6.- A Veces la Vida es Fea (2/3)


Mientras comía su cena tranquila en un casino de los menos frecuentados del pueblo, notó que dos sujetos a unas mesas a su lado conversaban un poquito más alto de lo necesario; estaban bebiendo cerveza, los jarrones que tenían en las manos no eran sus primeros tragos. No es que le importara que la gente tomara, no mientras no hablaran demasiado alto o evitaran acercarse a ella. Sin embargo, dado que hablaban alto, ella alcanzó a escuchar una mención de una "brika".

Al principio pensó que alguien la estaría buscando para ajustar cuentas, se preparó incluso para que aquel sujeto hipotético estuviera ahí detrás de ella, mas su tensión no fue necesaria; los borrachos no hablaban de "una brika", sino de "un brika". Un hombre brika. Érica dejó de comer para poner mayor atención, pero la conversación no era tanto sobre este brika, sino del día a día de esos cazadores. Apenas mencionaron lo que Érica quería escuchar, pero algo alcanzó a entender: al parecer, había un hombre brika ahí en Hosilit, él frecuentaba con un grupo solo áreas de cuatro a cinco estrellas. Érica sabía que las brikas eran muy raras, los hombres brika mucho más. Ella solo conocía a dos; uno era Bel, príncipe de las brikas. El otro era su papá, o al menos ella suponía que su papá era un brika, dada su tremenda fuerza. No se imaginaba otro caso.

Dudaba mucho que su querido padre estuviera por ahí, simplemente cazando monstruos como si nada, cuando tenía que ocuparse del Encadenador o cuando podía reencontrarse con ella. No, él nunca dejaría pasar la oportunidad de verla. También cabía la posibilidad de que un noni bobo la hubiera confundido a ella misma con un hombre o hubiese ocurrido una confusión de ese estilo. No le extrañaría.

Pero había una buena posibilidad de que este hombre brika fuese Bel, lo cual no estaría mal, para variar. Le haría bien verlo otra vez. Dudaba mucho que se encontraran en el pueblo, dado que ella no salía mucho de su habitación cuando no era necesario, pero si estaba frecuentando las áreas más peligrosas, entonces quizás se toparan cuando ella consiguiera llegar allá.

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Al día siguiente fue a cazar como siempre, pero antes de atravesar el umbral que llevaba el exterior, su tarjeta comenzó a sonar y a vibrar como un celular. Érica la revisó y advirtió que tenía una notificación urgente.

"Srta. Érica Sanz:

Favor reportarse a recepción principal inmediatamente.

Atte

Administración del Ejército de Hosilit".

—¿Y qué hice ahora?— alegó.

Se preguntó si había cometido un crimen sin querer o si era una especie de control por haber estado en el calabozo. No le convenía meterse en problemas con los que le pagaban por su trabajo, por lo que se dirigió al edificio principal de recepción y se presentó. En el mostrador le dijeron que un oficial de alto rango necesitaba conversar con ella y que la esperaba en el patio lateral del edificio.

Seguro quiere pelear— pensó— probarse contra una brika.

Una pelea amistosa no le molestaba, solo esperó que no le tomara mucho tiempo. Érica salió por donde le dijeron, hacia un patio que nunca había visto, sin adornos ni caminos bonitos como la entrada al mundo, nada más un lugar amplio con pasto, al menos bien tenido.

Para su sorpresa, en ese lugar se encontraba un noni rojo de tres metros de alto.

Érica se quedó boquiabierta, atónita de verlo ahí.

—¡¿Cromo?!— exclamó.

—Érica Sanz— saludó el comandante.

La brika se disparó hacia él, lo abrazó por el cuello y lo derribó por el impulso que llevaba.

—¡Maldito desgraciado! ¡¿Cómo te ha ido?!— preguntó emocionada.

El noni rio con el saludo de la muchacha. Le dio palmaditas en la espalda y se sentó. Ella cayó sobre sus piernas.

—Pensé que me odiarías por lo de la última vez— admitió él.

—¿De qué hablas? Yo te gané. Tú deberías ser el que me odiara.

Cromo continuó riendo. Le dio un puñetazo amistoso en el estómago, solo que su mano abarcaba todo el torso de la humana. Ella también rio con su gesto. Entre los dos se molestaron un rato mientras reían, hasta que se aburrieron.

—Es verdad, me ganaste— recordó Cromo— ¡Argh! ¡Por la mierda! ¡No puedo creer que me hayas ganado dos veces!

—Oye, no hay vergüenza en perder contra alguien más fuerte— se vanaglorió ella.

—¡Muérete, desgraciada! ¡Que sepas que he entrenado duro desde nuestro último encuentro!

—¿Sí? ¿Crees que estás a mi nivel ahora?

—Solo hay una forma de saber.

Érica se alejó de un salto y sacó dos hachas de timitio.

—¡Aquí te espero, tonto encadenado! ¡Pero a cambio, quiero que me des información!

Cromo se puso de pie y preparó una espada de dos manos.

—¿Y qué gano yo a cambio?— alegó.

Érica ladeó la cabeza, extrañada.

—¿De qué hablas? ¿No vienes a llevarme con tu amo o a matarme?

Cromo abrió los ojos de par en par, mas luego recordó que Érica no sabía mucho sobre los encadenados.

—Mis órdenes cambiaron luego de que escaparas de la prisión— admitió— Alba dijo que no hay razón para tenerte atada; aún no es momento de usarte. Además, podemos encontrarte siempre que queramos.

Érica se lo temía. No tenía sentido que un dios que pudiera encontrarla en cualquier rincón de la red de mundos, simplemente le hubiera perdido la pista de repente.

—Alba es la señora blanca que va siempre con el Encadenador ¿No?

—Hoy en día va de "él". Pero sí, Alba es la mano derecha del Encadenador y uno de los mayores pilares de la organización ¿Por qué preguntas?

—Suena a que él es uno de los siete anillos— comentó Érica— ¿Qué tal esto?: Si gano, me dirás cómo derrotarlo.

Cromo se echó a reír.

—Nunca podrías derrotar a Alba. No conozco ninguna manera posible, al menos.

—¡Vamos! ¡Debe haber algo! Al menos dime cómo hacerle daño. Una vez peleé con él y no conseguí darle ni un rasguño. Incluso se hizo un hoyo en el estómago para evitar mi golpe.

Cromo se cruzó de brazos.

—No sé cómo vencerlo, pero sé de un santuario que considera su hogar... al menos eso es lo que me ha dicho. Quizás ahí podrías encontrar algo que te ayude. Si me ganas, te puedo decir dónde queda, al menos el área general. Yo nunca he estado en ese lugar.

—Un hogar...— Érica se llevó una mano a la cabeza, perpleja.

Se le hacía raro pensar en los encadenados como gente con hogares y familia, pero incluso alguien tan raro como Alba debía tenerlos. Ella era la única rara: sin hogar, separada de su única familia. No se sentía justo.

—¿Y qué quieres si tú ganas?

Cromo sonrió con malicia.

—Un juramento.

Érica apretó los labios. No le gustaba para dónde iba eso.

—¿De qué tipo?

—Deberás jurar que no matarás directa o indirectamente, por acción u omisión, a ninguno de mis compañeros encadenados.

—¡¿Qué?!— saltó ella— ¡Ándate a la mierda!

—Entonces no te daré la información que quieres.

—¡Ustedes quieren matarnos a mi papá y a mí!

Érica no estaba completamente segura de eso, pero ya que se lo habían asegurado el Encadenador y Alba, tenía que tomarlo como sus intenciones.

—Eso es algo que busca el mismísimo Encadenador, no los encadenados. Nosotros somos gente normal, solo hacemos lo que nos dice el jefe.

—¡Son cómplices! ¡No te hagas el inocente!

—Pero no hemos matado a tu papá, ni a ti— apuntó Cromo.

—¡Hasta ahora! ¡Mataré a todos los encadenados que se interpongan en mi camino!

—¿Incluso padres e hijas? ¿Incluso gente que solo te ve como una asesina intentando robar los poderes de su dios protector?

—¡No me vengas con eso! ¡No les creo que sean tan inocentes como para no entender de qué se trata esto! ¡Si me apuntan con un arma y disparan, eso es un intento de asesinato! ¡Tengo el derecho de matarlos si ellos tratan de matarme a mí!

Cromo alzó los brazos, derrotado.

—Está bien ¿Qué tal esto, entonces? Debes jurar que no matarás a ningún encadenado que no intente matarte directamente.

—A mis amigos tampoco— apuntó ella.

—O a tus amigos— le concedió Cromo.

Érica suspiró.

—Está bien, lo juraré... solo si me ganas. Pero recuerda tu parte del trato.

—Por supuesto. Te daré la información... si me ganas.

Érica se soltó el cuello, los hombros y las piernas.

—¿Hay reglas que quieras agregar?

—No. Pierde el que quede fuera de combate o se rinda, eso es todo ¿Lista?

—¡Cuando quieras!

—¡A darle!

Ambos se dispararon el uno al otro e impactaron en el medio como dos cometas perfectamente alineados. De inmediato se enterraron en el suelo con timitio para empujar a su contrincante. Se atacaron con potentes golpes, pero ambos también se protegieron con timitio, amortiguando un poco la fuerza. Intentaron rodearse deslizándose por el suelo, se mandaron patadas de hacha, ganchos que podrían demoler casas y zarpazos capaces de desgarrar diamantes. Se movían rápidos como felinos y fuertes como mastodontes. Sus golpes resonaban por decenas de metros a la redonda.

Érica tomó a Cromo de una pierna y le dio vuelta, arrastrándolo por el pasto, pero el noni usó su timitio para protegerse del roce con el suelo. Aprovechó de mandarle una patada a Érica en la cabeza para desequilibrarla y volver a ponerse de pie.

Ambos descansaron un momento, apenas un segundo para buscar una estrategia. Érica no podía creer que Cromo la hubiera alcanzado en poder en el tiempo que no lo había visto. Quería preguntarle qué era lo que había hecho, pero pararse a hablar solo la desconcentraría y le haría bajar su guardia. Tendría que esperar hasta después.

Entonces, para su sorpresa, el noni cambió de postura: se agachó y protegió su pecho y cabeza con sus brazos, extrañamente encogido. Era como si esperara a ser golpeado, más que querer dar golpes él. A Érica no le gustó tanta confianza en un cambio de postura, pero tampoco vio razón para cambiar su propia estrategia. Es más, podía ser bueno para ella; si Cromo estaba muy ocupado defendiéndose, entonces ella podría atacarlo más; y por mucho que se protegiera, los golpes de una brika debían afectarlo.

Saltó hacia arriba de su cabeza y le mandó una patada de hacha hacia la frente. Entonces, para su sorpresa, Cromo estiró tres gruesos brazos de timitio hacia su pie, los cuales se apretaron contra la pierna que lo atacaba y disminuyeron su velocidad considerablemente hasta el punto en que apenas consiguió alcanzar su cabeza. Entonces Cromo la sujetó de la pierna con sus propios brazos y la azotó contra el piso detrás.

Érica apenas consiguió protegerse con timitio para amortiguar el impacto. Se preparó para bloquear un golpe de Cromo, pero para su sorpresa, el noni se alejó un par de metros y volvió a asumir una postura defensiva.

—¡¿Qué?!...— bramó ella— ¡¿Qué haces?!

Pero el comandante no contestó. Érica, aún extrañada, se puso de pie y volvió a atacarlo. Esta vez se aproximó desde abajo y le mandó un gancho hacia el mentón. Sin embargo, Cromo formó una barra de timitio entre sus dos codos, que bloqueó el bíceps de Érica. Su brazo se paró en seco a varios centímetros del mentón rojo.

—¡Aún no termina!— pensó ella.

Rápidamente extendió un pilar de timitio desde su puño hacia el mentón de Cromo, pero antes de poder pegarle, este sujetó el puño de Érica con sus dos grandes manos rojas y lo dobló sobre el fierro en su bíceps, atrapándola en una llave. Érica chilló de dolor, sorprendida por el truco de Cromo. Intentó pensar en una manera de zafarse, pero el mismo comandante deshizo su timitio a la vez que le mandó una patada en las costillas. La muchacha voló por los aires antes de volver a aterrizar.

—¡¿Cómo me está ganando?!

El noni volvió a adoptar una posición de defensa. Érica comprendió que el comandante estaba usando alguna táctica, alguna estrategia que ella no entendía. Iba más allá de querer defenderse, Cromo podía contrarrestarla.

—Una técnica para pelear contra fortemes— comprendió al fin— ¡Un arte marcial para contrarrestar el timitio!

No había otra explicación; Cromo sabía cómo vencerla. Claramente había entrenado más que sus músculos. Érica estaba en desventaja.

No muy segura, ella intentó imitarlo: adoptó su misma pose. Cromo, al verla, sonrió con sorna. Entonces partió como un camión, deslizándose por el suelo sin perder su pose defensiva. Érica lo vio venir, se preparó para el choque inminente y esquivó hacia un lado.

Cromo continuó un par de metros en línea recta, mas pronto giró y volvió a deslizarse hacia ella a toda prisa. Érica supo que no lo iba a detener muy fácil. También supo que rodearlo para atacar no era una buena opción, pues él volvería a bloquearla de alguna manera. Solo le quedaba ir a su encuentro, quitarle la ventaja del impulso que llevaba.

Insegura, se dirigió a él a toda prisa y se preparó a sacar un martillo para arremeterlo. Eso le ganaría a cualquier táctica que intentara. Se acercaron a toda prisa, estaban a punto de chocar. Entonces Cromo se paró en seco.

Érica se precipitó hacia él, sin tiempo para recalcular la posición de Cromo que había predicho hace unos instantes. Ella también trató de pararse en seco para evitar cualquier truco que el comandante intentara; ese fue su error.

Cromo aprovechó la falta de equilibrio de Érica para arrojarse con todo hacia ella. Esta se protegió con una gruesa capa de timitio, pero él se deslizó hacia su espalda y la bateó con toda su fuerza. Érica partió como una bala de cañón, directamente contra la pared que delimitaba el perímetro de Hosi-01; la demolió y pasó de largo cien metros al otro lado.

Cromo fue a su encuentro. Se deslizó a través del terreno, atravesó el hoyo que había dejado Érica y cruzó cientos de metros de campo abierto hasta que encontró a la joven retorciéndose del dolor en la espalda. Cromo fue y llamó a un médico por si acaso. Le había roto dos vértebras, pero le hicieron un tratamiento rápido antes de dañar el sistema nervioso central y la sanaron en unos minutos.

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Al final la dejaron en una sala del hospital general, donde debía mantenerse acostada hasta el día siguiente. Después del tratamiento normal se había recuperado sin problemas, pero necesitaban asegurarse de que su cuerpo descansara del estrés de sanarse.

Al final de todo el revuelo, ambos se quedaron solos en la sala del hospital. Suspiraron al mismo tiempo.

—Parece que me ganaste— admitió una afligida Érica.

Cromo sonrió, complacido.

—Parece que alguien me debe un juramento— le recordó.

Érica apretó los dientes y miró a otro lado, frustrada.

—Juro que la próxima vez que peleemos te partiré la cara— bramó— ¡¿Cómo me ganaste?!

—No, no. No te atrevas a cambiar de tema. Hiciste una promesa, Érica.

Cromo se cruzó de brazos, expectante. Aun sentado, su cabeza estaba peligrosamente cerca del cielo. Érica volvió a suspirar.

—Juro que no mataré a tus tontos compañeros encadenados, a menos que ellos intenten matarme a mí o a alguno de mis amigos, o alguien que yo aprecie.

—¿Y si uno de ellos te cayera mal?— inquirió el comandante.

Érica apretó los dientes.

—No le haré daño solo porque me caiga mal.

—¿Y si uno te roba o te humilla?

—¡Vamos! ¡Al menos déjame defenderme!

—¿Qué hay de tu promesa?

Érica se apretó la cabeza entre las manos.

—¡No les haré daño! ¡No le haré daño a ninguno de los encadenados a menos que intenten matarme! ¡¿Contento?!

Cromo asintió, satisfecho.

—¡Cielos! ¡Eres odioso!

Él rio entre dientes, divertido.

—Es bueno ganar de vez en cuando. Antes de pelear contigo en Madre, no tenía muchos contrincantes dignos ¿Sabes? Para crecer como guerrero, es importante pelear con gente tanto o más fuerte que tú.

—Sí... sí, lo sé. Por eso estoy aquí— alegó Érica— ¿Me vas a decir qué fue lo que hiciste?

—¿Qué crees? Solo usé tácticas de lucha contra fortemes. Soy un soldado; entrenamos duro día a día ¿O pensaste que me iba a quedar de brazos cruzados después de dos derrotas?

—Tácticas de lucha contra fortemes ¿Eh?— repitió ella— ¿Y dónde las aprendiste?

—Mis labios están... "atados por las cadenas".

Érica asintió, reconociendo el saludo de los encadenados. Supuso que el maestro de Cromo estaría dentro de la organización. Debía ser un forteme veterano o alguien acostumbrado a lidiar con ellos.

Pensar en timitio le recordó al suyo propio y le hizo darse cuenta que no debería tenerlo en ese momento.

—¡Un momento! ¿Por qué no tomaste mi timitio?— quiso saber— Me ganaste limpiamente. Tuvo que haberse salido de mi cuerpo ¿No?

—¡Ja! Sí, tu timitio se ofreció a mí, pero tuve que declinarlo. Estoy lleno, después de todo. Un poco más y me terrificaría.

—¿Terrificar?

—Convertirse en territi.

—Oh, ya veo.

Érica no pudo evitar frustrarse un poco al oír que su querido Negro había tenido intención de introducirse en el cuerpo de otro. Después de todo lo que habían vivido, le había parecido que Negro no querría dejarla, pero no podía pensar en él como una persona; Negro vivía con miedo, solo había obedecido su instinto.

En eso, el comandante se puso de pie.

—Me quedaría a conversar más, pero tengo mucho trabajo. Nos vemos en otro momento, Érica.

Cromo se despidió con un gesto de la mano y se propuso a marchar.

—¡Espera!— le pidió ella.

—¿Sí?

—¿Cómo sabré dónde encontrarte?

—¿Para qué quieres...

—¡Para sacarte la información que me ibas a dar, obviamente!— bramó ella.

Cromo resopló a través de la nariz, divertido.

—Me encontrarás cuando nosotros lo decidamos. Te tenemos bien vigilada, Érica.

Sin más, se retiró. Érica se recostó contra la almohada, frustrada. Recordó la primera vez que se enfrentó al comandante en Madre; se había sentido glorioso: por fin una pelea digna contra un contrincante a su altura, después de tantos años de andarse con cuidado de no lastimar a alguien. Desde ese momento había supuesto que estaba por encima de él, pero así como ella podía crecer y fortalecerse, también él.

—Tengo que hacerme más fuerte— pensó.

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