Capítulo 1
Me encontraba frente a la puerta de un destino que yo misma había marcado, a punto de trastornar mi vida con la mayor estupidez que yo había elegido. Pero, a ese punto, mi vida ya estaba bastante trastornada, así que no importaba realmente lo que me pusiera a hacer a tales alturas. Aunque no podía negar que buscar venganza fuera algo estúpido.
Con mi cabello negro y lacio que llegaba hasta mi rabadilla, con mis piernas cubiertas por unos leggins al color de mi cabello, con mi delgado torso envuelto en un blusón morado oscuro, con mis ojos llenos de lágrimas y mi corazón amarrado a la nostalgia y al dolor, llegué a Sociedad de las Almas.
Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había pisado ese lugar; en aquel entonces tenía a penas cinco años, habían pasado más de trece años de eso.
Por fortuna para mí, Sociedad de las almas no había cambiado nada, pero para mi infortunio seguía igualita por todas partes.
Ese lugar era lo mismo por todas partes. Las calles, una tras otra, eran iguales, así que no fue difícil perderme.
Caminé por un buen rato hasta que encontré lo que estaba buscando, una persona. «¿Quién?» Quien fuera, yo solo necesitaba alguien que pudiera darme indicaciones y las obtuve.
Una chica de quizá mi estatura, de cabello castaño y ojos tristes —quizá tan tristes como los míos—, me regaló una sonrisa que al parecer le pesaba demasiado, pero que le agradecía mucho. A mí me hacía falta sentir calidez. Quizá ella lo notó, quizá por eso ella se forzó a sonreírme.
Gracias a las indicaciones de la chica llegué al lugar que estaba buscando, la base de la decimotercera división del Gotei 13. Esa base le dio cobijo y una hermosa familia a mi madre cuando era joven.
Ahí fui recibida por una chica de cabello naranja que me miró sorprendida mientras a traspiés intentaba decir un nombre que quizá no recordaba bien.
—¿Maya chan?... eres tú, ¿no es así? —preguntó.
Asentí y, llorando cuan niña pequeña, me aferré al pecho de esa bella mujer que era ni más ni menos que la mejor amiga de mi madre. Ella era Kiyone Kotetsu la tercera oficial de la división a la que logré llegar.
—Kiyone neesan —dije entre lágrimas a la chica pelinaranja que me abrazaba un poco confundida, pero mucho muy feliz, me lo dijo el rápido latir de su corazón.
—Ven hermosa, pasa —pidió arrastrándome dentro—. ¿Qué haces aquí?, ¿cómo has estado?... No, espera, al revés, ¿cómo has estado y qué haces aquí?
Kiyone neesan lo dijo demasiado rápido como para no causarme gracia. Sonreí serenándome un poco.
—He estado bien —anuncié limpiando la humedad de mi rostro con las palmas de mis manos—, muchas gracias. Y pues vine a visitarte.
—¿A mí o al capitán? —preguntó mirándome hostigosamente.
—A ambos, en realidad.
—Pues eso me encanta... anda pasa, te prepararé una deliciosa comida —prometió guiándome por los pasillos de esa base bien conocida, pero no tan recordada.
—Eso será estupendo —dije y nos adentramos a una habitación que, de no ser por la mesita en el centro indicando que era el comedor, bien podía ser lo que quisieran.
—¿Tu mamá vendrá? —preguntó un rato después, mientras me pasaba un plato de eso que ella había preparado.
No pude evitar que mis ojos se inundaran de lágrimas, ni pude evitar morderme los labios a punto de ser cercenados por mis propios diente,, y tampoco pude evitar el aire que se contenía en mi garganta ahogándome un poco.
Tragué el grueso de saliva que se atoró en mi garganta y negué con la cabeza apartando la mirada.
—¿Qué pasó con Kana? —preguntó—, ¿te peleaste con ella?
Negué con la cabeza y, a punto de abrir la boca para explicar lo ocurrido, el correr de la puerta y los sorprendidos ojos del hombre que me miraba desde la puerta paralizaron incluso los pensamientos en mi cabeza.
La aparición de ese hombre me hizo derramar tantas lágrimas como había en mis ojos. Él se acercó y me abrazó sin percatarse de unas lágrimas que, agachando la mirada, le había ocultado.
—Maya chan..., ¿qué pasó? —cuestionó el que de la efusividad y alegría pasó a la preocupación, pues al sentirme envuelta en sus brazos tampoco pude evitar temblar.
—¿Qué pasó, Maya? —preguntó también Kiyone neesan.
—Kana está muerta —anuncié ahogada en llanto, bajando la mirada para no tener que ver el dolor de sus rostros, pues dolor no era algo que pudiera cargar más.
Continúa...
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