Hermosa melodía


Voy a estar sentado sobre el árbol,

Voy a mecerme en él

Y en el invierno lo voy a consolar...

Con una hermosa melodía  


Cuando sus ojos se cansaron de llorar y su cuerpo comenzó a dejar de temblar en medio de la soledad y el frío, aquellos pasos elegantes llegaron a sus oídos. La rubia chica ni siquiera se dignó en levantar la mirada, yaciendo pobre e indefensa en un despojo de dolor y resignación. Aquel hombre negó varias veces, gravemente pero aun en un silencio espeso que la chica no se atrevía a romper. ¿Todo eso era real? ¿No era solo otra pesadilla? ¿No despertaría en su cama, como siempre, siendo alertada por su querida servidumbre para empezar otro día? ¿No vendría pronto Anna a tocar su puerta y preguntarle sobre algún tonto tema como excusa para hablar solo unos segundos con ella?

...¿No podría despertar siendo una niña normal? ¿Alguien sin poderes? ¿Alguien que no lastimara a todo a aquel que se le acercara?

—Una reina no debe dar tal aspecto lamentable.—comentó aquella por lo bajo, gravemente. El cuerpo de "Pitch" bajó hasta donde ella se encontraba, arrodillándose a su altura. Elsa no se movió, aun cuando él jugueteaba con algunos mechones de su descontrolado cabello.

—No quiero esto.—comentó con dolor, abrazándose más, casi arañando su propia piel en un intento vano de auto castigo por ser una aberración.

—Puedo liberarte. Podemos salir de esto, juntos...— respondió el hombre, acariciando su cabeza con confianza. — No somos tan distintos.—contestó él, gravemente. Elsa se permitió alzar la mirada ligeramente, solo para confirmar que tan cerca esta él de ella.

—Te lastimaré. Vete.—rogó en un susurro. Aun dudaba que aquella figura fuera parte de la realidad. Pero no quería correr riesgos. Estaba segura de haber cometido un gran error al dejar que su hermana se acercase. No estaba segura de qué rayos había hecho, pero estaba segura de que era algo malo. El solo recordarlo causo un gran temblor en el castillo, como reflejo de su desesperación y amargura.

—Soy tu aliado.—contestó él con toda seguridad, sonriendo de una manera un tanto ladina y espeluznante. Ella gruñó desesperada. ¿Es que nadie podía entender lo mal que hacían al estar con ella? ¿Es que todos iban a forzarla al punto de quebrar dolorosamente su decisión de estar sola? Gimió en su lugar, débil y derrotada.

Lo mejor para el mundo entero es que ella estuviera muerta, cautiva o simplemente sola en el fin del mundo.

Pero ella no deseaba nada de eso.

Por eso no se alejó cuando el hombre acarició con cuidado su mejilla, obligándola a alzar su cansado y enrojecido rostro contra aquellos ojos dorados. Él limpió sus lágrimas con la punta de sus dedos, disfrutando del tacto; él tenía la piel demasiado fría para un humano, y contradictoriamente, el rostro de Elsa mantenía una temperatura cálida por la sangre corriendo furiosa por su cuerpo en respuesta a los nervios. El tacto la calmó, sobre todo cuando el susurró algunas palabras de alivio que parecieron adormecerla en contra de su pecho.

Y como todo ser falto de afecto, ella se dejó llevar. Porque no había nadie más que la viese sin miedo como aquel hombre ( quizás imaginario) que le abría los brazos con confianza, aun cuando había comenzado a nevar dentro de la habitación y el hielo se teñía de un asqueroso amarillo desagradable. Como un animal herido, temblando, ella se aferró a lo único que podía, estrechando sus manos como una niña perdida que acababa de encontrar su madre contra las ropas negras de aquel tipo.

Él no dijo nada. Solo se limitó a seguir con las caricias, cantando por lo bajo una canción de cuna polaca muy antigua. La misma que su madre solía cantarle antes de que todo cambiara, antes de que lastimara a Anna...

                                                          "Al costado del camino hay un árbol

                                                                 Hay un árbol encorvado

                                                                    Todos los pájaros del árbol,

                                                                               se han dispersado."

La rubia se estremeció por aquello. Esa canción le traía varios recuerdos, calando en lo profundo de su mente como los colmillos de los más fieros lobos tragando la carne de sus víctimas. Recordó con amargura como Anna solía despertarla a media noche para que jugaran, como solían hacer muñecos de nieve, juegos en trineos y patinaje. Se aferró con mayor fuerza al hombre, mientras este le correspondía sin dejar de cantar, tomando su trenza rubia con una de una sus manos y jugueteando con sus rubios y pálidos cabellos.

"Tres hacia occidente,

tres hacia el oriente

y el resto hacia el sur.

Y el árbol quedó solo,

Abandonado frente a la tormenta"

Sus lágrimas fueron cesando. Al punto de casi caer hechizada por aquella voz masculina que jugaba con sus sentidos, haciéndola caer en un estado de tranquilidad inexplicable. Sollozó por última vez, con dolor intenso, para dar paso a que su cuerpo se desparramara contra Pitch sin vergüenza alguna. Por el rabillo del ojo notó como ciertas sombras corrían juguetonas en las paredes del castillo. Pero no tomó importancia a aquello, puesto que estando tan cómoda, se dejó arrullar por la canción.

                                                     "Yo le dije a mamá:

                                     Escúchame, si tú no te interpones en mi camino

                                                  Entonces madre en un instante

                                                  Me transformaré en pájaro."


Elsa suspiró. Su cuerpo extrañamente ya no se sentía tensionado, a punto de estallar en una crisis nerviosa. Al contrario, se sentía bien. Incluso mejor de lo que pudiese describir o recordar en muchos años. Pitch tomó con delicadeza a la reina, cuyo cuerpo no reaccionaba al movimiento, como si estuviera a punto de caer dormido sobre el helado piso de hielo. La observó con cuidado: desde sus hermosas pestañas, pasando por sus cejas y cada marca apenas visible en su nívea piel, recorriendo juguetonamente con la punta de sus yemas algunos mechones rebeldes que terminaron perdidos a causa del tironeo de cabellos que ella misma se había propiciado; observó sus orejas, su mentón, incluso los detalles tan poco relevantes de sus dos ojos hasta perderse en la textura de sus rosados labios. Sonrió. Sonrió con suficiencia y malicia, pero ella no lo notó. Sonrió porque ya la tenía en sus manos, deshecha en lamentos y sedienta por cariño. Comenzó a tararear, notando como la joven dejaba escapar algunas lágrimas residuales por sus ojos hinchados y fatigados. La acunó contra su pecho, aun cuando él no tenía un calor que brindarle, o un latido humano que pudiera calmarla. Él no mentía. Ambos eran parecidos, casi iguales...Rechazados por nacer como monstruos, pero ahora juntos para reinar y levantarse en contra de aquellos que los desterraron. Todos sufrirían. Desde el heredero más pequeño de la mujer más humilde, pasando por los ricos de la corte, hasta llegar a los malditos guardianes que se habían encargado de desterrarlo a un mundo de sufrimiento y soledad.


"Dios me libre de que te congeles sobre el árbol." 


Elsa finalmente cae rendida ante el sueño, sintiéndose débil y perdida. Pitch la observa dormir unos segundos, antes de dejarla recostada sobre el piso. Él se endereza, como siempre tan elegante y digno, caminando hacia el balcón. Las frías nubes blancas que presagiaban el crepúsculo comienzan a tornarse grises y espesas, presagiando la desgracia que Pitch sabía, se llevaría dentro de poco. Observó el congelado reino: los atascados barcos en el hielo, la nieve llenando los pinos del bosque, las bestias corriendo a busca algún lugar en donde invernar, sin saber que no habría fin para ese invierno. A lo lejos pudo ver figuras diminutas moviéndose en lo que parecían ser caballos. Alargó una enorme sonrisa, mientras seguía tarareando bajito la tonada de la canción de cuna. Ahora que había usado sus poderes, Elsa, su magnífica chica y descubrimiento, no se amedrentaría ante nadie.

—..."Se viene un invierno duro...¡Oh, pobre de mí!"—Soltó una sonora risa, y se escabulló entre las sombras del castillo. Lo que sucedería a continuación, sería lo que tanto había estado buscando. Al fin tendría una herramienta para salir del olvido. Un reino solo para él, donde el miedo reinaría. Todos volverían a verle. Y todo gracias a la princesa de hielo más solitaria del mundo. 

Y en el invierno lo voy a consolar...

Con una hermosa melodía

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