7.- El Príncipe de las Brikas (1/2)
Aún algo nerviosa, se adentró en el complejo sistema de túneles al final del pantano, se pegó una linterna en la frente y descendió a la oscuridad.
Recorrió la misma ruta que la vez anterior, no es que hubiese muchos otros caminos por donde desviarse.
Pronto alcanzó la cámara enorme, tan grande que la linterna no alcanzaba a iluminar las paredes o el cielo. A través del suelo rocoso no había vida animal o vegetal, solo unas cuantas formaciones cristalinas, montículos de diamantes semi transparentes, justo lo que ella estaba buscando. Lista para lo que fuera, se dirigió al montículo más cercano. Sacó su timitio de sus brazos y pies, pensó que tendría que golpearlo, pero tal y como ocurrió la vez anterior, el montículo se levantó solo, se elevó en el aire y sacó cuatro sólidos brazos de roca.
—¡Muy bien!— se dijo.
Ya no había vuelta atrás, así que se dio ánimos. Tenía que ir con todo si quería derrotar a ese monstruo. Dado que este giraba a grandes velocidades para golpear con sus brazos de roca como un trompo, ella giró en la misma dirección, deslizándose a toda prisa con su timitio. El prikiku notó esto y se alejó para comenzar a girar en la dirección contraria.
—¡Necesita girar en el sentido contrario!— observó Érica.
Debía ser una especie de táctica de defensa natural; su instinto, si es que lo tenía. Érica volvió a probar su táctica, pero esta vez, apenas lo notó disminuyendo la velocidad, se arrojó directo a su centro.
Lamentablemente, en ese momento el prikiku le disparó uno de sus cristales y de inmediato la azotó con uno de sus tentáculos. Érica bloqueó el cristal sin problemas, pero esto la distrajo y no alcanzó a esquivar el tentáculo de roca. El impacto la mandó directo al suelo y la hizo rodar. El ruido llamó la atención de otros prikikus, los cuales se acercaron flotando.
—¡Mierda!
Pensó en retirarse, pero sentía que ya estaba a su nivel, que podía hacerles frente. Quizás, si se esforzaba un poco más, conseguiría cazar al menos a uno.
Esquivó decenas de látigos de roca y disparos de cristales. Cuando vio su oportunidad, se dirigió hacia el núcleo del primer monstruo, pero este hizo explotar todos sus cristales en su montículo superior, lo cual la mandó a volar hacia atrás. Otro la interceptó y la bateó con su tentáculo de roca hacia el suelo.
Su cuerpo formó un cráter en la roca. Apenas consiguió amortiguar parte del impacto con su timitio; comenzó a sangrar por un corte en la frente y en la espalda. Le dolía, pero era un dolor que podía ignorar. La sangre le impedía abrir el ojo derecho. Los monstruos estaban encima de ella, no tenía tiempo para pensar, solo actuar.
Varios prikikus se le arrojaron encima y le mandaron decenas de golpes de tentáculos de roca. Érica se acostó y se deslizó por el piso a máxima velocidad, esquivándolos. Atravesó la muralla de monstruos, la lluvia de azotes y alcanzó al último.
Este intentó azotarla, pero Érica lo esquivó y le sujetó el tentáculo antes de que él pudiera recogerlo. Entonces le clavó espinas de timitio y comenzó a deslizarse a través de este hacia su centro. Este le disparó un cristal, pero ella usó el tentáculo para girar y esquivar el proyectil.
El prikiku disparó todos los cristales que pudo, pero Érica continuó su camino hacia el centro, girando rápidamente para eludirlos. En un segundo lo tuvo a su alcance, sacó un taladro de timitio y se lo enterró en la base del montículo para penetrar hasta su interior.
—¡VAMOS!
El taladro se hundió, imperturbable ante la roca sólida. Finalmente dio con algo más blando, tras lo cual el monstruo dejó de girar. Se detuvo por completo.
Al sacar el taladro, Érica advirtió un líquido metálico chorreando por los pliegues de su timitio, pero no tuvo tiempo de examinarlo. Había matado a uno, le quedaban 9 más. Los prikikus restantes se acercaron a ella a toda prisa, girando amenazantes. Érica necesitaba un momento de respiro; no estaba segura de si podría continuar peleando por mucho más.
—Tengo que huir— se dijo.
Eso sonaba bien, aunque no estaba segura de cómo lo haría en esa situación. Rápidamente comenzó a buscar el mayor hueco entre los prikikus para deslizarse acostada como había hecho antes, cuando de súbito, advirtió tres potentes impactos a su alrededor. Antes de darse cuenta de lo que ocurría, tres de los monstruos salieron volando.
—¿Qué...
Miró alrededor, desconcertada, pero su sangre tapaba parte de la linterna y apenas conseguía ver lo que tuviera a un par de metros. Otros monstruos se le acercaron, pero entonces una sombra pasó entremedio como un cometa, chocó a uno de los monstruos y lo mandó volando lejos, sin darle tiempo de defenderse. La sombra se paró frente a ella; su silueta era la de un hombre atlético, alto. Llevaba una armadura poco definida, de un intenso azul oscuro. Entonces el hombre se giró a verla.
Su quijada cuadrada, su rostro apuesto, sus ojos expresivos e inocentes, su pelo negro despeinado por la batalla. Érica ya lo había visto antes, tan solo una vez, pero nunca lo iba a olvidar.
—¡¿Bel?!— exclamó.
Este sonrió.
—¡¿Érica?!
Justo en ese instante, otros dos prikikus salieron volando desde algún punto detrás de Érica hacia adelante. Por su derecha apareció una mujer larga de pelo rojo atado en una coleta, de mirada agresiva y armadura roja. Por su izquierda surgió una muchacha más joven y baja, de largo pelo negro despeinado, mirada perdida y armadura calipso. Ambas se fijaron en Érica.
—Oh, pero si es la fugitiva— comentó la pelirroja— ¿Cómo se llamaba?
—Érica— contestó la jovencita de mirada perdida— es amiga de Bel. Severa debería recordarla.
—¡Érica!— Bel abrió los brazos y se aproximó a ella con una sonrisa radiante— ¡¿Cómo has estado?! ¡¿Qué haces aquí?!
Cuando estaba por apresarla entre sus brazos, un último prikiku apareció justo detrás de él y le mandó un latigazo de su brazo de roca como había hecho con Érica. Esta quiso advertirle, pero entonces Bel se detuvo, alzó un brazo hacia arriba y detuvo el azote con una mano desnuda. Luego se dio la vuelta, al mismo tiempo su armadura se derritió, se congregó en su brazo y se convirtió en un martillo del tamaño de un auto. El martillo cruzó el aire y golpeó al monstruo con tanta potencia que lo mandó disparado hacia el lado contrario y lo hizo impactar con la pared a decenas de metros de distancia.
Érica se quedó mirando la oscuridad de donde había escuchado impacto, desconcertada.
—¡Érica! ¡Qué alegría verte otra vez!— exclamó el chico.
Ya sin nada ni nadie que lo interrumpiera, tomó a la muchacha en sus brazos y le dio un buen abrazo de oso. Érica tuvo que olvidarse rápido de su sorpresa, dado que no estaba acostumbrada a muestras de cariño tan abruptas, mucho menos de un chico tan apuesto como Bel. Tarde recordó que estaba cubierta en su propia sangre y sudor, además de los montones de tierra de la que se había impregnado en la batalla.
—¡Ay! ¡No, espera! ¡Suéltame!— exclamó.
Bel la puso en el suelo de inmediato.
—Disculpa, te debe doler— se aventuró— ¡No me esperaba verte aquí!
Érica lo miró hacia arriba. A pesar de la poca iluminación, Bel se veía apuesto como siempre, apenas despeinado por la batalla, nada de sudor, nada de sangre ni mugre. Severa, la chica larga, y Morgana, la jovencita de mirada perdida, tampoco parecían tan agitadas. Érica comenzó a pensar en lo inadecuada que debía verse frente al príncipe y su guardia.
Belfegor Duarte Virimal era el príncipe del imperio de las brikas. Él y sus dos guardaespaldas y amigas, Severa y Morgana, viajaban a través de la red de mundos encargándose de brikas malas que usaban su poder para hacer sufrir a otros. Los tres eran fortemes como Érica, pero a diferencia de ella, tenían una forma evolucionada de timitio, llamado nomitio. Además de ser más fuerte en general, las características más destacables del nomitio es que se volvía de un color específico para cada forteme y podía atravesar timitio sin problemas.
Ante el ánimo de conversar y sanar las heridas de Érica, el grupo decidió regresar hacia el pantano a buscar un lugar sin monstruos para descansar. No se olvidaron de escanear a los monstruos para obtener sus recompensas; Érica también lo hizo.
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