5

Esa noche estaba inquieta, no me gustaba nada  la idea de haber sido descubierta. Se suponía que yo era la maestra del disfraz, del sigilo, esa a la que jamás acorralaban y estaba lista para cualquier ataque.

Cerré mis ojos y me obligué a calmarme, podía estar haciendo algo muy grande de una tontería.

Aquella noche tuve un sueño, uno que sigue dándome escalofríos hasta hoy. Quizás porque no solo era un sueño, también un recuerdo que podía observar en tercera persona...

Mi yo de cinco años se encontraba sentada en la alfombra de de la sala de nuestra antigua casa jugando a las muñecas. Jugaba en silencio porque papá dormía en el sillón y no había que molestarlo.

No sé por qué pero la pequeña niña había empezado a llorar. Lloraba demasiado fuerte y, como era obvio, el hombre se despertó. Tenía los ojos inyectados en sangre y la expresión de un toro malhumorado, solo le faltaba echar humo por la nariz.

— Maldita mocosa, ya te voy a enseñar yo lo que es llorar de verdad. — Gruñó.

Se levantó y fue directo hacia la pequeña versión de mi... Ya sabía lo que iba a suceder. Intenté detenerlo, pero no podía moverme. No quería ver lo que ese animal le hacía, me hacía, pero tampoco podía cerrar los ojos.

— ¡Por favor, no! ¡Papá, por favor, no lo hagas! ¡NOOOOOOOOOO! — El grito desgarraba mi garganta cuando me desperté. Estaba sentada en mi cama, agitada y con lágrimas en los ojos.

Corrí las mantas para mirarme la pierna, la cicatriz de ese día seguía allí. El dolor también.

— ¡¿Jessie?! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! — Mamá estaba parada en el umbral de la puerta y hablaba a mil por segundo.

— Nada más fue un sueño, puedes irte a dormir. Estoy bien. — Era difícil creerme por como sonaba mi voz.

— ¿Él de nuevo? — Preguntó más  tranquila, no le gustaba nombrarlo. Asentí con la cabeza. — Sabía que no podríamos librarnos de ese maldito, lo siento tanto... — Se sentó junto a mí y me abrazó, por su respiración pude notar que estaba llorando.

— No es tu culpa, mamá, no tienes nada por lo que disculparte. — Le susurré frotando su espalda. — Hiciste todo lo que pudiste.

— No fue suficiente.

— Nada puede ser suficiente. Como las marcas en mi piel, las que hizo en mi alma van a estar conmigo durante toda mi vida. — Dije limpiando sus ojos. — Pero no es tu culpa, él solo quería que creas que lo era.

Nos quedamos abrazadas durante un buen rato hasta que se fue. Ninguna volvió a pegar un ojo esa noche, podía escucharla desde mi habitación llamar a la abuela y sollozar de a ratos.

Creo que lo que siempre odié más de mi padre era lo miserable que la hacía sentir a mi madre por no alcanzar a detenerlo antes de que me lastime. Siempre había imaginado que era horrible, pero no fue hasta que soñé  eso que sentí la impotencia con la que ella vivió durante años.




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