4.- El Rey del Miedo


Érica no podía creer su suerte. De alguna manera había conseguido a dos amigos espectaculares que daban la vida por ella. Toda su vida había querido eso.

Ahí, en la fuente de timitio cerca del pueblo de Tentorrí, habían ido los tres a obtener timitio, pero la gran cantidad de territi los llevó a adentrarse aun más y a buscar otras salidas. Después de una larga carrera, habían dado con una vía de escape, pero la gran cantidad de territi les cortaron la retirada.

Érica no podía permitir que sus preciados amigos se sacrificaran con ella. Por ese motivo les dio un último abrazo para inmediatamente mandarles a cada uno un golpe controlado en el estómago, con la fuerza justa para dejarlos inconscientes. Los territis estaban encima de ellos, no había tiempo que perder. Rápidamente los tomó a cuestas, saltó a la pared, se sujetó a ella usando su timitio, se deslizó a través de ella para rodear a los monstruos que les bloqueaban el paso, aterrizó al final del puente y se arrojó hacia la salida. Sin embargo, antes de poder cruzar el umbral, el territi grandote le sujetó un tobillo usando un látigo de timitio. Érica supo que no podría luchar en esas condiciones; no se podría salvar, así que arrojó a sus amigos hacia afuera para salvarlos.

Entonces el tentáculo que la tenía sujeta la arrastró hacia atrás, la levantó y la azotó una vez más contra el puente de piedra. El tremendo poder del impacto, sumado al deterioro de la estructura finalmente lo hicieron colapsar. El territi grandote, Érica y decenas de otros monstruos cayeron inevitablemente hacia el abismo, a un mar de timitio.

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Después de eso, sus memorias se volvían difusas. Recordaba sentir mucho miedo, creer que era asesinada cientos o miles de veces, el número no lo tenía claro, solo que eran más de las que podía aguantar, demasiadas.

Recordaba tratar de sujetarse a algo, una especie de animal que estaba junto a ella. El animal era grande y fuerte, y podía más o menos mantenerse a sí mismo a flote. Érica intentó sujetarse a ese animal, pero el peso combinado de ambos los hundía. La muchacha estaba desesperada, necesitaba a alguien que la salvara, por mucho que sus esfuerzos fueran en vano; necesitaba sentir que al menos no iría sola a su perdición.

Pero de pronto algo le ocurrió al animal; una cuerda apareció desde el cielo como hilos de araña, se enredó en su cuerpo y lo elevó. El animal gritó y pataleó, Érica intentó calmarlo, pero entonces el animal salió del mar de miedo. Por su actitud, Érica se dio cuenta que no pataleaba porque no quisiera la cuerda; todo lo contrario, pataleaba para impulsarse y salir de ahí, para abandonarla.

-No...- musitó Érica- ¡Espera! ¡No te vayas!

Estiró las manos hacia el animal, intentó agarrarlo, pero sus piernas se elevaron mientras que ella se quedó ahí. Sin un apoyo, sin algo que la mantuviera a flote, Érica comenzó a hundirse poco a poco. Hizo lo posible por mantener su cabeza sobre la superficie, pero todo esfuerzo era en vano, simplemente conseguía hundirse más rápido. Sabía que en el momento en que fuese cubierta completamente ya nunca volvería a ser ella misma; sabía que era un destino peor que la muerte, mas solo podía esperar lo inevitable.

Entonces, para su sorpresa, el mar se congeló.

Ella se quedó ahí, apenas con su cara fuera de la superficie. Apenas podía respirar, pero al menos había dejado de hundirse. Quería salir de ahí en ese instante, necesitaba saberse libre.

"Tú eres... distinta al resto" la llamó una voz.

-¿Qué?- pensó ella.

Intentó ver quién le había dicho eso, pero no consiguió verlo. No estaba por ningún lado.

"Tú... tienes ego" continuó la voz.

-¿Dónde...- intentó decir, pero le faltaba el aire- por favor, sálvame.

Transcurrieron largos segundos en que la voz no dijo nada. Érica comenzó a desesperarse nuevamente.

"Tú te puedes levantar" le indicó la voz.

No, no ¿Cómo podía? Estaba atrapada. Necesitaba ayuda. Quizás si ese animal grande volviera, ella podría sujetarse a él otra vez. Había sido tan fácil mientras estuvo con ella ¿Por qué se había tenido que ir?

"Levántate" insistió la voz.

Pero no podía.

"¡Levántate y busca a ese animal que tanto anhelas!"

Tenía miedo de quedarse ahí, pero la voz la aterraba. Pasara lo que pasara, no podía desafiarla, no cuando la comandaba de esa manera.

Érica puso todo su empeño, movió desesperadamente su cabeza para romper el hielo en el que estaba atrapada; los bordes de cristal le quebraron las mejillas y la hicieron sangrar, pero ignoró el dolor y continuó, no porque fuese valiente, sino que porque el miedo a desobedecer a esa voz era peor que cualquier herida.

Poco a poco su cabeza se liberó. Consiguió mover su cuello, sacudió los hombros; su sangre chorreando lubricó la piel congelada y le permitió quitarla de su lugar. Sus brazos se dejaron la piel en el hielo, pero liberarlos era todo lo que necesitaba; después de eso se sujetó de la superficie del hielo y se arrastró hasta que consiguió salir.

Entonces se halló confundida, asustada, adolorida y encorvada sobre un mar congelado de infinito miedo. No sabía bien qué es lo que estaba ocurriendo, solo sabía que la voz la miraba desde algún lado y que ella debía hacer todo lo que él le dijera. Todo.

-Me dijo que buscara a ese animal- pensó Érica- ese animal me quitará este miedo horrible. Sí, debo encontrarlo.

Decidida, se giró hacia el cielo negro.

-¿Cómo... cómo busco a ese animal, señor?

En ese momento, desde el cielo surgió un remolino que comenzó a tragarse todo; la oscuridad, el hielo, el miedo, incluso a Érica. La llamaba, la asía con la fuerza de un astro.

"Eso es muy fácil. Yo te enseñaré" dijo la voz.

Érica asintió. Sin más, se dejó arrastrar.

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Cuando volvió en sí, se halló tosiendo bocabajo sobre un piso de piedra. No había mucha luz, solo algunas antorchas crepitando en las paredes. Lo que tosía no era agua, sino que un líquido negro, poco viscoso.

Algo estaba mal. Tenía la sensación de que estaba en una pesadilla, que en cualquier momento algo horrible sucedería. Necesitaba despertar, pero no podía. Necesitaba huir del peligro. Era una sensación lejana, pero latente.

Miró hacia adelante y se encontró con zapatos. Eran negros y brillantes, muy lujosos. Al levantar la mirada notó piernas largas y un traje estirado, muy formal, muy oscuro. Al final del traje, una cara estirada, apuesta y huesuda la miraba con desdén. Tenía la boca ancha, los ojos hundidos en sus cuencas, los pómulos prominentes. Sobre la cabeza tenía varios tentáculos, algunos cortos, algunos más largos, los cuales se formaban de manera similar al pelo de un ser humano. Su piel y sus irises eran grises, sus escleróticas no eran blancas, sino que negras. En su frente llevaba incrustada una gema negra en forma de hexágono. Érica nunca había visto a esa especie.

El hombre se agachó encima de ella, curioso.

-¿Sabes quién eres?- le preguntó.

Quiso responder, pero sus pulmones no le permitieron sacar el aire suficiente. No es que estuviera débil, simplemente le faltaba el aire y no sabía cuándo le volvería

-Pero tengo que responderle a él- pensó- tengo que esforzarme un poco.

Quiso abrir su boca. Algo se la retuvo, pero debía responder, así que se obligó a abrirla. Finalmente respiró, abrió su boca.

-Eh... Érica- contestó débil, aún algo aturdida- Érica Sanz.

El hombre sonrió y dejó al descubierto sus colmillos, no como los de mamíferos, sino que más similares a los de pirañas o tiburones.

-¿Cómo te sientes, Érica Sanz?

-Ah...

Se hincó y miró a su alrededor, aún confundida. Reparó en cuatro territis junto a ella, dos a cada lado. Asustada, se incorporó y sacó su timitio, pero este no apareció. No tenía timitio.

-Descuida, no te harán anda- le aseguró el hombre.

Érica dio un paso atrás y miró en ambas direcciones, lista para saltar o defenderse, dependiendo de lo que intentaran los monstruos, pero ninguno de estos se movió de su lugar. Confundida, la chiquilla necesitó de varios segundos para confirmar que estaba a salvo.

-¿Cómo...- quiso saber.

-Responde- insistió el hombre.

Su voz era suave, pero se hacía escuchar perfectamente. Tenía un tono grave y arrullador, casi adictivo. Érica sintió repentinamente algo de vergüenza por haberlo ignorado, aunque fuese algo nimio.

-Eh... ¿Cómo estoy? Bien, bien...

Se limpió la ropa y se dio cuenta que algo había cambiado con su cuerpo; sus manos, su torso, toda su piel era gris como la del hombre. Sus dedos terminaban en garras. Desde sus codos hasta la punta de sus garras estaba cubierta de un negro tan opaco que dificultaba ver el contraste cuando superponía un dedo a otro. Lo mismo de las rodillas a la punta de sus pies. Por lo demás, estaba mucho más delgada, como si no hubiera comido bien por meses. También advirtió que su pelo era negro.

-¡¿Qué me pasa?!- alegó- ¡¿Por qué estoy así?!

-Descuida, está todo bien- le aseguró el hombre.

Érica dio otro paso atrás, sin darse cuenta que el suelo se acababa y comenzaba una piscina. Resbaló, se cayó de espaldas y se sumergió en el líquido negro.

Aterrada, nadó hacia arriba y sacó la cabeza para respirar. Entonces se fijó en su alrededor; quiso pensar que era agua oscura o petróleo, pero su forma de moverse y su falta de olor le dieron a entender rápidamente de qué se trataba en realidad.

-¡¿Esto es timitio?!- chilló.

No quería volver a sentir la tortura de aquella vez. Su cordura no podría aguantar otro tormento similar. Desesperada, nadó a toda prisa de vuelta al suelo de roca, salió y se arrastró hasta que su cuerpo estuvo completamente afuera. Tosió un poco del parásito. Se llevó las manos a la cabeza para luchar contra el miedo... pero seguía siendo ella.

Consternada, miró hacia atrás.

-¿Qué es eso?- preguntó.

-Es timitio- confirmó el hombre.

Érica lo miró hacia arriba, confundida.

-¿Cómo...

-¿Qué sientes, Érica?- insistió él- dime. Es importante.

-Sí, disculpe- Érica tosió unas gotas más- siento... frío. Hace un poco de frío.

Miró hacia atrás, a la piscina, luego a los territi al lado.

-Me siento confundida. No entiendo qué está pasando. No entiendo por qué no me volví loca con tanto timitio.

-¿Qué recuerdas?- continuó el hombre.

-Eh... recuerdo...- hizo algo de memoria. Por alguna razón, se le hacía más difícil que antes de caer en ese mar de timitio- recuerdo estar sumergida en timitio. Estaba desesperada.

-¿Tú estabas sumergida en timitio?- recalcó el hombre.

-Sí. Recuerdo que caí... caí cuando un territi me sujetó por el tobillo y rompió el puente donde estábamos. Todos caímos a un lago de timitio. No sé... no sé cuánto tiempo estuve ahí.

-¿De qué especie eres?

-Soy... soy humana- dijo como si fuera obvio, pero al fijarse nuevamente en su piel gris y sus garras negras, comprendió la duda del hombre- o más bien, lo era.

-¿De qué mundo vienes? ¿Cómo terminaste en ese lago de timitio?

-Yo... yo vengo de un mundo llamado Madre. Ahí vivía con mi papá...

Le relató a grandes rasgos la aventura que había vivido, hasta el momento en que se dirigió a la fuente de timitio con sus amigos para volverse más fuerte, pero terminó sucumbiendo ante el timitio.

-¡Mis amigos! ¡¿Cómo están mis amigos?! ¡¿Sobrevivieron?!

-Eras la única dentro del timitio- contestó el hombre- si tus amigos salieron de las minas, seguramente siguen vivos.

Érica creyó que eso la aliviaría, pero por alguna razón, no sintió nada. Que sus amigos estuvieran bien ya no le iba ni le venía, solo estaba preocupada por sí misma. No se había esperado una reacción tan egoísta de su parte.

-Solo estoy en shock- se dijo- yo quiero a mis amigos. Son... son los mejores amigos que podría tener.

Recordó el momento en que fueron a defenderla a pesar de que ella intentaba hacer de distracción. Atesoraba ese momento.

No estaba segura de lo que harían sin ella. Se les haría más difícil ir y derrotar a Tur siendo solo ellos dos; seguramente habrían ido a esconderse por ahí.

Se fijó de nuevo en el hombre frente a ella. Este se veía pensativo.

-¿Quién... quién es usted?

-¿Yo? Yo soy tu nuevo amo. Te dirigirás a mí como "mi señor" o "amo".

Érica frunció el ceño, contrariada.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Yo te saqué del timitio y te salvé ¿No es esa razón suficiente para una chiquilla como tú?

Érica quiso protestar, pero independiente de las razones del sujeto, se le hacía difícil llevarle la contraria a su voz. Era como si su opinión fuese la verdad, sus deseos el destino. No era simplemente autoritario, era su propia consciencia.

Aun así, ella se sacudió la cabeza. Sabía que lo que él decía no tenía sentido.

-Le agradezco que me salvara, pero no por eso haré todo lo que me ordene- reclamó ella.

-Lo harás, y no quiero volver a oír otra queja de tu parte- se dio la vuelta y se dirigió a unas escaleras de piedra- ven conmigo.

Érica lo siguió incluso antes de darse cuenta de lo que hacía. No entendía cómo él podía comandarla tan fácilmente, pero así como no podía desobedecer lo que le dijera, tampoco podía odiarlo; era literalmente incapaz. De momento lo racionalizó pensando que el hombre era atractivo y su voz le gustaba, aunque aun así le pareció raro.

-Disculpe... ¿Quién es usted?- le preguntó mientras caminaba a zancadas detrás de él.

-Mi nombre es Wefku, pero ya te dije cómo debías dirigirte hacia mí- le indicó.

-¿Y qué... ¿Qué me pasó, mi señor? ¿Por qué soy gris y tengo garras?

Lo dijo sin querer, pero lo llamó como él le había mandado. Wefku permaneció en silencio por varios segundos antes de responder. Al final se detuvo y se giró a ella.

-Estuviste mucho tiempo sumergida en el timitio. Tanta exposición te afectó.

-¡¿Qué?!

-Al menos, eso es lo que creo. Nunca había visto a nadie como tú.

Érica se miró las manos, amedrentada.

-No soy un territi ¿O sí? ¿Entonces qué soy?

-Eso tendrás que averiguarlo por ti misma- le indicó Wefku. Entonces se giró y continuó caminando- y yo te ayudaré, dentro de lo posible.

Érica enmudeció. Aunque la exposición al timitio no la hubiese convertido en un territi, algo le decía que su transformación al menos la había acercado a estos un buen tramo; no se podía quitar esa sensación de que estaba en una pesadilla, de que en cualquier momento iba a suceder algo horrible. Se dio cuenta que no es que hubiera desarrollado un sexto sentido, sino que ahora ese miedo era su normal. Viviría con esa sensación por el resto de su vida.

Salieron del pasillo hacia un salón bastante amplio, una cámara de un palacio construido en piedra. El cielo raso estaba lejos, al menos a cien metros de altura. Las paredes por cada lado se hallaban a otros cien metros cada una. En las paredes había antorchas que iluminaban gárgolas y un par de estatuas en medio del camino. Repartidos por la cámara se hallaban decenas de territi, los territi normales con los que Érica estaba familiarizada. Ninguno le hizo caso, como si no pudieran verla. Antes, cuando viajaba con sus amigos, los territi no la dejaban tranquila.

-¿Por qué nos ignoran?- preguntó.

-No te preocupes por ellos.

Érica se preocupó, solo que ya no se atrevió a decírselo a Wefku. Pronto dejaron la gran cámara con territi y se fueron por otro pasillo hacia unas anchas escaleras que los llevaron arriba. A pesar de su contextura delgada, Wefku no tenía problemas para conservar el ritmo.

-¿Y puedo ir a ver a mis amigos? Deben extrañarme.

Por raro que fuera, no le importaba tanto que la extrañaran, incluso que la necesitaran; solo quería que ellos la ayudaran, la protegieran. Quizás entre ellos se sentiría más segura, en vez de ser atormentada por las ansias de mirar atrás y encontrarse con un monstruo.

Miró hacia atrás, pero ahí no había nada, de momento.

-No puedo vivir así- pensó.

-No puedes ir a ver a tus amigos- le ordenó Wefku- te quedarás aquí a servirme. Considérate mi esclava.

Érica quiso alegar, pero no pudo decirle que no a ese hombre. Entonces se dio cuenta que no era solo su voz; él tenía algo distinto que la hacía obedecer. Ella nunca dejaría a sus amigos así como así por cualquier extraño.

-¿Qué me hizo, mi señor?- le preguntó- ¿Por qué no lo puedo desobedecer?

Wefku no contestó, simplemente siguió caminando. Al final de varias escaleras, llegaron a una enorme cámara con espacios amplios y un gran trono al final. El trono se veía negro, metálico, pero algunas partes se deslizaban lentamente hacia abajo, a los lados, hacia arriba. Era un trono de timitio.

Por el frente y los lados de la cámara no había paredes, sino que pilares, sujetando los pisos superiores. Eso permitía ver afuera sin ningún problema.

Ante Érica se alzaban cientos de puntas de torres y castillos, todos inmensos, pero bajos en comparación a la altura en la que se hallaban en ese momento. La extraña ciudad se extendía por kilómetros por doquier, cubierta por un denso manto de nubes negras de tormenta. La oscuridad se extendía y envolvía el paisaje, pero desaparecía por instantes ante los constantes relámpagos de la tormenta sin una gota de agua.

-¿Qué es este lugar?- quiso saber ella.

-Bienvenida a Min'Chepú la actual base de los Terrores.

-¿Los... Terrores?

Al girarse otra vez, se encontró a Wefku sentado en su trono. Érica tuvo que ir y acercarse para hablar con él.

-Ahora que estás bajo mi mando, eres una de los terrores también. Pero no esperes una bienvenida cálida; estás aquí para servirme, nada más.

Érica agachó la mirada, compungida.

-¿Al menos podría decirme si podré regresar mi cuerpo a su estado original?

Levantó la mirada un momento, solo para encontrarse con los fríos ojos de Wefku clavados en ella. No pudo mantenerle la mirada por más de un segundo.

-Hay una posibilidad- admitió este.

-¡¿Qué?! ¡¿En serio?!

-Vi lo que ocurrió en la fuente de timitio. Te sacrificaste por tus amigos, los salvaste, pero después algo extraño sucedió; antes de que consiguiera llegar a tu cuerpo, alguien te alcanzó antes que yo y arrancó algo de ti. No sé quién era ni cómo, ni por qué lo hizo, solo sé que más tarde vi a alguien con tu apariencia caminando montaña abajo con tus amigos.

Érica abrió los ojos de par en par.

-¡¿Qué?! ¡¿O sea que alguien se hizo pasar por mí?!

-Eso es lo que creo. Lo que sea que te quitó mientras estabas envuelta en timitio, debió ser algo que le permitió copiar tu apariencia. Esta persona tomó tu identidad y salió de la fuente de timitio clamando ser tú. No vi más que eso, estaba muy ocupado salvándote.

-¡¿Y qué dijeron mis amigos?!- alegó Érica- ¡Seguro habrán reconocido a esa impostora!

-Apenas los vi a lo lejos, pero se veían tranquilos. Me parece que creyeron la mentira de esta impostora.

Érica se llevó las manos a la cabeza, desesperada.

-¡No! ¡¿Cómo puede ser?! ¡¿Por qué se harían pasar por mí?! ¡¿Qué ganan con eso?!

-No lo sé ¿No dijiste que tenías a un enemigo con vastos recursos mágicos y tecnológicos?

Entonces Érica recordó al Encadenador y a los encadenados. No estaba segura de cuántos eran, pero sabía que ese culto contaba con muchos miembros, incluyendo al Primero del imperio noni. Seguramente iban a tener magos y tecnología a su disposición para tomar la apariencia de otra persona y hacerse pasar por esta. No entendía qué buscaban con eso, pero sabía que no podía ser nada bueno. Lo peor es que, sin sus amigos, se quedaría si nadie en el mundo. Al fin se había quedado completamente sola.

-¡Tengo que ir! ¡Por favor, déjeme!- le rogó a Wefku.

-No.

-¡Por favor, amo!

-¡No insistas!- bramó él.

Érica enmudeció de inmediato, más por instinto que porque quisiera. El rey se pasó una mano por los tentáculos de la cabeza, pensativo.

-La manera en que copió tu cuerpo, no creo que haya sido una ilusión; estoy casi seguro de que se trata de una copia orgánica de verdad. Si este es el caso, podríamos trasplantar tu conciencia dentro de ese cuerpo. Esto te devolverá a como eras antes.

-¡¿De verdad?! ¿Eso es posible?

-La probabilidad es poca, pero sí, es posible. Sin embargo, no sabemos dónde están ni cuáles son sus objetivos. Además, tienes trabajo que hacer aquí, para mí.

Érica apretó los labios, ansiosa.

-¿Qué tipo de trabajo, amo?

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