25.- No te Metas con Érica (2/2)


—Bien, creo que hemos concluido nuestros negocios excelentemente— anunció— si nos disculpas, Érica, necesitamos hacer unos trámites. Hasta la próxima.

Se puso de pie, se dio la vuelta y cayó de bruces al suelo antes de dar un paso. Su tobillo se había tropezado con algo. Al darse la vuelta, advirtió que un látigo negro lo tenía sujeto del tobillo.

Érica comenzó a reír, como si le hubieran contado un chiste muy tonto que de todas maneras le pareció gracioso. Iprito siguió la línea del látigo. Este era uno de cinco, conectados a una rueda de timitio generada alrededor de la pata central de la mesa.

—No, no se irán tan fácil— aseguró ella— Siéntense.

—¡¿Qué te pasa?! ¡Quítanos est...

La protesta de Iprito fue acallada con una hoja negra de timitio que le rozó la punta de la nariz.

—No me repetiré, Iprito. Puedo amputarte el pie siempre que quiera ¿Vas a hacer lo que te diga o vas a salir de aquí sin pie?

El mago tragó saliva y se volvió a sentar lentamente. Los demás hicieron lo mismo, nerviosos. Érica juntó las yemas de los dedos de ambas manos, los miró con una sonrisa plácida.

—He estado pensando en lo que hicieron. No solo al final, sino que a través de toda la expedición. De haber sabido toda la antipatía que iba a tener que aguantar, las burlas, la falta de respeto, de consideración, los habría rechazado desde el principi...

—¡Yo intenté ser bueno contigo!— se apresuró a aclarar Iprito— ¡Nos hicimos amig...

Érica le tomó una muñeca, la puso sobre la mesa y con la otra mano le enterró un cuchillo de mantequilla, atravesándolo hasta la mesa de madera. Iprito intentó gritar, pero ella le tapó la boca con timitio, luego dobló el mango del cuchillo en 90 grados, de tal manera que él no pudiera sacar su mano. El mago se retorció y sollozó, su sangre brotó abundante por debajo de su mano y se esparció por la mesa, pero nadie alrededor le prestó mucha atención; había otras mesas con celebraciones, mucho más ruidosas que ellos.

Érica suspiró, volvió a sonreír.

—¿En qué estaba?

Los demás miraron a Iprito, pálidos, mientras este intentaba calmarse.

—¡Ah, sí! La desconsideración. Bueno, eso fue hasta el final. Luego me sepultaron con todos esos monstruos— apuntó a Tukek— tú disparaste tu basuca.

—¡Lo siento!— se apresuró a decir— ¡No quería hacerlo! ¡Él me obligó!

Mas Érica negó con la cabeza.

—Disparaste y me dejaste ahí para morir— apuntó a Zarean y Rigrez— ustedes son cómplices. Nadie aquí se salva.

—¿Qué quieres de nosotros?— alegó Zarean, sus ojos cubiertos de lágrimas.

Érica sonrió de oreja a oreja.

—¿Qué crees?

—¡Te podemos dar mucho dinero!— negoció Rígrez— Iprito es un mago noble, tiene influencia, tiene una fortuna ¡Te podemos dar lo que quieras!

Érica alzó las manos y puso una expresión de interés.

—Está bien. Me conformo con cuatro.

El resto se quedó esperando a que terminara. Transcurrieron varios segundos en silencio.

—¿Cuatro qué? ¿Cuatro mil?— quiso confirmar Rígrez— ¿Cuatro millones?

—¡Cuatro vidas, imbécil!

Érica tomó la mano clavada de Iprito y la tiró para rajarla. Luego pateó la mesa para lanzarla al cielo, se puso de pie, la tomó con una mano y usó el borde para pegarle a Rígrez en la nariz. La mesa rebotó y cayó a un lado.

Tukek y Zarean intentaron huir, pero estaban atados por el timitio a ella. Zarean, que no tenía pies, intentó deslizar su cola, pero Érica le clavó espinas de timitio para impedírselo. Tukek sacó una pistola para dispararle, pero Érica se le acercó, agarró la pistola y la metió en su propia boca mientras lo miraba directo a los ojos. Ella misma apretó el gatillo una y otra vez, bloqueando los disparos láser con una gruesa capa de timitio. Tukek intentó zafarse, mirar a otro lado, pero Érica le sujetó la cabeza con brazos de timitio para obligarlo a mirarla. Pronto la pistola se quedó sin energía. Ella la tiró sobre su hombro, agarró al noni por los cuernos, le sacó uno de raíz y se lo enterró por la nariz hasta el cerebro.

Advirtió que Zarean se rajó la cola para zafarse, pero Érica se apresuró hacia ella para agarrarla con una mano y la tiró para azotarla contra el suelo del otro lado. La naga se golpeó la cabeza con una lámpara y el cielo antes de caer pesadamente al suelo. Mientras Zarean se recuperaba del golpe, Érica se dirigió a su torso y alzó un pie sobre su cabeza. Zarean le sujetó el pie, intentando detenerla, pero Érica sacó una sierra de timitio que giró rápida y amenazante.

—¡No! ¡No, por favor! ¡Perdóname!— rogó la naga.

Érica rio con malicia ante sus súplicas. Era la primera vez que disfrutaba tanto una matanza.

—¡Haré lo que usted quiera! ¡Por favor!— rogaba Zarean, mientras la sierra se acercaba a su cara.

Empujaba el pie de Érica en todas direcciones, pero la fuerza de la brika era más de lo que una simple naga podía detener. Los dientes de timitio arañaron sus mejillas, cortaron sus huesos y terminaron por partirle la cara en dos feas y sangrientas mitades.

Entonces se giró a Rígrez, quien vomitaba por un lado. El pelirrojo la miró, sus ojos empapados en lágrimas, suplicantes.

—Érica, por favor— le rogó en un tono suave— somos... somos ambos humanos. Tenemos que...

Érica le arrancó las orejas. Luego le puso un pie sobre el hombro, le sujetó el brazo y tiró hasta arrancárselo. Hizo lo mismo con el otro brazo y le mandó una patada en la boca para que se desangrara.

Finalmente se giró hacia Iprito, sollozando encogido y aterrado, lo más lejos que el látigo de timitio le permitía. Érica se acercó a él, pero en ese momento una tropa de soldados apareció desde la entrada del restaurante y le apuntaron con sus rifles.

—¡No te muevas!— le gritaron varios de ellos.

La brika tiró de Iprito con el látigo de timitio para agarrarlo del cuello. Aprovechó de tomar el espejo consigo, dado que estaba ahí mismo.

—¡Todo el que me dispare morirá!— anunció desafiante.

Pero los soldados ladraban órdenes y no la escucharon, o simplemente no le hicieron caso, le daba lo mismo. De inmediato comenzaron a disparar. Érica se pegó a Iprito a la espalda y lo sujetó con timitio, para protegerlo de los láseres. Entonces se disparó hacia los soldados y le mandó una patada al primero. El noni saltó contra sus compañeros de atrás, arrastrándolos con él. Todos rompieron la pared de atrás en su vuelo, así como varias otras paredes de concreto. Salieron a la calle como una bola de cañón, completamente despedazados por el impacto.

Luego saltó y agarró la cara del que tenía a un costado para enterrarle una estaca de timitio desde su palma. La estaca se extendió hacia el sujeto de atrás, matándolos a ambos. Finalmente bloqueó un par de láseres del otro lado con su timitio, se dirigió a él y le metió la mano en el pecho para aplastar su corazón.

Esos eran todos los soldados. Tenía un par de minutos antes de que aparecieran refuerzos.

Se giró hacia el hoyo que había hecho en las paredes; no recordaba haber usado tanta fuerza en su patada. Sin embargo, en ese momento recordó lo que le había dicho Tur: gente como ella se hacía más fuerte luchando contra monstruos e individuos fuertes. Su entrenamiento en Hosilit había sido un crecimiento bastante rápido y constante, pero su última lucha la había obligado a crecer a marchas forzadas. No era de extrañar que el aumento en fuerza resultara considerable.

—Algo bueno que salga de todo esto— pensó.

Se sacó a Iprito de la espalda y lo plantó en el suelo frente a ella. El volir chilló y pataleó con rabia para zafarse. Érica lo dejó ir, pero ató una cuerda de timitio a su tobillo. Cuando Iprito dio tres pasos, Érica tiró del timitio y lo obligó a caerse de cara al suelo. Seguidamente lo arrastró por el suelo hacia ella y se sentó sobre su espalda.

—Todo lo que te costaba era ser bueno conmigo— le dijo.

Le tiró de un mechón de pelo hasta que se lo arrancó. Iprito chilló. Érica continuó con otro.

—Si hubieras tratado de ser mi amigo, te habría perdonado el impulso de huir, incluso dejarme sepultada— le reveló— si tan solo fueras más empático, si te hubieras preocupado por mí, en vez de usarme como una sirvienta, estaríamos los cinco sentados a la mesa, celebrando.

Se quedó sin mechones que arrancar, por lo que lo dio vuelta y le sujetó la cara entre las manos.

—No estabas mal, cuando no estabas llorando— admitió— si tan solo me hubieras coqueteado, es posible que me enamorara de ti... aunque también habrías tenido que ser una buena persona, y tú no lo eres ¿Qué te costaba un poco de empatía?

—¡Yo fui bueno contigo!— alegó él.

Érica apretó los labios en una mueca que habría pasado por una sonrisa.

—No, fuiste horrible.

Érica se preguntó por un momento si Iprito de verdad no se había dado cuenta de lo malo que había sido con ella, si quizás la razón de que fuera así se debiese a la manera en que había sido criado, la familia en donde se había desarrollado, el ambiente en donde vivía. No sabía nada de él, además de que supuestamente era noble. Se preguntó si tendría padres aprehensivos, si nunca había experimentado amor como ella, si no tenía capacidad de entregarlo.

Ella podría haberse sentado a conversar con él, a conocerlo. Vidúa la miraba desde lo lejos. El pago que le había entregado por su marido le quemaba el alma. Por un momento Érica dudó.

Ya era muy tarde, ya había matado a tanta gente para ese momento de venganza; la vida de Iprito no valía la pena.

Y sin embargo, aún podía salvarlo. Podía perdonarlo, trabajar con él en su persona, buscar una manera de hacerlo entender que lo que había hecho estaba mal. Érica no tenía que matarlo, necesariamente.

De súbito, un choque eléctrico la hizo saltar. Iprito estiró sus manos hasta el torso de Érica para mandarle otro choque eléctrico. Sus músculos se convulsionaron, pero al mismo tiempo, dos estacas de timitio atravesaron las manos del mago.

Érica sonrió. Claro que no necesitaba perdonarlo; un Iprito bondadoso y empático no era más que una fantasía. En ese momento solo tenía al desgraciado que la había abandonado a morir en la cueva subterránea. A ese sujeto había ido a matar.

Antes de que Vidúa volviera a arruinar su diversión, Érica le metió los dedos en la boca. Iprito intentó morderla con sus colmillos de volir, pero no pudo hacer nada contra la dura capa de timitio que recubría su piel. Érica entonces sujetó la cabeza del mago con la otra mano.

—¿Sabes lo que voy a hacer?— preguntó, emocionada— ¿Sabes cómo vas a morir?

Iprito negó con la cabeza, desesperado. Ya no sabía qué más hacer.

Érica tiró ligeramente de su mandíbula, hacia abajo. Iprito comenzó a chillar, luego a gritar. La chica tiró con una fuerza muy controlada, apenas aumentándola a cada momento. La boca de Iprito se abrió al máximo, luego un poco más. Érica sintió sus huesos desencajando, sus articulaciones desgarrándose, poco a poco. Tejidos fueron rotos, venas estallaron e inundaron la boca con sangre. Entonces la brika se permitió acelerar el proceso un poco más para que Iprito experimentara lo máximo posible, y rajó la mandíbula hasta el pecho.

En ese momento lo único que ataba la mandíbula al resto del cuerpo era piel. Iprito ahogaba en su propia sangre. Érica lo obligó a mirarla hasta que dejó de moverse.

Su cuerpo sin vida la miraba, sus ojos saltones, su cara inexpresiva por la falta de... bueno, de cara.

Érica suspiró, más tranquila.

—No debí haber hecho esto— se dijo— pero... ahora estoy mejor. Ya no necesito volver a pensar en ellos.

Se puso de pie, satisfecha. Fuera cuales fueran las consecuencias de todo ese alboroto, por fin podría dejar todo ese asunto detrás y continuar su búsqueda.

Aprovechó de llevarse el espejo, dado que su dueño no lo necesitaría más, y saltó por una ventana.

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Se dirigió hacia su habitación del hotel para tomar sus cosas, pero apenas avanzar media calle, varias naves se acercaron volando y dejaron caer decenas de soldados que le bloquearon el paso, tanto por adelante como por detrás.

—¡Manos donde pueda verlas! ¡Tírate al suelo! ¡No te muevas!— gritaron los soldados, al mismo tiempo y en distinto orden, cosa que Érica no consiguió entenderles todo lo que le decían.

No es que importara, la verdad. La forteme se guardó el espejo en la espalda, sujeto con timitio, y se disparó directamente a los soldados. Estos le salieron al encuentro. Érica barrió con todos los que se pusieron enfrente y continuó sin dejar que nadie le tapara el paso.

En poco tiempo llegó a su hotel; saltó hacia la ventana de su habitación en el quinto piso y entró. De inmediato escuchó a alguien gritar, se volteó y advirtió a dos nonis desnudos sobre una cama. Esa no era su habitación.

—¡Lo siento! ¡Lo siento!

Se apresuró a salir, se fijó en los números de las puertas; su habitación estaba al lado. Entró, metió las cosas más valiosas en su maleta. En eso la puerta se vino abajo y varios soldados entraron, pero ella los tiró a todos por la ventana, terminó de empacar, abrió un puente hacia Nudo y saltó.

Los soldados la siguieron, pero se quedaron parados ante el puente, dado que no sabían a dónde llevaba.

Dos de los soldados decidieron ir, así que cruzaron el puente.

Se hallaron rodeados de personas; el otro lado del puente llevaba a Primanoni, la capital del imperio noni. Más específicamente, a un paseo en el centro de la ciudad, saturado de gente. Los soldados miraron en todas direcciones, pero no encontraron a la brika; se había perdido en la multitud.

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