24.- Solo Completa la Misión (2/4)
Fueron a prepararse al pueblo, al día siguiente partieron temprano en la mañana. Comenzaron por hacer la transferencia a Érica. 100.000 puños por aceptar una misión. No es que le importara tanto, la verdad; había ganado más que suficiente con todos los monstruos que había derrotado, además de la recompensa del Señor del Volcán.
Se dirigieron a la zona de 4 estrellas conocida como el Valle Corrosivo. Era un extenso valle, interrumpido por unas cuantas lomas, abismos, bosques y lagos, de casi puras sustancias corrosivas. Geográficamente, las 4 grandes zonas de 4 estrellas colindaban con el país de las ruinas, la única zona de 5 estrellas del mundo. De esa manera formaban una especie de "anillo protector" que impedía que monstruos de las ruinas aparecieran por mera casualidad en cualquier otra zona de monstruos más débiles. Dado que los monstruos de cada área no tenían razones para ir a otras áreas, con excepciones especiales como el caso del Señor del Volcán, los monstruos de 5 estrellas difícilmente invadían otros lugares.
Viajaron en una nave para 12 personas, de buena calidad, aunque los raspones, abolladuras y varias reparaciones le indicaron a Érica que quizás deberían conseguirse una nueva.
Atravesaron más de la mitad del mundo. Érica podría haberlos llevado a través del puente que había formado para entrenar, pero no quería revelar a mucha gente que tenía poder sobre las cadenas.
Después de varias horas de viaje, el paisaje cambió de un altiplano a un abismo de gases verdosos, tierra amarillo limón y cuerpos de agua de un verde tan brillante que parecían emitir luz propia.
Avanzaron un buen trecho, mas pronto su nave fue atacada por monstruos voladores; un campo de medusas flotantes. Estas les arrojaron chorros de ácido, que serpentearon a través del aire como tentáculos y se enroscaron alrededor de la nave, cubriéndola por todos lados. El ácido quemó el metal y el plástico, los sistemas comenzaron a fallar uno tras otro.
—¡Tenemos que bajar!— mandó Érica.
Rápidamente agarró a Iprito, el mago volir, y a Rigrez, el pelirrojo, y se los llevó consigo al parabrisas. Lo pateó en un instante, para soltarlo de los bordes.
—¡Espera! ¡Al menos tratemos de pelear!— le pidió Iprito.
—¡No hay tiempo!— Érica se giró hacia Tukek, el noni, y Zarean, la naga— ¡Salten conmigo! ¡Vamos!
—¡¿Saltar?!— exclamó Zarean, desconcertada.
Justo mientras lo decía, Érica pasó por un hueco entre los tentáculos de ácido y cayó directa al suelo. Aterrizó con dos grandes agujas de timitio, apenas sintiendo el golpe. Entonces dejó a ambos hombres en el suelo para mirar arriba y saltar a atajar a los demás. Agarró a Zarean al vuelo, estiró un látigo de timitio para alcanzar a Tukek y traerlo hacia sí. Mientras ambos colgaban de ella, los levantó con plataformas de timitio para que sus frágiles cuerpos no se hicieran daño al caer.
Finalmente los cinco se hallaron en el suelo, a salvo, pero sin nave. Esta se desplomó no muy lejos de ahí, despedazada y dejando escapar una nube de humo negro. Érica miró al cielo; las medusas voladoras no los perseguían, parecían más cómodas arriba en el aire. Luego se giró a ver al resto un momento para asegurarse de que todos estaban bien.
—¿Nadie se rompió nada? ¿Pueden caminar?— les preguntó.
—¡¿Qué fue eso?!— exclamó Iprito, el volir mago— ¡Mi nave está arruinada! ¡¿No pudiste haber tratado de protegerla un poco más?! ¡¿Para qué te pago?!
Érica se extrañó. Iba a responder que "para mantenerlos vivos a ustedes, no a la nave".
—Ipri, la brika fue un poco brusca conmigo— se quejó Zarean, la naga, quitándole la palabra.
—¿Qué?— alegó Érica.
Zarean se acercó a Iprito y le mostró su poto cubierto de escamas. El volir lo examinó, preocupado.
—¿Te duele?
—Un poco.
Érica se acercó, pero no veía ninguna diferencia con el resto de sus escamas.
—¿Te hice daño? Perdona— se disculpó de todas maneras.
Zarean se giró a verla con una cara de pocos amigos.
—Descuida— dijo entre dientes, claramente dando otro mensaje.
—Ah...
No los entendía del todo, así que optó por alejarse de momento. Fue a comprobar a Rigrez y Tukek, los cuales no parecían quejarse de nada.
—¿Ustedes están bien?— preguntó.
—Sí, todo bien, aunque me gustaría haber bajado mi equipo de la nave— comentó Rigrez, el pelirrojo con el francotirador. Parecía que era lo único que había conseguido agarrar antes del salto.
—Para la próxima vez que hagas algo así, avísanos— le pidió Tukek, mientras comprobaba las armas que llevaba puestas.
Érica se pasó una mano por la cabeza. No acostumbraba a que otros cazadores le hablaran así después de salvarlos, pero no era la primera vez que se encontraba con gente arisca. No es que importara mucho, simplemente se habían asustado.
—Si creen que eso fue mucho, quizás deberíamos regresar— sugirió la brika.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Quieres regresar?! ¡Si acabamos de estrellarnos, no vinimos a destruir mi nave aquí!— alegó Iprito, más alterado de lo que Érica esperaba verlo.
—Está bien, tranquilo. Es solo que no quiero que se mueran antes de darme toda mi paga.
—¡¿Qué paga?! ¡Te pagamos por adelantado y nos costaste muy caro, así que haz tu trabajo bien!
—Me refiero a la información sobre los encadenados— aclaró ella, y señaló a Rigrez— si él se muere y es el único que sabe esa información, yo regresaré con o sin ustedes. Ténganlo en cuenta.
Iprito abrió los ojos de par en par, luego se giró hacia el pelirrojo, quien se encogió de hombros. El mago entonces se dirigió hacia su sirviente y llamó a los demás para hablar en secreto, mientras Érica esperaba a unos metros. Después de un minuto, el grupo volvió con ella.
—Listo. Ahora todos sabemos el secreto menos tú, así que tienes que cumplir tu parte del acuerdo— le mandó Iprito— vamos, no quiero quedarme más rato aquí de lo necesario.
—¿A dónde vamos, a todo esto?— inquirió Érica.
Iprito se giró a mirarla, desconcertado.
—¡Oh, no! ¡El sistema de navegación estaba en la nave!— exclamó— ¡Ya no sabemos a dónde ir!
—¿No tienen alguna pista del lugar que estamos buscando?— se extrañó la chica.
—Si me permite, mi señor— habló Rigrez— creo que podríamos copiar los datos de navegación del computador de la nave, si este no fue destruido.
—¡¿Puedes hacer eso?! ¡Excelente, Rigrez! ¡Entonces vamos todos al lugar de impacto!
Partieron de inmediato. No tuvieron que caminar mucho, dado que la habían visto estrellarse. Sin embargo, apenas avanzar unos cien metros, se encontraron con el lugar de impacto. La nave estaba destrozada, sus pedazos regados a lo largo de varios metros de tierra. A su alrededor observaron un grupo de monstruos que .
—La tarjeta dice que se llaman Tibunosos— comentó Tukek.
—Se ven peligrosos— dijo Rígrez.
Érica revisó su tarjeta. Cada uno le daría 12.000 puños. La cantidad de puños por monstruos podía darle más o menos una idea de cuán peligroso era. No era el sistema más fiable que había, pero era mejor que nada.
—Muy bien, tenemos que preparar un plan— mandó Iprito— déjenme pensar...
—No hace falta. Yo puedo ir y mantenerlos en un círculo— se ofreció Érica— ustedes encárguense de dispararles ¿Bien?
—¿Qué haremos si uno viene por nosotros?— alegó Iprito.
—¡Yo lo evitaré! ¿Para qué me traes, si no confías en mi habilidad?
—Contaba con tu habilidad para regresarnos a todos y a mi nave a salvo— gruñó.
Érica apretó los dientes, pero decidió no discutir más.
—¿Y qué piensas hacer, entonces?
El mago meditó un momento.
—Supongo que no tenemos de otra. Haremos tu plan, pero mantente alejada de nuestro rango de tiro. No puedes morirte y dejarnos aquí abandonados.
Érica hizo rodar sus ojos y se dirigió hacia los monstruos para comenzar la caza. Estos, al notarla, se lanzaron encima para destrozarla a mordiscos, otros le arrojaron bolas de ácido verde brillante, que derritieron algunas de las piezas metálicas de la nave como si nada. Érica no tuvo mucho problema en esquivarlos, dado que eran bastante lentos para ella; solo debía preocuparse de su baba ácida y todo estaría bien. Mientras los tibunosos la perseguían, ella describió un círculo amplio, rodeándolos como un perro ovejero. De esa manera no se movieron de su lugar.
Los demás aprovecharon para disparar. Érica procuró darles espacio, también se preocupó de saltar muy alto cuando su cuerpo tuvo que interponerse entre su equipo y los monstruos, dado que iba en círculos. Aun así, su timitio tuvo que protegerla de un par de láseres perdidos.
Los monstruos, al verse bajo ataque, dejaron a la chica molestosa para dirigirse contra quienes les hacían daño, pero Érica enterró una estaca de timitio en la pierna de uno, la cual extendió en una cuerda para que se extendiera mientras esta corría. Pasó frente a los monstruos, bloqueando más láseres de sus compañeros en el proceso, y tiró de la cuerda para mantener a los monstruos en posición. El tibunoso que tenía la daga de timitio en la pierna fue arrojado hacia el resto, botándolos a todos al suelo. En esa posición, el escuadrón terminó de matarlos.
—¡Jajaaaaaa! ¡Lo hicimos!— exclamó Iprito, emocionado.
Zarean, la naga, y Rigrez, el humano, chocaron palmas, contentos. Turek examinó y preparó sus armas, siempre listo para otro encuentro. Iprito se acercó a los monstruos para escanearlos. Al hacer grupos de expedición, era costumbre entre cazadores ir a recepción de la base militar para inscribirse en un contrato temporal, en que cualquiera podía escanear un monstruo y la recompensa se repartiría entre todos los inscritos en el grupo. Era una manera limpia de evitar disputas por dinero en medio de una expedición.
Érica esperó que alguien se disculpara por dispararle. De haber sido alguien más, estaría muerta por culpa de ellos. Pero el equipo parecía muy concentrado en continuar con la misión.
—Vamos a buscar el computador central de la nave— comandó Iprito.
El resto se puso a buscar entre los pedazos de la nave. Érica se acercó al mago, quien parecía más dispuesto a mirar al resto que a hacer lo que había dicho que hicieran entre todos.
—Oye, sus disparos me dieron unas veces— lo confrontó Érica.
—Mmm
Iprito comenzó a buscar también, ignorándola. Érica se preguntó si la había escuchado. Quizás solo estaba concentrado y no le había prestado atención. Se preguntó si volver a decirlo con más fuerza la haría ver muy insistente. Estaba bien, después de todo.
Decidió no darle más vueltas al tema y vigilar por si aparecían monstruos. Ella no sabía cómo se veía lo que estaban buscando, después de todo, así que no podía ser mucho aporte.
—¡¿Por qué tú no buscas?!— le alegó Zarean, la naga— ¡Todos estamos buscando! ¿Qué tan floja puedes ser?
El pecho de la chica se infló mientras pensaba en una manera de contestarle, pero Iprito intervino.
—Es verdad, Érica. Podrías ayudar un poco. Nosotros estamos poniendo de nuestra parte ¿Por qué no puedes intentarlo un poco?
Érica lo miró, desconcertada. Trató de pensar en cómo expresarle sus razones.
—¡Aquí está!— anunció Rigrez.
Iprito dio media vuelta y se dirigió de inmediato hacia su sirviente. Zarean miró a la brika con una mueca tóxica antes de seguir al mago. La chica ni siquiera pudo defenderse. Los siguió, pero se detuvo a unos metros de distancia, apenas para escuchar lo que decían. Rigrez conectó el computador a un prholo que llevaba y abrió un par de programas. Del proyector surgieron hologramas que mostraban la interfaz de los programas, un montón de datos y código que Érica no entendía para nada. Después de unos minutos, todos se cerraron y se formó un mapa de Hosilit.
—¡Estamos en línea!— exclamó.
—Ah, bien hecho— musitó Érica, aunque le salió tan débil que dudaba que alguien la hubiera oído.
Para su sorpresa, ninguno de los demás dijo nada. Ni siquiera una palmadita en la espalda para Rígrez.
—Puedes conseguirte otra nave ¿No?— le preguntó Iprito.
—¡Claro! La estoy pidiendo ahora mismo.
—¿Cuánto nos va a salir?
—Unos 800 puños.
—¡¿800?!— exclamó el mago.
Entonces se giró a Érica, una ceja alzada.
—Brika, te descontaré de la fortuna que te di para pagar la nave que nos venga a recoger. Agradece que no te estoy cobrando la nave entera.
Érica frunció el ceño.
—Yo no rompí tu nave, te salv...
—Sí, sí, detalles— la interrumpió— ya no importa. Mejor lo dejamos en el pasado.
La muchacha pensó en dejarlos ahí mismo, pero conocer una nueva base de los encadenados podía ser valioso para encontrar datos sobre otros anillos, quizás hasta de su papá. Debía al menos aguantar una expedición. Pronto estaría contenta en su cama del hotel, mirando alguna tontería en la tele.
El computador de la nave también les indicó dónde ir; su objetivo aún estaba bastante lejos, cerca del borde con el país de las ruinas. Cabía hasta la posibilidad de que se encontraran un monstruo de 5 estrellas.
Continuaron su avance a pie. A través del extenso valle pelearon contra decenas de monstruos, todos con algún tipo de ácido o veneno extremadamente peligroso. Había serpientes que se enroscaban y podían saltar cien metros en el aire o arrojarse como balas de un lado a otro, había babas que disparaban proyectiles ácidos que atravesaban cualquier superficie, había dinosaurios que podían sacarse la aleta y arrojarla como un boomerang para cortar todo a su paso, había coral que crecía en la tierra y expelía grandes nubes de gases letales, y muchos monstruos más. Érica los enfrentó prácticamente sola, mientras que los demás buscaban escondites y les disparaban desde una distancia segura.
El valle los guio por un bosque lleno de árboles de sabia y hongos venenosos. El bosque se detuvo frente a un inmenso abismo de al menos 50 metros entre un borde y otro. Al fondo se veía un río de verde claro, tan brillante que emitía su propia luz. No había puente ni se veía un punto en que ambos bordes se unieran, desde donde estaban, por lo que solo tenían una alternativa.
—Tenemos que rodearlo— observó Érica.
—¿No puedes llevarnos hasta abajo y saltar?— alegó Iprito.
Érica miró hacia abajo. El abismo estaba en una ligera pendiente, por lo que mientras más abajo, ambos lados estaban más cerca el uno del otro. Aun así, incluso en la superficie del río ambas paredes estaban demasiado lejos como para saltar con carga y en mala posición.
—Es muy arriesgado— sentenció ella.
No podía creer que, por una vez, fuera la voz sensata de un equipo.
Iprito suspiró y comenzó a caminar junto al borde del abismo.
—Nos habríamos evitado todo esto si no hubieras destruido mi nave— gruñó entre dientes.
Érica ya se había cansado de tratar de defenderse, así que los siguió en silencio.
Estuvieron un buen rato caminando, cerca de una hora entera solo para llegar al vértice. Se desviaron un buen trecho del camino, pero al menos con eso ya habían pasado por el gran abismo. Según el mapa, no había ninguno más.
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