9.- No Puedes, Bel. Ni lo Intentes (2/3)


Mientras se propulsaba a través del mar, no pudo evitar meditar un poco sobre lo que estaba ocurriendo; el Encadenador, enemigo del imperio de Perka, estaba jugando con él. Lo que pensó que sería una batalla épica o una masacre, terminó siendo un juego de escondidas.

—¿Qué quiere conseguir este infeliz?— se preguntó Bel.

Hablar, aparentemente. El demonio que había secuestrado y torturado a la emperatriz de las brikas, solo quería hablar con él. No, no podía entenderlo, no había forma en que Bel comprendiera a ese ser tan cruel, tan malvado. Y no es que el dios no quisiera hacerle daño, sino que quería demostrarle que podía hacer lo que quisiera con él, que podía humillarlo cuanto le apeteciera sin que Bel pudiera ponerle un dedo encima. Esta diferencia de poder le pesaba, pero así era la vida de un guerrero.

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Luego de hora y media, Bel llegó a la playa, algo cansado. El Encadenador lo esperaba ahí, sentado junto a una mesita de té, leyendo un diario de papel como hacían algunas culturas pobres e incivilizadas. Junto a él estaba sentado un niño de rostro armonioso, de piel y uniforme completamente blancos, de pelo y zapatos negros como el fondo del universo. El niño agitaba sus pies en el aire, pues le colgaban de la silla sin tocar el suelo.

Bel se les acercó y adoptó una pose de combate.

—¿No te gustaría sentarte en vez de continuar peleando?— le preguntó el niño.

—¿Traes a un niño para protegerte, infeliz?— alegó Bel al Encadenador.

—Alba es más viejo que tú— indicó este— y no te confundas, no hay nada que le puedas hacer, tampoco.

—¡Sí, no me puedes hacer nada!— exclamó Alba.

Bel miró al niño, preguntándose si el Encadenador le había pedido decir mentiras, o si de verdad era un ser extraño del que no sabía nada. Por alguna razón, sentía que ya lo había visto antes.

—Vamos, Bel ¿No me reconoces? Tomé la misma forma con la que nos vimos la última vez— le dijo Alba.

—¿La misma forma?

—Vamos, Alba. En ese entonces Bel era un bebé ¿Cómo quieres que te reconozca?— le recordó el Encadenador.

—Yo lo recuerdo corriendo por todos lados. Eso no es un bebé, es un niño.

—Da lo mismo. Sigue siendo muy temprano para que te recuerde.

—¿Quién...— quiso preguntar Bel— ¿De dónde nos conocemos?

—¡¿Lo ves?! ¡Algo recuerda!— alegó Alba.

—Como sea, no es lo que quería discutir con él ahora— indicó el Encadenador— ¿Listo para hablar, Bel?

Entonces el príncipe se dio cuenta que se habían aprovechado de su estupefacción para hacerle perder el tiempo cuando podrían haber luchado, lo cual lo enojó más de lo que ya estaba.

—¡Prepárate a morir!— bramó, arrojándose nuevamente hacia el Encadenador.

Bel estuvo cerca de tres horas tratando de pelear con el dios, mientras que este lo enviaba a otro lado con sus cadenas. El príncipe de las brikas era un guerrero formidable, pero aun él tenía sus límites. Luego de tratar de atacarlo por última vez, se tropezó y cayó de bruces al suelo. A diferencia de ocasiones anteriores, esta vez se quedó ahí, demasiado cansado para ponerse de pie.

El Encadenador se le acercó, se paró junto a él.

—¿Listo para hablar?— le preguntó.

Bel lo miró desde el suelo, impotente. Se había dado cuenta apenas con el primer puente que pelear con un dios que controlaba el espacio sería inútil. Aun así, un guerrero de su nivel no podía simplemente dejar una tarea sin hacer porque se viera imposible, no era opción.

—Si quieres hablar, habla...— comentó entre jadeos— por mucho... por mucho que me gustaría callarte... no es algo que pueda hacer ahora...

—Tomaré eso como un sí— indicó el Encadenador.

El dios tomó distancia del príncipe, se despejó la capa y se inclinó hacia atrás como si se fuera a sentar. En ese momento no había nada detrás de él, por lo que solo podía caerse y pegarse en el trasero, pero a medida que su torso descendía, el mismo suelo se levantó a encontrarlo y formó una silla de tierra y pasto. No era la primera vez que Bel veía a un mago, pero no sabía que el Encadenador fuera uno hasta que vio esto. Comprendió el mensaje: "tengo muchos trucos bajo mi manga y puedo usar cualquiera para matarte, así que no pruebes mi paciencia". Bel resopló, molesto, pero aceptando su derrota.

—¿Te duele algo, Bel?— le preguntó una vocecita de niño a un costado.

A voltearse, el príncipe se encontró con el niño de piel y uniforme blanco. Tenía facciones agudas y una sonrisa de pillo, como si acostumbrara a cometer muchas travesuras.

—Nnn—no— contestó, sin saber qué pensar de aquel niño— ¿Quién eres tú?

—¿Ya se te olvidó otra vez? Soy Alba.

—¿Ya nos conocíamos?

—Jovencito, luego podrás hablar con Alba— le espetó el Encadenador, desde la distancia— por ahora quiero que hablemos tú y yo. Hay algo importante que necesito comentarte.

Bel apoyó los brazos en el suelo y se levantó poco a poco.

—¿Y qué es lo que el dios de las cadenas necesita informarle en persona a este humilde príncipe?— inquirió, aguantándose el enfado de no poder hacer nada contra él.

—Algo muy simple, Belfegor. Te prohíbo besar a Érica Sanz.

Por varios segundos, nadie dijo nada, nadie se movió.

—¡¿Qué?!— saltó— ¿Qué? ¿Por... ¿Qué tienes tú que ver con ella?

—Es más, te prohíbo tener cualquier relación amorosa con ella, mucho menos sexual. Ni siquiera pienses en ella de forma lasciva, muchachito ¿Me entendiste?

Bel se puso de pie.

—Eso... no te incumbe para nada— le reclamó— cielos, qué asco ¿Quién eres tú para meterte en las relaciones de otros? Viejo verde.

Alba se echó a reír.

—Te dije que iba a decir eso.

—Sí, bueno, cualquiera haría lo mismo en mi situación. Es lo correcto— se defendió el Encadenador— Belfegor, por favor escúchame. Es muy importante que no hagas nada indebido con Érica Sanz.

Bel se abrió de brazos.

—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver ella contigo?

—Pues verás...— dijo el Encadenador con un tono lúgubre...

Entonces el dios procedió a revelar uno de sus secretos más guardados a Bel. Por su parte, el joven príncipe oyó atónito. No quiso creerle, pero la prueba que le entregó el Encadenador no era fácil de refutar.

—Por eso, Bel, es que no debes besar a Érica ¿Comprendes?

El príncipe cayó de rodillas, se tuvo que apoyar con los brazos, aún estupefacto.

—¿Cómo puede... pero...

Alba le hizo cariño en el pelo.

—Ay, cosita. Estás impactado ¿No?

Bel, ignorándolo, se puso de pie de un salto y confrontó al Encadenador de nuevo.

—Esto... todo esto puede ser una gran mentira ¿Cómo sé que dices la verdad?

—¿Por qué no le preguntas a alguien en que confíes, entonces? Quizás tu padre pueda iluminarte. Hasta donde sé, es un hombre sincero.

—¡Ya sé que mi padre es sincero! ¡No necesito que tú me lo digas, malvado!

El Encadenador, por toda respuesta, se inclinó e hizo un gesto como si le mostrara una puerta. Entonces, justo a donde apuntaba se formó un puente.

—Ah, y aunque sea obvio, no está de más decirlo— le espetó— no le digas a nadie sobre nuestra pequeña charla, o habrá graves consecuencias.

Bel no dijo nada, simplemente lo miró, desconfiado, y atravesó el puente.

De un momento a otro se vio otra vez en su habitación en el hotel. Eran altas horas de la noche, ya todo el mundo dormía en Hosi—01.

Bel se echó sobre su cama, agotado, pero aun así tuvo problemas para dormir. Después de lo que le había dicho el Encadenador, algo en su mundo completo había cambiado.

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Al día siguiente se levantaron tarde. Severa y Morgana habían festejado casi toda la noche. Bajaron a desayunar a la hora de almuerzo, los tres bostezando cada cinco segundos, muertos de sueño.

No tenían más planes para el resto del día, por lo que Bel decidió ir a ver a Érica. Severa y Morgana no entendieron qué tenía con esa brika de segunda, pero no protestaron; no es que les cayera mal. La encontraron mientras esta se dirigía a la salida del pueblo, a trabajar.

—¡Hola!— saludó entusiasmada— ¿Cómo están?

—Con jaqueca— gruñó Severa.

—Con sueño— musitó Morgana, antes de un bostezo.

—Bi... bien— contestó Bel, un poco tímido— ¿Vas a cazar?

—Sí... yo también me siento un poco cansada, no estoy acostumbrada a pasarme de mi hora de dormir, así que pensaba simplemente vagar por la jungla, ver qué hay.

—¿Te podemos acompañar?— inquirió Bel.

—¿A la jungla?— dijo Severa con un tono de asco.

Érica la miró, preocupada de que no quisiera ir, pero Bel y Morgana la ignoraron.

—Es una buena idea para relajarse— observó Morgana.

—Sí, pasear en la jungla es una buena idea.

—¡¿En serio quieres ir... quieren ir conmigo?!— exclamó Érica, emocionada.

—¡Claro! ¡Somos...— Bel sintió que se le iba el aire al decir eso— somos... amigos...

—Ah... sí, supongo.

Los cuatro partieron, deslizándose a través del suelo. En unos minutos se adentraron lo suficiente y comenzaron a caminar con calma. No pasó mucho para que les saltara un monstruo encima, que entre los cuatro golpearon y mandaron a volar.

—Ah, se me olvidó escanearlo— se lamentó Érica.

—Descuida, ya surgirán más— le espetó Morgana.

Dicho y hecho, de repente una de las lianas que les tapaba el paso comenzó a moverse y los atacó; era una serpiente que se movía fugaz por el aire y el suelo. Bel se preparó a atraparla, pero Érica se le adelantó y la agarró al vuelo. Inmediatamente tiró y azotó su cabeza contra el piso, matándola al instante. Esta vez no se olvidó de escanearla.

—¿Solo 120 puños? Vaya, se me había olvidado lo poco que dan los monstruos aquí— comentó.

—¿Para qué te molestas en venir por esta limosna? Sale mucho más productivo descansar bien y partir de nuevo a áreas más peligrosas mañana— comentó Severa— como la de cuatro estrellas. Tú ya debes estar por ahí ¿Verdad?

Érica la miró con los ojos bien abiertos, sorprendida, luego bajó la mirada.

—La verdad, apenas pude con uno de esos monstruos en la cueva de tres estrellas— admitió— si no hubieran llegado ustedes, se me habría hecho difícil huir.

—Oh, eres más débil de lo que pens...

—¡Oye, nada mal!— la cortó Bel— se nota que has estado progresando.

—¿Tú crees?— Érica se peinó un mechón con los dedos, algo insegura— La verdad es que yo también lo siento, me siento un poco más fuerte, pero no sé si pueda llegar a la zona de cinco estrellas.

—Definitivamente llegarás— Bel pasó un brazo sobre los hombros de Érica para darle ánimo— solo tienes que seguir ejercitándote y pelear con más monstruos y gente fuerte. Aún tienes mucho potencial.

—¿En serio? ¿Crees que llegue a la zona de cinco estrellas?

—¡Claro! ¡Y entonces podremos ir en expediciones juntos! ¿No sería genial?

Érica sintió como si explotaran fuegos artificiales en su interior.

—¡Sería espectacular! ¡Me encantaría!

—Es una promesa, entonces.

Bel le acarició la cabeza, despeinándola un poco más de lo que ya estaba.

Cazaron un par de monstruos más a medida que estos intentaban matarlos. También se encontraron con uno que otro cazador en problemas que Bel saltó a ayudar. Incluso Severa se animó a matar a un par de bestias, aunque no se rebajó a escanearlos con su tarjeta.

De pronto se vieron peleando con varios monstruos a la vez. Uno de ellos era un lagarto alado que consiguió escupir ácido a Severa, la cual se protegió con su antebrazo para no tomarlo con su nomitio. El lagarto huyó de inmediato, pero Severa no lo iba a dejar marcharse después de eso.

—¡Vuelve aquí, desgraciado!— bramó mientras corría tras el animal.

—¡Severa, no te separes del grupo!— le alegó Morgana, mientras partía tras ella.

Érica observó que Bel se quedaba parado sin aparente intención de seguirlas.

—¿Estarán bien?— inquirió la chiquilla.

—Sí, descuida. Traigo un par de pociones. Sanaremos a Severa rápido y en el pueblo le daremos un tratamiento más completo. No es la primera vez que ocurre algo así.

—Oh... confías mucho en ellas ¿No?

—¡Claro! Son mis mejores amigas.

Érica miró a otro lado, comenzando a ponerse nerviosa tras darse cuenta que se había quedado sola con el príncipe.

—Qué envidia— comentó.

Por un momento Bel no entendió este comentario, pero luego recordó lo que Érica le había dicho la noche anterior. Tras su charla con el Encadenador, se le había olvidado lo que Érica sentía por él.

—Oye, sobre lo de anoche...— continuó ella— ¿No te gustaría... digo, si está bien contigo... no te gustaría darnos un be...

—¡Ahora que lo pienso, esa herida podría ponerse fea!— la interrumpió Bel— ¡Lo siento! ¡No puedo dejar a Severa sola!

—Ah, claro.

Bel partió a toda prisa tras sus guardaespaldas, seguido de Érica.

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