudar a distraer a las niñas, mientras él pone los regalos.

—Haré todo lo posible para que te sientas como si estuvieras aquí, Frankie. —Me mostró una cálida sonrisa—. Te lo prometo.

El que, pese a la circunstancia, él mantuviese un buen humor y una gran voluntad para intentar que tengamos una feliz Navidad en familia, hizo que yo terminara aceptando el plan, por lo que prometí esforzarme para que todo salga bien.
En este momento, mientras me encuentro nervioso con el celular en mano, tengo muy presente dicha promesa. El recuerdo me hace tomar una respiración profunda, armándome de valor para iniciar la videollamada y mostrarle una buena cara a mi familia.

—¡Hola, amor! —Mi esposo aparece en la pantalla, mostrándome su bella sonrisa—. Llegaste justo a tiempo. Las niñas y yo vamos a empezar a preparar las galletas.

Me conmueve su elección de palabras, cómo dice “llegaste”, en lugar de “llamaste”; realmente quiere hacerme sentir que estoy allí.

—¡Papi! —escucho la voz de Cherry.
Gerard apunta la cámara en su dirección y así, consigo ver a mi pequeña niña correr hacia mí, acompañada de Lily; verlas, causa en mí una sonrisa más genuina.

—Papi, ¿Estás bien? —pregunta, tomando el celular en sus manitos para grabarse a ella misma junto a su hermana.

—Sí… Estoy muy bien ahora que estoy hablando con ustedes.

—Papá nos dijo que estás triste porque no podrás venir —agrega Lily—. Pero no te preocupes, papi. Nuestra Navidad será especial, así que no estés triste.

Sus palabras hacen que se forme un nudo en mi garganta.

—¿No están decepcionadas porque no podré estar? —me atrevo a preguntar, ya que uno de los pesares más profundos que tengo, es el no poder cumplir su deseo.

Muchas veces, los padres queremos hacer cualquier cosa por nuestros hijos, como si quisiéramos demostrarles que no hay nada imposible para nosotros. Por eso, nos sentimos como un total fracaso ante situaciones en las que quedamos ante ellos como simples mortales que no pueden siquiera cumplir una promesa.

—Estamos bien, papi —alega Lily—. No es tu culpa no poder venir.

—Quiero que sepan que los amo mucho a los tres —digo, conteniendo las lágrimas—. Lamento no poder estar con ustedes.

—¿De qué hablas? —Gerard interviene, tomando el celular, colocándolo en horizontal, para que pueda apreciarlos a él y a las niñas en un solo plano—. Estás aquí con nosotros, ¿Verdad, niñas?
Ellas asienten con la cabeza, viéndose de lo más tiernas.

—Ven aquí —agrega mi esposo, empezando a caminar hacia la cocina, acompañado de nuestras hijas—. ¡Vamos a preparar galletas! —expresa con entusiasmo—. Tenemos que hacer extras este año, porque guardaremos muchas para cuando regreses.

—Y papi, ¡Adivina! —dice Cherry—. Este año las vamos a decorar mucho más bonitas. Papá nos compró un montón de cosas.

—Haremos muchos hombres de jengibre —me explica Lily, mientras Gerard está poniendo los ingredientes sobre el mesón—. ¡Hasta tenemos botones de gomita!

—¿Botones de gomita? —dejo ir una risa—. ¿Han estado viendo Shrek otra vez?

—Oh, qué comes que adivinas —dice Gerard, mostrándome cómo las gomitas que compró son justo de color morado, haciendo que vuelva a reír.

—Papá dijo que este año vamos a poder hacer más cosas en la cocina. También vamos a ayudar a preparar la cena porque ya somos niñas grandes. 

—Eso es cierto… —expreso, poniéndome algo sentimental—. Ya son niñas grandes.

Ellas sonríen llenas de orgullo, cuando a mí solo me causa nostalgia ver lo rápido que están creciendo, en especial cuando empiezo a observar, a través del celular, cómo ellas toman un papel más activo de lo normal en la elaboración de las galletas. Normalmente, ellas solo participan en la decoración, pero ahora ayudan a Gee con la masa y demás.
Poco a poco, dejo de sentirme solo y, verdaderamente, me permito disfrutar y reír al verlos divirtiéndose. Veo cómo las gemelas embarran la cara de su papá en harina y le dicen que se parece a Santa Claus, por lo que yo dejo ir una sonora carcajada al ver a Gee diciendo “jo, jo, jo”, para divertirnos a mí y a nuestras niñas. Es como si la calidez que tanto añoraba, traspasara la pantalla y me envolviera, apartando la melancolía de mí.

Las galletas salen del horno a mitad de la mañana. Antes de decorarlas, deben dejarse reposar por un rato, razón por la cual las niñas proponen salir a jugar en la nieve.

—¿Qué dices, Frankie? —me pregunta Gee.

—Esperen un momento —respondo.

—¿Qué harás?

—Solo esperen, ya verán —digo con una sonrisa traviesa, dejándolos con la expectativa.

Acto seguido, dejo el celular boca abajo en la cama y corro hacia mi maleta.

Unos diez minutos más tarde, cuando vuelvo a tomar el móvil, sorprendo a mi familia mostrándome abrigado y preparado para salir.

—Estoy listo, vamos a jugar en la nieve —les digo, causando que sus sonrisas se vuelvan más grandes.

Antes de empezar esta videollamada, me sentía tan triste que no tenía ganas de hacer absolutamente nada, por lo que creí que solo tendría que observarlos desde mi desolada habitación. Sin embargo, la alegría de mi familia se ha vuelto contagiosa.

La calle, fuera del hotel, está llena de nieve y no hay personas alrededor, tampoco me importaría que las hubiera, pues aunque me vea como un loco al estar gritando y corriendo de aquí para allá mirando el celular, lo importante, es que lo estoy pasando bien con las personas que más adoro en el mundo.
 
***
 
Al caer la noche, me encuentro en el restaurante del hotel. Hay varias familias y parejas a mi alrededor, por lo que podría parecer que estoy comiendo solo y desdichado, pero no es así; estoy cenando con mi familia.

El ver a Gerard preparar la cena junto a las niñas, sembró en mí la ilusión de cocinar con ellos el año que viene. Mientras tanto, estamos reunidos en la mesa, agradeciendo el poder compartir este momento y teniendo charlas en familia que, si bien podrían ser banales, son muy significativas para nosotros, ya que estos son los momentos que recordaremos para siempre.

Después de la cena, regreso a mi habitación y, desde la comodidad de la cama, veo una película con ellos. Klaus es de nuestras películas favoritas y siempre la vemos en Nochebuena o durante la mañana de Navidad, aunque a las niñas les gusta tanto que la ven cualquier época del año, por lo que, suelen recitar todos sus diálogos favoritos, haciendo que Gerard y yo riamos enternecidos.

—¿Niñas? —dice mi esposo tras terminar la película—. ¿Acaso tienen sueño? Parece que se están quedando dormidas.

Él apunta la cámara hacia ellas, por lo que puedo corroborar que ambas están acurrucadas en el sofá; se ven de lo más adorables, ya que parece que les pesan los párpados.

—¿Por qué no van a dormir si tienen sueño? —sugiero—. Así, cuando despierten, podrán abrir sus regalos.

—¡No! —Cherry se levanta de golpe, frotando sus ojos con sus manitos—. Vamos a esperar despiertas a Santa; este año sí lo vamos a atrapar, ¿Verdad, Lily?

Su hermana asiente, luchando para mantenerse despierta, por lo que Gerard y yo reímos. Puedo ver cierta perspicacia en los ojos de mi esposo, esa mirada me dice que se le acaba de ocurrir una de sus fantásticas ideas.

—Mmm… Todavía faltan algunas horas para que llegue Santa, probablemente no aguanten tanto —alega él—. ¿Qué tal si caliento un poco de chocolate? Tal vez, las haga despertar.

Al escuchar eso, ambas se quedan boquiabiertas.

—¡Esa es una gran idea, papi! —Exclama Lily.

—Gracias, nena. —Él sonríe con dulzura—. Y mientras yo caliento el chocolate, ¿Por qué ustedes no se distraen un rato para no dormirse?
Se está haciendo el tonto, pero ya sé lo que intenta.

—¡Ya sé! ¿Por qué no le muestran a su papi los dibujos que han estado haciendo estos días? Él no los ha visto, ¿Verdad, Frankie? —Me mira y me guiña un ojo, por lo que yo contengo la risa.

 —Es cierto —agrego—. Aún no me han mostrado sus dibujos y yo muero por verlos.

—¡Está bien! —Cherry asiente contenta—. Los dibujos están en nuestro cuarto, ¡Ven con nosotras! —dicho esto, toma el móvil de su papá.
Acto seguido, veo a Cherry y a Lily grabarse torpemente mientras suben las escaleras.

Aún son tan pequeñas e inocentes… ¿Por qué no pueden quedarse así para siempre? Probablemente, el año que viene (o el año después de ese, si tenemos suerte) ya sabrán la verdad sobre Santa Claus y eso me pondrá un poco triste, porque Gerard y yo ya no podremos hacer estas cosas para ellas.

Ambas lucen bastante entusiasmadas ante la idea de mostrarme sus dibujos; ahora es Lily quien sostiene la cámara, ya que parece que Cherry está haciendo un desastre buscando la carpeta donde guardan todas sus obras de arte, y yo agradezco que se tome su tiempo, pues lo que quiero es, precisamente, distraerlas lo más posible.

Una vez que Cherry encuentra la carpeta, se sienta en el suelo junto a su hermana y empieza a mostrarme los bonitos dibujos de muñecos de nieve y árboles de Navidad llenos de luces de colores. Es entonces, cuando aprovecho de sacarles conversación sobre las cosas que han estado haciendo estos días.

Se me ocurre decirles que Gerard me comentó hace un par de días que una amiguita de la escuela llamada Jenny vino a visitarlas, por lo que ellas me cuentan, con lujo de detalles, la larga historia de cómo Lily y Jenny se pelearon porque estaban jugando a ser el club Winx y ambas querían ser Flora. Esto me da la oportunidad de extender y extender la charla sin que ellas se den cuenta.

« ¿Cómo estará Gee?». Me pregunto a mí mismo.
Siento que pasa una eternidad, hasta que, por fin, se oye la puerta abrirse.

—Niñas, ¿Qué sucedió con el chocolate caliente? ¿Acaso se olvidaron? —Escucho la voz de mi esposo, mientras que, a través de la pantalla, solo miro el techo, ya que Lily se distrae en cuanto ve llegar a su papá, por lo que ahora sostiene el celular con la cámara hacia arriba—. Tengo un largo rato llamándolas, ¿No me escucharon?

—¿En serio? —Cherry suena sorprendida—. ¡No te escuchamos, papá!

Yo aguanto la risa; Gerard no las ha llamado, solo lo está diciendo como excusa, para que no parezca que pasó tanto tiempo calentando un poco de chocolate.

—Vengan aquí, princesas —dice mi esposo con cariño, tomando el celular de las manos de Lily, por lo que ahora puedo verlo a él, quien disimuladamente, me muestra su pulgar en alto, indicándome que todo ha salido bien, lo cual me hace sentir muy emocionado.

Hemos estado haciendo esto por años, pero siempre nos sentimos ansiosos ante la expectativa de ver las caras de las niñas cuando encuentren sus obsequios bajo el árbol.

—¡¿Qué?! —exclama Lily al llegar a la sala y encontrarse, no solo con todas las  cajas de regalos, sino con las calcetas en la chimenea llenas de dulces—. ¡Santa vino más temprano!

—¡Lily, mira! —Cherry corre hacia la mesa de café, donde dejaron las galletas y la leche para Santa, así como algunas zanahorias para los renos; ahora el vaso y el plato están vacíos y las zanahorias están a la mitad.

—Oh, no… —dice Gerard, tras mirarnos con complicidad—. Parece que Santa vino más temprano porque sabía que lo esperarían despiertas.

—¿Y no lo viste, papá? —le pregunta Cherry.

—¡No, se los juro! —Finge inocencia—. Cuando fui a buscarlas a su habitación hace un momento, los regalos no estaban allí; Santa fue muy rápido.

—¡Es un escurridizo! —se lamenta Lily.

—Oh, no se preocupen, hermosas —les digo—. El año que viene, nos prepararemos mejor. No tenemos más opción que poner una trampa para atrapar a Santa, ¡O quizás un sistema de alarmas!

—¡Buena idea, papi! —responden, haciéndome sonreír.

—No creo que a Santa le guste eso —interviene Gerard—. ¿Qué tal si las pone en la lista de niños malos por hacer una trampa?

—Oh, es cierto —le digo—. Entonces deberíamos pensar en una mejor forma de atraparlo, pero no deberíamos preocuparnos por eso ahora, ¡Hay que abrir los obsequios!

Las niñas deciden hacer caso a mis palabras, por lo que pronto, Gerard cambia de la cámara frontal a la cámara trasera para mostrarme la preciosa imagen de nuestras hijas, de lo más ilusionadas, arrancando el envoltorio de las cajas frente a la chimenea y el árbol lleno de luces. Están tan felices que yo… Quisiera capturar el momento para siempre y que la chispa en sus ojos nunca se pierda.

—¿Gee? —llamo su atención, haciendo que él regrese a la cámara frontal, para que podamos vernos frente a frente.

—¿Sí, Frankie? —pregunta risueño.

—Muchas gracias por hacer de esta una Navidad especial, a pesar de que estemos lejos. Sabes que los adoro a ti y a nuestras hijas con todo mi corazón y, ahora mismo, me siento tan feliz que… Que es como si realmente estuviésemos juntos ahora mismo.

—Las niñas y yo también te amamos, Frankie. —Se muestra conmovido—. Además, no deberías agradecerme. Tú también hiciste de esta una Navidad especial; verte jugar en la nieve, y el que cenaras con nosotros… Nos puso muy contentos, ya que solo queremos verte feliz… ¿Sabes una cosa?

—¿Qué cosa, mi amor?

—Ayer, cuando hablamos, aunque quise mostrarme optimista, sí me puso un poco triste que no pudieras estar en casa para Navidad, pero luego entendí que… Esta no es la verdadera Navidad.

—¿No lo es? —pregunto confundido.

—Es más un preámbulo. —Sonríe—. La verdadera Navidad será cuando regreses; si es en tres días o más, no importa… Ese día será Navidad, porque el mejor regalo que nuestras hijas y yo podremos recibir, será tenerte de vuelta.

Sus palabras provocan un nudo en la garganta:
—Siendo así… Entonces no puedo esperar a volver a casa para Navidad.

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