9.- No Puedes, Bel. Ni lo Intentes (3/3)
Una vez se cansaron de "pasear", regresaron al pueblo y fueron a comer a un restaurante. Bel invitó. Para sorpresa de Érica, se mostró más interesado en su historia que la primera vez que se vieron; quiso saber desde cómo era Madre hasta todos los detalles de su batalla contra Tur.
—Y cuando desperté, resulta que habíamos ganado, y recuperamos Madre para nosotros ¿Lo puedes creer?
—Se oye a que te lo estás inventando— opinó Severa.
Bel le dio una patada por debajo de la mesa.
—¡¿Qué?!— alegó.
—Se oye genial, Érica. Eres toda una heroína para tu mundo ¡Debe ser fenomenal!
Érica movió su cabeza para ambos lados.
—No tanto. Nunca me agradó mucho mi propio mundo— confesó— pero Lili y Arturo están contentos con el resultado. Eso me basta.
—Qué envidia— comentó Morgana.
—¿Qué cosa?— inquirió Érica.
—Pelear con el Primero. Se oye emocionante— confesó.
—¡Sí! ¿Verdad?— exclamó Bel— Cómo me gustaría tener una excusa para pelear con él, también.
Érica se lo quedó mirando, contrariada.
—¿Quién crees que gane en una pelea entre él y tú?— quiso saber.
—No lo sé ¡Nunca he peleado con él!— le recordó Bel— pero he escuchado historias fascinantes.
Érica no pudo evitar sonreír. Bel podía ser un chico bueno, pero seguía siendo un guerrero con sed de batallas, igual que Morgana y Severa, igual que...
Estuvo a punto de pensar "en mí", pero se detuvo y se preguntó si de verdad tenía ese impulso de pelear con gente fuerte, si de verdad le emocionaba la idea. No estaba muy segura, pero al menos recordaba unas cuantas peleas entretenidas en las que había participado; tampoco le molestaba saber que vendrían más.
—¿Y ahora qué es lo que estabas haciendo?— preguntó Severa, haciendo un esfuerzo por interesarse— si eres la heroína de tu mundo, deberías estar allá, celebrando ¿O no?
—Estoy entrenando para enfrentarme al Encadenador— indicó.
—Oh, verdad. Creo que nos habías contado algo así la vez anterior— recordó Severa.
—¿En serio?— se extrañó Morgana— Morgana estaba distraída, no se acuerda.
—Si consiguieras hacerlo, seguro te convertirías en la heroína de Perka, también— comentó Severa.
—¿Qué? ¿De Perka?
—El Encadenador causó muchos estragos en el imperio de Perka, hace un par de décadas— comentó Morgana.
—¡Vaya! ¿Qué fue lo que hizo?
—Mmm... no me acuerdo lo poco que me han contado mis padres— comentó Severa— aunque de lo que me acuerdo es que los detalles solo los conoce la familia imperial y un puñado de amigos de confianza. Nade más.
—Morgana y Severa son parte de la guardia imperial y no saben— comentó Morgana— así de secreto es.
Las tres miraron a Bel, mas este negó con la cabeza.
—Yo era muy chico en ese entonces y no supe lo que estaba ocurriendo. Mis padres nunca me han contado nada, salvo mi padre pidiéndome que no preguntara del tema, porque para mi madre es algo sensible.
Bel apretó los labios mientras miraba su plato, aproblemado. Su charla de la noche anterior con el Encadenador había despejado gran parte de esa incógnita, pero no podía decírselo a nadie.
—¿No perdió un brazo o un ojo o algo así?— quiso saber Érica.
—No, no. Mi madre sigue con todas sus extremidades hasta el día de hoy— indicó Bel.
—Al menos eso es bueno— comentó Érica— ¡Entonces quizás pueda ir a entrenarme allá! ¿No creen que pelear con otras brikas todos los días me hará más fuerte?
Bel levantó la cabeza, esperanzado. Esa idea le encantaba.
—No lo sé, creo que te aplastarían al primer día— indicó Severa— quedarte aquí hasta que domines las zonas de cinco estrellas me parece mucho mejor entrenamiento.
—Morgana piensa igual— comentó la misma.
Bel se encogió de hombros y volvió a agachar la cabeza, ya no tan animado. Aun así, entendía lo que sus guardaespaldas estaban diciendo e incluso pensaba lo mismo.
—Severa y Morgana tienen razón; para entrenar en Perka deberías enlistarte en el ejército. Si haces eso, deberías aprender sobre reglas y etiqueta y no podrás salir hasta que hayas completado tus años de servicio. No podrías entrenar por tu cuenta ni buscar al Encadenador libremente.
—¡Agh! ¡Qué lata!— bramó Érica.
—Así que mejor quédate aquí y hazte fuerte— le dijo Severa— y Bel, nosotros deberíamos continuar nuestro trabajo. No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo, o podríamos hacer enojar a tu madre.
—¡Uy, no! ¡No la emperatriz!— alegó Morgana, cubriéndose la cabeza con las manos.
—¿Qué pasa con ella? ¿Es malvada o algo?— quiso saber Érica.
—No es mala, solo un poco estricta— indicó Bel.
—Sobre todo con Bel, que es su único hijo, y con nosotras por ser sus guardaespaldas— agregó Severa.
—Para demostrar que Morgana era digna de cuidar de Bel, hizo que Morgana peleara con 100 soldados ella sola— recordó la misma, no muy complacida.
Severa se llevó una mano a la cara, igualmente incómoda.
—Una vez me pidió hacer un cálculo sobre una parábola para saber con cuánta fuerza necesitaba arrojar una roca para matar a unos monstruos, pero se me olvidó considerar que el viento estaba contra nosotras. Terminé dándole un resultado equivocado. Ella arrojó la roca y acertó, claro, porque había hecho los cálculos por su parte, pero de todas formas me mandó a estudiar todos los libros de la biblioteca sobre parábolas y realizar 1.000 tiros al blanco usando rocas enormes.
Bel suspiró, pero no dijo nada.
—¿Qué sucede? ¿Qué te ha hecho hacer a ti?— preguntó Érica.
—Él es a quien peor trata— indicó Severa.
—Cuando era niño, me arrojaba a los monstruos para hacerme más fuerte— recordó Bel.
Érica arqueó una ceja, extrañada. A ella también la habían hecho enfrentar dificultades de niña y no se sentía mal por ello. Sin embargo, Severa advirtió la cara que ponía y supo lo que cruzaba por su mente.
—No, no, no es lo que te imaginas— le indicó— a Bel lo agarraba y literalmente lo arrojaba hacia manadas de monstruos similares a los de Hosilit desde que tenía seis años.
Érica abrió la boca. Ya, eso era mucho más peligroso de lo que ella había vivido de niña.
—¡¿A los seis años?!— saltó.
—En otra ocasión, me llevó a las montañas en un mundo desconocido, lleno de monstruos, para abandonarme ahí. Me dijo que volviera al palacio en una semana por mi cuenta— indicó este— conseguí llegar en siete días y dos horas. Como castigo por fracasar, me puso a hacer una plancha por otra semana, sin dormir ni descansar, con una tonelada de fierro encima. Tenía diez años.
—¡Me cago! ¡¿No que las mamás son las que más miman a sus hijos?!
—No sé de dónde sacaste eso, pero en Perka no es así— indicó Severa.
—Aun así, la emperatriz es especialmente estricta con Bel— comentó Morgana.
El príncipe tomó otro sorbo de su cerveza y suspiró. Érica se llevó una mano al pecho, donde tenía sus cadenas. Restregó los dedos con la que la unía con su papá.
—Se oye entretenido— musitó.
—¿Eh?— los otros tres se giraron a ella.
Entonces Érica se dio cuenta que había dicho eso en vez de solo pensarlo.
—Digo, se oye mal, pero...— miró a otro lado, avergonzada— no sé, tener a alguien así, que te impulse tanto a mejorar... me pregunto si mi mamá habría sido igual de estar... viva...
Aun avergonzada, echó una mirada a Bel para asegurarse que lo que había dicho no era demasiado estúpido. Sin embargo, Bel solo la miraba con los ojos bien abiertos y el ceño fruncido, como si algo le preocupara enormemente. Érica no comprendió qué podría ser, simplemente no se lo pudo imaginar.
Para su sorpresa, el príncipe la tomó de la mano y le sujetó el hombro con la otra mano, acercándose a ella. Érica se puso roja, pero al verlo con los ojos llorosos, comprendió que él no pretendía nada romántico.
—Érica... yo... yo quiero...— quiso decir, pero las palabras se le escaparon. Finalmente, después de balbucear unos segundos, se sacudió la cabeza— Te ayudaré a enfrentar al Encadenador.
—¿Eh?
—Sea lo que sea, aunque creas que la batalla se vea imposible, intentaré estar a tu lado cuando lo enfrentes. Por favor, prométeme que harás el intento de llamarme cuando te sientas lista para ir tras él.
—Ah... ¡Claro! ¡Gracias, Bel!
Érica no comprendió por qué se ponía tan emotivo con ese tema, pero no iba a rechazar la ayuda de un amigo tan fuerte.
—Nosotras iremos a donde él vaya, así que cuenta con nosotras también, supongo— se ofreció Severa.
—¡Morgana ayudará!— prometió esta.
—Gracias. Es un gran alivio tenerlos de mi lado.
----------------------------------------------
Luego de comer y de planificar sus próximos días, salieron del restaurante.
—Te dejo por un tiempo, pero volveré— le espetó Bel— muéstrame lo que hayas avanzado para ese entonces ¿Sí?
—¡Sí! ¡Aquí los espero!— prometió Érica.
—Bien— Bel se giró hacia sus guardaespaldas— chicas, partimos a Perka.
Ambas asintieron, luego se giraron a él sorprendidas.
—¡¿A Perka?! ¡Pero si estuvimos ahí no hace mucho!— alegó Severa.
—¡Ni siquiera tenemos a una prisionera!— saltó Morgana— ¡¿Por qué quieres volver?!
—Lo sé, lo que ocurre es que hay algo que necesito hablar con mi padre. Siento el cambio de planes tan repentino.
Severa se sujetó el brazo, incómoda.
—A tu madre no le gustará que regresemos sin resultados.
—Morgana tiene miedo— agregó esta.
—Lo sé, lo siento. Déjenme mi madre a mí.
Entonces se giró a Érica para despedirse. Esta alzó la mano para estrechársela, pero Bel ignoró la mano para apretarla en un abrazo. Érica se puso roja por el repentino gesto.
—Cuídate ¿Sí?— le pidió el príncipe.
Érica solo consiguió emitir un leve chillido, demasiado sorprendida. Luego, comprendiendo que esa era una oportunidad de oro, correspondió el abrazo de Bel y lo estrechó también en sus brazos. Su torso era extenso, su porte alto casi la obligaba a hundir su nariz en su hombro. Le recordaba un poco a su papá, aunque solo fuera en la constitución.
—T-t-tú...— consiguió decir a pesar de su estado— ta-también c-c-cuídate...
Bel se separó de ella, le sonrió una última vez y se marchó con su guardia. Érica se quedó ahí parada, sin poder pensar bien por largo rato, hasta que se dio cuenta que el príncipe y sus guardaespaldas ya se habían alejado mucho y ella seguía agitando su mano. Supuso que se vería como una tonta, pero no le importaba; al menos había podido abrazar a Bel. Ya nada podía arruinarle el día.
----------------------------------------------
Los tres cazadores de brikas fueron a su hotel a arreglar sus maletas y se retiraron al puente hacia Nudo para comenzar su viaje. Mientras caminaban por el último estrecho hacia el puente, Severa miró en todas direcciones para asegurarse que esa chiquilla no apareciera de la nada, solo por si acaso.
—Oye, Bel ¿Se puede saber qué es lo que te pasa con Érica?— quiso saber.
—¿Eh?
—Sí, sí. Bel se ha comportado raro todo el día— alegó Morgana.
—¿Qué? ¿De qué hablan? ¿Raro en qué sentido?
—Bueno, pues...— Severa se cruzó de brazos. No le gustaba admitirlo, pero prefería saber la verdad a proteger sus sentimientos— has estado extrañamente centrado en Érica.
—¿Centrado?
—Bel la está mimando mucho— indicó Morgana— ¿Qué quiere Bel con Érica?
—Sí ¿Qué buscas? Es casi como si quisieras agradarle, como si...— Severa abrió la boca grande, helada de la impresión— ¡¿No me digas que te has enamorado de esa cualquiera?!
—¡No! ¡Morgana no dejará que Bel se enamore de nadie que no sea Morgana!— alegó esta.
El príncipe se llevó una mano a la cabeza.
—Pues... no. No estoy enamorado.
Ambas guardaespaldas soltaron una bocanada de alivio. Podían creerle porque lo había dicho sin perder la calma. Habría sido otra cosa si se hubiese puesto nervioso.
—Es solo... me cae bien, eso es todo— les aseguró— pero nunca podría enamorarme de ella. Nunca.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top