━━━ 𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐑𝐔𝐄𝐋𝐓𝐘 𝐎𝐅 𝐑𝐄𝐏𝐄𝐍𝐓𝐀𝐍𝐂𝐄

𝐏𝐑𝐄𝐅𝐀𝐂𝐈𝐎
ᴵᵗ ᵃˡˡ ᵉⁿᵈˢ ˡⁱᵏᵉ ᵗʰⁱˢ

Percy sabía que cuando se sentía triste era bueno llorar, su madre siempre se lo había dicho, pero cuando creces eso se vuelve cada vez más difícil. Nadie jamás quiere admitir sus debilidades.

Y la realidad era que Percy siempre había tenido que ocultar una gran cantidad de debilidades.

Pero de entre todas ellas, su peor debilidad eran quizá los Weasley. No muchos creerían que Percy amaba con locura a cada persona de su familia, aún a los que parecían no quererlo a él, sin embargo así era. Él los amaba realmente. Por eso era tan doloroso estar distanciados, enojados.

Sabía que había sido un completo idiota con su familia, y lo lamentaba mucho, pero no podía simplemente dejar que sus padres y los demás pisotearan las cosas en las que él creía. Aún si éstas eran por completo incorrectas.

Y bien sabía que lo eran.

Había despertado repentinamente cuando su reloj de pared marcaban las cinco de la mañana, alterado por los ruidos de un Londres ya despierto. No era aún momento de levantarse, pero estaba acostumbrado a que en la Madriguera a esa hora su madre ya estaría despierta preparando el desayuno y limpiando la casa, haciendo mucho ruido; él se levantaría, iría al comedor y se pararía junto a su madre, le daría un beso en la mejilla, y le preguntaría en qué podía ayudarle aquella mañana, eso justo después de saludar a su padre con un abrazo breve y cálido, pues apenas volvería agotado de su trabajo en el Ministerio de Magia.

El mismo Ministerio por el que había dejado a su familia, por el que había hecho, y sobre todo dicho, tantas cosas...

Cerró los ojos para evitar ese repentino mareo de náuseas que le causaba el simple recuerdo, y mejor decidió levantarse.

Se sentó en la cama y con las manos intentó arreglar su desordenado cabello rojizo, bostezando y parpadeando para alejar el pesar, que últimamente siempre lo acompañaba. Caminó hasta su armario y lo abrió de par en par.

En casa nunca había estado demasiado provisto de atuendos, su closet en la Madriguera estaba apenas lleno a la mitad, y la mayoría de su ropa había sido siempre herencia de sus hermanos mayores. Pero ahora que tenía un alto cargo en el Ministerio de Magia podía darse ciertos lujos, como comprar trajes hechos a su medida, además de nueva ropa de dormir y zapatos adecuados para su rango.

Todo lo que siempre deseó estaba ahora, de la manera más literal, al alcance de su mano.

Estiró sonriente el brazo para descolgar su recién comprada bata de baño azul, de una tela tan suave como el terciopelo, cuando en la esquina a su izquierda logró captar un destello de algo rojo, algo viejo y gastado por usarlo demasiado. La sonrisa desapareció al tiempo que su delgada mano llena de pecas se mantuvo en el aire mientras sus ojos azules, un tanto cansados, se enfocaban en aquella ropa color Gryffindor.

No podía verla con claridad, pues la prenda estaba oculta entre la demás ropa, y demasiado lejos como para apreciarla completamente, pero sabía a la perfección que justo en el pecho de aquel gastado suéter tejido había bordada en dorado una gran P.

Tragó saliva con dificultad; en sus ojos amenazaban con brotar lágrimas ardientes.

Una gran ira repentina se apoderó de él, llenando su agitado pecho, cuando estiró el brazo, sujetó la tela entre sus dedos y tiró de ella de manera furiosa para sacarla de ahí.

La sostuvo entre sus manos, apretando tembloroso, con una mueca de enojo y desespero.

Durante su quinto año de estudios Percy había dado su último estirón, por lo que toda la ropa que tenía en ese entonces todavía le quedaba, aún si ya no era apropiada para alguien tan importante. Aquel suéter era uno de los que su madre tejía cada año para Navidad y les regalaba a todos sus hijos. Los chicos Weasley tenían bastantes, de hecho, sin embargo aquel era el favorito de Percy.

Fue de la primer Navidad que Oliver lo acompañó a la Madriguera sin que él insistiera en ello y recibió de la señora Weasley un suéter idéntico, con su respectiva inicial dorada. Aunque en ese momento sus padres no sabían que eran pareja, lo habían tratado como a uno más de la familia, al igual que siempre habían tratado a Harry o Hermione.

Todavía podía recordar la brillante sonrisa del jugador de Quidditch cuando lo recibió. Giró hacia él con sorpresa en sus hermosos ojos de largas pestañas y después, con toda esa magnífica alegría que lo iluminaba todo, había soltado una risa de emoción y sonreído con ternura. No tardó ni un minuto en ponérselo e insistir para que él se pusiera también el suyo.

Aquellos días quedaban ya muy lejanos.

Ni los Weasley ni Oliver querían saber nada de él; lo más probable era que todos lo odiaran.

Se sentó en el borde de la cama con la prenda todavía entre las manos, los labios temblorosos y sin poder detener el llanto que comenzaba. El enojo se había esfumado.

Percy siempre había llorado en silencio, incluso siendo muy pequeño, porque temía que sus hermanos se burlaran de sus problemas. Siempre les había parecido tonto cualquier cosa que a él le importaba. Pero sobre todo, lloraba en silencio porque le desagradaba la idea de que alguien quisiera consolarlo. Odiaba los abrazos tranquilizadores que reafirmaban lo débil que podía llegar a ser con el incentivo correcto.

Sólo una persona en toda su vida lo había abrazado mientras lloraba. Y había pasado hace mucho, cuando aún no tenía problemas tan graves. Había sido por tonterías de niños.

Un débil sollozo que sonó a ráfaga de viento se escapó de su garganta. Quería gritar y patalear de frustración, sacar toda esa rabia suicida que brotaba de su interior. Pero no podía. Sólo conseguía un llanto mudo, aquel que había adquirido tras años de práctica para evitar ser escuchado nunca, sólo un llamado solitario. Recostó la espalda en la cama y, apretando el suéter entre sus manos, miró al techo que se volvía cada vez más borroso.

Aquella habitación de departamento, aunque más grande que la de su casa, era tristemente monótona, sin vida, descolorida y fría, carente de todo el amor que había en su verdadero hogar. Estaban ahí todas sus cosas, pero eso no servía de mucho si se añoraba con locura otro lugar.

Odiaba sentirse tan miserable. Odiaba que nunca le pudieran salir las cosas bien. Odiaba que sus metas se interpusieran entre lo que más amaba.

Y se odiaba, más que a nada, a sí mismo.

Era uno de esos momentos en los que debía enfrentarse a la cruel realidad que había creado, aunque eso le quitara un pedazo más de su alma, aunque eso lo detrozara por dentro, aunque le quitara un poco más de dulzura a alguien que siempre había tenido miedo de la fragilidad de sus sentimientos. Era uno de esos momentos en que debía admitirse las cosas horribles que había hecho, aunque doliera.

Había cambiado a su familia y a la única persona a la que había amado por un estúpido trabajo...

Y, sí, eso realmente sonaba tan horrible como lo era en realidad.

Mientras el sol comenzaba a salir detrás de las nubes que cubrían el cielo de Londres, Percy comenzaba a pensar que auto-lanzarse una maldición imperdonable no parecía tan mala idea.

❤ ¡Hola, hola, hola! ❤

NOTA DE 2021: Bueno, se suponía que el prefacio lo iba a publicar mañana junto con los capítulos que ya tengo escritos, ¡pero estaba tan emocionada que no me pude aguantar! Ya tenía hecho el banner, y ya estaba perfectamente corregido, así que la emoción me ganó y aquí está.

Sé que tuvieron que esperar mucho, y pido perdón, pero además de tener un bloqueo del escritor no me terminaba de convencer ninguna de las mil versiones que hice para el prefacio. Hasta que finalmente me enamoré de ésta.

Es cortito, pero espero que les haya gustado, ¡nos leemos mañana! Besos, besos, cielos 😘

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