Prólogo

En cuanto la puerta se cerró tras de mí, Amasis vino corriendo desde el fondo del jardín para lanzarse a mis brazos. Este rottweiler negro de ocho meses fue el mejor regalo que me hizo mi madre por mi undécimo cumpleaños. Acababa de cumplir once años y me pasaba todo el tiempo libre jugando con él al aire libre, incluso cuando llovía.

Sentado en los escalones de la terraza, contemplé el jardín con sus magníficos plátanos mientras acariciaba a mi perro. La vista me hizo olvidar el ambiente viciado del interior de la casa. Mi padre discutía con mi madre por mí. Gritos y rugidos venían de todas partes desde adentro de esos muros. Solía refugiarme ahí, en esos escalones, y esperar a que pasara la tormenta. Amasis intentó subirse encima de mí para recibir todo mi cariño. Mis manos agarraron su boca y le besé el hocico.

—Cuando sea mayor, prohibiré las peleas de perros, te lo prometo. No dejaré que nadie te haga daño. Un día seré el líder, mi padre me lo dijo, y podré comandar todo.

Amasis me miró a los ojos. Tuve la impresión de que entendía todo lo que le decía. Era mi único amigo y le quería. De repente, la puerta se abrió bruscamente.

—Sálvese quien pueda —susurré, empujándolo.

Amasis corrió hacia el fondo del jardín a toda velocidad. Todo el mundo le temía a mi padre, y a los once años yo también le tenía terror.

—Yeraz, sube al coche —me ordenó mientras salía, sin molestarse en mirarme.

Mi madre, apoyada en la puerta, me siguió con la mirada. Ese día había perdido la batalla y fue con ojos llorosos que me dejó ir con él.

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