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DISCLAIMER. esta historia contiene temas delicados, se ruega discreción.

Capítulo cuatro.

La semana siguiente caminaba por el borde. No pudo evitar pensar en Dickens, en la revolución francesa y en el inicio de libro más bonito que ella ha leído nunca.

"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto."

Buscó otras palabras para describir lo que le sucedía, para nombrar la agitación familiar que comenzaba a ser desoladora en el medio de su pecho, la caída que sucedería si daba un paso más allá.

Entonces Piper decidió quedarse en el medio de las dos ciudades, repitiendo aquello una y otra vez como un extraño mantra que -en realidad- carecía de sentido.

El lunes y el martes fueron desgastantes. Quizás ella en sí estaba cansada, o enfadada, pero no podía evitar sentirse desgastada, como si su persona fuera un disco y la hubieran reproducido demasiadas veces.

El miércoles Piper apenas podía respirar. Era uno de aquellos días en los que solo quería encerrarse y dormir, donde quería olvidarse por un segundo del mundo que estaba fuera y que prometía destrozarla.

Fue también el día que las pesadillas comenzaron, o volvieron a ella mejor dicho, con tanto impacto que el aire faltaba y sus pulmones ardían. No hubo gritos, supuso, ni señales de lo que la asechaba, porque sus padres no aparecieron en su habitación. Pero una vez despierta ya no pudo volver a dormir.

Apenas había conciliado esa noche, y aquello era lo que más odiaba de su estrés. EPT.

Annabeth la miró. —Luces cansada.

Nico aún no había llegado a la cafetería, por lo que sólo estaban ellas dos. Mirando a través del vidrio hacia el pequeño jardín -donde había más mesas- no podía evitar sentirse así.

Entonces Piper supo que lo siguiente que saldría de su boca sería una mentira, como usualmente sucedía en aquellas conversaciones. ¿La realidad? Todavía seguía pensando en ello y su mente no dejaba de estar alerta.

Siempre era lo mismo, el mismo sueño. Por lo que había dormido poco y nada.

Miércoles. La semana había comenzado a pasar en un parpadeo, la ansiedad familiar se mantenía dentro de ella como una pequeña bestia en la boca del estómago.

Piper la había aprendido a entender casi como si fuera un niño al que estaba dejando crecer. Casi como si fuera un monstruo al que alimentaba con regularidad con sus inseguridades.

Tenía unos días seguros, y luego llegaban las crisis. En aquel instante se sentía al borde, casi a punto de cruzar lo que separaba uno de otro.

Su amigo llegó, pero la mirada de Annabeth persistió en ella y supo que tenía que decir algo; porque no puedes solo esquivarle la mirada a Annabeth Chase y pretender que el tema pase.

—Solo estoy cansada, ya sabes el colegio es horrible. Cuando estudiaba en casa no tenía clases hasta las diez —Nico la miró por sobre una papa frita, la bandeja balanceándose en una mano, como si se lo dijera claramente con los ojos "estas en llamas, mentirosa".

Como siempre, él era muy oportuno.

Odiaba mentir, y nadie le daría algún premio si intentara actuar porque apestaba en ello; no había heredado la actuación de su padre. Pero Piper odiaba sumar preocupaciones tontas a sus amigos.

Su salvación entonces apareció como un chico de ojos mar.

—No puedo creer que nos hagan leer esto —los tres de ellos miraron hacia Percy Jackson, quien golpeó el libro de Ulises contra la mesa en la que se encontraban. Tenía una chaqueta colocada por sobre el uniforme y el cabello desordenado.

Cuando Valdez se sentó junto a ella Piper casi sintió el instinto de salir corriendo. Como todo no era una novedad, pero mantuvo sus ojos pegados en Percy –quien se había sentado junto a Annabeth-.

—Deberías darles un descanso, reina de belleza —comentó Leo, golpeando a Piper con el codo en el costado—. Si Percy muere de aburrimiento vamos a tener que demandarte, a su padre no le hará gracia.

—¿Reina de belleza?

—Está intentando ligar, Piper, ignóralo —dijo Nico, quien había quedado del otro lado—. No hablas con los chicos, son idiotas.

Jason estaba junto a él, desinteresado sobre la conversación que formaba su curso. Ella se obligó a mover sus ojos lejos, colocándolos sobre Di Angelo cuando este le apoyó la mano en el hombro cuidadosamente.

—Eres un chico, Di Angelo —dijo Percy, con tono de desentendido—. ¿Eres idiota también?

—Claramente soy la excepción a la regla.

—Ustedes aceptaron leerlo, así que espero que termines el capítulo dos para el sábado, sin excusas —Annabeth terminó la discusión—. Ahora, pueden irse a sentar a cualquier otro sitio.

—Creo que estamos cómodos aquí, Chase —comentó Jason, poniendo su propia copia del libro sobre la mesa y abriéndolo.

Piper estiró un poco el cuello, solo para observar la página en la que el chico iba.

—¿Ya vas en el tercer capítulo? —preguntó ella.

El rubio asintió, casi ignorándola.

—Jason es un nerd —Leo comentó.

Jason Grace miró a su amigo como si estuviera a punto de decirle algo.

—¿Van a la fiesta?

—¿Que fiesta? —preguntó Annabeth.

—¡Deberían venir, el viernes! Las fiestas a principio de año son increíbles.

Piper sintió su corazón hundirse ante las palabras de Leo. "Mierda" quiso decir, y quizás debió perder todo el color de su cara porque Annabeth la observó con preocupación.

—No me gustan las fiestas —dijo Nico—. Tenemos un recital, además.

Leo, por suerte, se dio por vencido rápidamente cuando Jason le dijo algo.

Para el almuerzo del viernes supuso que Annabeth perdería la cabeza. Ella misma estaba cansada, masticando los pedazos de ensalada y oyendo un poco de lo que discutían Leo y Percy; era un misterio porque seguían sentándose con ellos pero, dado que la rubia no la había arrastrado a otro lado y a Nico poco parecía importarle nada de ellos, Piper decidió que era interesante.

Incluso a veces sonreía ante las idioteces de Valdez, y se sumergía en una confortante burbuja de normalidad que alejaban la pesadilla de su mente. Dormir parecía una idea ajena ahora, y había dejado de intentarlo desde el miércoles a la noche cuando  acabó encerrada en el baño de su habitación.

La habitación llena de fantasmas de si misma.

—¿Hablaste con Malcom al final? —Annabeth preguntó repentinamente. Alzando la mirada y atrayendo los ojos hacia la castaña.

—¿Podemos discutirlo después?

—Deberías ir. Estaba emocionado con lo que le mostré. Podemos ir luego de clases.

Su mejor amiga tenía periodos realmente invasivos. Estaba bien, todo era demasiado nuevo y estaban adaptándose a ello.

—¿Malcom periódico? —Leo preguntó. Alzando la vista de la pantalla de Nico—. Entonces si eres una nerd.

—¿Cual es la asociación de esas dos cosas en tu cabeza, Valdez? —Nico saltó, sus ojos oscuros alzándose hasta los otros tres chicos.

—Los nerds se atraen entre ellos —dijo Leo, y Piper vio como Jason rodaba los ojos junto a ella.

—Los opuestos se atraen —dijo la castaña. Su madre escribía novelas rosas por lo que todo lo que atañía al amor ella debía ser experta (no lo era, por supuesto).

Percy estaba jugando con su teléfono -probablemente Candy Crush o algo así- y Annabeth estaba con sus ojos en la pantalla susurrándole sobre mover un caramelo u otro. Si su mejor amiga lo detestaba tanto como quería hacer notar, entonces algo definitivamente estaba mal en la rubia porque Piper había esperado que lo noqueara aunque sea una vez.

¿Si ellos acababan saliendo ella podía declararse descendiente de Cupido? Porque podía ver que había algo ahí.

O quizás su mente ya había comenzado a rumbear demasiado.

Por un momento su mano se deslizó, y casi se imaginó a si misma cayendo del cansancio. Un movimiento ligero que nadie notó, quizás a excepción de Jason quien la sostuvo con cuidado del brazo como si fuera un acto reflejo.

Y el contacto la hizo saltar, como un gato.

Leo estaba junto a Nico porque se había interesado en la consola de videojuegos portátil que el pelinegro tenía, por lo que Piper había quedado entre su mejor amigo y el chico de cabello rubio. No podía evitar sentirse extrañada con él.

Piper podía soportar a las personas, la actitud burbujeante y protectora de su madre, las bromas malas de su padre, o las actitudes cambiantes de sus amigos. Ella podía lidiar con aquellas cosas a la perfección.

Pero, al parecer, no era capaz de sostenerle la mirada a aquel muchacho mucho tiempo.

Entre la nube de pensamientos ella notó el piercing, delgado y plateado en el labio inferior del chico.

—No entiendo por qué sonríes.

Lo miró de lleno a él. A Jason. Sus ojos caleidoscopio queriendo devorarlo con el ansia que la estaba consumiendo a ella misma; en realidad las palabras habían sido casi como un susurro, solo para que él la oyera y el resto no estuviera interesado.

—Podías formar cuatro —se quejó Annabeth.

—¿Y si le golpeas con la onda expansiva?

Odiaba que la mirara, porque era alguien ajeno al que no podía predecir. Y parecía impredecible, lo último que ella necesitaba en alguien a su alrededor.

—Luces nerviosa, como siempre. ¿Lo de Vesta y el proyecto la otra semana? Eso fue divertido, pero verte ahora es hilarante —lo vio masticar la punta del regaliz que tenía en la mano opuesta, antes de obsequiarle un vistazo con sus orbes azules—. Ahora parece genuinamente que quieres salir corriendo.

Y quizás tenía razón, porque ella hizo silencio mientras las palabras la golpeaban.

—¿Esperabas otra cosa de una rarita, Grace? —dijo alguien, una voz chillona que logro que se voltearan a observarla. Encastrada en tacones de quince centímetros -qué Piper dudaba fueran parte del uniforme- y con varios botones desabrochados una muchacha los miraba.

Tenía ojos pequeños, lápiz labial rosado que resaltaba el volumen de sus labios, y un rostro rellenito pero afilado. Pómulos con colorete, y probablemente varías capaz de máscara de pestañas.

Piper no pudo evitar notar que tenía las cejas hechas, y que una estaba más rellena que la otra.

—Piérdete, Gwen —a la castaña le sorprendió oír a Annabeth, quien levantó sus ojos para estrecharlos en aquella extraña rubia.

—Oh, Chasie, cálmate —comentó Gwen, con tono meloso—. Sabes el trato con los nuevos, aunque esto es algo nunca visto. ¿En último año? ¿Alguien que vivió en la ciudad toda la vida y estudió en casa? ¿En qué manicomio la conseguiste?

Piper McLean entonces se agitó, cuando las palabras serpentearon el aire y le pegaron a ella. Sintió la piel calentarse y la familiar sensación de querer vomitar alojarse en el fondo del estómago.

En el manicomio terminaría, al parecer.

Intento no dejar ningún atisbo de frustración en su rostro, y clavó sus ojos en Jason porque era la vista más entretenida en lugar de los cientos de ojos que repentinamente la observaban.

Annabeth rabió, sus mejillas volviéndose rojizas. —Deberías cuidar tu lengua, idiota. Lo que ella haya hecho antes no te incumbe.

—Sus padres son mejores que los tuyos, negocios lícitos. Viajan mucho —dijo Nico, empujando el brazo de Piper—. Espero que te caigas de tus tacones cuando vengas a rogarle para que sea tu amiga.

Oh, la jugada de los padres era alta.

Vio a Gwen fruncir el ceño. —¿Mejores? ¿Cantan a la lluvia en televisión o algo así? ¿Quieres cantarnos una canción de tu tribu, indiecita?

Piper se levantó, arrancando la pluma del final de su cabello y marchándose mientras el mundo se balanceaba. Los pasos se sintieron cada vez más pesados y solo le volvió el alma al cuerpo cuando Annabeth le colocó una mano sobre la suya y la arrastró el camino hasta afuera.

Lo siguiente que ella sabía era que apenas podía caminar sin sentir el suelo temblar.

—¿Estamos bien? —preguntó Nico, cuando la encontró en la clase de historia. Piper lo observó con cuidado, ¿qué era lo que él quería escuchar?

—Estamos bien —mintió.

Pero Piper solo quería gritar.

El sábado ya no podía más. El viernes se quedó rendida en cuanto terminó la cena, metiéndose entre las mantas mullidas y oyendo a Tchaikovsky.

Cuando abrió los ojos nuevamente intentó coger aire, aunque este estaba rancio y todo a su alrededor viraba con una increíble velocidad que no debería tener. Se estrelló contra la realidad súbitamente, descubriendo las esquinas iluminadas de su propia habitación.

La voz de su madre llegó solo entonces. Elevándose a la superficie mientras su padre le soltaba los brazos, dejando en evidencia lo que había sucedido unos segundos anteriormente y de lo que Piper había sido totalmente inconsciente.

Cuando la respiración se le calmó, cuando al fin pudo colocarse en su propia piel y ver con claridad lo que sucedía a su alrededor, fue la culpa quien arremetió contra ella.

Su madre estaba apretándose el puente de la nariz, sus ojos multicolores acariciándole el alma con cuidado mientras la miraba. Porque Afrodita McLean -anteriormente Beauregard- cuidaba a su hija con tanta profundidad y anhelo como si se tratara de un pequeño animal.

Entonces tuvo que decirlo; lo deducirían con rapidez y todo viraría. Los conocía, no podía ocultar de ellos lo que la perturbaba porque siempre acababa demostrando cuando su mente se iba.

Quizás por eso odiaba la agorafobia, la ansiedad, y el EPT. Todas las cosas iban tan ligadas unas a otras que la crisis siempre era arrolladora; no improtaba cuanto lo intentara.

—Las pesadillas volvieron —sollozó. Repentinamente desaparecía, se encogía en sí misma y todo parecía simplemente... irreal—. Pensé que iban a ser solo unas noches y que luego se irían. Yo...

Sus padres eran comprensibles, la mayoría del tiempo. Tristan estaba en casa el tiempo suficiente para cuidar de ella como cualquier otro padre, y su madre era quien velaba por todas sus necesidades especiales.

En el fondo Piper sabía que ellos se culpaban, probablemente. Habían perdido una parte de sí mismos durante algunos días, la habían recuperado y ahora no había manera de enmendarla; la vida del estrellato era una locura.

A veces Piper quería culparlos. Porque si ellos no hubieran sido quienes eran, quizás ella nunca habría atravesado aquello.

—Está bien, cariño. Aunque sabes que tienes que decirnos. Voy a llamar a Apolo para que nos prepare la receta y pasaré a buscarla cuando Annabeth venga, ¿te parece bien?

—Vamos a tener un desayuno temprano —murmuró Afrodita, acariciándole el cabello castaño con delicadeza.

Desayunaron cereales en la cama, mientras su madre tarareaba la música clásica que salía del parlante de Piper y escribía en su computadora.

Le subió el ánimo que sus padres se quedasen con ella. Habló con Annabeth y Nico por teléfono, leyó un poco e incluso se animó a sí misma a sentarse en el cuarto de baile cuando sus padres tuvieron que irse.

Mellie, la asistente de ambos, estaba en la oficina armando horarios. Afrodita había tenido que ir a buscar un vestido para una firma de libros, y Tristan iba a una lectura de guion.

Estar en el cuarto de ballet, mirándose a sí misma en el espejo de la pared, alzó su estado anímico aunque sea un poco.

Pero toda su actitud burbujeante desapareció cuando encontró a Jason Grace al otro lado de la puerta, cuando el primer timbre sonó luego de que Mellie hubiera dejado la casa. Se preguntó porque él estaría antes incluso que Annabeth, o que su papá.

—Ah, hola.

—Bueno, gracias por un recibimiento tan alegre. Muy grato —bromeó él.

—Pensé que eras Annabeth —se hizo a un lado para que él pasara—. Annie dijo que sería la primera en llegar.

—Siento romper tus ilusiones —comentó él— ¿tus padres nunca están en casa?

Piper lo observó con desconfianza, cuando ambos entraron en el salón. —Primero, no tendría que responderte eso porque en lo que a mi concierne podrías ser un asesino psicópata.

Piper incluso se sorprendió de bromear con algo así.

—Segundo, mi padre está a punto de llegar.

—Oh, ruda. Pensé que eras más del tipo niña linda —comentó Jason, sus ojos flotando por el lugar.

Aquello fue parecido a una patada para la castaña, quien sí sabía la buena fortuna de haber nacido en cuna de oro. Bien, buena fortuna y el esfuerzo de sus padres que se desvivían trabajando.

Piper había dejado de confiar en el destino hacía tiempo.

—No quieres ser mi amigo y no quiero ser tu amiga, ¿podríamos solo saltar la parte donde el mal genio del otro nos molesta y enfocarnos en lo importante? —comentó ella. Caminaron hasta el comedor.

Rodearon la mesita y se sentaron en el mismo lugar donde habían trabajado la semana anterior. Piper había dejado limonada rosada, la especialidad de su madre, sobre la mesa.

—Voy a adivinar, tienes problemas de confianza, porque ¿papá y mamá no te dan suficiente atención? ¿Ibas a otra escuela y te molestaban porque eras mejor que ellos?

Todo en lo que la castaña podía pensar era en que había algo mal en él.

Y casi la asustó la posibilidad de que Jason Grace pudiese ver a través de lo que ella era. Se sentía francamente desarmada.

—Mis padres están muy presentes en mi vida, gracias por preocuparte —soltó con ironía—. No voy a la escuela desde hace años, me educaron en casa.

—¿Entonces es por lo que dijo Gwen?

—No la conozco. A ti tampoco, no quieres ser mi amigo Jason.

Repitió con cuidado, casi como si quisiera advertírselo. Y es que Piper sabía que todos aquellos a los que dejaba entrar recibían una carga.

Él casi pareció analizar las palabras de la chica, pero antes de que pudiera hablar le cortaron.

—¡Piper! —oyó la puerta abrirse y la voz de Tristan flotando hasta ella—. Me crucé con el hijo del Doctor Solace y... ah hola.

Había entrado en la sala, clavando su mirada en Jason, quien pareció entender la situación rápidamente porque la castaña lo vio tensarse levemente.

—Papá, este es Jason Grace —ofreció Piper, levantándose para coger la bolsa con medicamentos de la mano de su padre—. Jason, mi padre.

Guardó en un cajón la bolsa antes de devolver su atención. Sus dedos sentían la necesidad de crisparse, de retorcerse, de jalarse del pelo, mientras su uña se deslizaba con su palma y presionaba cuidadosamente.

Uno... dos ... tres.

—El hijo de Zeus, ¿no? —Preguntó Tristan, acercándose hasta el muchacho para tenderle la mano y recibiendo un asentimiento—. Siento lo de tu hermana.

Piper se acomodó donde había estado anteriormente, sentada en el suelo frente a Jason.

—Sí —vio como el rubio se removía antes de estrechar la mano—. Me encanta su trabajo, señor McLean.

—Muy bien, tengo una entrevista, supongo que tu madre llegará pronto, saluda a tu padre de mi parte, Jason —comentó Tristan con rapidez, y luego se quedó un momento observándolos con una ceja alzada—. ¿Debería advertirte que no intentes ningún movimiento sobre mi niña?

—No, señor.

—¡Papá!

Hablaron ambos al unísono.

—Solo asegurándome.

Y tan rápido como llegó Tristan desapareció.

—¿Piensa que voy a estar sobre ti y nos deja solos? —preguntó Jason divertido, consiguiendo que Piper rodara los ojos.

—Tenemos cámaras de seguridad, puede vernos a través de su teléfono.

—Eso es... raro.

—Entonces... ¿tú hermana?

—¿Will Solace? —respondió él, casi desafiándola a que le hablara de ello, pero no estaba lo suficientemente dispuesta a revelar sus secretos por información sobre el chico.

Se sostuvieron la mirada un momento, hasta que oyó la voz burbujeante de Annabeth.

—Piper, llegue, me encontré con tu padre y el idiota fuera —la castaña suspiró, colocando una sonrisa en su rostro y preparada para recibir a su mejor amiga.

—¡Estamos en el salón!

Y casi tan rápido como la charla comenzó, ellos tuvieron que hablar sobre Telémaco. Jason no volvió a mirarla, no al menos como lo había hecho los días posteriores.

¡Diario de Piper!

ENTRADA NÚMERO 4; ilegible.

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Me quedan 30 preguntas para entregar el lunes pero tenía muchas ganas de dejarles este capítulo.
Espero que les haya gustado.

En cuanto entre en vacaciones de invierno voy a poder publicar más seguido. 🥰❤️

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