━━━ Las Estrellas de Oliver y Percy
𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐈
El castillo de noche, y con la escasa luz naranja, siempre había sido una total pesadilla para Percy.
No muchos lo sabían, pero él odiaba la oscuridad. O más que eso: temía a la oscuridad. Pero, por supuesto, era otra de esas debilidades que jamás admitía ante los demás.
Los antiguos ruidos de Hogwarts eran los mismos que sonaban desde hacía siglos, desde la primer generación de estudiantes que hubo en la época de los cuatro fundadores, eran ruidos ambiguos que se repetían año tras año. Y a pesar de ser prácticamente conocidos por todos, seguían aterrado a quienes se atrevían a salir de sus camas a pasear por los corredores a deshoras.
Tal como Percy Weasley en ese momento.
Se encontraba cursando su quinto año en Hogwarts y tenía el honorífico título de prefecto, por lo que probablemente no debería estar rondando el castillo a esas horas de la noche si quería ser el ejemplo de los demás, pero aunque era consciente de esto, no volvió a la cama.
No era como si de pronto él hubiera decidido salir a caminar para despejar la mente, invocar el sueño, o buscar problemas como algunos de sus hermanos hacían. Para nada. Esos no eran los pensamientos de un alumno estrella. De hecho, de no ser por Oliver Wood él ni siquiera estaría despierto, sino soñando con exámenes.
Se había despertado a la medianoche por un insistente ruido que no se detenía en su cuarto, esperó que se callara o que alguno de sus compañeros la detuviera, pero aquella cosa siguió sonando. Hasta que finalmente se hartó y se levantó molesto, preparado para gritarles, dándose cuenta que sólo él se encontraba en la habitación. Intentó encontrar la procedencia del ruido, que sonaba como un pequeño «¡hey, hey, hey!» agudo y constante.
Lo encontró debajo de su cama.
Era un muñeco de madera de él, diminuto y adorable, a diferencia de el Percy real, que lo veía con una horrible mueca enojada. Estiró el brazo y lo tomó entre sus dedos con rabia. Aquel muñeco irritante significaba que Oliver lo esperaba en uno de los pasillos. Y por la estrella pintada en la frente del juguete, suponía que muy cerca de la Torre de Astronomía.
Desde su llegada al castillo el nombre de Oliver siempre había sido como una maldición para el suyo, cualquier desastre que le ocurría tenía inevitablemente que ver con Wood, pues él mismo no podía buscarse problemas aunque se hubiese esmerado realmente en ello. No, el responsable siempre era Oliver, y en eso estaban incluidos sus castigos por andar en los pasillos.
Pero aún así Percy seguía haciéndole caso a las ocurrencias y tontos juegos de Wood, como si simplemente no pudiese hacer nada por evitarlo.
La verdad era que, muy en el fondo, al chico bueno le gustaban los constantes problemas.
Traía puesta su desgastada bata roja, con un bordado de su inicial hecha por su madre, sus pantalones grises un tanto viejos que habían sido de Charlie y una gran camiseta blanca de Bill. Intentaba hacer el menor ruido posible con sus pantuflas rotas, varita en alto con un leve «Lux» que iluminaba su camino con luz blanca.
Se encontraba cerca de la Torre de Astronomía cuando sintió un soplido en la oreja derecha.
Soltó un gritito ahogado y un escalofrío de pánico recorrió su cuerpo al pensar que quizá Peeves lo había atrapado en aquel corredor, y que no se libraría del escándalo que armaría el odioso espíritu. Sin embargo, al girar no se encontró con el poltergeist, sino con la cara sonriente de Wood, que ni siquiera disimulaba la diversión que le causaba la turbación de Percy.
—¡Tú, gran imbécil! —masculló el Weasley en un susurro, con gran enojo—. ¡Serás idiota! ¡Casi me matas de un susto! —Golpeó el hombro izquierdo de su compañero con fuerza, pero apenas y le hizo algo al robusto deportista.
—Vamos, Weasley —se reía Oliver de buen humor, sacudiendo la varita, iluminada, de un lado a otro como burla—. Sonríe al menos un poco. Con lo bonita que es tu sonrisa.
Mientras en el corredor se escuchaba el eco de lejanas pisadas de dos amantes ya muertos, el corazón de Percy latió rápidamente como un tambor en una marcha de guerra. Al sonrojarse, todo su rostro adquirió una tonalidad rojiza en contraste al fuerte color naranja de su cabello.
¿Qué le sucedía? Había sido sólo otro de los comentarios tontos de Oliver Wood, pero últimamente se sentían muy... distintos.
—Deja de burlarte de mí, Wood —soltó con los labios fruncido, encogiendo los hombros con desagrado—. Mejor dime para qué, en el nombre de Merlín, me querías aquí a esta hora.
—¿No lo sabes, Weasley?
—Pues no —admitió Percy con rotundidad.
Oliver dejó de sonreír repentinamente y lo miró asombrado, llevándose una mano a la estrecha cadera mientras se inclinaba hacia él. Si se acercaban un poco más, sus narices se tocarían.
—En verdad no lo sabes —murmuró—. Y yo creí que eras el gran Percy que lo sabía todo.
Percy retrocedió, resoplando molesto. Si había algo que odiaba, definitivamente era que dudaran de su inteligencia, y en eso Oliver era un complemento experto. En eso y en el arte de burlarse de él cada vez que le era posible, lo que sucedía con desagradable frecuencia. Percy frunció aún más el ceño, dio media vuelta de manera exagerada y lo observó por sobre su hombro derecho, cerrando los puños indignado.
—Si vas a continuar con tus payasadas, Wood, lo mejor será que me vaya a la cama ahora mismo. Tengo demasiado sueño y esto no es nada productivo, mañana tenemos una clase importante de pociones. Además, soy el prefecto de Gryffindor, francamente no debería estar...
—¡Bueno, ya! Deja el escándalo —lo interrumpió Oliver con una carcajada divertida. Se acercó, lo tomó de los delgados hombros y lo obligó a dar la vuelto para comenzar a caminar sin soltarlo—. Realmente, Weasley, eres una reina del drama.
Percy no replicó, porque no podía negarlo.
Se soltó con una sacudida y comenzó a caminar por su cuenta al lado izquierdo de Oliver, hombro con hombro. El jugador de Quidditch era, por mucho, más alto que el pelirrojo.
—¿A dónde me llevas? —inquirió Percy.
—Vamos a la Torre de Astronomía —le respondió Oliver, mirándolo de soslayo con una gran sonrisa cómplice.
Percy resopló, sonrojado.
—¿Para qué demonios vamos ahí?
El capitán del equipo de Quidditch giró la cabeza hacia él y lo miró confundido, con sus grandes ojos claros reflejando la luz blanca que emitía su varita, como alegres chispas pálidas en contraste con la uniforme luz estática de Percy.
—Creí que era tu lugar favorito, pero por tu cara parece más bien que vas directo a la horca.
Percy frunció los labios con molestia, arrepentido de haberle confesado su preferencia por aquel lugar de Hogwarts; Oliver se lo recordaba cada vez que tenía la mínima oportunidad de hacerlo.
—Contigo todo siempre es como ir a la horca, Wood —le respondió él, cruzándose de brazos.
Oliver le sonrió de manera simpática, encogiéndose ligeramente de hombros como si con ese simple gesto le diera toda la razón.
La verdad era que no le gustaba contrariar a Percy, quien era un completo obsesivo de tener la razón constantemente, y sufría desánimos cuando eso no ocurría. Los Weasley, por ejemplo, casi nunca le permitían ganar y era debido a eso que después de estar mucho tiempo con ellos se encontraba apagado y triste, como cuando él perdía un partido de Quidditch. Oliver llegó a pensar más de una vez que los Weasley le hacían más mal que bien a su amigo.
Supo que había hecho lo correcto al no replicarle cuando Percy le devolvió la sonrisa, aunque de manera más arrogante y engreída.
Fuese la sonrisa que fuese, la mostrase a menudo o no, a Oliver le parecía realmente encantadora.
{...}
Percy se quedó estático en medio del lugar, observando a las personas que se encontraban platicando y riendo en el balcón de la torre. Eran aproximadamente diez, todos amigos suyos o de Oliver... bueno, sobre todo del deportista.
Se cruzó de brazos como hacía su madre cuando estaba a punto de regañar a sus hermanos y miró a Wood con expresión interrogante.
—Es una ocasión especial —se excusó Oliver con una sonrisa inocente—. Lo prometo.
Angelina y otros estudiantes giraron hacia atrás al escuchar la voz del capitán de Quidditch, los saludaron entre un remolino de voces y los animaron a acercarse, señalando un montón de cojines que habían colocado en el suelo. La morena los miró, con una gran sonrisa burlona.
—¡Al fin llegaron, chicos! —exclamó—. Creí que se perderían intencionalmente en algún pasillo muy oscuro y no lo verían a tiempo.
Percy ignoró el comentario sobre perderse en un pasillo oscuro con Oliver y mejor permitió que el jugador lo llevara hacia donde se encontraban ya los demás. Se sentaron junto a una pequeña chica de primer grado y fue únicamente cuando la miró bien que se dio cuenta de quién era.
—¿Tú también, Hermione? —cuestionó, entrecerrando los ojos, sorprendido.
Hermione tenía tan sólo medio año en el castillo, sin embargo ya era una de las alumnas más ejemplares de Hogwarts, y él se lo reconocía constantemente con mucho afecto; incluso la había considerado como una potencial aprendiz o una futura amiga, a pesar de su corta edad; esto en vista de que su tonto hermano menor, Ron, había rechazado de manera grosera cualquier contacto con ella por considerarla rara.
La chica pareció encogerse un poco ante la mirada de Percy, pero a pesar de lo mucho que ambos se estimaban, ella le sonrió con inocencia como si no se arrepintiera de su decisión.
—Durante el desayuno, Cedric amablemente me invitó a venir, y como no tengo muchos amigos creí que lo mejor sería aceptar —le respondió.
El jugador de Hufflepuff, sentado a la izquierda de la pequeña Gryffindor, asomó la cabeza castaña.
—Si más de un prefecto iba a estar fuera de su habitación a esta hora, me pareció apropiado invitar también a alguien de primer año para divertirse —dijo—. ¡Después de todo, es una noche única!
—¿Cómo que más de un prefecto? —preguntó Percy, asombrado. Miró al resto de muchachos presentes, frunciendo los labios y con la cara roja como si lo hubiesen pintado a acuarela—. ¡Están bromeando! ¿Ustedes igual?
Robert Hilliard y Penelope Clearwater, de Ravenclaw, lo observaron con expresiones engreídas, como diciendo: «No sólo tú disfrutas de romper las reglas, Weasley». Gemma Farley y Damian Grey, de Slytherin, ni siquiera lo miraron. Mientras que Gabriel Truman y Holly Pensey, de Hufflepuff, le sonreían tan amablemente como cualquier integrante de su Casa lo haría. Únicamente faltaba Audrey, su compañera de Gryffindor, y estarían todos.
—¡Venga, Percy! —exclamó Katie Bell con una animada carcajada—. Quita esa cara amargada y, por favor, intenta divertirte mientras esperamos. ¡Merlín! ¡Qué emoción, he estado esperando esto toda la semana! Espero que en casa también lo puedan ver, mi madre estaba vuelta loca.
—¡Nadie me ha dicho qué estamos esperando exactamente! —se quejó Percy con una rabieta.
Oliver lo atrajo hacia sí, colocando su fornido brazo alrededor de sus hombros y apoyándolo contra su costado, como hacían cuando eran chicos de primer grado. Sólo que en aquel entonces a Percy no le latía el corazón como un martillo que golpeaba repetidas veces la madera.
—Hoy hay lluvia de estrellas —dijo Oliver.
—Pero no es una simple lluvia de estrellas —lo corrigió Damian Grey, con una arrogante sonrisa encantadora—. Son las Fragilem Rerum; se pueden ver únicamente una vez cada trescientos años.
—Según los libros de astronomía, las estrellas que caen durante la lluvia son las más hermosas del firmamento —comentó Hermione, emocionada—. Parecen cristales o grandes gotas de lluvia azul.
—Y dicen que la primera vez que fueron vistas fue en la época de la bruja Morgana —murmuró Holly con aire soñador—. ¿Se imaginan? Veremos el mismo fenómeno que observó una de las más grandes brujas de la historia.
—¿Pero que no era malvada? —cuestionó Oliver.
—Seguro era Slytherin —respondió Angelina.
—Entonces seguramente, además, era muy inteligente y atractiva —añadió Gemma, soberbia.
Percy observó cómo todos comenzaron a reír con simpatía, incluyéndolo a él, como si aquella noche más que nunca fuese importante olvidar toda la enemistad que existía entre las Casa de Hogwarts; sólo eran un grupo de amigos que esperaban impacientes un fenómeno increíble.
—Pero si esto es tan especial, ¿no debimos de haberle avisado a todos? —inquirió Percy.
—Oh, claro que lo hicimos, Weasley, no somos los monstruos que tú piensas —dijo Oliver, colocando la barbilla sobre su cabeza naranja.
—Pero tal vez les dimos a entender de manera sutil que debían observarlo desde su ventana porque los maestros usarían este lugar —masculló Cedric con una expresión de fingida inocencia.
—¿¡Hicieron eso!? —exclamaron Hermione y Percy al unísono con evidente alarma, a lo que todos volvieron a reír con fuerza.
Percy estaba a punto de darles un gran sermón cuando Oliver lo estrechó más contra él, rodeándolo con ambos brazos mientras amortiguaba su risa entre su suave cabello con olor a limpio. Percy se encogió sobre sí mismo, sintiendo la cara arder con fuerza.
Sabía que todos los estaban observando, y aunque no lo estuviesen haciendo, él podía sentir miles de ojos puestos sobre ellos. Podía sentir sus mordidas y veneno en la piel, como constantemente a lo largo de su vida. Esa sensación, de ser diferente, lo perseguía siempre, y le causaba repulsión, terror y vergüenza.
Le dolía el estómago. Tenía miedo.
Y de repente olvidó todo.
Una brillante luz surcó rápidamente el cielo, frente a sus grandes ojos, dejando una estela reluciente de azul celeste, magnífica, luminosa, que parecía infinita. Sus compañeros gritaron incrédulos, emocionados y alegres, cuando tres más siguieron el curso de la anterior.
Percy se acomodó en los brazos de Oliver, ignorando lo cerca que se encontraban ahora, apoyándose en su pecho mientras miraba asombrado y con una gran sonrisa el cielo nocturno, sin darse cuenta que su amigo lo observaba fijamente a él y no al cielo que se iluminó con un estallido de azul. Cayeron frente a sus ojos bellísimos cristales que se veían en el cielo una vez cada trescientos años, y lo único en lo que Oliver era capaz de pensar, era en lo mucho que le gustaba abrazar a Percy, así, con esa paz tan natural y reconfortante...
Y lo mucho que le hubiese gustado regalarle aquellas estrellas cada día, si de esa manera podía ver la misma expresión en su rostro.
No es por presumir (bueno, un poquito sí) pero esta vez lo hice completamente bien. ¡Este capítulo tiene 2370 palabras! Es apenas el primero y casi me mato por intentar no alargarlo demasiado, jajajaja. No quería pasarme tanto, aunque igual creo que lo hice.
Con respecto a la vida de Percy y Oliver no existe mucha información, pues Rowling le prestó demasiada atención al Niño que Vivió y no tanta a los demás personajes. No pude encontrar datos sobre compañeros que tuviesen durante sus primeros años, así que prácticamente me los voy a sacar de la manga.
La historia se centrará desde el primer años de Percy y Oliver hasta el último, así que espero que estén preparados para siete años de esta historia de amor.
¡Nos vemos en el próximo capítulo! ❤ Besos, besos ❤
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