Capítulo 4

—Maldición —dije al darme cuenta lo grosera que había sido con Kuchiki Byakuya al abandonar la habitación sin decir absolutamente nada. 

Ese no era el plan. El plan era ser amable con él, era entrar a su casa y a su vida, entonces dejarlo sin nada. 

Pero me dejé llevar por la ira, me dejé manipular por la rabia e hice cosas sin pesar. Típico de una chica impulsiva e idiota, típico de mí.

Después de llorar, cansada de eso, me quedé dormida justo donde estaba, sin siquiera darme cuenta; y cuando abrí los ojos vi que una manta cubría mi cuerpo del viento fresco del otoño. 

Levanté la cabeza y me encontré con los ojos de Ukitake jiisan que estaba cubierto por una manta muy similar a la mía.

—¿Cuánto llevas aquí? —pregunté. 

—Un par de horas —dijo sonriendo.

—¿No te aburres de verme dormida? —pregunté con desgano.

—Jamás me aburriría de verte —aseguró con una sonrisa un poco más amplia—. ¿Qué pasó?

—Recordar a Kana me descoloca mucho —excusé. Eso era cierto, mis ojos que se aguaban de nuevo lo confirmaron—. Quiero ir a la casa de Aizen —pedí de la nada, y mi tío dijo que no.

» ¿Por qué no? —pregunté molesta de que solo me negara el acceso a un lugar que me pertenecía. 

—Porque no —dijo y se levantó de donde estaba acomodando la manta en su espalda, entonces pretendió irse sin siquiera haberme dado una razón válida.

—Esa es mi casa, quiero vivir allí.

—No lo harás —dijo y le miré furiosa. 

No parecía ni siquiera dispuesto a discutirlo. Era como si ya lo hubiese decidido.

—Pero... 

—Dije que no. 

Su casi grito me enfureció. 

«¿Por qué diablos no?» 

No lo entendía. Así que solo refunfuñé furiosa y, dejando la manta en el piso, me fui del lugar.

Me fui sin decir a donde, no tenía un rumbo fijo. Yo solo quería correr a donde no estuviera él, yo solo quería su comprensión y él ni siquiera había intentado entenderme y eso, más que dolerme, lo odiaba.

Caminé por ese sinfín de calles iguales. Caminé, caminé y caminé hasta que me cansé y me dejé caer en el piso como antes lo hiciera en la casa de Ukitake jiisan.

Sentada en el piso, recargada a una pared completamente desconocida, lloré un poco más.No podía detenerme, eran muchas cosas las que cargaba en el alma y que me dolían.

Un chico de cabello rojo se acercó a mí para preguntar si yo estaba bien. Yo no estaba bien, era tan obvio que me molestó la estupidez de su pregunta, así que lo miré con fastidio y no dije nada.

Ignorando su pregunta devolví mi cara a mis brazos que se apoyaban en mis rodillas dobladas frente a mi pecho. Coloqué la mejilla sobre mi puño y cerré los ojos, pero sus palabras me turbaron de esa deliciosa nada que me envolvía.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó. 

—No —respondí tras mirarlo con desgano.

—Pero parece que necesitas ayuda —insistió. 

—Pero no la quiero, así que déjame en paz —exigí rabiosa y lo vi desaparecer por la calle en donde no había nadie más.

Lo cierto es que debía agradecerle al pelirrojo su presencia, pues sentirme enojada me permitió serenarme mucho. Aunque ahora que ya no lloraba solo quería no hacer nada, así que seguí con la cara recargada a mis rodillas sin mirar absolutamente nada.

» Tengo que regresar —dije después de mucho rato y me puse de pie con dificultad, había pasado tanto tiempo engarruñada que ahora estaba entumida, entonces miré a todas partes intentando descubrir un camino qué seguir, pero antes, cuando caminé llorando, no me había fijado por dónde iba; y aún estaba el hecho de que en Sociedad de las almas todas las calles eran iguales.

» Rayos —dije un tanto preocupada, pero era solo un poco, estaba tan agotada que decidí no estresarme más. 

Resignada estiré mi cuerpo al cielo, descubriendo en el techo sobre mí a cierto pelirrojo que al parecer no se fue cuando lo pedí.

Lo miré fijo, siendo testigo de cómo, de a poco, su rostro se ponía más colorado que su cabello.

—Pfffff —hice intentando ocultarle mi cara.

—No te burles —exigió cayendo frente a mí—... es solo que estaba un poco preocupado y... 

No pude contenerme más, me reí de él a carcajadas, haciéndolo sonrojar más. Aunque puede que no fuera vergüenza, sino molestia, lo que lo ponía del color de sus cabellos.


Continúa...



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