32.- Caza-brikas (2/3)
Érica miró a sus guardias; ambas se mantenían rectas, serias, sus armaduras puestas, solo les faltaba el yelmo. Érica avanzó un poco más para no tener que alzar la voz.
—¿Pasó algo malo?
El príncipe alzó la mirada y se fijó en los cinco bandidos en el suelo, lamentándose por el dolor y los huesos rotos.
—¿Y ellos?— preguntó en un tono frío, seco, distante.
Érica miró atrás, luego le sonrió con complicidad.
—Me atacaron— se apresuró a indicar.
—¿Son guerreros? ¿Amenazaron tu vida?— continuó Bel.
—¿Guerreros?... no, no, solo son gente normal. Me dispararon con... pistolas... ¿Qué sucede con ellos? No me digas que son tus amigos.
Bel negó con la cabeza.
—Gente normal que te dispara con armas normales, eso no es una amenaza para una brika forteme. No era necesario que los castigaras, tampoco que destruyeras su vehículo ¿Cómo volverán a la civilización ahora? ¿Qué pasa si se mueren de frío? ¿O si un animal salvaje viene y se los come? ¿Si una herida se les infecta?
Érica frunció el ceño. Nunca había visto a Bel así.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Darles de comer? ¿Sacarles los eructos, también? No soy su niñera.
Se fijó en las guardaespaldas, pero estas no parecían interesadas en unirse a la conversación.
—Me gustaría que fueras más responsable de las consecuencias de tu propia fuerza, Érica. Somos brikas, lo que hacemos importa aunque no sea nuestra intención. No podemos ir haciendo daño a la gente a menos que tengamos un muy buen motivo.
Érica entrecerró los ojos. No le agradaba a dónde iba con su tono ni sus palabras.
—¿A dónde quieres llegar, príncipe?
Bel apretó los labios, apesadumbrado
—Estamos en la pista de una criminal. Te acuerdas de mi trabajo ¿No?
—Sí, eres un caza brikas ¿Por qué lo...
Érica abrió los ojos de par en par. Su corazón se aceleró. Bel suspiró.
—Mi nombre es Belfegor Duarte Virimal, príncipe e Inquisidor del Sacro Imperio de Perka— habló proyectando su voz, más potente de lo que nunca lo había oído— estoy aquí para arrestar a la fugitiva Érica Sanz por crímenes de homicidio múltiple, atentado contra fuerzas militares extranjeras y destrozo material. La acusada será arrestada y formalizada en una corte marcial, en acorde con la normativa del imperio.
La "acusada" dio un paso atrás, desconcertada.
—¿Bel?— lo llamó.
—Érica... no te resistas, por favor— dijo con su voz normal— no quiero... no sé si pueda pelear contigo.
—Bel— lo llamó Severa.
—Sí. Sí, lo sé.
El príncipe avanzó hacia la fugitiva, pero esta dio otro paso atrás.
—¡Pero Bel, somos amigos!— bramó ella.
—¡Sí, somos amigos, pero no puedo dejarte ir! ¡Este es mi deber!— alegó él— ¡Sabías que esto iba a pasar, Érica! ¡Sabías a qué me dedico y aun así fuiste y mataste a esa gente! ¡Hay grabaciones, hay testigos, hay pilas de pruebas! ¡No lo niegues!
Érica se llevó una mano a la cabeza. Nunca se habría molestado en ocultar las pruebas, puesto que nunca pensó que Bel la fuera a arrestar a ella. No a su amiga. Pero obviamente lo iba a hacer, Érica era una brika mala; Bel arrestaba brikas malas. Ella era la única tonta que debió haberlo previsto.
—¿Qué van a hacer conmigo?
—Ya te dije, te arrestaremos y te llevaremos a Perka y...— se encogió de hombros— supongo que te meterán en la milicia por algún tiempo.
—¿El ejército? ¡Pero si yo no soy de allá!
—Eres una brika, o sea que somos responsables de tus destrozos. Esas son las reglas.
—¡Pero mis amigos! ¡Y mi mundo! ¡¿Y mi papá?! ¿Qué voy a hacer con mi papá? ¡¿Qué voy a hacer contra el Encadenador?! ¡Aún me falta tanto! ¿Cuánto tiempo me harán quedarme allá?
—¡No lo sé, Érica! ¡No sé! ¿Cinco años, quizás?
—¡¿Cinco?!
—¿Quizás ocho? ¿Doce? ¡No sé! Depende de la investigación de tus crímenes.
Érica dio otro paso atrás, negando con la cabeza.
—No, no puedo ir. No me puedes obligar a ir al ejército ¡Eso es esclavitud!
—¡Mataste a 9 personas, Érica!
—¡Porque ellos me abandonaron para morir! ¡Fueron unos desgraciados conmigo!
—¡Eso no justifica que los mataras!— bramó el príncipe— ¡Eres una brika asesina! ¡Tengo que llevarte, sin peros ni por qués! Ahora, por favor... no te resistas.
Érica se quedó pasmada, boquiabierta. Después de todo lo que había sufrido, todo lo que había pasado, su destino era pudrirse como esclava para el ejército de un mundo que no conocía. Se miró la mano, supo lo que tenía que hacer. Si quería enfrentarse a los anillos y al Encadenador, si quería volver a ver a sus amigos y a su papá, solo había una alternativa.
En un instante se cubrió de timitio y asumió una posición de combate. Bel se paró en seco, acongojado.
—¡Érica, por favor!
—No serviré a ningún imperio ni milicia— contestó, cada vez más segura— soy una guerrera ¡Soy una villana! ¡Si me quieres llevar, que sea muerta!
—Bien, ya me estaba aburriendo— alegó Severa.
Esta y Morgana avanzaron. Iban a plantarse detrás de los puntos ciegos de Érica, pero Bel las detuvo con un gesto de la mano.
—Por favor, déjenme...
—Bel, no necesitas forzarte— protestó Morgana— esto tiene mucha carga emocional porque Bel es bueno. Deja que Morgana y Severa se hagan cargo.
—Sí, lo que dijo Mora— concordó Severa— esta tonta claramente no entiende en lo que se está metiendo. La dejaremos inconsciente rápido y la llevaremos a Perka antes de lo que crees.
Bel suspiró.
—No— contestó— déjenmela a mí.
—¡Bel!— alegaron las guardianas.
—¡Por favor!— bramó él— esto debo hacerlo yo, solo yo.
Morgana y Severa se miraron, contrariadas.
—Eh... está bien— aceptó Severa— pero si se te escapa, nos uniremos.
—No será necesario.
Bel, con su armadura lista, sacó una enorme espada azul de nomitio, ancha y larga, que blandió con una mano como si fuera una ligera ramita de árbol. Procuró mantenerla sin filo para no herir a Érica. Su nomitio azul oscuro emitía un leve reflejo de la nieve alrededor.
—Érica Sanz, esta es tu última oportunidad para rendirte.
Érica no quería odiarlo, pero sabía que necesitaba tratarlo como un enemigo. Se dio un momento para verlo de esa manera; olvidarse del buen príncipe que la había salvado en más de una ocasión y pensar en él como un obstáculo a superar, un simple soldado que intentaba llevársela. Por muy justa que fuera su causa, ella no pensaba ir. No lo dejaría; pasara lo que pasara.
Estaba lista.
—¡No lucharé bonito!— le advirtió.
Se disparó a él, más rápida que una bala. Bel bloqueó su patada voladora con un antebrazo. El impacto resonó como una bomba, el príncipe fue arrastrado más de veinte metros por la roca sólida, incluso con las raíces que había echado su timitio.
Sorprendido, se dio cuenta de cuánto se había fortalecido Érica.
Sin perder tiempo, agarró la misma pierna y la arrojó cientos de metros a un lado, procurando alejarse de los bandidos. De inmediato partió tras ella.
Érica terminó desplomándose sobre el inicio de un cañón; aterrizó en el fondo, rodeada de torres de roca de decenas de pisos de altura. Ahí en el fondo no tenía muchos ángulos por donde ver el cielo; las torres de roca formaban un intrincado laberinto a lo largo de la base.
Bel y sus chicas no tardaron en aparecer; en segundos se deslizaron hacia ella. Las guardianas se detuvieron a una distancia prudente, mientras que Bel continuó hacia la fugitiva.
—¡No te resistas, Érica!
Lo repetía como cualquier policía de Madre. Érica sintió que una parte de su corazón se moría al oírlo.
Bel arremetió con su poderosa espada. Érica esquivó, pero él atacó de nuevo. La muchacha no tuvo de otra que bloquear el nomitio con sus antebrazos. La enorme fuerza del golpe produjo que sus pies se hundieron unos centímetros en el suelo, la roca a su alrededor se agrietó, pero ella se mantuvo firme, sin dejar que la espada le tocara la cabeza.
—¡No puede ser!— exclamó Severa— ¡¿Cómo aguantó ese golpe?!
Bel arremetió otra vez, con la fuerza de un buque y la velocidad de un guepardo, pero Érica lo esquivó. Atacó otra vez y Érica lo bloqueó con un escudo de timitio.
—¡Bel, corta su timitio! — alegó Morgana.
El príncipe había esperado terminar la pelea sin hacerle daño a Érica. Había pensado que su fuerza bruta bastaría, pero Érica mantenía su nivel y se resistía como toda una guerrera.
Bel arremetió una y otra vez, aumentando el ritmo, la fuerza, la velocidad. Érica se deslizó a su alrededor, saltó varios metros en el aire, se pegó al suelo mientras se movía y le siguió el ritmo sin fallar. Le mandó un golpe en el estómago que lo obligó a inclinarse un poco, una patada en el brazo que lo hizo desviar su espada unos centímetros, un impacto en su muslo que casi le hizo perder el equilibrio. Entre ambos formaron una tormenta de golpes que rompían la roca alrededor.
—¡Suficiente!— bramó Bel.
Hasta el momento había usado su nomitio solo como arma y armadura, pero no bastaba; necesitaba tomar a Érica como una guerrera a su nivel.
Bel sacó más de su nomitio afuera para formar otras tres espadas; una para su otra mano y dos en su espalda, sujetas por brazos azules de nomitio. De sus pies surgieron ruedas como tanques, que lo hicieron deslizar y doblar por el suelo para seguirle la pista a Érica.
El príncipe agitó sus cuatro espadas de dos metros tan rápido que apenas conseguían verse. Érica intentó esquivarlas y bloquearlas como había hecho hasta el momento, pero finalmente una la golpeó y la mandó volando hacia un lado.
Para sorpresa de Bel, la fugitiva de inmediato se recuperó, se sujetó a la tierra para detener su impulso y se volvió a arrojar hacia su contrincante. Ella sacó dos grandes garras de timitio, envuelta en el parásito como si se tratara de un territi. Se apresuró hacia Bel, burló sus espadas con una pirueta y le mandó una patada de reverso, tan fuerte que lo mandó a él volando hacia un lado.
Bel apretó los dientes, frustrado. Por un lado quería acabar con todo eso rápido, pero por otro lado, una simple forteme con timitio negro le estaba dando pelea. Ambos combatientes se arrojaron el uno al otro y se enfrascaron en un remolino de golpes, bloqueos y fintas. Estelas azules y negras llovían en todas direcciones y destruían todo a su paso. Los impactos resonaban alrededor como explosiones, el suelo retumbaba, se formaban cráteres con cada espada desviada y cada patada que no daba en el blanco.
Morgana y Severa miraban atónitas a lo que bien podría ser una sesión de entrenamiento entre ellas y el príncipe, solo que mucho más intensa. No podían entender cómo Érica había alcanzado un nivel similar al de ellas en tan poco tiempo.
Entonces, para la sorpresa de Érica, Bel guardó sus espadas en su armadura y le mandó un golpe, que ella bloqueó. Sin embargo, de su puño surgió un chorro azul, potente como el de un cohete montando vuelo, que la impulsó con una tremenda fuerza hacia atrás.
—¡La wea!— lo reconoció.
Por momentos se le había olvidado que Bel podía usarla. Era una ventaja que no podía superar de momento.
Se dio cuenta que debía cambiar de plan para impedir que la llevaran prisionera. Apenas aterrizó de espaldas, sacó su timitio y se impulsó a toda prisa en la misma dirección, alejándose de los caza brikas.
—¡Está escapando!— exclamaron las guardianas.
—¡La tengo!— contestó el príncipe.
Golpeó el aire detrás para impulsarse con dos chorros de wea de sus codos. Su nomitio aró la tierra como una motosierra. Su cuerpo salió disparado hacia la fugitiva. Esta, viéndolo acercarse, dio media vuelta para correr a toda prisa. Se impulsaba con timitio a cada paso para conseguir una tracción acelerada.
Giró por una de las torres de roca que formaban el cañón; intentó pegarse a la pared y acelerar hacia arriba, pero Bel la alcanzó y le dio con su espada a la roca. El pilar entero cayó de lado y se rompió en mil pedazos. Érica, al caer, necesitó un momento para comprender lo que había ocurrido y reorientarse.
Bel aprovechó este momento para atraparla. Érica intentó golpearlo, pero él la bloqueó y le aplicó una fuerte llave para asegurarse de que no se marchara.
—¡Se acabó, Érica!— alegó— peleaste bien, te lo concedo, pero eso no te absuelve de tus crímenes. Vendrás conmigo, aunque tenga que romper todos tus huesos.
—¡Rómpelos, entonces! ¡Roba mi timitio! ¡Seguiré arrastrándome por la tierra con los dientes!
Intentó zafarse, pero Bel aplicó mayor fuerza.
—¡Pagarás por lo que hiciste!— exclamó él, su voz quebrándose— Te iré a visitar... ¡Cumplirás tu sentencia y serás libre, lo juro! ¡Pero no puedo dejarte ir!
Érica le mandó un cabezazo, que él bloqueó sin problemas.
—¡No hay nada que puedas hacer...
Pero entonces advirtió el tintineo de cadenas.
Alarmado, se fijó en la mano que Érica tenía libre: en ella había una cadena dorada, de la que tiró con fuerza. No tuvo mucho rango para asirla, pero fue suficiente para que la cadena deformara el espacio bajo ellos y abriera un puente justo en la superficie, por donde ambos cayeron.
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