Ocean Front

2010

Maurine

Tal como pensé hoy al salir de casa, es un día maravilloso.

Salgo del estudio fotográfico con mi mochila al hombro y el longboard bajo el brazo. Camino varias cuadras hasta la costanera y, para cuando llego a ver el muelle de Santa Mónica, el solcito ya ha bajado bastante en el horizonte y debo ponerme los lentes de sol. Sonrío al pensar lo que diría mi hermana Miri si supiera que estoy estropeando el look de fotógrafa seria que usa vestiditos que compuso esta mañana con unas zapatillas Converse rojas y lentes espejados. Hey, ella no está aquí. Verifico que todo esté bien ubicado en la mochila (especialmente mis cámaras fotográficas y las sandalias de diseñador de Miri). Perfecto.

Comienzo a avanzar por la costanera camino a casa; me va atomar un rato llegar hasta Venice Beach pero no me interesa: hay una brisa fresca que me acaricia sacudiendo la falda mientras me empujo hábilmente; los turistas están ocupados yendo hacia el estadio de los Lakers y el sol brilla anaranjado en el atardecer. Santa Mónica es la perfección absoluta. Me cruzo con algunos skaters conocidos y saludo ondeando la mano. Creo que mañana sábado vendré a pasar la tarde aquí con mis hermanas... de seguro puedo convencer a la pequeña si no hizo planes con sus amigas, pero Miri es una historia distinta. Todo depende de sus "rachas de inspiración literaria". Si está en una no deja su habitación ni por una olla de oro con duende incluído. Tiene que terminar su libro pronto o va a perder la fecha de entrega, y nadie que aprecie su salud física y mental quiere que eso suceda. Si le cuento de los chicos musculosos que vienen a jugar voley aquí tal vez logre convencerla.

Cruzo la calle Eastwick a toda velocidad zigzagueando en amplias ondas. La ausencia de gente es algo que se debe aprovechar, y yo no dejo una baldosa sin pisar. He recorrido Ocean Front en skate mil veces de ida y vuelta desde que tengo uso de memoria. Mi papá también montaba un skate y fue él quien me enseñó a usarlo. Siempre le alegró de que al menos una de sus hijas tuviera ese gusto. Miri se cortó el mentón de un golpazo en su primera experiencia y dejó de intentarlo. Momo prefiere los patines, y es increíblemente habilidosa usándolos... tal vez pueda pedirle que vay-

El longboard se detiene por completo y también mi línea de pensamiento. Me veo volando en cámara lenta hacia el suelo, y mi única reacción es protegerme la cara. Levanto ambos brazos para cubrirme el rostro y, al mejor estilo superheroína, adelanto mi rodilla derecha para detener el golpe.

Al abrir los ojos veo el asfalto a centímetros de mi nariz. Luego de un instante me incorporo y veo a una familia que se acerca a asistirme. Pienso en qué suerte tuve de no caerme en la calle, porque probablemente me hubiesen atropellado. El ardor en los antebrazos comienza a aumentar mientras que el padre de la familia pregunta una y otra vez si estoy bien. Le digo que sí, que soy torpe y que me pasa a veces. En cuanto me pongo de pie me doy cuenta que no voy a llegar a casa en longboard ni de casualidad. Me arden los brazos y la rodilla se siente como si estuviera en llamas. Soy una miedosa y no me atrevo a mirarla, pero tengo que hacerlo luego de que un no-tan-suave 'crack' interrumpe a la madre y todo mi cuerpo se tambalea como si fuera una marioneta sacudiéndose. Sentada en el asfalto una vez más (no porque quiera, sino porque me he caído de culito) veo, a poca distancia, algo rosa y rojo pegado en el suelo. «Esa mierda pegajosa me hizo caer, ¡demonios!» grito indignada cuando el padre me señala la rodilla.

—Creo que esa mierda era tuya hace un momento

Dirijo mi mirada hacia donde apunta su dedo y veo mi preciosa rodilla llena de arena y piedritas. Está cubierta de "salsa de fresa", como solía decirme mi padre cuando me caía. En el centro se ve un espacio demasiado rojo y demasiado lleno de salsa de fresa. ¿Qué es eso blanco allí?

—Es... es salsa de fresa, ¿verdad?— lloriqueo y la madre frunce el ceño indicando que no, eso tibio que cae por mi pierna no está hecho de fresa. Luego de eso, los contornos de la madre comienzan a difuminarse y mi boca se llena de saliva.

Cuando despierto, tardo un instante en darme cuenta qué sucede. Es evidente que estoy moviéndome recostada sobre el asiento de un auto. Trato de incorporarme pero la madre (que tiene mi cabeza en su regazo) me pide que me quede quieta. La pierna derecha se siente extraña. Tengo la boca pastosa y una migraña bastante épica.

—Tranquila, ya casi llegamos al centro médico

—No no... mi-mam... mi mami

La buena mujer acaricia mi frente y trata de calmarme. No puedo. Señora, me dejé un trozo de rodilla en el asfalto, usted lo vio. Tengo mucho calor y ahí está la saliva otra vez. Quiero llorar.

—Pronto vas a estar muuuuyy bien, tu amigo viene en camino

—¿Qué? —consulto, confundida. ¿Cómo puede estar bien esto?

—Tu amigo Johnny Storm viene en camino

Ooh, el alivio. La señora me deposita el iPhone sobre el vientre. Él me dijo que llamaría para acordar la hora de la cena, y debe haberlo hecho mientras estaba desmayada con la lengua afuera sobre Ocean Front. El alivio me hace querer reír, pero sólo me salen más lloriqueos. Trago saliva una vez más y quiero decirle a la señora que deje de moverse para poder enfocarla. La tomo de la mano para comentárselo, pero escucho un grito del hijo en el asiento delantero.

—¡Ése es Johnny Storm, el de los cuatro fantásticos! ¡Papá! ¡Es Chris Evans!

Intento levantar la cabeza pero es imposible. Me rindo a la oscuridad y a las babas completamente relajada ahora que sé que Chris está aquí para cuidarme.

Después de todo, es un superhéroe.


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