━━━ Perfecto
𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐈𝐈
La mañana del primero de septiembre de 1987 fue horrible para Percy Weasley.
La noche anterior había limpiado y colgado en el armario con esmero su primer túnica de Hogwarts, junto a la de su hermano Charlie (lo cual era bastante irónico, considerando que era precisamente una herencia suya). Había pulido sus zapatos, empacado gran parte de su ropa y metido todos sus libros en una maleta por separada. Se había acostado muy temprano, feliz y nervioso después de hacerles infinidad de preguntas a sus hermanos mayores sobre el colegio de magia, con las cuales no se había dado cuenta de lo hartos que estaban ya de su entusiasmo.
Sin embargo, a la mañana siguiente todo su esfuerzo se fue al demonio gracias a su familia.
Los gemelos habían tenido la grandiosa idea de entrar silenciosamente a su habitación para ensuciar su túnica y maletas con tierra lodosa que había tomado esa mañana del jardín, y Ron se les había unido embarrando sus zapatos. Habían sacado todos sus libros y los había esparcido por el lugar, al igual que su ropa y pertenencias. Así que cuando abrió los ojos aquel día lo primero que vio fue aquel completo desastre. Un prolongado escalofrío de pánico recorrió su espalda ante la espantosa imagen, y lo primero que salió de su boca fue un chillido.
—¡Ahhhhh! —exclamó con todas sus fuerzas.
Charlie, que dormía en la cama a su lado izquierdo, se despertó asustado, sentándose de un salto y con una expresión espantada en el hermoso rostro moreno por el sol. No pudo evitar formar una mueca de enojo tras ver a su hermanito pequeño despierto, levantado y haciendo mucho ruido.
—¿Qué demonios, Percy? ¡Son las malditas cinco de la mañana, vuelve a dormir! —refunfuñó.
Hasta el momento, en los once años que tenía de vida, Percy jamás había considerado realmente lo terribles que podían llegar a ser sus hermanos menores. Pero esa mañana se dio cuenta. Sobre todo por los diabólicos gemelos, Fred y George, que habían emprendido una rápida huida al jardín trasero después de desordenar todo lo que la noche anterior Percy había tardado tanto en acomodar meticulosamente para su viaje a Hogwarts ese día.
Aquel sería su primer año, y aquella mañana debía ser absolutamente perfecta en todo sentido, de acuerdo a lo que había estado planeando durante meses. Era menester que todo saliera bien en su día especial, uno de los más importantes, probablemente, de su vida entera. Pero la realidad había sido bastante amarga con él, para variar, una vez más.
En menos de un minuto el niño bajó corriendo la escaleras, alterado, llamando a su madre.
—¡Mamá! —exclamó con rabia al llegar a la cocina, donde la señora Weasley se dedicaba con fervor a preparar el extenso desayuno para sus hijos—. ¡Mamá! —repitió en un quejido.
La señora Weasley se giró hacia él con una expresión preocupada, sin dejar de sacudir la varita para que los ingredientes continuaran su marcha a la estufa. Salchichas, un desfile de huevos y lonchas de tocino flotaban hasta las sartenes calientes, mientras la masa para el pan se metía en un molde y después al horno precalentado, las naranjas se exprimían sobre la jarra de vidrio en la encimera, para después servirse en vasos para niños.
—¿Qué sucede, cielo? —preguntó.
Si Percy hubiese sido un niño llorón no hubiese aguantado más aquel llanto de frustración atorado en su garganta. Pero el pequeño Percy era demasiado orgulloso para eso.
—¡Los gemelos se metieron a mi cuarto y arruinaron mi baúl! —gritó.
La señora Weasley soltó un suspiro de exasperación. Siendo sincera con ella misma, no comprendía de dónde sus gemelos habían heredado una actitud tan problemática. Los primeros tres hijos habían salido obedientes y aplicados, algo rebeldes, pero nada serio. Bueno… nadie podía tener tanta suerte como para engendrar otros dos niños igual de centrados y serviciales. Ron incluso iba por el mismo camino que Fred y George.
—Lo lamento mucho, Percy, te ayudaría si tuviese tiempo —dijo su madre—. Pero debo terminar el desayuno y después alistar a tus hermanitos para salir a la estación.
—No quiero ayuda, quiero venganza —replicó Percy, entrecerrados los ojos con molestia.
Su madre frunció los labios, no muy de acuerdo con esa decisión.
—Mejor pídele ayuda a Charlie, querido —sugirió la señora Weasley con una sonrisa comprensiva—. Lo más prudente es volver a ordenar tus cosas nuevamente.
—¿Cómo eso puede ser mejor que la venganza? —masculló Percy entre dientes.
—Ya verás que el enojo se te pasa volando —señaló su madre.
Sin más remedio que obedecerla, el pelirrojo dio media vuelta indignado y subió las escaleras hasta su habitación compartida. Cuando entró, su hermano mayor seguía en la cama, recostado boca arriba con los brazos cruzados debajo de la cabeza y una sonrisa en el rostro. Abrió rápidamente uno de sus afilados ojos, observando a su hermanito con diversión.
—¡Los gemelos! —chilló Percy con ira.
No era la primera vez que le hacían alguna broma pesada, le tenían manía desde hace tiempo, pero aquella era por mucho la peor que le habían hecho hasta ese momento.
Caminó hasta el armario, esquivando sus libros tirados por todas partes, acercó su mano hacia la ropa para tomarla, pero después la apartó con asco. Apretó los pequeños puños sin poder evitar más su frustración y pateó el suelo, molesto.
—Vamos, no lo tomes personal, enano —se rió Charlie. Sabiendo que no podría volver a dormir, se levantó con un quejido, tomó la varita de su mueble junto a la cama y apuntó hacia la túnica—. ¡Fregotego! —Y en menos de un segundo, ante la mirada asombrada y un tanto llorosa de Percy, la túnica estaba limpia—. ¡Las ventajas de ser estudioso, Percy! —rio Charlie ante la mirada asombrada de su hermano—. Puedes obtener permisos para hacer hechizos básicos. —Al ver el rostro decaído de su hermanito, añadió—: Sólo les pareció divertido y lo hicieron sin pensar, no fue más que eso.
—¿Y por qué no fue la tuya? —replicó Percy.
Charlie soltó una carcajada incrédula, como si la respuesta fuese demasiado obvia para responderla siquiera. Se inclinó frente a él y lo miró con fingida seriedad.
—Porque soy su hermano mayor, ¡y soy su peor pesadilla! —respondió con voz grave. Extendió los tonificados brazos y lo tomó entre ellos, colocando su mejilla un tanto rasposa contra la suave de su hermanito, abrazándolo con cariño, para después alzarlo en alto y comenzar a hacerle cosquillas con su nariz—. ¡Soy la peor pesadilla de todos ustedes!
—¡Charlie, basta! —pedía Percy entre risas, desesperado y penoso.
El mayor lo volvió a dejar en el suelo, mirando pensativo la habitación.
—Tengo que empezar a preparar mis cosas también, pero si le pides ayuda al tonto de Bill para ordenar todo esto, seguro lo hará rápido. Es un compulsivo —le dijo sonriendo—. Y hazlo pronto, enano. —Se quedó quieto un momento, mirando su brazo izquierdo con la nariz fruncida—. Pero primero tomaré una ducha, creo que los gemelos me ensuciaron con su tonta broma. —Echó un vistazo por la ventana, sonriendo malicioso—. Esa me la pagarán.
Su hermano salió de la habitación estirando los musculosos brazos, con un bostezo. Durante las vacaciones Charlie se había propuesto ejercitarse hasta el cansancio. Estaba a nada de cumplir quince años y ya era tan alto como su padre, sin mencionar que la meta de ejercicio había rendido frutos rápidamente. Percy admiraba a su hermano mayor, por la dedicación que ponía en todo lo que quería. Bill también era alguien digno de admirar a los ojos del tercer hijo de los Weasley, pues era tan tranquilo como un río del bosque, pero siempre sabía hacerse oír entre el ruido imparable de La Madriguera, era amable e inteligente, decidido.
Ellos dos, con todas las cualidades que poseían, eran lo que él deseaba ser al crecer.
Con una sonrisa un tanto más apaciguada, Percy salió de la habitación y comenzó a subir las escaleras hacia el tercer piso, donde estaba el cuarto de su hermano Bill, y en ocasiones donde dormía también Charlie, cuando no deseaba estar cerca de sus hermanos más pequeños.
Tocó la puerta suavemente, esperando una respuesta que no tardó en llegar.
—¡Adelante! —dijo la amable voz de Bill.
Percy abrió la puerta y asomó la cabeza, inclinándola graciosamente hacía un lado.
—¡Bill! ¿Me ayudas con mi equipaje? —pidió, pestañeando los ojos con gracia.
Percy sabía conseguir todo lo que se proponía, y quizá esa fuese su mejor cualidad. Además, por supuesto, de su enorme inteligencia, ambición y de muchas otras cosas que su familia no sabía apreciar… ni entendían completamente. Sea como fuese, Percy tenía todo lo que se necesitaba para triunfar. Aún cuando se encontrara en situaciones difíciles y desagradables.
A partir de ese día estaría mucho tiempo lejos de sus odiosos hermanos menores. Ese simple hecho era suficiente para regresarle el buen humor que lo hacía sonreír tan hermosamente.
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