Capítulo 23
Las cosas fueron bastante bien. Fueron más los nervios de Toshiro y míos, que el enojo de mi papá y mi tío.
Tiempo después Toshiro y yo nos casamos en una pequeña ceremonia donde los invitados eran nada más y nada menos que todo el Sereitei. Pero no era para menos, quienes contraían nupcias eran el capitán de la décima división con la heredera Kuchiki.
La ceremonia fue perfecta, pero la fiesta fue una pesadilla, sobre todo porque los achaques del embarazo me estaban volviendo loca. Eso y que yo era hostigada por absolutamente todo el mundo.
Era la hija de Kuchiki Byakuya y todos parecían muy interesados en quedar bien conmigo.
En cuanto tuve la oportunidad me acerqué a un pelirrojo que, desde que supo de mi embarazo, me evitaba totalmente.
—Tienes que sacarme de aquí —casi supliqué.
—¿Por qué tengo que hacer eso? —preguntó—, tú sola te metiste en esto, sal tú sola.
—Eres un idiota —dije y me encaminé a la puerta, haciendo justo lo que no quería, ignorar los llamados de todos los que en el camino intentaban detenerme para ofrecerme sus felicitaciones.
Entré a la casa de mi papá, pues la recepción fue en la casa Kuchiki, y caminé hasta la que ese día dejaría de ser mi habitación. Allí, cansada de aguantar personas, cansada de contener mis emociones, y muy cansada físicamente, comencé a llorar hasta quedarme dormida.
Cuando abrí los ojos parecía que la fiesta había terminado. No se escuchaban más ruidos y no se veía mucho ya. Estaba bastante entrada la tarde.
Respiré profundo y me estiré para desperezar mi cuerpo. Entonces escuché la voz de mi ahora marido.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Eso fue demasiado —respondí sin darle la cara y sentí su cálida mano tomar la mía.
—Cuando desapareciste me desaparecí también —dijo—, seguro todos piensan que nos fuimos de luna de miel y lo que hicimos fue yo mirarte mientras tú dormías.
—No me mires cuando duermo —exigí incorporándome.
—Es que así eres más hermosa —susurró acercándose peligrosamente a mí.
Me sonrojé seguro, mucho más cuando sus suaves labios acariciaron los míos.
—Es usted un atrevido, capitán Hitsugaya —dije burlona.
—Y usted muy hermosa señora Hitsugaya —dijo él y sonreí.
Toshiro y yo nos llevábamos bastante bien. A pesar de parecer un aburrido, cuando estaba conmigo era demasiado atrevido. Pero con quien era una locura era con Matsumoto, ella lo sacaba de quicio.
»Vamos a casa —dijo mi esposo.
—¿Por qué no nos quedamos por hoy? —cuestioné a manera de sugerencia—. Ya es algo tarde y en serio estoy muy cansada.
Él hizo un puchero.
—Pero entonces tendremos que ser muy silenciosos —sugirió con picardía, sorprendiéndome.
De verdad que era muy atrevido.
Ambos sonreímos y nos dejamos caer en la cama. Toshiro me abrazó fuerte a su cuerpo y, al sentirme segura entre sus brazos, un suspiro se me escapó.
—Renji está enojado conmigo y no sé qué hacer. A veces se porta como todo un idiota —dije.
—¿Qué le hiciste? —preguntó el ojiazul y sonreí.
Incluso ese chico, al que yo aseguraba no conocer, me conocía bastante bien. Pero esta vez estaba equivocado. Esta vez no era mi culpa, o al menos es lo que recordaba.
—Que yo sepa, nada —dije—, tiene tiempo que solo me evita y hoy, en la fiesta, cuando pedí su ayuda me mando al diablo. Es un idiota.
—¿Para qué necesitabas ayuda? —preguntó el peliblanco.
—Para escapar —respondí y mi marido jugó conmigo.
—¿Ibas a escaparte con Renji? —preguntó fingiendo sorpresa.
—Sí, no puedo resistirme a esa roja cabellera —respondí siguiendo su juego para terminar ambos riendo.
—Oye, todo va a estar bien, seguro luego se le pasa —sugirió Toshiro y yo quise aceptar lo que me ofrecía. Pero una parte de mí decía que lo más probable es que eso no ocurriera, al menos no pronto, pues yo sería dada de baja de la sexta división y también me iría de esa casa—. ¿Quieres dormir? —preguntó.
—No —dije—, tengo dormida toda la tarde, ya no tengo sueño.
—Se me ocurre algo divertido para matar el tiempo —dijo mi esposo mientras, con las yemas de sus dedos, acariciaba toda la longitud de mi brazo.
Levanté la mirada y lo miré con picardía.
—Traeré el shogi —soltó despegando su cuerpo del mío y despejando todo rastro de melancolía de mi alma, por tan tremenda carcajada.
* *
Algunos meses después, mientras me quejaba por las fuertes contracciones, un peliblanco y un pelirrojo se hacían pelotas sin atinar que hacer.
Ese día, después de mucho tiempo de ser cortante y frío conmigo, después de ignorarme hasta el cansancio, Renji se había aparecido frente a mí para explicar el motivo de su lejanía.
—Oye, lamento haberme alejado así, lamento haberte tratado mal, pero creí que lo más sano era alejarme —dijo—. Tú eres la esposa de uno de los más respetables capitanes del gotei trece, eres la hija de mi capitán, no debería amarte y aun así lo hago.
El pelirrojo terminó sonrojado y cabizbajo.
A mí, la sorpresa de su confesión hizo que el aire que acababan de recibir mis pulmones se agolpara en ellos, provocándome dolor. Un dolor que se recorrió a mi vientre acalambrándolo y haciéndome gritar. Entonces pensé que lo que me dolía era una contracción, no su confesión.
Continúa...
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