20.- Contra el Monstruo de la Ventisca (1/2)
El cordón montañoso de Hosilit era tremendo de largo, tanto que al final colindaba con el área de cinco estrellas: Las ruinas. Precisamente el acceso entre las montañas y este país contaba con un enorme templo de hielo, construido por los antiguos habitantes. Érica, que ya podía enfrentarse sin problemas a los monstruos de esa zona, había investigado un poco y había descubierto que en el templo de hielo vivía uno de los monstruos más peligrosos y resistentes de todas las montañas: un Pingurock. Sabía que era un monstruo enorme, muy poderoso y muy difícil de matar. También sabía que tenía un pico más duro que el acero y que cuando se sentían amenazados, podían invocar una helada ventisca como si fueran magos.
Érica se dirigió directamente hacia el templo de hielo en su moto, la escondió por ahí cerca y procedió entre las crestas nevadas de la cordillera hacia donde le indicaba su mapa. Entremedio luchó contra monstruos menores, como lobos de hielo que se arrojaban como misiles hacia ella, cóndores de nieve que helaban en un instante cualquier cosa que cayera en sus garras y monstruos grandes y peludos, tan fuertes que podían mandarla a volar cien metros con un zarpazo.
Después de unas cuantas peleas, Érica llegó hasta la cima de una montaña, desde donde miró hacia abajo y encontró a lo lejos un enorme castillo construido en roca y cristal reflectante. Su arquitectura era similar a otras ruinas que había visto antes, pero con patrones y forma lo bastante distintas para distinguirse. Recién en ese momento se preguntó si los antiguos habitantes de Hosilit habían sido un pueblo homogéneo o si habían estado constituidos de distintas culturas, como en Madre en la antigüedad. También se preguntó si estaba bien que ese mundo estuviera habitado por cazadores buscando hacer dinero en vez de equipos de científicos que desenterraran el pasado. Sin duda muchos cazadores habrían destrozado ruinas como esa o las habrían saqueado de todos los artefactos de valor que les quedaban.
—Aunque un equipo de científicos se arriesgaría mucho a venir a lugares como este.
Supuso que era un tema más complicado de lo que una muchacha como ella podía pensar en ese momento. Además, necesitaba concentrarse en la misión.
Convirtió su timitio en una tabla y se deslizó por la nieve lisa hasta el final de la colina, a un terreno plano, lo suficientemente amplio para hacer de base para el castillo. Se encontraban sobre las nubes, por lo que siempre estaba soleado. No había ventisca.
—Quizás no está por aquí— pensó.
Sería una desilusión, pero no se daría por vencida hasta que registrara todo el castillo, o lo que quedaba de este. El paso del tiempo había derruido varias secciones en las paredes y el techo. Algunos escombros se mantenían erguidos alrededor, otros se habían caído o simplemente se habían perdido en la nieve o por peleas de monstruos.
Avanzó a través de lo que antes habían sido las primeras paredes antes de un patio interior. Alcanzó la puerta principal, en ese momento solo un umbral grande y desgastado, e ingresó.
El interior del castillo estaba casi igual de pelado que el exterior; algunas zonas estaban cubiertas de nieve debido a que esta se filtraba por los hoyos en el techo. Había escaleras de piedra rotas a medio tramo, lámparas y candelabros que aún conservaban su estructura. No le tomó mucho dar con el salón principal, en cuyo centro se apreciaba un enorme hoyo que continuaba hacia abajo, al sótano. La luz del día se filtraba desde ranuras en pisos superiores, pero aun así, apenas se alcanzaba a ver qué había directamente abajo. Érica se tiró, aterrizó sin problemas y examinó sus alrededores, mas no veía nada. De inmediato sacó una linterna y se la pegó en la frente; el sótano estaba en mejores condiciones que los pisos superiores, protegido de la intemperie. Alrededor había pilares y celdas con rejas: debía de tratarse de un calabozo.
—Nunca faltan las guerras.
Se adentró en la oscuridad. No avanzó mucho cuando advirtió dos ojos azules brillando desde el final de un túnel helado. La chica se detuvo, se preparó para comenzar a pelear.
Entonces una bestia rugió y disparó un chorro de un fluido entre líquido y gaseoso, una sustancia azul blanca, acompañada de un viento helado que la arrastró con fuerza unos pasos hacia atrás. Érica consiguió esquivar el chorro y advirtió que este, al impactar contra la pared a su espalda, la congeló al instante, la resquebrajó y la rompió en mil pedazos, únicamente por la baja de temperatura.
—¡¿Un rayo congelante?!— exclamó.
Defenderse de esos se le hacía difícil; su timitio podía aguantar algo de frío, pero seguía siendo sensible a temperaturas extremas. Se apresuró a saltar de vuelta al primer piso. Sin embargo, en ese momento el monstruo que le había disparado el rayo congelante corrió a alcanzarla, saltó tras ella y la interceptó en el aire. Érica apenas consiguió desviar su duro pico. El animal continuó su ascenso hacia arriba, tan formidable que destruyó todas las paredes y pisos que se interpusieron en su camino como si fueran castillos de naipes. Érica fue arrojada contra una de las paredes y se deslizó hacia la salida antes de que los escombros le cayeran encima. Consiguió salir del castillo, justo cuando el Pingurock rompió la entrada y salió, furioso.
Érica se giró a verlo: era una criatura majestuosa de cinco pisos de alto, con una cabeza similar a un pingüino, un cuerpo grueso y patas fuertes como un oso emplumado, una barriga lisa para deslizarse por la nieve y una cola gruesa y larga con la que podría haber demolido fácilmente el castillo. Sobre su lomo, su cabeza y su cola, tenía escamas de azul brillante como si estuvieran hechas del hielo más helado. El Pingurock graznó tan fuerte que se oyó por cientos de metros a la redonda. Entonces el viento contestó, generando una gruesa ventisca alrededor.
Érica supo que ya no había escapatoria; solo podía sonreír y disfrutar de la pelea.
El monstruo se elevó y le apuntó con su pico abierto para disparar su rayo congelante, sin dejar de serpentear por el cielo. Érica saltó hacia un lado para evitar el rayo, pero este era continuo, un chorro potente que el pingurock podía controlar a voluntad. Al mismo tiempo, la nieve y la ventisca dificultaban su velocidad. Érica tuvo que esforzarse y meter estacas de timitio profundo en la tierra para ganar la tracción suficiente para correr como quería. Así consiguió evitar el rayo congelante, pero entonces el monstruo descendió en picada y aterrizó a su lado. Antes de que Érica pudiera cambiar de dirección, el pingurock le mandó un zarpazo que la mandó a volar decenas de metros en el aire. La chica rodó por la nieve, helándose.
Se sacudió la cabeza. El golpe la había hecho dar varias vueltas.
—Tengo que recuperarme rápido— se dijo.
El monstruo corrió hacia ella para terminarla, sus patas eran largas y abarcaban una gran distancia. En poco tiempo le mandó un zarpazo, que ella esquivó saltando. De inmediato se dirigió a su lomo. Sin embargo, mientras caía, el viento helado alrededor del monstruo se concentró y formó decenas de estacas de hielo, que salieron disparadas hacia ella. La muchacha vio una volando directo a su cara, se cubrió con los brazos y un escudo de timitio. Aun así, el golpe fue tan potente que la desequilibró.
Apenas consiguió bloquear las demás mientras caía, potentes como disparos de tanques. El monstruo se preparó a interceptarla con un coletazo apenas llegara al suelo. Sin embargo, la brika lo vio venir y formó ruedas de timitio que le impidieron recibir el golpe.
Aterrizó mientras el monstruo recuperaba el equilibrio. Aprovechó ese momento para dispararse a su cabeza por su punto ciego y mandarle una potente patada al pico, resquebrajándolo.
El Pingurock graznó con furia, la ventisca se volvió más violenta. Érica saltó para mandarle otro golpe, mas tuvo que protegerse de otra ráfaga de estacas de hielo. Entonces la bestia aprovechó que estaba distraída para mandarle un potente zarpazo que la mandó a volar por el aire como una bala de cañón.
Érica era muy ágil en tierra, pero no había mucho que pudiera hacer en el aire. El golpe y el fuerte viento de la ventisca la hicieron girar violentamente, impidiéndole entender dónde estaba arriba y abajo. Terminó impactándose con una roca, rebotó y continuó rodando colina abajo. Sacaba timitio para sujetarse, pero este solo se deslizaba en el hielo y la roca helada. Alcanzó a ver que estaba cerca del límite con el abismo oscuro, la colina pronto se volvería una pared vertical. Sus manos se deslizaban, sus garras de timitio estaban entumecidas con el frío.
De pronto se golpeó con una roca en diagonal, su cuerpo se alejó de la colina y cayó al abismo. No tenía nada para sujetarse, no alcanzaba ni con un látigo de timitio. Pensó en las posibilidades que le quedaban.
—¡Érica!— exclamó una voz.
Antes de poder identificarla, una mano la agarró del antebrazo y la detuvo en el aire. Al voltearse, la muchacha alcanzó a ver la cara de Bel, el príncipe de las brikas.
No tuvo tiempo ni de decir su nombre; en un instante ambos fueron tirados con fuerza de vuelta a la colina. El chico la sujetó en sus brazos.
Tras regresar a tierra firme, Bel la dejó en el suelo y le sujetó la cara para que lo mirara a los ojos.
—¿Estás bien?— le preguntó.
—Ah...
Érica se quedó quieta y muda, demasiado confundida para reaccionar.
—¿Quizás quedó en shock?— supuso Severa, una de las guardaespaldas de Bel; una mujer larga y con cara de pocos amigos.
—Deberíamos sacudirla— sugirió Morgana, la otra guardaespaldas de Bel: una jovencita baja de cara soñolienta.
Érica se giró para verlas a ambas, luego de vuelta a Bel.
—¡¿Qué...— quiso preguntar, pero un dolor la interrumpió.
Se llevó una mano al pecho; debía haberse roto algunas costillas con ese último zarpazo. Se estaba enfrentando a uno de los más fuertes del área de 4 estrellas, después de todo.
Bel sacó un frasquito de poción y se lo ofreció.
—Bebe— le dijo.
Érica alzó la mano para tomarlo, pero entonces la imagen de una Dama de Hielo cruzó su mente.
Se preguntó qué diría Hilgra si llegaba a saber que se había tomado una poción en medio de una pelea contra un monstruo ya herido. Érica lo pensó mejor, terminó desistiendo.
—Gracias, pero me sobro y me basto para matar a ese monstruo— alegó con confianza que no tenía.
—¿Estás segura?— insistió Bel.
Érica sonrió.
—¡Claro!
Bel miró a sus guardaespaldas, algo inseguro. Estas asintieron con aprobación. El príncipe terminó guardándose la poción de vuelta en su estuche.
—¿Qué hacen aquí, a todo esto?— quiso saber Érica— ¿Cómo me encontraron?
—Andábamos buscando un área que no hubiéramos visitado antes— indicó Severa— Bel nos trajo.
—¡Qué coincidencia encontrarte aquí!— exclamó este— y justo cuando te enfrentabas a un pingurock. Son unas linduras ¿No crees?
Érica nunca se habría parado a pensar en la belleza de un monstruo, pero desde cierto ángulo, más o menos se veía bien, no lo podía negar.
—Son monstruos dignos de una guerrera brika— indicó Morgana— ¿Érica está segura que no necesita ayuda?
Severa le dio un golpecito a Morgana en la cabeza.
—Ya dijo que puede hacerlo, tarada— le alegó.
Morgana se cubrió la cabeza, aunque por su cara inexpresiva, Érica no estaba segura de si ese golpe le hubiese dolido en lo más mínimo.
—No te robaremos la presa, Érica— le aseguró Bel— Pero está bien si necesitas retirarte ¿Cómo te sientes?
La muchacha se puso de pie, se llevó una mano a las costillas rotas.
—Negro: mantenlas estables durante la pelea— le pidió.
Negro no contestó, puesto que no podían hablar mentalmente como si se tratara de una múnima, pero Érica de inmediato sintió que su parásito las cubría para tenerlas sujetas.
—Estaré bien. Gracias, Bel.
Este sonrió. Morgana y Severa le dieron palmaditas en la espalda para animarla. Érica marchó de vuelta hacia la ventisca; tenía muchas preguntas para ellos, pero en ese momento lo que importaba era terminar la pelea, demostrarse que podía acabar con ese último monstruo de la zona de 4 estrellas.
Al ingresar a la tormenta de nieve, lo notó a lo lejos, revisándose el pico trizado. Debía doler. Se acercó tranquila, caminando. Le tomó varios segundos a la bestia darse cuenta de su presencia. Apenas la advirtió, le apuntó y le mandó un rayo congelante, que Érica esquivó con gracia. Luego disparó estacas de hielo, que ella eludió mientras se acercaba. Cuando estuvo cerca, el monstruo le mandó un zarpazo, pero esta vez Érica se fijó a la tierra con estacas desde sus pies y formó una lanza desde su brazo. La garra pesada se enterró la lanza por el centro. El pingurock intentó quitársela con sacudidas, a la vez que disparaba más estacas.
La muchacha lo rodeó veliz, saltó sobre su lomo de escamas heladas y regresó hacia su cabeza. Antes de dejarlo reaccionar, saltó sobre su nuca y le mandó un potente martillazo al pico, arrancándoselo de la base.
La ventisca arreció y amenazó con mandar a la chica a volar. El pingurock rugió enfurecido. Le mandó poderosos zarpazos, que ella esquivó. Le disparó rayos congelantes y una lluvia de estacas; la misma nieve alrededor comenzó a acercarse y arremolinarse en su entorno, como para darle más poder. El número de estacas aumentó, el rayo se volvió más grande y potente; en donde tocaba surgían rocas de hielo de un piso de alto.
Mientras esquivaba, Érica comprendió que cualquier otro golpe sería su perdición; necesitaría arriesgarse.
—Puedo hacerlo— se dijo, para darse valor.
Rápidamente lo rodeó para evitar el rayo y las estacas de hielo. Podía sentir el hielo surgiendo de la tierra justo detrás de sus pies. Aceleró a fondo para patinar en espiral y acercarse al monstruo por un costado. Sin embargo, él pareció intuir sus planes, porque apenas la tuvo al alcance, dio la vuelta para mandarle un coletazo. Érica saltó, girando en el aire para esquivar las estacas. Entonces aterrizó al otro lado y continuó en espiral hacia su cabeza, en un ángulo en que no le permitió apuntarle con su rayo. El Pingurock intentó girarse a ella para congelarla, justo cuando Érica le apareció encima, le mandó un golpe dentro del pico roto y formó una lanza de timitio que le atravesó la cabeza.
Su sangre saltó por la boca y el hoyo en su nuca. El Pingurock intentó chillar, lanzar un rayo, pero no lo consiguió.
La ventisca cesó, el sol volvió a aparecer. La cabeza del monstruo cayó pesada sobre la muchacha.
Érica se dejó caer sobre la nieve. Estaba agotada. La nieve estaba heladísima y se le iban a empapar los pantalones si se quedaba ahí, pero prefería eso a quedarse parada otro rato.
En eso se le acercaron el príncipe y su guardia.
—¡Bien hecho, Érica!— la felicitó Bel.
—Cielos, de verdad mataste a esta cosa— se extrañó Severa— has progresado bastante desde la última vez que nos vimos. Si sigues así, algún día puede que nos alcances.
Érica rio entre dientes.
—¿En serio?
—¡Claro! ¡Vas creciendo a pasos agigantados!— le aseguró Bel.
El príncipe la tomó en brazos, escaneó el cuerpo del monstruo con la tarjeta de la misma Érica y la llevó junto con su guardia a la nave que usaban. Ahí sanaron sus huesos rotos y el resto de las heridas que se había hecho, mientras flotaban sobre el castillo helado de las montañas nevadas. Severa puso el piloto automático para que se mantuviera alerta a posibles monstruos voladores y se fue a sentar con los demás en la sala principal, donde tenían un sillón en forma de "U" y un minibar.
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