Prólogo

Sentada en el patio de recreo con mis dos amigas, Sofía y Jenyfer, dibujamos con tiza en el suelo.

—¿Ronney? —me llamó una voz desde atrás.

Me levanté lentamente, arreglando los pliegues de mi falda en su sitio. Emmanuel, un compañero de último año de primaria, estaba de pie frente a mí. A pesar de sus orejas protuberantes y su cara hinchada, era el chico más popular de nuestra sección.

—Uh... Estamos jugando a Verdad o Reto por allí con los otros —dijo.

Mi mirada pasó inmediatamente por encima de su hombro y recayó en el grupo, un poco más alejado, que reía sin discreción.

—Elegí reto —continuó Emmanuel, riendo —¡y tengo que decirte que me pareces muy fea!

Estas violentas palabras fueron como una bofetada. Mi cerebro se detuvo. Paralizada por la vergüenza, me quedé viendo a Emmanuel volver con su grupo de amigos. Una semilla de amargura quedó plantada en mi interior.

Un momento después estaba en mi aula vacía de alumnos. El suelo olía a lejía. Mi corazón se aceleró y empecé a recoger mis cosas lo más rápido posible. Corrí hacia la puerta trasera del aula, pero estaba cerrada. Oí sus pasos acercándose. Presa del pánico, busqué desesperadamente un lugar donde esconderme. La puerta principal se abrió para dejar que sus risas entraran en la habitación. Me acobardé y me cubrí la cara con las manos.

—No, déjenme ir, déjenme ir.

Me desperté de esta pesadilla bañada en sudor. Era siempre la misma.

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