25
Tenía el corazón en la garganta y la cara llena de lágrimas cuando mamá me encontró, pero yo no la veía a ella, no podía. La escena que se desarrollaba ante mí era otra...
Papá había llegado a casa después de varios días de paz. Su voz ronca y sus pesadas pisadas invadían nuestro pequeño departamento una vez más.
Mamá me dijo que jugaramos a las escondidas hasta que se fuera a dormir, que ella contaba y yo me alejara de la sala, sin hacer ningún ruido. Pero tropecé, no recuerdo exactamente con qué, y me raspé la rodilla. Como era pequeña, aún no me acostumbraba a la sangre y la situación desencadenó en un gran ataque de llanto que finalmente llamó la atención de aquél horrendo hombre.
Ella trató de llegar lo más rápido que sus escuálidas piernas se lo permitían, pero no fue suficiente.
Un escalofrío me devolvió al presente. Palpé instintivamente mi nariz, nunca había sanado correctamente, aún estaba algo chueca.
— Está en Noxtal. — Sentencié, mi madre asintió con una expresión fría.
— ¿Lo viste?
— No, pero él sí me vio a mí. — Negué con la cabeza, permitiendome volver a llorar. — Y ahora sabe a donde vivimos... Fui tan estupida, no pensé en ir para otro lado y...
— ¿Y arriesgarte a que te lleve a un callejón o a un lugar aislado? — Me interrumpió tomando mi cara entre sus manos. — Hiciste lo correcto, aquí estás segura, Jessica.
— ¿Pero por cuánto tiempo? — Pregunté con desesperación.
— Ya sabíamos que no podríamos vivir corriendo, fue mi error aislarte las últimas semanas. — Tragó saliva.— Debí haberte dejado disfrutar un poco más la vida, pero a cambio contribuí a que tuvieras más miedo.
Volvía a culparse a sí misma. El ciclo volvía a comenzar.
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