9.- No Puedes, Bel. Ni lo Intentes (1/3)


Bel estaba solo en su habitación. Había decidido quedarse porque no le importaban realmente las personas que Serva había llevado a la sala VIP de la discoteca y sabía que sus chicas podían cuidarse solas. Lo que ocupaba su mente en ese momento era la extraña mascota de Érica, ese Papel. Parecía más inteligente que un animal común, aunque Bel no conocía su especie. Bien podía ser normal que esos animales simplemente fueran más inteligentes que otros.

Lo raro no era que Papel fuera inteligente para ser un animal, sino que se había escapado de su prisión de nomitio. Fue tan rápido que no alcanzó a entender qué era lo que había ocurrido, pero fuera lo que fuera, en teoría, ese Papel no había tenido manera de hacerlo.

Aún curioso, sacó a su nomitio: Amigo, para conversar.

—¿Cómo se escapó de ti?— le preguntó.

Amigo negó con la cabeza.

—Yo tampoco lo entiendo, Bel— comentó Amigo— no pude resistirme a su contacto. En cuanto intentó salir, ya no pude hacer nada, simplemente se deslizó hacia afuera.

—Pero eso es imposible ¿No?

—Eso pensaba yo. Lo lamento, no lo sé.

Bel suspiró, le acarició la cabeza con una mano. Amigo no tenía una cabeza, pero cuando salía, lo hacía generalmente en forma de una gelatina redonda con cuencas para simular ojos. Solo porque hubiese sido timitio anteriormente, no quería decir que entendiera secretos de su "cuerpo"; sería como preguntarle a un niño de doce años cómo funcionaba el sistema linfático o algo similar. Aun así, Amigo podía decirle lo que sentía, información que la simple observación no alcanzaba.

Bel suspiró. El asunto era sospechoso, pero dudaba que llegaría a respuestas a menos que pudiera tomar a ese animal en sus manos. Por el momento, solo podía dormir.

Se giró sobre su almohada, listo para cerrar los ojos, cuando una silueta en el marco de su ventana lo hizo saltar. Bel se sentó en la cama y se preparó a pelear, pero solo se encontró con un animalito del tamaño de su antebrazo, de pelo blanco y ojos azules, mirándolo. Encendió la luz solo para estar seguro de lo que veía.

—¿Papel?— lo llamó.

—Eeeek— chilló el mismo en un tono bajo.

—¿Érica volvió?— preguntó Bel.

Obviamente Papel no le iba a responder eso, por lo que se puso de pie para ir a ver a través de la ventana, pero antes de poder hacerlo, Papel negó con la cabeza. Bel se echó hacia atrás, consternado.

—¿Puedes... entender mis palabras?

Papel afirmó con la cabeza. Luego le hizo una clara seña girando la cabeza hacia un lado: "sígueme", y saltó por la ventana.

—Se ve muy sospechoso— comentó Amigo, emergiendo desde el hombro derecho de Bel— deberíamos ir por las chicas.

Bel lo pensó un momento. Fue a su maleta, se puso zapatos y pantalón y saltó por la ventana. Si necesitaba algo más durante el viaje, se lo podía fabricar con su nomitio.

Papel corrió a través de la calle, como si no le importara esperarlo, pero a Bel no le tomó trabajo igualar su velocidad usando su nomitio para patinar. Ambos cruzaron las calles de Hosi—01 hacia la alta muralla que protegía el límite. Papel saltó para pegarse a la muralla, escaló a través de hoyos y fisuras, y se quedó un rato en la cima para asegurarse de que Bel lo seguía. El príncipe dio un salto tremendo para dirigirse al otro lado. Papel continuó su recorrido, guiándolo hacia la jungla.

—¡Oye, espera! ¡Está lleno de monstruos por allá!— le espetó Bel, preocupado.

Lo siguió de cerca solo por si acaso. Juntos atravesaron el campo talado que partía desde el pueblo, se introdujeron a la jungla y continuaron a través de árboles y por riachuelos. Papel apuró el paso, lo cual hizo aun más difícil para Bel seguirlo; árboles y arbustos se interpusieron entre ambos, bloqueando la vista del joven. Descendieron junto a un riachuelo, atravesaron una formación rocosa y hasta pasaron en medio de una manada de monstruos que en ese momento dormían. Papel saltó de cabeza en cabeza, ignorando sus fauces y garras, como si no supiera en dónde estaba metido, o como si estuviera completamente seguro de que no le podían hacer nada. Bel hizo lo posible por no despertarlos, pero aun así, él no era un guerrero muy sigiloso; no dejaba de extrañarle que ni un solo monstruo despertara y lo atacara. No, todos permanecían profundamente dormidos.

Papel por fin se detuvo en un claro, frente a lo que quedaba de un gran árbol milenario. Había muerto debido a un parásito que lo devoró por dentro. Los restos mostraban un tronco enorme como un pequeño edificio.

En la base, en el centro de su tronco, se asomaba un hueco, seguramente dejado por el parásito. Era una entrada al interior del árbol. Papel permanecía ahí, junto a la entrada. Bel se le acercó, algo agitado por andar dando piruetas para evitar despertar a los monstruos. Desde ese punto se asomó y advirtió que, dentro del árbol hueco, en la base había un puente; la superficie giraba sobre sí misma en una espiral lenta, invitándolo a ver qué había más allá.

—Eeek— le espetó Papel.

—¿Necesitas que vaya por allá?— quiso saber Bel.

Papel asintió. Bel frunció el ceño, escéptico.

—¿Qué planeas hacer? Ni siquiera te conozco— le hizo ver— ¿Por qué debería hacer lo que me pides?

Papel agachó la cabeza. Luego se paró en cuatro patas y alzó el pecho.

—¡Eeeek!— exclamó.

Desde su pecho surgió una cadena dorada, la cual se dirigía hacia el puente y se perdía en su espiral. Bel abrió los ojos de par en par.

—¡¿Cómo...— quiso saber— ¿Tú estás relacionado con... ese hombre?

Papel asintió.

Bel sintió su respiración agitándose de los nervios. Nunca esperó encontrarse con él.

—Si voy para allá ¿Me encontraré con el Encadenador?— preguntó a Papel.

El animal asintió. Bel apretó un puño y lo chocó en su palma, preparándose para la batalla que vendría pronto.

—Bien. No sé por qué lo hiciste, pero gracias por traerme aquí.

Bel avanzó hacia el puente, se detuvo justo antes de la zona en donde la tierra comenzaba a girar. Observó que aún había moho y hongos en la tierra que giraba indefinidamente; ese espacio estaba distorsionado, pero seguía funcionando como cualquier otro espacio. Comenzó a pensar que quizás sí debió haber llevado a Serva y Morgana con él, pero... negó con la cabeza. No, claro que no. Si alguien iba a matar a ese Encadenador, tenía que ser él, solo él. La única persona que tenía más derecho que Bel podría ser su madre, la emperatriz, pero ella tenía un impedimento muy grande.

—Solo yo— se dijo.

Se giró una última vez a Papel para pedirle algo, pero al hacerlo, advirtió que el animal había desaparecido.

—Sí, supongo que solo tenías que guiarme aquí— pensó Bel— Bien ¡Vamos, Amigo!

—¡Vamos!

Bel saltó hacia el puente y se perdió por completo dentro de su espiral.

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Apenas atravesar al otro lado, sintió tierra sólida bajo sus pies, el frío de la noche, el estridular de los bichos y el chirrido de aves. Respiró aire fresco, vio flores alrededor de sus botas, flores que brillaban con un azul claro en la oscuridad.

Levantó la vista y se encontró con un campo lleno de motas brillantes del mismo color; había un puñado de árboles repartidos a lo largo de toda el área. Más allá, a lo lejos, se veía la pared de una montaña; él se encontraba al fondo de un acantilado. Por un momento le pareció que esta montaña estaba agrandándose, pero al mirar por más de un segundo, comprendió que no es que estuviera cambiando de tamaño, sino que se estaba moviendo. Luego advirtió otro gran cuerpo moviéndose a lo lejos, pero en el cielo. Lo tomó por un ave inmensa, pero no era un animal, sino que una isla, también moviéndose. Era una isla flotante.

Miró alrededor. El cielo comenzaba a cambiar de tonos, el sol se asomaba por el horizonte y a donde fuera que mirara, podía ver islas flotando. Agua caía en cascadas desde varias de estas islas, plantas crecían desde abajo; había islas grandes e islas chicas, algunas peladas, otras llenas de plantas, unas cuantas incluso con arcos, pilares y edificios; rastros de civilización.

—¿Qué...

Entonces, para su sorpresa, un pilar de luz se alzó hasta el cielo, casi tan intenso como el mismo sol. El cielo completo se iluminó ante su presencia. Bel comprendió que lo estaban llamando.

La base del pilar se originaba en la isla más alta. Bel tomó impulso, corrió hacia la isla más cercana a la que tenía, saltó con todas sus fuerzas y se agarró de la superficie que colgaba por un costado. Pronto escaló, usando su nomitio, llegó a la cima y saltó a la próxima isla. Tenía otra técnica que podría haber usado para desplazarse, pero prefería ahorrar sus fuerzas.

Mientras iba saltando, pasó junto a algunas de las construcciones en ruinas en algunas de las islas; vio templos, edificios de trabajo, caminos y viviendas, todo esculpido en un material blanco de grietas doradas, relucientes. Se mantenía hermoso a pesar de los siglos que debían haber pasado solos. Se preguntó qué especie, qué cultura habría vivido ahí, y por qué ya no.

Finalmente saltó hacia la última isla, subió unas escaleras y se detuvo ante el arco de lo que había sido anteriormente un gran templo. El techo y gran parte de una pared habían colapsado, pero aún podían verse algunas butacas y parte del altar. Ahí, parado al final, se encontraba el hombre al que buscaba; vestía elegante armadura de nomitio blanco y se rodeaba de cadenas doradas.

Bel no podía creer que había llegado el momento, nunca lo creyó posible. No se sentía preparado para enfrentarlo, pero las peleas rara vez lo pillaban preparado y aun así había sobrevivido incontables veces. No se iba a acobardar en ese momento. Determinado a vengarse, retomó su camino, se adentró al templo, sus pasos bien audibles sobre la roca.

—¡Encadenador!— lo llamó, su voz autoritaria.

Este no se dio vuelta, simplemente se mantenía parado, dándole la espalda, contemplando lo que fuera que estaba enfrente. Al acercarse, Bel advirtió que la pared frontal del templo también estaba destruida y que en ese punto la isla terminaba. El Encadenador estaba contemplando el resto del mundo, un hermoso amanecer, brillante por un lado y lleno de misteriosas luces por el otro. Muy bonito, pero la belleza no tenía nada que ver con su pelea.

Bel se detuvo cuando llegó a una distancia suficiente para hablar. No quería acercarse demasiado, darle una oportunidad para atacarlo por sorpresa. Debía ser cuidadoso al enfrentar a alguien como el dios de las cadenas. Aunque este le daba la espalda, el joven separó las piernas en una pose de pelea y sacó todo su nomitio en una armadura azul que lo cubrió de pies a cabeza.

—¡Encadenador, dame la cara cuando te hablo!— exclamó Bel— ¡Soy Belfegor Duarte Virimal, príncipe del imperio de Perka! ¡Vengo a acab...

—Sé quién eres, Bel. Ya nos conocemos— le espetó el Encadenador.

Bel frunció el ceño, extrañado.

—N—no te conozco. No me digas mentiras.

—Ah, claro. Dudo que lo recuerdes— dijo el Encadenador— eras chiquitito, como...

Finalmente se giró y alzó ambas manos, separándolas por una distancia menor a su propio torso.

—como así de alto, creo ¡Eras una lindura! ¡Y tan revoltoso! No podíamos quitarte los ojos de encima.

—¡¿De qué mierda estás hablando?! ¡No me trates como si fuéramos amigos, infeliz!— alegó Bel— ¡Me vengaré por el sufrimiento que les provocaste a mi país y a mi madre, la emperatriz! ¡Prepárate a morir!

—Bel, no te invité a pelear, solo quería...

Entonces Bel se lanzó hacia él y le mandó un hachazo, que el Encadenador esquivó para volver a tomar distancia.

—Solo quería hablar. Este mundo es uno de mis favoritos, preferiría no pelear en él.

—¡¿Crees que me importa?!— vociferó Bel, antes de arrojarse de nuevo hacia él.

Pero antes de poder pegarle, una pared apareció frente al Encadenador. Bel hundió su hacha en esta, la retrajo de inmediato y trató de rodearla, pero entonces notó que la pared crecía varios metros hacia arriba y hacia los lados.

—¡¿Cuándo...

Antes de preguntar cuándo el Encadenador había erigido una pared tan grande frente a él, se dio cuenta que no lo había hecho, sino que había generado un puente en el camino de Bel para mandarlo a otro lado. Al mirar hacia atrás, Bel no vio ningún puente; el Encadenador ya lo había cerrado.

—¡Desgraciado!— bramó— ¡No importa cuánto huyas, te alcanzaré!

—No te pareces mucho a ella, pero definitivamente sacas esa tenacidad de tu madre— le dijo el Encadenador.

Bel tuvo que girarse a varios lados, hasta que lo encontró asomando la cabeza desde un puente en la pared, a la izquierda del príncipe, a la altura de su rodilla.

—¡Te mataré!— bramó Bel.

Se arrojó hacia el Encadenador, pero antes de agarrarlo, este se hundió y el puente se cerró.

—¡Desgracia...

Entonces se abrió otro puente bajo sus pies, que lo hizo caer en el aire. Bel alcanzó a lanzar un látigo de nomitio a través del puente hacia la tierra del otro lado, pero entonces el puente se cerró. El resto del nomitio que había pasado al otro lado fue escupido hacia el lado de Bel. Este finalmente cayó a mar abierto.

Luego de surgir a la superficie y asegurarse de que no había monstruos marinos tratando de comerlo, algo que había aprendido a hacer por experiencia, Bel miró a sus alrededor y se dio cuenta que no había tierra a la vista. Al menos seguían dentro del mismo mundo.

—¡Aaaaaagh!— gritó.

—¿Listo para rendirte?— preguntó el Encadenador, detrás de él.

Bel se giró y lo vio bien tranquilo, con las manos en las caderas. Asomaba el torso desde un puente que flotaba por encima de las olas. Se burlaba del príncipe con su postura relajada mientras este necesitaba nadar para mantenerse en la superficie.

—¡Muérete!— gritó Bel.

Le mandó un látigo de nomitio a la cara, pero esta vez el Encadenador ni siquiera se molestó en esquivarlo; al golpear la armadura blanca, el nomitio de Bel rebotó sin siquiera rasgarlo.

—¡No!

El Encadenador le apuntó con un dedo hacia la derecha de Bel.

—La próxima isla a nivel del mar está allá— indicó— volveremos a hablar cuando hayas llegado.

El puente que lo conectaba a ese lugar se lo tragó y desapareció. Bel golpeó la superficie del agua, enrabiado. Pero por toda la frustración que sufriera en ese momento, no había nada que pudiera hacer más que seguirle el juego, así que formó una balsa con su nomitio y hélices detrás de sus pies para impulsarse. De esa manera navegó por el mar de aquel mundo perdido de la red de mundos.

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