7.- El Príncipe de las Brikas (2/2)


La joven no recordaba que hubiese un lugar tranquilo en todo el pantano, pero no tuvieron que buscar mucho; simplemente se sentaron en una zona que les pareció agradable para sanar sus heridas, mientras que Severa y Morgana mandaron a volar a cualquier monstruo que intentara asomarse.

Bel sacó un Dispositivo de Cicatrizado Rápido y comenzó a tratar las heridas de Érica una a una, con paciencia. De pronto un ave enorme les arrojó una roca grandota desde el cielo, pero Severa la pateó devuelta, golpeó al ave y la derribó por ahí cerca. No pasó mucho tiempo para que un caimán de patas largas y musculosas pasara corriendo directo a Bel, con la boca abierta para devorarlo de un bocado, pero Morgana lo interceptó desde un costado y lo mandó a volar con una embestida. Bel ni siquiera parecía notar lo que ocurría alrededor; Érica se imaginó que seguramente el príncipe confiaba plenamente en sus amigas y por tanto no veía necesidad de preocuparse.

—Muy bien, tú primero— le pidió él— ¿Cómo fue que llegaste a parar aquí? ¡Oh! ¿Y qué pasó con tus amigos? ¡No me digas que se pelearon!

—No, no, está todo bien con mis amigos. Es solo... estamos entrenando. Cada quien se fue por su lado para hacerse más fuerte.

Érica le explicó más o menos todo lo que había ocurrido desde que se despidieron la vez anterior; cómo ella y sus amigos apenas sobrevivieron a la fuente de timitio, su pelea con Tur, la liberación de Madre y la decisión de entrenar por separado.

—Ya veo. Has pasado por mucho.

Bel terminó de tratar su última herida. El dispositivo de cicatrizado rápido era un buen implemento de primeros auxilios para desinfectar y cerrar heridas rápidamente, pero no era una clínica completa ni un equipo de médicos, solo una herramienta.

—Eso bastará para que llegues al pueblo ¿Cómo te sientes?

Érica movió los brazos, luego se puso de pie y dio un par de patadas al aire.

—Harto mejor. Muchas gracias, Bel.

—De nada. Pero recuerda que deberás ir a una clínica para hacerte un chequeo. Debes hacerlo cada semana.

—¿Qué? ¿Tanto?— saltó ella.

—¡Claro! ¿Cuánto llevas aquí en Hosilit?

—Poco más de un mes.

Bel descansó las manos sobre las caderas.

—Cazar monstruos es un trabajo demandante para el cuerpo. No importa lo fuerte que seas, no puedes trabajar bien si te mueres de una herida infectada que no viste a tiempo. Ahora vamos, te llevaré a la clínica.

Bel se dio la vuelta, se inclinó un poco y con las manos le indicó que se subiera a su espalda.

—¿Tú me vas a llevar?— se sorprendió ella.

—Bel, Érica no es una niña chica, no la mimes— alegó Severa.

—Vamos, Severa. Acaba de terminar una pelea difícil. Seguro estará cansada. Además, para eso yo soy un chico grande y fuerte. Vamos, Érica.

—Morgana la envidia, pero no se quejará— comentó la misma Morgana.

Érica miró a Severa, insegura de si necesitaría conseguir su permiso también, pero esta pareció olvidarse del tema con un gesto de las manos y se encaminó sola. Érica esperó no estar entrometiéndose en una dinámica de grupo que no le incumbía, porque la idea de subirse a la espalda de Bel y relajarse sobre un chico tan apuesto y bien formado no le desagradaba en lo absoluto. Con cuidado, se sujetó de sus fuertes brazos y sus anchos hombros, y presionó su torso contra la definida espalda de Bel. De inmediato recordó su sudor, su sangre, su mugre, sus rollos, quizás hasta sus senos le molestarían. Solo por si acaso, se sujetó con cierta distancia.

—Agárrate bien— le pidió Bel.

—Ah...

Érica se atrevió a sujetarse un poco más de cerca, esperando con todas sus fuerzas que el hedor que debía despedir en ese momento no fuera tan fuerte. Bel no mostraba un ápice de desagrado, pero Érica no se relajó del todo, solo por si acaso.

Listos, los cuatro partieron a través del pantano a toda velocidad. Bel y sus guardaespaldas se movieron mucho más rápido y hábilmente a través de caminos lodosos, entre árboles y sobre ríos. De cuando en cuando un monstruo alcanzaba a verlos a la distancia y saltarles encima, pero bastaba con un simple golpe de cualquiera de ellos para mandar a cualquier bestia a volar. La diferencia de poder entre ellos y Érica era palpable.

—Bel ¿Cómo llegaron ustedes aquí?— inquirió Érica, curiosa.

—Venimos a mundos como este de cuando en cuando para hacer dinero rápido— le explicó— salir a divertirse está bien, pero se vuelve caro si lo haces tanto como nosotros.

—¿Salir a divertirse? ¿Te refieres a fiestas?

—¡Claro!

Érica recordó que la primera vez que había visto a Bel, fue una ocasión en que él había caído a un río porque estaba demasiado ebrio de una fiesta. Por su parte, la muchacha no tenía buenos recuerdos de las veces que ella había asistido a fiestas. Sintió la distancia entre ella y Bel creciendo.

—Espera ¿Ustedes no tienen un trabajo? ¿Y tú no eres un príncipe? ¿Aún así necesitas dinero extra?

—Muy príncipe seré, pero aun así tengo que ganarme el pan.

—Bel podría vivir tranquilo en la corte del imperio con un cargo administrativo— explicó Morgana, la cual viajaba a su lado— haría el trabajo de Morgana más fácil.

—Pero mucho más aburrido ¿No?— apuntó Bel.

La jovencita sonrió por toda respuesta. Era la primera vez que Érica la veía sonreír.

—Como sea, Bel es un forteme colorido, un fortido. Sería inútil que desperdiciara su vida detrás de un escritorio cuando puede ir cazando brikas corruptas— comentó Severa, la cual no había estado muy comunicativa hasta ese momento.

—¿Fortido?— repitió Érica— ¿Es por el nomitio?

—Exactamente— indicó Bel— fortemes a secas y fortemes coloridos, es como se conoce a ambas categorías de fortemes. No es que a mucha gente le interese la diferenciación, en todo caso.

—¿Qué tan comunes son los fortidos allá en Perka?— inquirió Érica.

—No es que seamos tantos, tampoco— confesó Bel.

—Transformar tu timitio en nomitio es muy difícil— indicó Severa— primero tienes que cubrir todo tu cuerpo con timitio, y para eso tienes que entrenar por varios años. Los fortidos podemos sumergirnos en timitio como si fuera agua.

—¡¿Qué?!— saltó Érica— ¡¿Cómo?! ¿El exceso no los transformaría en territi?

—Ese es el truco; tu propio nomitio puede mantener al timitio salvaje a raya— explicó Severa— por eso, si estás completamente cubierta, no te entra más. Puedes sumergirte sin problemas.

A Érica por poco se le cayó la mandíbula.

—Hay más fortemes comunes que fortemes coloridos— indicó Bel.

—¿Por qué? ¿Cuál es el siguiente paso para transformar el timitio en nomitio?— quiso saber Érica.

—Nadie lo sabe— se lamentó Severa— o al menos, no con certeza.

—Hay varias teorías, algunas más acertadas que otras, pero no hay una ley universal; a veces lo que funciona para algunos no funciona para otros.

—¿Y cómo lo hicieron ustedes tres?

Los tres fortemes coloridos guardaron silencio un buen rato, pensativos.

—No sé— contestaron a coro.

—¡Oh, vamos!

—Nunca lo entendí del todo. Cierto día, mi timitio simplemente evolucionó— confesó Bel.

—Yo lo entrené a diario, pero no estoy segura de que eso es lo que haya motivado la evolución— indicó Severa.

—Morgana solo tuvo paciencia— indicó Morgana.

—¿Y cómo lo entrenabas, Severa?— inquirió Érica, dado que su respuesta era la menos vaga.

—¿Cómo crees? Luchamos todos los días— anunció con orgullo.

Por alguna razón, Érica dudaba que luchando con su timitio pudiera hacerlo más fuerte, pero aunque no obtuviera una vía específica, al menos había comprendido que debería buscar el método de evolucionar a Negro por su cuenta. Eso recién después de adquirir suficiente timitio para cubrir su cuerpo entero.

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Llevaron a Érica a Hosi-01, hasta la puerta de la clínica.

—¿Quieres que te acompañe?— se prestó Bel.

—¡No, no lo harás! ¡Tenemos otras cosas que hacer que andar de niñeras!— le reclamó Severa.

—Ya nos desocupamos por el día, pero Severa odia esperar— explicó Bel.

Severa se puso roja.

—Está bien, no necesito que me acompañen— mencionó Érica, antes de que la situación se volviera más incómoda— ya han hecho suficiente con traerme aquí. Gracias.

—Oye ¿Por qué no vienes a la discoteca?— la invitó Bel— habrá una fiesta grande esta noche, tenemos una sala reservada solo para nosotros.

Érica abrió los ojos de par en par, desconcertada.

Severa suspiró.

—Sí, supongo que no hay problema ¿Te animas, chicoca?

—Será divertido— la apremió Morgana.

—Eh...— Érica sabía que se iba a arrepentir, pero no quería dejar pasar una oportunidad de acercarse a Bel— ¡Sí, me encantaría!

—¡Excelente! Nosotros iremos allá cerca de las 22:00 ¡Te esperamos!

Con eso, los tres fortemes coloridos partieron y Érica se quedó sola ahí frente a la clínica, preguntándose en qué lío se había metido. Recordó un par de fiestas a las que alcanzó a ir en su tiempo de colegiala; lugares llenos de gente bailando, saturados de música estruendosa y mala, con iluminación pobre, infestado de parejas besuqueándose y gente borracha, sin ningún lugar para sentarse y descansar, o huir del ruido y de las miradas de extraños. Lo había intentado, pero nunca había conseguido entender el atractivo de las fiestas, mucho menos de las discotecas.

Tragó saliva, algo nerviosa. El solo imaginarse a gente bailando a su alrededor la ponía ansiosa.

—No, tranquila. Míralo como una oportunidad— se dijo a sí misma— ahora eres una chica grande, no una adolescente lerda. Quizás hasta consigas encontrar a un chico guapo o a una chica linda y...

La imagen de ella y Bel besándose cruzó su mente. Se tapó la boca con una mano, nerviosa ¿Qué pasaría si eso llegaba a ocurrir? ¿Qué haría ella? ¿Quizás Bel le confesaría su amor y se volverían una pareja ahí mismo? No ¿Cómo podía pensar algo así? Era una tontería con una probabilidad minúscula... aunque técnicamente posible ¿Y si ocurría?

Entre estas fantasías, Érica entró casi dando tumbos a la clínica. Ahí sanaron sus heridas y huesos rotos en un santiamén. Luego fue a su posada a ducharse y cambiarse de ropa. Se restregó la piel con fuerza, varias veces, para sacarse todo el hedor que pudiera. Lista, se dirigió a un casino, cenó bien y volvió a su posada para esperar a la hora. No podía creer que alguien tan importante, fuerte, apuesto y buena persona como Bel la invitara a salir con él.

—¿Será que de verdad está enamorado de mí?— se aventuró a pensar— O quizás... ¿Solo le daré lástima? Sí, probablemente es eso... ¿Pero y si quiere ser mi novio y darme besitos?

Pensamientos de este tipo la mantuvieron dando saltos y tumbos por toda su habitación, hasta que se agotó.

Finalmente, a la hora de salir, se puso la mejor muda de ropa que tenía, se peinó como pudo y antes de salir se miró al espejo.

—No me puse maquillaje— se dijo.

Se puso pálida al recordar que ella no sabía cómo ponerse maquillaje, ni siquiera tenía.

Aunque, que ella recordara, Morgana y Severa tampoco usaban, o quizás usaban uno sutil.

—No, descuida. Sería raro que fueras ahora toda pintada, si Bel solo te conoce así natural— se dijo.

Así que partió, aún algo insegura, hacia la discoteca.

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