El viejo no dejaba de mirarme como si planeara algo importante para mí. No entendía por qué parecía tener mayor interés en mí que en mis hermanos.

- Nos vamos - acabó diciéndole al capitán del barco - de vuelta a Asgard...

Fue un largo viaje, estar en el barco comenzaba a marearme un poco; y el hecho de que no había comido nada en días empeoraba la situación.

En ocasiones me lanzaban huesos y unas que otras miseras sobras. De verdad odiaba sentirme así de miserable; pero no había mucho que yo pudiera hacer ahí. No quería morir. No ahí. No así.

Al llegar a Asgard, todo era muy "perfecto" por así decirlo. Claro, como debía de esperarse del hogar de los dioses.

- ¿Qué hago aquí? - pregunté sin dejar de mirar el paisaje.

- Tú te quedarás aquí entre los dioses. Has de este lugar tu hogar, joven lobo. Pero no busques a tu padre. - su voz se escuchó mucho más seria al decir eso - Esa será la única regla que nunca deberás romper en este lugar - Cambió su expresión otra vez. En verdad era muy extraño - Sé obediente y amable con todos, Fenrir. Ahora ve.

Todos me miraron cuando bajé del barco y hundí mis patas en la tierra. Los vi decirse cosas al oído cuando caminé cerca de ellos en dirección a un lugar en donde pudiera estar solo.

En ciertos horarios, alguien iba y me dejaba un cuenco con agua y un plato con comida como a los demás canes que había en el lugar.

- Oye, tú... - me llamó un hombre - ven aquí... - hacía movimientos con sus dedos mientras me llamaba, ese movimiento que hacían cuando llamaban a los perros - ¿Quieres jugar? - me mostró una rama.

No tengo palabras para expresar lo jodido que me sentía en ese momento. Había perdido a mi madre, mi hogar, mis hermanos. Estaba en un lugar completamente desconocido, rodeado de dioses; y me trataban como si fuera la nueva mascota de Asgard.

Juro que los haré pagar por la humillación...