23.- Un Cerrajero (2/2)


Pronto ascendieron al último piso de una de las torres. Emergieron en un antejardín, con plantas feas y decaídas. A un costado se hallaba una casa.

Abrieron la puerta, se encontraron en lo que era, seguramente, el único lugar adaptado para que una persona viviera en toda la ciudad. Por adentro había una mesa para dos personas, una cama hecha y limpia, una alfombra desteñida, luz cálida, un escritorio con un computador, un recibidor y puertas hacia otros cuartos. Justo cuando entraron, una de esas puertas se abrió y apareció un noni delgado, de cuernos café, limados hasta quedar como dos pequeños conos. Tenía ojeras grandes bajo los ojos, una mirada como si observara algo a cientos de kilómetros, un cuerpo joven y una expresión de que lo había visto todo.

—¿Qué quieren?— bramó en un tono más agudo de lo que Érica había esperado.

—Yo solo necesitaba traer a la nueva contigo— indicó Nivrit.

Sin decir más, se marchó y cerró la puerta. Érica y el noni flaco se quedaron solos.

—¿A qué vienes?— alegó el noni.

—Ah...

Érica se giró una segunda vez a ver la puerta, solo por si acaso Nivrit volvía a salvarla. Obviamente, no ocurrió. No le quedó de otra que encarar al noni flaco ella sola.

—Hola, me llamo Érica— se presentó en una voz más baja de lo que esperaba sacar.

Entonces intentó determinar su posición jerárquica en relación a ese nuevo noni, pero a diferencia de los demás, no lo podía sentir. Ese sujeto no era un territi; era una persona normal. La chica abrió los ojos de par en par, sorprendida.

—¿Tú no eres un terror?— alegó.

Sentía que la habían asustado por nada.

—Tú te vez como una territi, pero te falta tu ojo negro— observó el noni.

Érica se cubrió la frente. Empezaba a odiar que fuera lo primero en que todos se fijaban.

—¿Cómo es que hay alguien que no se ha terrificado en este lugar?— preguntó ella.

El noni suspiró, luego se dirigió a la otra puerta y le dijo con un gesto que lo siguiera. Ambos llegaron a una cocina, donde él comenzó a sacar comida refrigerada para preparar algo.

—Me llamo Clote, soy un prisionero de Wefku. Y no, no tengo ni una pizca de timitio en mi cuerpo, y espero seguir así por el resto de mi vida.

—¿Por qué te tienen prisionero?

—¿Te mandaron a interrogarme, acaso? Porque podrías hacerle esas preguntas a cualquiera de ellos, incluso al tipo que te trajo aquí.

Érica necesitó de un par de segundos para recordar sus instrucciones.

—Tengo que... contarte mi historia.

—¿Eh? ¿Y qué me interesa a mí?

—Eso me dijo Wefku— explicó Érica— quiere escuchar lo que tú tengas que decir.

Clote, el noni, se quedó callado. Continuó cocinando; dejó la comida en una superficie especial y comenzó a cortarla. Érica no sabía si era un tipo de carne, una planta o algo más, pero se veía jugoso y lleno de proteínas. Ella no había comido nada desde despertar, pero no tenía hambre. Nada de hambre.

—¿Y bien? Cuéntame esa historia— la instó el noni— si es tan importante para que un viejo desgraciado como yo la escuche, debe ser al menos interesante.

Érica se llevó una mano a la cabeza. No estaba segura de que fuera interesante. Al menos, para ella era nostálgica; de cuando podía abrazar a sus amigos y sentirse querida, segura.

Le relató su historia a Clote, con el mismo nivel de detalle con que la había contado a Wefku. Esperó no tener que repetirla otra vez.

El noni, luego de preparar la comida con salsas y aceites, la dejó en un horno a cocinarse.

—Y entonces caí en esa piscina de timitio, y desperté aquí— concluyó la chiquilla.

Clote se cruzó de brazos, pensativo.

—Suena a que te terrificaste— admitió— pero no tienes un ojo negro. Qué raro, es la primera vez que veo algo así.

—¿Es algo malo?— quiso saber ella.

—Es imposible— aseguró Clote.

—¿Por qué todos tienen un ojo negro, a todo esto? ¿Por qué es tan importante?

Clote abrió las cortinas y le mostró la vista, que consistía en torres y paredes que tapaban el paisaje. Solo había paredes oscuras y deprimentes. Apenas se alcanzaban a ver un camino de piedra y un pequeño patio, con algunos territi deambulando.

—El casco negro que tienen los territi, ese es su ojo negro— le explicó a Érica— o más bien, es un casco. Es muy duro y protege la cabeza. Para los terrores es un poco distinto; el casco se forma durante la terrificación, pero se reduce al poco tiempo y adquiere forma de gema. Tú no tienes ojo negro. Algo debe haber ocurrido durante tu terrificación.

Érica recordó algunas de las sensaciones fuertes que experimentó en ese proceso; sufrir bajo las pesadillas del timitio y también del animal que la había abandonado. No tenía idea de dónde había surgido ese animal ni a dónde se había ido, pero sentía un dolor de añoranza en su pecho cada vez que lo recordaba. Lo necesitaba, sabía que al tenerlo consigo nuevamente, conseguiría olvidar el miedo que la atormentaba.

—Sí, sin duda esto es algo que me interesa saber— indicó Clote— Me imagino que Wefku quería mantenerme al tanto para discutir cómo llegaste a ser lo que eres. Ahora, si no tienes nada más que hacer aquí, te agradecería que te marcharas. A diferencia de ustedes los terrores, yo necesito comer.

—¿Comer?— se extrañó Érica— ¿Cómo que "a diferencia de ustedes"? ¡Yo también necesito comer!

Mas Clote negó con la cabeza.

—Eres una territi. Eres inmortal.

Érica dio un paso atrás, desconcertada.

—¡¿Qué?!

—¿Hace cuánto fuiste terrificada?

—Hace... ¡Hoy!— exclamó— ¡Esta mañana!

—¿Estás segura? Porque me pasé toda la mañana con Wefku y nunca te vi.

—¡Claro que estoy segura! ¡Él me sacó de la piscina de timitio en donde estaba!

Clote se acarició un cuerno limado.

—No es que me importe, la verdad.

Con un gesto de la mano le pidió que se fuera, pero Érica se quedó.

—Espera, por favor. Solo tengo una duda.

—¿Qué?

—¿Por qué estás aquí?... es decir, ya sé que eres un prisionero ¿Pero por qué? ¿Qué pasó?

Clote suspiró, no muy contento con tener que explicarse frente a ella.

—El poder de un dios es importante para alguien tan ambicioso como el rey de los terrores— explicó.

—¡¿Un dios?! ¡¿Eres el Encadenador?!

—¡No!— bramó.

—¿Entonces cómo es eso del poder de un dios?

Clote se quedó pensando un rato, luego la guio hacia afuera.

—Te mostraré. Ven conmigo.

Fueron hacia la sala principal. Clote abrió la puerta para dejarla pasar. Érica salió y se alejó de la casa.

—¿Qué me vas a mostrar? — le preguntó.

Clote no contestaba. Érica se giró a verlo y entonces se dio cuenta que el noni no estaba ahí con ella.

La casa tampoco estaba.

Se quedó ahí, parada, sin saber qué hacer. Se había esfumado entera sin hacer ningún ruido.

—¿Clote?— lo llamó.

Volvió sobre sus pasos, tanteando el aire. Supuso que el noni habría vuelto esa casa invisible o le habría puesto un campo de fuerza, o algo por el estilo, pero no fue el caso; cuando Érica se acercó demasiado al lugar donde había estado la puerta de entrada, de pronto el piso bajo sus pies se desvaneció, el paisaje alrededor se adelantó, como si en un parpadeo hubiera avanzado diez metros. Al mismo tiempo, ella comenzó a caer.

—¡¿Qué es esto?!— gritó mientras se precipitaba hacia el suelo, cientos de metros por debajo.

Intentó esquivar torres y puentes de piedra, pero no contaba con su timitio como había hecho cuando era una forteme, por lo que terminó estrellándose contra uno de los techos. De pronto, su muñeca se ensartó en una cornisa puntiaguda. Se detuvo un instante, pero luego continuó cayendo. Aterrada, se vio la muñeca y confirmó que se había amputado la mano enganchada. Ya no tenía mano.

No tuvo mucho tiempo para lamentarse, puesto que de inmediato volvió a golpearse con otro techo, rebotó y continuó cayendo. Se golpeó incontables veces con paredes, cornisas, ventanas y otros techos. Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, se estrelló contra la tierra y perdió la consciencia.

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Cuando volvió en sí, lo primero que vio fueron un montón de territi encima de ella.

Pegó un grito, aterrada. Pataleó y se hizo atrás, intentando escapar. Se dio la vuelta y trató de huir entre sus piernas, pero ellos eran muy duros y fuertes, y no le permitieron salir del círculo que habían formado.

Desesperada, se giró para buscar una salida viable, pero al hacerlo advirtió que los territi no la atacaban. Ni siquiera la acechaban, simplemente se mantenían ahí, parados, mirándola a través de los cascos de vidrio de timitio en sus caras.

Se quedó un rato en su lugar, pasmada, mirándolos. Esperó a que hicieran algo, pero los territi no se movían, casi como si fueran estatuas. Érica finalmente se puso de pie, agitó una mano frente a uno de ellos, luego le tocó el casco. Apenas se movió.

Nunca había estado tan cerca de territi, nunca en una situación que no fuera hostil. Al tenerlos a esa distancia, no pudo evitar examinar sus detalles, la dureza de sus cascos, su piel negra, su contextura huesuda. Ahí a la sombra calmada, pudo observar que detrás del casco negro y opaco, sus ojos emitían un leve brillo fantasmagórico, como el reflejo de la luna en un lago.

—¿No me harán nada?— les preguntó.

Los territi no contestaron, no se movieron. Érica, comenzando a aburrirse, intentó apartarlos con la mano cercenada. En ese instante recordó que se la había amputado y se sujetó la muñeca con fuerza, pero para su sorpresa, su mano seguía ahí.

—¡Mi mano! — exclamó.

Pensó que debía sentirse aliviada, pero el miedo de perderla no se iba. Tuvo que sujetarla con fuerza para convencerse de que estaba bien.

—¿Fue un sueño?— se preguntó— ¿O me equivoqué?

No recordaba ningún dolor, pero sí la imagen de perder su mano. La tenía muy vívida en su memoria.

En cualquier caso, el hecho era que su mano seguía ahí, así que todo estaba bien, seguramente. Érica se abrió paso entre los territi, que se movieron cuando esta presionó apenas un poco más de lo que había estado haciendo. La chica se preguntó qué pasaría por sus cabezas.

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Tenía curiosidad por entender cómo es que Clote había hecho desaparecer una casa y cómo la había hecho avanzar tanta distancia en un instante hacia el abismo por el que cayó, pero antes que eso tenía que seguir órdenes. Le siguió la pista, su cuerpo percibiendo siempre su ubicación. Fue así que, después de lo que le pareció varios días de caminar, llegó a la cima de una colina en el borde de la ciudad. Ahí se hallaba el rey de los terrores, contemplando lo que estaba más allá. Érica se paró junto a él y descubrió que, más allá de las paredes y fosas de la enorme ciudad, se extendían extrañas montañas con forma de tubos, que subían y bajaban cientos de metros hasta el horizonte. Las montañas tenían un color gris por arriba y uno negro por debajo. En el cielo, las nubes de tormenta permanentes solo entregaban relámpagos, sin el más mínimo rayo de sol. De no ser por las lámparas de colores y los relámpagos de luz, Érica no habría podido ver nada.

También notó que en ese lugar hacía frío, a diferencia del interior de la ciudad. Extrañamente, no le molestaba.

—¿Qué hay más allá, amo?— le preguntó.

—Nada que valga la pena— indicó este— me aseguré de acabar con todo el mundo. Esta ciudad es el último vestigio de la antigua civilización.

—Oh... ah, ya le expliqué mi historia a Clote, como usted me pidió.

—Bien— Wefku se giró hacia ella, mirándola al fin. Érica comenzó a estresarse al ver esos ojos grises sobre ella— ¿Y ese vestido?

—¿Le gusta?— dio un giro para modelar— lo elegí yo misma.

—Ya veo.

Wefku estiró una mano hacia ella y le arrancó la ropa de un tirón. Érica dio un paso atrás, sobresaltada.

—¿Amo?

—No me gustaba, era feo— alegó él.

Érica reprimió un lamento.

—E-está bien, buscaré otro— dijo, a poco de echarse a llorar.

—No, quiero que te veas bien. Yo mismo te haré algo.

Wefku puso una mano sobre la cabeza de la chica. Para su sorpresa, de la mano del rey surgieron varios tentáculos de timitio, los cuales la envolvieron, se fijaron a su cuerpo y se separaron de su amo. De un momento a otro, Érica tenía un nuevo vestido: la falda tenía muchos vuelos que se mantenían fijos en una posición casi horizontal, el torso se ajustaba a su piel y la zona del pecho le cubría los senos con dos puntas que sobresalían hacia arriba. Podría ir a cualquier gala vestida así. No era especialmente revelador, pero sí era mucho más vistoso de cualquier otro hubiese usado en su vida. No estaba segura de cómo llevar algo así.

Finalmente, Wefku le puso un collar ajustado al cuello, con una serie de pequeñas espinas, como a un perro. Dado que todo era timitio, se ajustaba bien a su figura y se mantenía fijo en su lugar, sin caer.

—¡G-gracias, amo!— exclamó, más porque se sentía obligada que por agradecimiento— ¡Es muy lindo!

Lo miró hacia arriba, esperanzada.

—¿Dijo que... quiere que me vea bien?

—Quiero que todos en mi corte se vean bien, incluida tú— explicó— son mis juguetes, después de todo.

Érica no sabía si ese era una especie de halago o una simple explicación, así que asintió con la cabeza para darle la razón y pasar a otro tema rápido.

—Disculpe, amo. Clote me dijo que él era un dios ¿Pero a qué se refería? Que yo sepa, solo hay un dios encarnado, y ese ese el Encadenador... pero Clote sí hizo algo muy raro.

—Pregúntaselo a él, no tengo tiempo de andar explicándote todo yo— alegó en su voz monótona.

Érica suspiró.

—Está bien.

En eso, tres de sus generales se le acercaron desde atrás y comenzaron a discutir temas importantes. Por lo que Érica escuchó, tenían la misión de invadir otros mundos, pero con mucho cuidado de no hacerse notar. Se preguntó con qué propósito.

Habiendo cumplido su misión, pensó que podía retirarse, pero apenas dar un paso en la dirección contraria, Wefku la agarró de la cabeza con una mano y la arrastró de vuelta a su lado.

—No, tú aún no eres libre. Tienes trabajo que hacer.

—¿Eh?

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