Capítulo 10
—Es tu papá —dijo ella y yo perdí todo el coraje, toda la ira y toda la fuerza. Solo me quedó la confusión y el dolor que me invitó a no dejar de llorar—. Byakuya Kuchiki es tu papá —repitió ella y yo negué con mi cabeza.
—¿Qué? —la pregunta que a traspiés formulé y que escapó de mí en susurro. Kiyone neesan asintió—. No, no, no, no... Kana lo dijo, ella dijo que él la mató... yo le pregunté quien le hizo eso y ella dijo su nombre —repliqué llorando—, él no puede ser mi papá, él la mató.
—Lo que Kana dijo era el nombre tu padre —sugirió Kiyone—, quizá ya no podía decir más. Maya piensa de nuevo —pidió—. ¿Por qué el hombre que mató a tu madre te acogería en su casa?
—No, no, no, no —repetí haciendo negativas con mi cabeza repetía mi incredulidad—. ¿Por qué no te defiendes? —pregunté a Byakuya confusa por no poder entender nada.
El hombre que no me miraba al fin dijo algo.
—Tal vez Kana murió por mi culpa —sugirió cabizbajo—, yo no supe retenerla a mi lado, no supe protegerla, no pude hacerla feliz, por eso no voy a hacerte más daño... Tal vez merezco morir.
—¿A manos de tu hija?... —pregunté furiosa, obteniendo su total atención— ¿ibas a dejarme matar a mi propio padre? Imbécil —dije al hombre que me miraba sin poder siquiera moverse.
Caminé furiosa hasta la entrada de la calle y salí de ese lugar. Comencé caminando y terminé corriendo de nuevo. Corría como intentando huir de toda la confusión que me atosigaba, pero esa iba en mi cabeza, no había manera de dejarla atrás.
Corrí hasta el bosque, deseando que esa oscuridad que envolvía los árboles me envolviera también. Quería que la noche que empezaba a tragarse el día me tragara también. Deseaba desaparecer.
Corrí y tropecé, se rompió mi sandalia y me fui narices al piso. Ahí lloré completamente furiosa. No entendía nada de lo que pasaba, estaba muy enojada y no sabía exactamente porque. Confirmado, estaba loca.
Abracé el libro que a pocos centímetros delante de mí se mojaba, entonces me di cuenta que no era mi libro. La pasta de este libro era un poco diferente a la de mi libro, lo abrí y tenía una dedicatoria diferente. Esta era la segunda parte de esa historia que mamá siempre me contó.
»Demonios —dije llorando de nuevo preguntándome «¿Por qué la vida era tan complicada?, ¿Por qué mi vida era tan complicada?».
Lloré hasta que me cansé y hasta entonces me levanté para darme cuenta que la lluvia se había ido y que la luna se asomaba entre las nubes que comenzaban a dispersarse.
Mucho más serena caminé por esas calles ya no tan desconocidas, pero aún complicadas de entender. Caminé sin pensar en nada, sin mirar nada. Caminé hasta que choqué con el suave cuerpo de alguien. Era una mujer. Ella calló al piso y se quejó un poco, la miré intentar ponerse de pie, pero no lo lograba, estaba demasiado ebria como para sostenerse por sí misma.
—¿Eres pordiosera? —preguntó cuándo al fin pudo darme la cara.
—Tú eres una borracha —dije y soltó una tremenda carcajada que me invitó a reírme también.
—Me caes bien —dijo cuando al fin nos calmamos—, llévame a mi casa.
La mujer se colgó a mi cuello, en el camino caímos a un charco, ahora ella parecía pordiosera también, y con la risa que tenía yo también parecía una borracha. Al final, entre todas las sandeces que dijo y cantó, pude rescatar su dirección y caminamos hasta ella.
Llegamos a una casa casi estilo base militar donde nos recibió un chico de cabello blanco y mirada seria. Él miró con enfado a la que colgaba de mi cuello y me la quitó de encima llevándola adentro. No sé porque los seguí, pero los seguí.
Vi como la dejó en una habitación tipo oficina, prácticamente tirada en un sillón algo grande. Ella cayó y se quedó dormida inmediatamente. Entonces volvió sus pasos hasta mí.
—Soy Toushiro Hitsugaya —dijo el chico de ojos azules—. Lamento los problemas que le haya ocasionado Rangiku —se disculpó conmigo—. ¿Está usted bien? —preguntó viéndome de arriba abajo.
—Nos caímos un par de ocasiones —respondí en una nerviosa sonrisa.
Me sonrojé al darme cuenta el estado en que me encontraba. Seguro que sí parecía pordiosera.
—¿Le apetece darse un baño?, podría resfriarse —ofreció y acepté, pues salir a la calle en las fachas en que estaba no me llamaba mucho la atención.
Cuando salí de bañarme escuché los gritos del chico, parece ser que reprendía alguien. Me acerqué para darme cuenta que era a la chica ebria que ya había despertado.
—Tranquilo—dijo ella sin inmutarse realmente—. Bebe esto y relájate —dijo haciéndole empinar un trago que casi lo ahogó—. Únete —dijo cuándo me vio, haciéndome lo mismo que a él.
Esa noche bebí como no lo había hecho nunca, olvidándome de todo como lo había querido siempre.
Continúa...
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