21.- Las Ruinas


Luego de que Érica comenzó a sentirse mejor, le propusieron ir a cazar un par de monstruos del país de las ruinas, la única región de 5 estrellas, la más peligrosa de todo Hosilit.

—Claro— aceptó, no muy segura de si era una buena idea.

Dicho y hecho, pusieron la moto de Érica en modo de remolque y se fueron en la nave hacia las ruinas. El viaje no les tomó mucho, dado que ya estaban en el borde.

En unos minutos aterrizaron, se bajaron y Érica contempló ante sí al fin el país de las ruinas: se hallaban ante un enorme valle árido, con poca vegetación y kilómetros de suelo seco e irregular. El cielo estaba cubierto de nubes negras, las cuales emanaban de un volcán a lo lejos.

—Espera ¿Dónde están las ruinas?— alegó— esto es un desierto.

Era distinta de la zona del desierto de 2 estrellas que había visto anteriormente, pero seguía siendo un desierto.

—No es que haya ruinas esparcidas por todo el país. Es un territorio bastante grande— explicó Bel— pero sí las hay por una gran área, por eso les llaman "las ruinas".

—Ah.

—Saquen sus armaduras— mandó Bel.

Los tres fortemes coloridos cubrieron sus cuerpos con su nomitio, la evolución del timitio; el de Bel era azul, el de Morgana era calipso y el de Severa rojo, los tres de tonos oscuros. Dado que las armaduras estaban sujetas a sus cuerpos como una segunda piel, podían permitirse diseños que no se veían en armaduras comunes: la de Bel se ajustaba bien a su cuerpo y revelaba las dimensiones de sus músculos; la de Morgana era grande, abultada y la hacía más alta, como si se hubiera metido en un tanque; la de Severa tenía muchas puntas y espinas, y la hacía ver chistosa al exagerar sus proporciones ya remarcables.

Bel se giró a Érica.

—Será mejor que tú te cubras los puntos vitales con timitio. No vaya a ser que algo nos tome por sorpresa.

Érica se protegió el cuello y el corazón con dos anillos de timitio. No podía usar más, dado que también necesitaría defenderse y tenía que dejar al menos una reserva.

Los cuatro partieron por el yermo, deslizándose a una velocidad tranquila. No pasó mucho tiempo para que dieran con el primer monstruo: una especie de pez con dos patas largas. Se veía ridículo.

—¿Qué es eso?— inquirió Érica.

—Es un...— Bel meditó un momento— se me olvidó ¿Cómo se llamaban?

—Nunca he intentado aprenderme los nombres de los monstruos— admitió Severa.

—A Morgana no se le da bien memorizar— indicó la misma.

—No, me refiero a qué hace— les corrigió Érica.

Pero tan pronto como dijo esto, el pez se disparó directo a ella como una bala y le mordió la cara. La muchacha alcanzó a reaccionar a tiempo y defenderse con placas de timitio que impidieron a las fauces del monstruo avanzar mucho. Ambos cayeron varios metros hacia atrás, debido al impulso de la bestia. Apenas caer de espalda, Érica le mandó un golpe en la cabeza con toda su fuerza. Esto lo decapitó y su cuerpo cayó a su lado.

De inmediato se reincorporó, tensa. El ataque había sido tan repentino y poderoso que seguía sin creerse que había ocurrido. Miró a los demás, sonriente.

—Qué sorpr...— iba a decir, pero entonces notó a Bel apuntando urgido hacia el cuerpo del monstruo.

Érica se volvió a este y advirtió que desde el cuello le volvió a salir otra cabeza, apenas en un segundo. El pez se puso de pie y se preparó a saltarle encima, pero esta vez Bel se interpuso y lo mandó de una patada a cien metros de distancia. El pez, amedrentado, se puso de pie y echó a correr en la dirección contraria.

—¿Estás bien?— le preguntó Bel.

Érica asintió, aún impresionada. Ya no se permitió relajarse.

—Esta es la zona más peligrosa— se dijo.

Tendría que metérselo en la cabeza si quería sobrevivir.

Volvió a mirar al extraño pez de patas largas, solo para presenciar el momento en que una especie de gorila de patas delanteras grandes como autos y patas traseras enanas como las manos de una jovencita iba, lo agarraba con una mano, lo aplastaba contra el suelo y finalmente se lo echaba a la boca entero.

El gorila desproporcionado echó a caminar tranquilamente, solo para que el suelo bajo sus pies se cerrara como un libro. Entonces Érica advirtió que no era suelo, sino que la boca de un lagarto enorme, que en ese momento salió a la superficie. El monstruo, de dos pisos de alto, se fijó en ellos y les apuntó con la punta de su cola, la cual comenzó a brillar.

—Esa cosa puede disparar un rayo láser de su cola— le explicó Bel— es tan potente que puede atravesar hasta nomitio. Ten cuidado.

—¡¿Qué?!

Los fortemes se prepararon a esquivarlo, pero no necesitaron moverse ni un centímetro; de repente apareció un ave del tamaño de un barco, con cuatro alas de fuego, que descendió y se llevó al lagarto en sus garras como si cualquier cosa. Al batir sus alas, el aire caliente los golpeó en la cara y los puso a sudar.

Érica estaba a punto de decir que ese monstruo se veía muy grande y fuerte, cuando apareció uno aun más grande y fuerte del cielo que aplastó al ave de cuatro alas y se la llevó a tierra donde la mató con su propio peso. El nuevo monstruo parecía una orca con patas de saltamontes y garras delanteras puntiagudas, con un exoesqueleto de diamantes y grietas a través de las cuales fluía un líquido verde brillante. Ese monstruo debía ser tan grande como el gólem que Érica había enfrentado en los túneles

Entonces la bestia de diamante miró en su dirección general y rugió con fuerza, pero no a ellos, sino que a otro monstro. Cuando los fortemes se dieron la vuelta, encontraron a un tigre negro, tan grande como la orca saltamontes, que se paraba en sus patas traseras. No tenía patas delanteras, sino que decenas de garras separadas de su cuerpo. Orbitaban a su alrededor como si las controlara con la mente. Entre las garras voladoras y el tigre se escuchaba el zumbido de la electricidad estática y se veían descargas pasar de uno a otro con naturalidad.

Ambos monstruos gigantes se rugieron el uno al otro y se lanzaron a pelear; la orca saltamontes saltaba y caía pesada sobre el tigre, salpicándolo del líquido verde que quemaba todo lo que tocaba. Al mismo tiempo, el tigre lo arañaba y desgarraba con sus decenas de garras, que también descargaban una corriente eléctrica cada vez que tocaban a su enemigo. Cada golpe que le daban al otro resonaba a lo lejos. Una pelea como esa fácilmente habría conseguido destruir una ciudad.

—¡Oigan, se van a matar el uno al otro!— exclamó Severa.

—¡Ay, verdad!— saltó Bel— me relajé tanto que se me olvidó que veníamos a cazarlos ¡Vamos, antes de que se debiliten mucho!

—¿Qué?— alegó Érica— ¿No vamos a esperar?

—No, eso es de cobardes— aseguró Bel— si los vamos a matar, hay que darles una oportunidad de hacernos daño ¡Vamos, será divertido!

—Ah...

Érica por poco no podía creer lo que oía. Sabía que había una parte de ella que pensaba similar a Bel, sabía que había más de un punto en donde se encontraban. Un punto en común con el chico que le gustaba, con alguien a quien admiraba. Casi hipnotizada, lo siguió. Los cuatro fortemes se deslizaron hacia la pelea y se metieron entre las bestias.

Bel le mandó un hachazo a la orca de diamante con su nomitio, mientras que Morgana y Severa patearon al tigre eléctrico en la cara. Así los brikas alejaron a las bestias una de otra para ponerse en medio. Érica se dirigió al lado de Bel.

—Céntrate en defenderte— le indicó este— ataca solo cuando veas una apertura.

—¡Bien!

La orca saltamontes se lanzó al aire y cayó pesada sobre ellos con su cabeza de diamante.

—¡Agáchate!— mandó Bel.

Érica no sabía qué estaría planeando, pero hizo lo que le dijo sin rechistar. Inmediatamente Bel estiró un brazo hacia atrás y le mandó un poderoso golpe en medio de la frente. Por un instante un fuerte brillo azulado surgió en su hombro y se desplazó rápidamente hacia sus nudillos, desde donde salió al aire. La luz de su brazo se volvió un rayo etéreo, como la llama propulsora de un cohete, que empujó al monstruo hacia arriba y lo hizo caer a un lado sin hacerles daño. Entonces el rayo propulsor se esfumó y el brazo de Bel volvió a la normalidad. Érica se lo quedó mirando embobada.

—¡No te distraigas!

Bel se arrojó sobre el monstruo. Érica se espabiló a la vez que el príncipe le mandaba un martillazo en la cara de diamante. Se adelantó a Bel y le mandó otro golpe al monstruo. Este intentó comérsela, pero Érica se deslizó a otro lado y Bel aprovechó su distracción para afirmarse entre sus ojos y mandarle una patada de hacha, la cual también se iluminó intensamente como su brazo. Al impactar, expulsó un chorro a propulsión que aumentó el poder del golpe y rompió la coraza de la orca saltamontes, matándolo al fin.

Se giraron hacia las otras chicas, justo cuando Severa le mandaba un golpe en la quijada y Morgana una patada en las costillas, ambas usando el mismo brillo que había usado Bel para expulsar un chorro a propulsión, como si desde sus extremidades tuvieran cohetes. El tigre eléctrico se desplomó en el suelo y murió.

—¡¿Qué fue eso?!— exclamó Érica.

—No sé, ya te dije que no me acuerdo— alegó Bel.

—¡No, me refiero a lo que hicieron!— exclamó la brika— ¿Más encima son magos?

—¿Magos? No, para nada— indicó Severa, mientras se acercaba.

—¿Érica se refiere a la wea?— supuso Morgana, detrás de Severa.

Los cuatro finalmente se juntaron en el medio.

—¡¿La qué?!— exclamó esta.

—Oh, es verdad. Nunca la he visto usar la wea— admitió Severa— ¿No habías visto antes esa técnica?

—Supongo que no es muy conocida fuera de Perka— meditó Bel.

Ese término se le hacía familiar de un lado, aunque Érica no recordaba de dónde.

—No es que sea muy complicada— reflexionó el príncipe— solo es expulsar tu fuerza interna hacia el exterior. Es todo.

Érica se lo quedó mirando consternada. Severa suspiró.

—En verdad es un poco más complicado que eso. Tiene que ver con distintas dimensiones y la masa de tu cuerpo etéreo... pero sí, al final es la capacidad de expulsar tu fuerza, como un golpe que viaja a través del espacio.

—Se veía... potente— observó la chica.

—Es una técnica muy útil— aseguró Bel— usar la wea te permite dar golpes con varias veces tu propia fuerza. Además, es muy útil contra enemigos que no puedes tocar o son muy duros para atravesarlos de un golpe normal.

—También se usa para saltar en el aire— comentó Morgana.

—Claro, también puedes usarlo para maniobrar en el aire— concordó Bel.

—¡¿De verdad?!— exclamó Érica.

Justo en ese momento se les acercó un monstruo erizo marino volador; una bestia cubierta de espinas por todos lados que volaba por el aire y embestía a sus víctimas para digerirlas lentamente. Al verlos, intentó ensartarlos en sus espinas. Los fortemes esquivaron su primera arremetida, a lo que el monstruo se elevó y buscó otro ángulo por donde atacar.

—¡Ah, excelente!— soltó Bel— te haré una pequeña demostración.

Rápidamente saltó hacia el monstruo volador, el cual lo esquivó. Sin embargo Bel pateó el aire frente a él, expulsando otro chorro de wea. El impulsó lo mandó de vuelta contra el monstruo, como si hubiera rebotado en algo sólido. El príncipe, antes de tocar las púas, le mandó un golpe de wea directo al centro. De su puño surgió nuevamente un chorro azul brillante, el cual impactó contra el erizo y lo mandó disparado contra el suelo. El monstruo fue despedazado y sus restos se desperdigaron a lo largo de la tierra.

Bel aterrizó sin problemas, sin siquiera tener que ayudarse de su timitio para amortiguar la caída. Seguidamente se sacudió el polvo y le sonrió a Érica. Esta, emocionada, dio saltitos ahí donde estaba.

—Nada mal ¿Eh?— comentó Bel.

—¡Estuvo genial!— exclamó ella— ¡¿Cómo se usa?! ¡Quiero saber!

—Requiere años de entrenamiento— explicó Severa.

Érica se giró hacia ella, ya no tan emocionada.

—Pero al menos ya tienes una buena base, que es tu propia fuerza— apuntó Bel— si le pones empeño, seguro que consigues usarla... en unos cuantos años.

Érica agachó la cabeza, algo frustrada. No quería esperar años para poder maniobrar por el aire como había hecho Bel.

—Está bien ¿Me podrían enseñar a usarla? No me vendría mal.

—¡Por supuesto! Al menos te puedo enseñar las bases— aceptó Bel.

En ese momento un monstruo surgió a la superficie cavando desde dentro de la tierra. Era una bestia de cinco pisos de alto, similar a un lobo, pero de pelaje verde y baba viscosa y ácida que le chorreaba por el hocico y quemaba el suelo que tocaba. Tenía cuatro poderosas patas y dos fuertes brazos peludos con garras puntiagudas. El lobo se giró a ellos. Les gruñó, listo para saltar a devorarlos.

—Vamos de regreso al pueblo ¿Te parece?— le ofreció el príncipe— Ahí podemos hablar con más calma.

La cara de Érica se iluminó. Al mismo tiempo, el lobo saltó sobre los fortemes.

—¡Claro!

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