Capítulo 26

—Estoy exhausta —dije al hombre peliblanco de ojeras pronunciadas que llevaba quince días de desvelos conmigo. 

—Mmm —respondió y cabeceó de nuevo sobre el cuerpo de Yukie que no se dormía pero por nada del mundo.

Temerosa de que, al no sentir mis brazos, Machi despertara, la dejé sobre la cama con sumo cuidado para quitar de los brazos de mi esposo a mi hija en riesgo de ser soltada por su, casi dormido, padre. 

Eran las cuatro de la mañana y no habíamos dormido sino un par de horas hace un par de horas, ambos estábamos exhaustos, pero él trabajaba de día y yo no, la que debía ser considerada por las noches lamentablemente debía ser yo.

—Ven con mamá —susurré y comencé a mecerla mientras tarareaba una nana que le ayudara a arrullarse. 

Pero la nana que yo tarareaba me estaba haciendo más efecto a mí que a ella.

A punto de sentarme a llorar por la impotencia que me hacía sentir no ser capaz de dormir a una niña, y por la rabia que tanto cansancio me tenía padeciendo, vi a Yukie bostezar y estirar su cuerpecito, indicándome que pronto entraría al reino de los sueños. Algo que estaba anhelando poder hacer también.

Puse a Yukie en la cuna cerca de mi cama y la arropé, volví a mi cama por Machi, a quien puse en la cuna junto a su hermana y también arropé; entonces sonreí al verlas dormir tan plácidamente. Besé sus cabecitas y me devolví a la cama para poder descansar.

Al movimiento en la cama Toshiro abrió los ojos buscando con desespero a la que ya no estaba en sus brazos.

»Ya cayeron las dos —anuncié sonriendo—, vamos a dormir —pedí abrazándome al cuerpo del hombre que se acomodaba en nuestro lecho y gustoso recibía mi abrazo.

Cerramos los ojos y nos perdimos del mundo, al menos por un par de horas que era el tiempo habitual en que ellas dormían. En dos horas, un poco más, nuestra alarma serían los quejidos o llantos de esas hermosas niñas que, más que hijas, eran nuestros verdugos.

Habitualmente solo dormitábamos, para poder escuchar si algo ocurría con las niñas, pero supongo que el cansancio ya era demasiado pues caí en un sueño profundo y, placenteramente, las horas se pasaron lentas. 

Cuando comencé a recobrar la paciencia, sentí como que fueran más de dos horas las que ellas habían dormido.

Sentí la luz incomodar mis ojos y me preocupé sobremanera al darme cuenta que a las seis de la mañana la claridad aún no pintaba el día. Debieron ser más de tres horas las que dormimos sin ruido, y seguía sin haber ruido.

Miré a la cuneta donde algunas horas atrás había dejado a mis hijas y estaba vacía. Moví el cuerpo del hombre que parecía muerto en mi cama para preguntar por ellas.

—Toshiro, ¿Matsumoto vino por las niñas? —pregunté.

—Matsumoto no está en Sociedad de las almas —gruñó entreabriendo un ojo—... ¿Qué pasó con las niñas?

—No están —balbuceé. 

—¿Cómo que no están? —preguntó levantándose raudo.

Cuando mi marido se sostuvo de la baranda de la cuna, tragué saliva con dificultad.

—¿Crees que alguien de tu escuadrón las sacó para dejarnos dormir un poco más? —pregunté. 

Ese era mi más profundo deseo pero, con la cara llena de horror, Toshiro explicó algo que en serio no quería haber escuchado. 

—Estamos solos desde ayer —dijo y el nudo en mi garganta se hizo mucho más grande. 

Intenté dejar la cama, pero mis piernas flaquearon y caí rodillas al piso sin posibilidad de poder levantarme.

—¿Quién pudo habérselas llevado? —pregunté mientras mis manos se hacían puño y mis ojos contenían un montón de lágrimas suplicando por salir. 

Pero no dejaría que salieran, no era tiempo para alterarme, necesitaba confiar en que todo estaría bien. Aunque se estaba volviendo difícil.

Toshiro no dejaba de mirar la cuneta y sostenía con fuerza la orilla, con la suficiente fuerza para hacer temblar la cama donde ahora no estaban nuestras hijas.

»Toshiro —le llamé y no dijo nada—. Toshiro —repetí insistentemente, pero él solo se mantenía con la mirada fija al espacio vacío, haciéndome preocupar.

Respiré profundo y tomé valor para ponerme de pie. Cuando lo logré, me encaminé hasta donde él estaba y, por inercia, miré en dirección donde él miraba para encontrarme con la razón de que mis lágrimas escaparan sin posibilidad de poder contenerlas.

La cuneta estaba llena de manzanas destrozadas y un par de aves muertas, además de una nota en la sábana escrita con sangre que rezaba "Comienza el juego".

»Aizen —salió de mi boca que inmediatamente cubrí con mis manos para contener ese pensamiento mal sano e imposible. 

No podía ser Aizen, él estaba muerto.

—¿Aizen? —preguntó Toshiro que ahora sostenía mi cuerpo incapaz de mantenerse de pie.

—Es un juego de palabras que manteníamos —dije—, pero es imposible... él está muerto, ¿no es así?

—¿Aizen le haría daño a las niñas? —preguntó.

—Aizen está muerto —balbuceé confusa.

—¿No les haría daño, o sí? —preguntó de nuevo Toshiro-

—¿Aizen no está muerto? —pregunté entre dolorosos sollozos.

—Tenemos que hablar con tu papá —dijo Toshiro haciendo presión a su agarre que mantenía en mi cintura.

—Si no ganamos este juego él va a matarlas —informé completamente aterrada y lloré aferrada al que lloraba junto conmigo.


Continúa...


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top