── ❪ prólogo ❫

ALENA ODIABA LAS TORMENTAS. Como las gotas golpeaban contra los cristales y el viento azotaba todo a su alrededor, creando una cacofonía que a la menor de los Mayer solo traía recuerdos de muerte y dolor.

Su madre se había ido en un día así. La tormenta envolvió el condado de Maine cuando el corazón de Angela Mayer dejó de funcionar. Un infarto al miocardio llevó a una isquemia seguido de una hipoxia. Solo bastaron minutos para que toda vida abandonase su cuerpo y de nada sirvió los intentos de reanimación por parte de los paramédicos que ocuparon su cocina.

A las ocho con cuarenta y cinco minutos y ocho segundos de la tarde, un día sábado de tormenta tres personas perdieron la vida. Angela Mayer y sus dos hijos. Solo un cuerpo fue enterrado bajo tierra, pero toda vida existente en los mellizos desapareció en cuanto hicieron oficial el fallecimiento de la madre.

No era como si importase, realmente. La única persona que siempre se había preocupado de ellos se había ido. Su padre, tan preocupado por su puesto y trabajo, a penas paraba en casa y mucho menos prestaba atención a sus hijos.

Así que Alena hizo todo lo posible para sobrellevar la perdida. Para alejar el dolor. Para eliminar la realidad. Una cosa llevó a otra y cada día, cada noche, algo nuevo se agregaba a su alma, destruyéndola, haciéndola añicos.

No le importaba. Mientras ella pudiese olvidar todo, iría tan lejos como fuese posible. Tal vez así se encontraría con su madre en el otro mundo. Estaría feliz a su lado. Lo sabía.

Abriendo sus ojos, Alena miró con fijeza el techo blanco, difuminado. Su cuerpo flotaba, su cerebro estaba entumecido, y no había ruido en su interior. Nada. Eso era lo que transitaba por su cuerpo. Nada.

Aún cuando la lluvia golpeaba fuera de la habitación dónde estaba siendo follada, la tristeza y el dolor se habían esfumado. Una combinación de una nueva droga y varios vasos de mezclas de alcohol la habían llevado a ese estado, y no podía estar más feliz por haber aceptado la invitación del chico que estaba en su interior.

Kate, su única verdadera amiga, no comprendía porque seguía haciendo eso todos los días que podía. Dejarse joder por droga. Poco le importaba lo que ella pensase. No comprendería. Su vida era perfecta. Padres que la amaban, hija única, una casa cálida y llena de amor. No entendería, aún si quisiese explicárselo.

Le daría un sermón y consejos de vida, que no cambiarían nada. Estaba demasiado jodida para hacer algo al respecto y no quería cambiar. El camino por el que se estaba dirigiendo era frenético y justo lo que necesitaba para alejarse de todos aquellos sentimientos que la carcomían cada vez que estaba sobria y limpia.

El chico —infiernos si podía recordar su nombre—, gruñó en su oído y su cuerpo la aplastó contra la cama. Los movimientos cesaron y Alena siguió viendo el techo, que de a poco dejaba de ser un caleidoscopio y se volvía más tangible y real.

—¿Terminaste? —dijo ella, queriendo aspirar una nueva dosis de la droga para entumecer por completo sus recuerdos, sus emociones. Todo de ella.

Ojos pesados y azules se encontraron con los de ella y él le sonrió.

—¿Quieres otra ronda? —preguntó en voz baja y Alena estaba dispuesta a dejar que fuese jodida toda la noche si eso significaba que podría tener más droga.

—No soy gratis.

El desconocido se rió y levantó su cuerpo del cuerpo de ella. Salió de su interior y se sacó el condón de su pene flácido, mientras se dirigía hacia un lugar en la habitación que Alena no podía ver. No pasó mucho tiempo cuando un cuadrado de plástico se movió en su vista periférica, con tres pastillas moradas.

—Lo mejor para ti.

Le costó un poco coordinar sus movimientos, pero cuando pudo sentarse, tomó el sobre y se percató que no eran las mismas pastillas que le había dado la primera vez. Con ojos inquisitivos, vio al chico que se subía unos pantalones.

—¿Es buena?

—Todo lo que tengo es bueno, nena. —Le guiñó un ojo—. Solo compro la mejor droga. La usé ayer. Es una cosa jodidamente diferente. Te encantará.

Bueno, eso era lo único que necesitaba saber. Aspiraría cada pastilla y disfrutaría de su tiempo de felicidad, dónde el dolor no existía y tampoco los recuerdos.

***

LA NICOTINA PARECÍA ACTIVAR cada nervio en el cuerpo de Angell. Desde la primera vez que le dio una calada al cigarrillo que sintió aquella electricidad corriendo por su cuerpo y luego una ola de calma que envolvía su cerebro. Lo amaba y no le importaba si estaba jodiendo su cuerpo.

Su madre se había cuidado toda su vida y ¿dónde la llevó? A estar enterrada en un ataúd. La vida era una mierda y no haría algo para que fuese lo contrario. Nada interesaba. 

Bueno, viendo como su hermana menor por un par de minutos, entraba en la sala de estar, cambió ese pensamiento. Solo Alena le importaba. Era la única familia que le quedaba. ¿Su padre? Si fuese por él, se podría joder y no le importaría. Él solo se preocupaba de su preciado trabajo e investigaciones como para ver como sus hijos se guiaban hacia la destrucción.

Aunque, Angell sabía, que no era un secreto lo que los pequeños Mayer hacían cada noche. Como jodían sus vidas. Su padre debía de saberlo. Era un hijo de puta inteligente y nada era un secreto para él en Maine, lo que solo significaba una cosa: no le interesaba lo que sucedía con sus hijos.

—Hola —dijo Alena, sentándose al lado de él y alejando a la chica con la que había estado hablando. Ni siquiera le importó la mirada de desagrado que recibió y eso solo hizo sonreír a Angell—. ¿Fumando sin mí?

Le pasó el cigarrillo para que le diese una calada profunda.

—Tú te fuiste a divertir sin mí.

Ella expulsó el humo y se rió entre dientes.

—Dudo que hayas querido ver como me follaban —dijo Alena y Angell hizo un gesto de asco.

Sip, eso no era algo que quería ver, ni esa noche ni nunca.

—Me refería a las drogas.

—Inhalé una pastilla justo antes de que me jodieran. No podía invitarte, pero —Con una sonrisa, agitó una bolsa con tres pastillas moradas en el interior—, ahora si podemos volar nuestras mentes juntos.

Los ojos de Alena brillaban con anhelo y excitación, y ese tuvo que haber sido un indicio de peligro para Angell, pero estaba tan entumecido con el alcohol en su sistema que no supo el gran error que dejaría suceder hasta que fuese demasiado tarde.

Dándole una última calada a su cigarrillo, lo aplastó contra el cenicero en la mesa de centro, y vio como su hermana dejaba dos pastillas en el cristal. Con una tarjeta presionó y creó dos líneas perfectas de color morado pálido. Dos líneas que dirigirían sus vidas hacia un camino que nunca esperaron y cuando Angell le sonrió a Alena antes que ella aspirase, dejó que todo se fuese hacia el centro del infierno.

Dejó que todo cambiase.

. . • . ★ . • . .

Quería que el prólogo fuese más largo porque es muy probable que ésto sea lo único que publique hasta que termine mi semestre (que Diciembre llegue rápido, por favor😭), pero cada vez que intentaba agregar más palabras, sentía que era más relleno que algo que pudiese ayudar a la historia 🤷🏻‍♀️.

Lo que sí intenté es que se notase las personalidades de los mellizos a grandes rasgos y como se sentían; ¿qué tal? ¿Lo logré? 😂

Si estás por aquí por mera curiosidad y aún no ves la serie, VE, QUÉ ESPERAS????!!!! (Aunque si recomiendo que sea visto sin nadie alrededor y con unos buenos audífonos; suele volverse bastante gráfico en algunas —varias— partes🙊)

Gracias por leer y nos leemos❤️,
daph

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